De ser parte de las pandillas del sur de Chicago, Quincy Jones pasó a ser uno de los primeros ejecutivos afroamericanos en conquistar Hollywood y el primero en ser nominado al Óscar en la categoría de mejor banda sonora. Ganó 28 Grammys, estuvo detrás del álbum más emblemático de Michael Jackson y trabajó hombro con hombro con Frank Sinatra, Count Basie y Clark Terry, entre otros.
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‘Q’, como lo conocían cariñosamente sus colegas, murió ayer a los 91 años y fue despedido por una industria que lo vio como uno de los compositores y músicos más influyentes del jazz y el pop. El artista falleció en la noche del domingo en su casa de Bel Air, California, según informó su promotor Arnold Robinson en un comunicado.
“Con el corazón lleno pero roto, debemos compartir la noticia del fallecimiento de nuestro padre y hermano Quincy Jones. Y, aunque esta es una pérdida increíble, celebramos la gran vida que vivió y sabemos que nunca habrá otro como él”, dijo la familia Jones.
El artista, antes de ser productor, empezó su recorrido como trompetista y pianista, porque sus primeros estudios en música estuvieron ligados al jazz. A los 11 años, él y su hermano entraron en un centro recreativo para buscar comida y había un piano en la habitación de un supervisor en la parte de atrás. Como se contó después en The Many Lives of Q, el documental de la BBC (2008), “los susurros de Dios” hicieron que se acercara al instrumento para tocarlo. Luego se unió a la banda y al coro de su escuela, aprendió varios instrumentos de metal, viento y percusión, y la música se convirtió en su centro de atención. Hasta que a los 13 años convenció al trompetista Clark Terry, que estaba en Seattle –ciudad en la que vivía–, de gira de la banda de Count Basie, para que le diera clases después de la última actuación de la agrupación y antes de que empezara la jornada escolar.
Tras este duro inicio, logró abrirse un campo en la música estadounidense y se convirtió en compositor, instrumentalista y director de orquesta, lo que terminó llevándolo a ser un productor discográfico y cinematográfico reconocido.
En medio de esta seguidilla de éxitos, Jones logró a los 36 años lo inimaginable junto a Frank Sinatra: llegar a la Luna con la versión más icónica de Fly Me To The Moon (Llévame a la luna). Esta canción –originalmente llamada In Other Words (En otras palabras)– alcanzó su furor en el siglo XX, gracias a que ‘Q’ ajustó su melodía para que pasara de un vals en ¾ a 4/4 para lograr un ritmo más suelto y acorde con el swing, a mediados de la década de los 60.
No había mejor himno para escuchar mientras el hombre llegaba por primera vez a la Luna y con esta pieza musical se creó un vínculo inseparable con el programa espacial Apolo de la Nasa, que empezó cuando la misión Apolo 10 orbitaba la Luna. Sin la intención de que así fuera, el arreglo de Jones y la voz de Sinatra se convirtieron en la primera pieza de música en tocarse en la superficie de la Luna, ya que Buzz Aldrin –el inolvidable piloto del módulo lunar de la misión Apolo 11, dirigida por Neil Armstrong– reprodujo con un casete portátil Fly Me To The Moon.
Muchos años después, Diana Krall interpretó esta melodía para una ceremonia conmemorativa del 40.º aniversario de la misión. Y luego se cantó una versión solemne en 2012, en el servicio conmemorativo de Armstrong.
Aunque este parecería el punto más alto en la carrera de cualquier artista, solo fue el punto de partida para Quincy, ya que produjo Thriller, el álbum más vendido en las últimas cuatro décadas, con 70 millones de copias despachadas.
Aunque esta es una pérdida increíble, celebramos la gran vida que vivió y sabemos que nunca habrá otro como él
Con su producción, él y Michael Jackson mezclaron soul, funk, música disco y géneros eminentemente afroamericanos para construir un nuevo pop global. De las diez canciones que compusieron este disco, siete fueron sencillos, como parte de una estrategia promocional. Lo que permitió a este dúo estar durante 37 semanas en el puesto número uno en Estados Unidos en ventas. Exitos como este, para ‘Q’, fueron el resultado de un arduo y silencioso trabajo, que pocas veces es reconocido por el público y la implacable industria musical.
“Si un álbum no tiene éxito, todos dicen que fue culpa del productor; así que si tiene éxito, también debería ser tuya la culpa. Las canciones no aparecen sin más de repente. El productor debe tener la habilidad, experiencia y capacidad para guiar la visión hasta su finalización”, agregó Quincy en 2016, durante una entrevista con la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Aun así, se esforzó en sobresalir en su campo, imprimiendo un sello único en cada una de sus obras, con notas de clásico jazz, swing y fusionando los géneros musicales más escuchados en la década de los 90, como pop y rap.
Quincy podía saltar de un ritmo a otro sin perder su toque mágico; entre otras obras, también compuso una sinfónica titulada Black Requiem, estrenada por la Orquesta Sinfónica de Houston con un coro de 80 voces, junto con Ray Charles como solista. Y entre 1980 y 1989 se dedicó a producir discos de sus otros amigos: Chaka Khan, James Ingram o Patti Austin. Además, a participar en la producción de We Are the World, el sencillo dedicado ayudar contra la hambruna en África. También entró al mundo del cine y la televisión al componer la banda sonora de más de 50 películas y programas de televisión, entre estos El color púrpura, de Steven Spielberg, y El príncipe del rap, programa que tuvo como protagonista a Will Smith.
Esta preeminencia del jazz, que se supo adaptar a ritmos modernos y traer propuestas únicas, derribó todos los estigmas que se podían esperar de él, al ser hijo de un carpintero que trabajaba para los gánsteres locales y una licenciada de la Universidad de Boston con talento musical.
No solo fue querido y admirado por sus colegas, del mismo modo fue reconocido por la industria con nominaciones y distinciones en los Emmy, los Tony y los Óscar. Además, la Academia aplaudió sus logros con títulos honoríficos de Harvard, Princeton, Juilliard, el Conservatorio de Nueva Inglaterra, la Escuela de Música de Berklee y muchas otras instituciones, así como una Medalla Nacional de las Artes y una beca National Endowment for the Arts Jazz Master.
“Era único y lo echaremos de menos; nos reconforta y enorgullece enormemente saber que el amor y la alegría, que eran la esencia de su ser, fueron compartidos con el mundo a través de todo lo que creó. A través de su música y su amor sin límites, el corazón de Quincy Jones latirá por la eternidad”, compartió su familia.
María Jimena Delgado Díaz
Periodista de Cultura
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