Trump, el primer republicano en ganar el voto popular en 20 años, asumirá el cargo no solo con un mandato fuerte, sino también con un control unificado del Congreso y una mayoría conservadora en la Corte Suprema. Tendrá rienda suelta para promulgar su amplia agenda de política interna, rehacer radicalmente el gobierno federal y reescribir las normas institucionales. Pero si el regreso de Trump tendrá un profundo impacto en Estados Unidos, puede ser aún más trascendental para el resto del mundo.
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Muchos esperan que la política exterior de EE. UU. en la segunda administración Trump sea simplemente una repetición de su primer mandato, cuando no hubo guerras importantes (aparte de la liquidación de la más larga de Estados Unidos, en Afganistán).
Trump incluso se anotó algunos éxitos notables en política exterior, incluido un Tratado de Libre Comercio de América del Norte revitalizado (ahora el Acuerdo entre Estados Unidos, México y Canadá), los Acuerdos de Abraham en Medio Oriente, un reparto más justo de los costos entre los miembros de la Otán y nuevas y más fuertes alianzas de seguridad en Asia. Además, Trump sigue siendo la misma persona que era hace cuatro años, para bien y para mal, y su visión del mundo sigue siendo la misma, al igual que su enfoque asertivamente unilateralista y transaccional de la política exterior.
Pero otras cosas han cambiado. Para empezar, si bien el presidente electo sigue sin tener ningún interés personal en la cuestión de la gobernanza, su segunda administración contará con funcionarios más alineados ideológicamente y listos para implementar su agenda de “Estados Unidos primero” desde el principio. Atrás quedaron los funcionarios de carrera institucionalistas que a menudo controlaban los impulsos más disruptivos del presidente.
Y lo más importante es que el mundo se ha vuelto más peligroso desde la última vez que ocupó el cargo. Los logros del primer mandato de Trump tuvieron lugar en medio de tasas de interés históricamente bajas y dentro de un contexto geopolítico, en términos generales, más bien benigno. Pero ahora, dos guerras regionales, la intensificación de la competencia con China, actores trasgresores y envalentonados como Rusia, Irán y Corea del Norte, una economía global que camina a paso lento y tecnologías disruptivas, como la inteligencia artificial, impondrán demandas completamente nuevas al liderazgo de Trump.
Hay mucho más en juego y las implicaciones de una impredecible política exterior de ‘Estados Unidos primero’ son de mucho mayor alcance que en 2016. Los escenarios y resultados extremos son mucho más probables. Y aunque Trump aún podrá obtener algunas victorias en política exterior a través de su enfoque transaccional y la influencia que conlleva ser presidente del país más poderoso del mundo, el potencial de que las cosas se tuerzan es mucho mayor en este entorno.
El pulso con China
Por ejemplo, Trump adoptará una línea mucho más dura hacia China, después de que la administración Biden lograra estabilizar las relaciones. Empezará por imponer aranceles a las importaciones chinas para hacer frente al déficit comercial bilateral. Dependiendo de lo prohibitivos que sean los aranceles de Trump y de si los chinos ven margen para negociar en lugar de tomar represalias, es posible que la escalada propicie un avance. Después de todo, China se enfrenta a graves problemas económicos y actuará con cautela para evitar crisis innecesarias. Pero es bastante probable que el enfoque de confrontación favorecido por el gabinete de línea dura de Trump y los republicanos del Congreso dañe la relación. El resultado será una nueva guerra fría que, en última instancia, aumentará el riesgo de una confrontación militar directa.
En Oriente Medio, el presidente electo tratará de ampliar sus Acuerdos de Abraham para incluir a Arabia Saudí, al tiempo que le da a Israel un cheque en blanco para proseguir sus guerras, sin presiones para limitar el costo humanitario o el riesgo de escalada de sus acciones. Lo más preocupante es que Trump apoyará –si no alentará activamente– el objetivo del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de acabar con la amenaza nuclear iraní de una vez por todas, arriesgándose a una conflagración más amplia que traería, además importantes trastornos energéticos.
Por el contrario, Trump ha prometido poner fin a la guerra en Ucrania en “un día” –posiblemente incluso antes de que asuma el cargo– presionando unilateralmente a los presidentes Zelensky y Putin para que acepten un alto el fuego que congele el conflicto a lo largo de las líneas territoriales actuales, utilizando la ayuda militar a Kiev como palanca sobre ambos lados. Si aceptarán los términos o no es una pregunta abierta.
Mucho dependerá de cómo responda Europa. Los países de primera línea de la Otán –Polonia, los países bálticos y los países nórdicos– ven la agresión rusa como una amenaza existencial para su seguridad nacional, y estarán dispuestos a incurrir en los importantes costos de proteger a Ucrania si Estados Unidos se retira. Otros podrían aprovechar la oportunidad de llegar a un acuerdo, ya sea por razones ideológicas (como en el caso de Hungría), por razones políticas (Italia) o por razones fiscales (Alemania). El segundo mandato de Trump podría ser el catalizador que finalmente una a Europa y galvanice una respuesta de seguridad más fuerte, más consolidada y “estratégicamente autónoma”. O podría reforzar las divisiones existentes dentro de la Unión Europea, debilitar gravemente la alianza transatlántica e invitar a una mayor agresión rusa.
En cualquier caso, el regreso de Trump marcará el comienzo de un período de mayor volatilidad geopolítica e incertidumbre, marcado por una mayor probabilidad tanto de crisis catastróficas, como de avances improbables.
IAN BREMMER (*)
© Project Syndicate
Nueva York
(*) Fundador y presidente de Eurasia Group y GZERO Media, es miembro del Comité Ejecutivo del Órgano Asesor de Alto Nivel de las Naciones Unidas sobre Inteligencia Artificial.