María Paz Gaviria dejó este año la dirección de ArtBo, en un trabajo de más de una década logró consolidarla como una de las ferias de arte más importantes de Latinoamérica. Ahora no sabe cuál es su destino, pero no descarta nada, ni siquiera —por supuesto— un lugar en la política. Tiene 42 años, le gusta viajar, coleccionar moda, arte, cobijas y piedras; practica la meditación profunda y cuando era niña tenía que ir al colegio en un helicóptero.
María Paz Gaviria entró al Palacio de Nariño cuando tenía 6 años y tuvo que convertirlo en su propio castillo de juegos. Más allá de la imagen icónica de ella saltando y jugando entre militares durante un cambio de bandera, le tocó un instante supremamente violento de la historia de Colombia. Eran los tiempos de la guerra contra Pablo Escobar y tenía que seguir los esquemas de seguridad que le ordenaba el equipo de su papá, César Gaviria, para asegurar su vida, la de su hermano y la de su mamá. Estaba en una cotidianidad extraña, anormal; iba en helicóptero al colegio y tuvo que explicarles a sus compañeritos, en pleno apagón, por qué una hora fue nombrada con su apellido (‘la hora Gaviria’).
La revista BOCAS tiene en esta edición a Vicky Dávila en la portada. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Muchos años después, su figura se institucionalizó en el mundo del arte. Fue durante 13 años la directora de ArtBo, la feria de arte más importante de Colombia y una de las más sólidas de Latinoamérica. Y buena parte de su éxito total recae en sus hombros. Su aparición —el día de la inauguración— era siempre el momento clave de la noche; su caminata por los pasillos de Corferias era un ritual imperdible, siempre se vestía de forma especial —con el vestido de un diseñador o diseñadora colombiana— y saludaba a ‘todo el mundo’ sin parar en medio del coctel. Durante todos estos años, jamás presumió ni de su colección ni de lo que compraba; su discreción ha sido un sello. Su papá es uno de los coleccionistas de arte más importantes del continente; ella misma tiene una colección deslumbrante (la primera pieza que compró fue una obra de Liliana Porter cuando tenía 17 años), pero rara vez ha dejado ver sus gustos en público. Fue buena amiga —como toda su familia— de Ana Mercedes Hoyos. Cuando era adolescente hizo una pequeña exposición de acuarelas, pero rápidamente dejó el arte como oficio. Trabajó como pasante en la galería mexicana Ramis Barquet cuando tenía 15 años y durante ese tiempo se dedicó a sacar fotocopias, catalogar obras, atender a posibles compradores, a mover objetos de un lado para otro, y, al final, estudió Historia del Arte en la Universidad de Columbia en Nueva York.
María Paz, además de arte, colecciona moda, piedras y cobijas. Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS
María Paz no solo colecciona arte, su clóset es un verdadero espectáculo, pero también tiene cobijas y piedras y un buen número de esculturas de Buda. En las paredes de su apartamento, entre otras cosas, hay varios barcos de Lester Rodríguez que navegan hasta el techo, y la poderosa presencia de un cuadro de gran formato del artista argentino Guillermo Kuitca. No le gusta que la llamen gestora cultural, pero no hay otra forma de catalogar su trabajo desde que ingresó como directora de plataformas culturales de la Cámara de Comercio de Bogotá, en el 2012. Este fue su laboratorio artístico por 13 años y el lugar en el que impulsó Fin de Semana ArtBo, Bogotá Fashion Weekend, Feria ArtBo, Artecámara, Bogotá Music Market, y una larga lista de proyectos que cada año activan a la capital por varios días.
Su última gran feria en la dirección creativa fue en el 2024. Para este 2025 cerró asuntos y dejó a un lado su rol. No sabe mucho lo que vendrá y le gusta que el camino sea incierto. Hay quienes especulan que podría unirse a la política. María Paz no descarta la opción, pero tampoco la afana volver a ponerse frente a un Excel a las 7 de la mañana. Todo podría pasar. Es tan impredecible que, a pesar de que su perspectiva de vida es de color rojo liberal, sorprendió al país al casarse en el 2016 con David Barguil, el líder del Partido Conservador (se separó dos años después).
Es hiperactiva —mientras la entrevistaba movía los pies y las manos sin parar—, le gusta meditar con una de las técnicas más antiguas de meditación de la India —Vipassana—, que se encarga de otro arte: el de vivir. Porque María Paz también es una viajera consumada y su última parada fueron unas vacaciones en Uzbekistán.
¿Cómo era ir al colegio en la época de terror que le tocó?
En algún momento de la presidencia de mi papá (1990-1994), la situación se puso tan delicada que hubo un periodo donde se consideraba que solo era seguro ir a estudiar en helicóptero. Fue algo particular. Hubo otro tiempo en que transitábamos por rutas muy distintas todos los días, lo que hacía parecer que el colegio quedaba muy lejos. Yo no sé por qué tengo en la cabeza que eran dos horas de trayecto. Me mareaban un poco. Esos carros eran oscuros, con vidrios muy pesados.
¿Recuerda el día de la muerte de Pablo Escobar?
Tengo un vago recuerdo, sí. Fui a donde mi papá. Lo felicité. Le di un abrazo. Era muy pequeña. Alguien unos años después me echó esa historia, de cómo lo felicité con mucha emoción, lo cual me resulta un poco fuerte. Pero eso era la verdad. Era un momento de gran alivio personal, familiar, colectivo. Más que recordar un día entero, sí tengo presentes esos flashbacks.
En su niñez creó su primera exposición artística: ‘María Paz mira de cerca, María Paz mira de lejos’. ¿Hay algo de eso que esté en las paredes de su casa?
No (dice entre risas). Pero cuando creé esa exposición de pinturas me tomaba muy en serio mi idea de ser artista. ¿Qué eran? Eran paisajes. Me acuerdo de una muñeca, que salió de una de mis clases de pintura. Era como en acrílico. Había mucha acuarela. Y paisajes y paisajes. No sé si fue una aproximación al arte desde muy pequeña, desde ahí se engendró algo innato que me acompaña. Más que considerarme, en algún momento, una artista, sí me considero una persona que mira de cerca, de lejos, desde distintas perspectivas.
La presidencia de su papá se acabó cuando tenía 10 años. ¿Cómo fue migrar a Estados Unidos?
El día que llegamos a vivir a Washington (su papá fue nombrado secretario general de la OEA), yo estaba cumpliendo 11 años. Ahí viví una realidad distinta desde el anonimato. Para mí representó un cambio que también agradecí mucho. Ser una más. Había vivido periodos muy fuertes, complejos y enriquecedores. Eso me forjó de alguna manera. Implicó pararme en otros contextos culturales que fueron muy distintos, en otro idioma, y ahí empecé a ver que la cultura también era una forma de comunicarse y que tenía sus propios códigos. Además, entré a un colegio de mucho rigor académico. Era solo de niñas. Lo que más me gustaba de esa nueva vida era tan sencillo como que me dejaran sola en el colegio. Suena curioso. Solo era una más.
¿Por qué estudió Historia del Arte?
No fue un dilema. Fui muy interdisciplinar en mis estudios. Todavía me parece que la historia del arte es una manera de ver la historia y de desarrollar un pensamiento crítico y una manera de mirar la expresión artística. Aun así, tomé materias en muchísimas cosas. De hecho, casi terminé la doble titulación en Filosofía. Siempre me pareció que el periodo de estudio en la universidad, más que aprender un oficio, consistía en aprender una manera de pensar y de ver el mundo. Trabajando uno aprende del oficio.
Usted estudió en la Universidad de Columbia en Nueva York. ¿Cómo fueron esos años lejos de la placidez de Washington?
Llegué a vivir a Nueva York muy cerca al 11 de septiembre del 2001. Recuerdo que iba caminando para una clase y me encontré a alguien que me dijo: “Acaban de poner una bomba en las Torres Gemelas”. Ni siquiera se hablaba de aviones. Como venía de ese contexto colombiano, en ese momento pensé “ah, qué vaina”. Iba a seguir mi camino, cuando mi compañero me dijo “métete ya en el cuarto”. Yo lo miré con extrañeza y seguí caminando para mi clase como si nada. Yo nací en Pereira y cuando me mudé a Bogotá había un bombazo tras otro, y eso se vuelve panorama. Cuando iba para el salón noté que lo cotidiano está visualmente compuesto. Hay un patrón usual en los que se agrupan las personas, pero con esta noticia todo se empezó a distorsionar. Vi gente hablando, juntándose. Como 7 minutos después, alguien más decía que estaba pasando algo más grave en las Torres Gemelas. Llegué al salón de clases, nos devolvieron a todos y nos dijeron que teníamos que ir a los dormitorios. También se hablaba de bombas en Washington. Había mucho pánico colectivo. Esto para decir que yo me mudé a esta ciudad 10 días antes de este atentado, lo que hizo que la experiencia fuera en un entorno profundo e interesante, porque hubo mucha solidaridad y cercanía humana en la ciudad por un tiempo, y Nueva York no es conocida por eso. Incluso, se veía gente saludándose en el metro.
María Paz Gaviria creció rodeada de arte; su papá es un gran coleccionista. Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS
¿En qué momento de su vida decide volver a Colombia?
Yo me vine a Colombia estando muy acomodada en Estados Unidos. Proyectaba quedarme allá. Pero desde la infancia, desde que me fui, siempre tuve claro que yo quería regresar. Y llegó un punto donde se me ocurrió que eventualmente aparecería una oportunidad para regresar. De golpe, un día pensé: “bueno, la razón simplemente puede ser que quiero volver”. Ni siquiera sabía qué iba a hacer acá. Y así volví. Renuncié a todo lo que tenía (trabajó en varias galerías) para construir acá algo. Porque sentía que comenzaban a pasar los años y cada vez se volvía menos probable o más complejo volver.
¿Y cómo fue esa llegada?
Tardé un tiempo en ubicarme. Era un momento de exploración y de escuchar y lo dediqué a hacer uno que otro proyecto. A comienzos del 2012, un día recibí una llamada del entonces presidente de la Cámara de Comercio. Me preguntó si me interesaba el puesto. Le dije que me sonaba. Entré en ese proceso. De esos días, todavía puedo ver mi puesto de trabajo siempre lleno de papeles. Me cuesta desprenderme de los papeles. Siempre pienso que puedo necesitarlos después.
Su cargo consistía en ver. Para ver arte a nivel internacional tuvo que viajar mucho, ¿cuál de todas esas aventuras recuerda más?
Yo pensaría en un momento que fue muy enriquecedor. Cuando Colombia fue el país invitado en la feria de arte en Madrid, en Arco (2015). Hubo un esfuerzo interinstitucional muy importante desde Colombia. Se hicieron muchas presentaciones de arte colombiano en Madrid y fue un momento de gran crecimiento y de internacionalización profunda.
Varias personas del mundo artístico tienen presente el 2014 como una de las joyas de su trabajo con ArtBo. ¿Qué hizo a este año tan especial?
Nos consolidamos como epicentro para las artes en América Latina por la composición de galerías, de artistas, por el número de coleccionistas, curadores y personas que se aproximaron a Colombia y América Latina. Fue el primer año que innovamos con varios formatos. Ese fue el año en que se materializaron cambios en la Cámara de Comercio. Cuando tú hablas de la feria, no te refieres a un evento que ocurre durante cinco días en un recinto, hablas de procesos, hablas de un ecosistema entero. Creamos la primera edición de ‘Sitio’, de obras que trascendieran formatos tradicionales. Hubo un entendimiento más amplio. Se hicieron foros. De todos esos procesos se cristaliza la idea de ArtBo como sombrilla de las artes plásticas. Curiosamente hablamos de un árbol efervescente en el 2014. Bogotá estaba permeada por arte. A partir de ahí surgieron ideas que se estructuraron al año siguiente. Se habló de un Artecámara, que es un formato diferente, singular para una feria, porque se trata de poner a las jóvenes promesas del arte colombiano, emergente, sin representación comercial, en un gran salón de arte. Para ese entonces planteamos democratización, apertura, visibilidad. Y por otro, hablamos de un proceso muy acelerado que se dio en ese momento, relacionado con la internacionalización.
Exponer obras de gran tamaño, de otras partes del mundo, es un reto. ¿Qué problemas tuvo?
Una galería traía una obra monumental de Jesús Rafael Soto, el gran maestro venezolano. Esta pieza había sido seleccionada para ser instalada en ‘Sitio’, en la entrada de la feria. La pieza llegó a una bodega y estuvo perdida. Yo no sé cuánto tiempo fue, pero se sintieron como meses (ríe). Eso fue un tremendo susto. Me acuerdo que ese montaje se retrasó. Eran las doce de la noche y un día antes de la inauguración eso seguía en montaje, poniendo pieza por pieza. No estuvo ni iluminada el día que inició ArtBo. Solo apareció. Son de esas cosas que recuerdas del pasado. Lo único que tengo en mente es el pánico que sentí. Esa obra enalteció el escenario. Fue muy vista y muy replicada por la prensa internacional.
Cuando estaba casada con David, se referían a mí como 'la esposa de...' ¡Perdón! Yo no soy mi esposo, yo no soy mi papá, yo no soy mi hermano, yo soy yo.
¿Qué tal fue vender la idea de Bogotá como centro de artes latinoamericano en ese entonces?
Cuando yo empecé, Bogotá no se sentía como un destino turístico por sí mismo. Mucho de lo que tratamos de hacer se basaba en hablar de un modelo y una visión del arte, del modelo ferial, del perfil, de generar un lugar de encuentro para el arte en América Latina a futuro, y así empezamos a convertir a esta capital en un destino, a través de lo que se estaba haciendo. Con el trabajo y la insistencia se empezó a armar un eco que fue muy potente para la transformación artística de Bogotá, que incluso después tuvo impacto en otras ciudades del país. También armábamos viajes para que la gente del mundo artístico viniera a Bogotá y después fuera a otras ciudades a conocer otras escenas artísticas, ligadas también a distintos certámenes y eventos. Así se dio el boom del arte colombiano.
¿Ser coleccionista empezó como un accidente o como un propósito?
Recogía piedras de niña. He sido una recolectora de cosas desde muy pequeña. Tenía un espíritu de clasificar. Por eso para mí el arte es reflexión, goce, dolor. Hablábamos de la percepción o el mirar. Esa es una especie de característica en mí, de hecho, la parte visual es mi propia marca y he descubierto que el arte es un reflejo del individuo, de la historia, de cómo queremos ser como sociedad.
Parece ser una coleccionista muy ecléctica y entre las cosas que llaman su atención están las manos. ¿De dónde surgió ese fetiche?
Me gusta mucho la expresión de esta parte del cuerpo (empieza a acariciar sus manos). Hablan mucho del carácter y la esencia. Tan singulares como el rostro. Expresan lo voluntario y lo involuntario.
María Paz Gaviria debajo de una obra de Léster Rodríguez. Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS
¿Qué ve en el retrato de Andrés Caicedo de Esteban Peña que tiene en la pared del comedor?
No sé si me detendría particularmente en esa obra. Pausaría más en una obra, sobre la que estaba pensando en estos días, de Carolina Caycedo, que se llama Represa-Represión. Muestra al río Magdalena transformado y represado. Habla de los ríos, las comunidades afectadas y juega un poco con el tema de la construcción de represas hidroeléctricas y del agua. También puede haber una asociación, digamos, a la represión o a la falta de igualdad y de progreso. Y esto, a su vez, para mí es particular. Me parece un espejo.
Es inevitable detenerse en unas pequeñas piezas que imitan las cajas de fósforos El Rey, pero que llevan las caras de los presidentes de Colombia. ¿Qué le provoca esa obra?
No quiero hablar de ellas. Son más de mi papá. Ahora te mencionaba la de Carolina, porque es muy sobre mí.
En su familia coleccionaron ampliamente a Ana Mercedes Hoyos. ¿Sus bodegones y colores cálidos le evocan infancia?
Yo creo que la obra de Ana Mercedes ha sido muy representativa del sabor a Colombia. Recuerdan a la comunidad palanquera y a ella misma. Fue mi gran amiga.
La moda ofrece otro tipo de coleccionismo y los tacones son su insignia. Incluso, tiene unos tacones que, en vez de un moño, llevan unas gafas. ¿Cómo desarrolló este gusto?
La moda es algo a lo que nos aproximamos todos. Incluso en el que cree que no. La moda, la elección o la no elección es cómo decidimos proyectarnos. Para mí la moda habla de muchas cosas. De herencia cultural, de conocimiento ancestral, de individualidad personal como identidad colectiva. Habla de país, de desarrollo. Es una elección, sobre la cual deberíamos ser más cuidadosos. Desde el 2019 tuve la oportunidad de liderar el Bogotá Fashion Week. Este es uno de los sectores que más empleadores tienen en el país. La producción de la moda está mayoritariamente asociada al empleo de la mujer. Al volver a Colombia (de Estados Unidos) me conecté profundamente con la moda colombiana. Vestir de país, vestir de Colombia. La moda es tan profunda y tan banal como es la vida.
Para usted, cuál es su prenda...
No me pongas a escoger una favorita; esa sí que no existe.
Entonces, la que más piensa en conseguir.
Las cobijas. Yo las pienso mucho. Incluso, tengo una colección de cobijas.
Los favoritos no son lo suyo...
Cuando trato de definirme a través de una sola cosa, me siento pandita.
Entonces, ¿qué tiene de fascinante el número tres?
Ese número es una de las pocas cosas que catalogo como mis favoritas. Es la trilogía. Trinidad. Es el nosotros. Cuerpo, mente y alma. Padre, madre, hijo. Es la creación, es la comunicación, es la expansión. Es el triángulo.
Cuando se casó con David Barguil en algún momento se planteó que llegaría el día en que tendría que elegir entre votar por su hermano o su esposo. ¿Cómo fue su unión entre dos fuerzas políticas opuestas?
Tengo una hermosísima relación al día de hoy con David Barguil. Es un gran amigo. Cuando me preguntaban por mi relación, en su momento decía que era tan liberal que podía estar con un godo. Esa reacción de las personas dice y habla un poco de la sociedad. En donde uno no puede encontrarse en el marco de la diferencia ideológica o de la diferencia en general. Las verdaderas conexiones con las personas se dan a pesar de lo que nos hace distintos.
María Paz confiesa que la obra que compró fue de Liliana Porter; en el fondo otro argentino: Kuitca. Foto:Ricardo Pinzón / Revista BOCAS
El 20 de febrero renunció a su cargo como directora de plataformas culturales. Ahora está cerrando su ciclo. ¿Cree que ha perdido el ritmo?
El año pasado hice ArtBo Programa, ArtBo Salas y ArtBo Salas Itinerantes, ArtBo Tutor, ArtBo Fin de Semana, ArtBo Feria, Bogotá Fashion Week, la primera edición del Bogotá Fashion Weekend, el Bogotá Audiovisual Market, el Bogotá Music Market, más algunas otras iniciativas. Yo creo que el ritmo es interior. Pasar de una cosa a otra hace parte de nuestra evolución. Estoy en mi ritmo. Lo estaba y lo estoy.
¿Cree que si no hubiera tenido el apellido Gaviria habría alcanzado tantos éxitos como lo ha hecho?
Soy una Gaviria. Soy quien soy. Agradezco todas las herramientas, condiciones, de estudio, posibilidades de conexión, todos los intereses que me han acompañado a lo largo de mi vida. Por otro lado, he vivido en medio de un proceso colectivo. Ejercí un cargo en una institución y en un programa artístico que ha llegado a la internacionalización. Obvio uno recibe comentarios. Las personas ven que haces un proyecto de moda y van comentando: “Ay, mira lo que hizo César Gaviria”. Pasa más con las mujeres que con los hombres. Hay una especie de machismo. Cuando estaba casada con David, se referían a mí como ‘la esposa de’... ¡Perdón! Yo no soy mi esposo, yo no soy mi papá, yo no soy mi hermano, yo soy yo. Más yo no puedo ser. Como si uno fuera un apéndice, una extensión del otro. Las otras personas no son extensión de sus padres. ¿Por qué lo voy a ser yo? Sobre todo porque me dedico a un campo completamente distinto donde probé que sabía para dónde iba.
MARÍA JIMENA DELGADO
REVISTA BOCAS
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Además de La vegetariana, en español, se consiguen novelas suyas como La clase de griego. Foto:Roberto Ricciuti / Getty