Medio Oriente parece más una zona sísmica con múltiples “fallas geológicas”. Esta semana, los combates se intensificaron a lo largo de una de esas fallas, la frontera de Israel con el Líbano, y más concretamente entre Israel y Hezbolá. Esto, a su vez, desencadenó la actividad de otra falla geológica, pues Irán, aliado de Hezbolá, respondió disparando misiles balísticos contra Israel. El país judío ha prometido responder con severidad. Y no es claro qué ocurrirá en los próximos días en la región.
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Lo que llevó a esta situación fueron los cohetes que Hezbolá lanzó a Israel tras el ataque de Hamás de hace un año. Tel Aviv evacuó a unos 60.000 ciudadanos de la frontera norte para protegerlos del riesgo de ese momento, pero los crecientes intercambios de disparos entre Hezbolá e Israel han hecho imposible que regresen.
Durante este último año, Israel diezmó la amenaza militar de Hamás. Entre 10.000 y 20.000 de sus combatientes han muerto, y muchos de sus líderes han sido asesinados o se han visto obligados a esconderse indefinidamente. Por lo que Israel decidió que podía trasladar con seguridad su atención a su frontera norte con Líbano y Hezbolá.
Lo que Israel ha logrado hasta ahora contra Hezbolá es impresionante con la estrategia de explosivos implantados en beepers y walkie-talkies, y los bombardeos aéreos selectivos con los que dio de baja a Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá, y a otras cabezas e integrantes de la organización.
Esta nueva política israelí parece diseñada para disuadir a Hezbolá de nuevos ataques, pero esto no es posible. Aunque Israel ha debilitado seriamente a la organización, esta aún mantiene una fuerza de combate considerable, lo que la convierte en un enemigo peligroso, especialmente en cualquier guerra que se libre en su propio territorio. Y cuanto más tome represalias, más desencadenará en una fuerte acción militar israelí. En resumen, no está nada claro a dónde conduce todo esto.
Se puede simpatizar con lo que Israel ha hecho en el Líbano y al mismo tiempo criticar lo que ha hecho y dejado de hacer en Gaza. Hamás, al igual que Hezbolá, es una organización terrorista respaldada por Irán que busca la destrucción de Israel, pero ahí terminan las similitudes. Hamás es un movimiento de liberación nacional que cuenta con el apoyo de algunos sectores de la población palestina. Hezbolá, en cambio, es un mero instrumento de la política exterior iraní, con poco apego a las aspiraciones de los pueblos libanés o palestino.
Por su parte, Irán ha reaccionado a los ataques contra el que se percibe como su más fuerte aliado, decidiendo atacar directamente a Israel. Y ahora Tel Aviv tiene una justificación para tomar represalias. Por ejemplo atacando instalaciones nucleares y objetivos militares, o incluso centros de energía que son fundamentales para su economía.
Incluso algunos creen que esos ataques podrían impulsar la caída del régimen iraní. A principios de esta semana, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dijo: “Cuando Irán sea finalmente libre –y ese momento llegará mucho antes de lo que la gente piensa– todo será diferente”.
No se puede descartar un cambio de régimen, aunque no es probable ni mucho menos seguro. Tampoco está claro qué tipo de gobierno podría reemplazar al actual. Es más probable que el régimen actual resista lo que se le presente, encuentre formas de atacar objetivos israelíes y occidentales en todo el mundo y, lo más importante, acelere sus esfuerzos por desarrollar armas nucleares.
Es posible que nos estemos acercando a un punto de inflexión en Oriente Medio. Lo que no sabemos es adónde nos llevará ese giro.
RICHARD HAASS (*)
© PROJECT SYNDICATE
WASHINGTON D.C.
(*) Presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores y consejero principal de Centerview Partners. Este artículo fue editado por razones de espacio.