En los últimos años se ha visto cómo grandes grupos inversores, tanto nacionales como extranjeros, han adquirido equipos del fútbol colombiano. Casos recientes como el de Fortaleza CEIF y La Equidad, o el de Millonarios (con inversión del grupo Ámber, primer grupo extranjero en llegar al FPC) han encendido una discusión que trasciende las gradas y llega al núcleo de lo que el fútbol representa para el país: ¿es esta una oportunidad para el desarrollo o una amenaza para su esencia? ¿Tiene esencia el fútbol colombiano?
La entrada de capital fresco no puede ser vista únicamente como una intrusión comercial. Es, también, una posibilidad para modernizar un sistema rezagado en comparación con ligas de países vecinos. Equipos como Fortaleza, con su enfoque disruptivo en mercadeo, redes sociales y cantera, o La Equidad, históricamente sólido pero con un perfil más discreto, tienen la oportunidad de seguir creciendo como modelos de gestión sostenible y profesional. En Millonarios, con el grupo inversor, aparecieron los resultados, ganó Liga y Copa, volvió a pelear títulos.
Este tipo de inversiones trae consigo mejoras en infraestructura, tecnología, y, quizás lo más importante, en la calidad deportiva, el mejor ejemplo es el de Atlético Nacional, que de la mano de la Organización Ardila Lule se ha consolidado, de lejos, como el equipo más grande de Colombia. Los recursos adicionales permiten competir mejor en los torneos internacionales, retener por más tiempo talentos que normalmente emigran a ligas más rentables para finalmente venderlos a un costo más alto y ganar más, esto se trata de triunfos por punta y punta.
Ejemplos hay, ligas como la MLS, en Estados Unidos, o la brasileña han logrado consolidarse, en parte, gracias al interés de grupos inversores que han profesionalizado sus estructuras. Sin embargo, hay una línea delgada entre la mejora que se puede dar en el fútbol y despojarlo de su identidad.
Cuando un equipo es adquirido por un grupo inversor, las decisiones tienden a responder más a intereses económicos que deportivos. Esto puede desconectar a los clubes de sus objetivos: ganar, ganar y ganar. Un claro ejemplo de esto es el Once Caldas, que fue adquirido por el dueño de Kenworth de la Montaña hace más de una década, tiempo en el que hubo disputas hasta con la prensa y los seguidores, por los manejos administrativos y los malos resultados.
El caso de La Equidad, por ejemplo, plantea preguntas incómodas. ¿Qué sucede con un club tradicionalmente asociado a una aseguradora que ha representado estabilidad y un proyecto institucional sólido, pero sin grandes aspiraciones comerciales? En manos de un inversor, la presión por resultados podría terminar sacrificando la esencia de un proyecto que siempre ha priorizado la sostenibilidad, sin grandísimas figuras, pero siendo un animador de la Liga.
Otro riesgo evidente es la desigualdad. Si bien es cierto que algunos equipos se fortalecerán, otros podrían quedarse aún más rezagados al no contar con el respaldo de un grupo económico fuerte. Esto podría polarizar más la Liga y hacerla menos competitiva, algo que de por si se viene sufriendo hace algunos años.
El fútbol colombiano necesita evolucionar, eso es innegable. Pero esta evolución debe ser consciente y estratégica, priorizando el negocio, con ganancias para los dueños y con buenos resultados, triunfos y títulos. La Dimayor y la Federación Colombiana de Fútbol tienen un papel fundamental en este proceso: establecer regulaciones claras que aseguren la transparencia.
En el balance entre inversión y tradición está el futuro de la Liga colombiana. No se trata de rechazar el capital, sino de recibirlo con criterio, pensando en un negocio que tiene que ser rentable, pero que también debe dejarle algo a la comunidad a la que pertenece.
CAMILA ESPINOSA ARISTIZÁBAL
Para EL TIEMPO
@Camilanoticia1