La tragedia de los desaparecidos en México: se ha perdido el rastro de más de 120 mil personas desde la década de 1950

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SALTILLO, México — La caja de cartón era liviana, apenas lo suficientemente grande como para contener a un bebé, mucho menos a un atlético joven de 26 años. Sin embargo, contenía a Diego Fernando Aguirre Pantaleón, o al menos sus restos, excavados en un desierto del norte de México.

Las autoridades dijeron que fue secuestrado en el 2011 el día de su graduación junto con otros seis compañeros de clase, todos reclutas de una nueva fuerza policial especializada y entrenada para combatir el crimen organizado en Coahuila. Hombres armados irrumpieron en el bar donde celebraban los jóvenes oficiales y se los llevaron.

“Todos estábamos muertos en vida”, dijo Miguel Ángel Aguirre, de 66 años, padre de Aguirre Pantaleón, sobre su familia.

Pasaron 12 años para que regresaran los restos de su hijo. Los científicos dijeron que su cuerpo había sido quemado. Fue una resolución trágica, pero poco común, en un País donde más de 120 mil personas han desaparecido desde la década de 1950, arrojan datos del Gobierno, dejando a sus familiares desesperados por pistas sobre su suerte. Hasta hace poco, cientos de familias en Coahuila habían enfrentado la misma incertidumbre. Pero en una mancuerna singular, voluntarios de búsqueda, científicos y funcionarios estatales se propusieron cambiar eso.

Todos estábamos muertos en vida

Miguel Ángel AguirrePadre de Diego Fernando Aguirre Pantaleón

De esa alianza surgió un instituto de investigación especializado —el Centro Regional de Identificación Humana— el primero de su clase en el País.

“La dignidad y los derechos humanos no terminan con la muerte”, dijo Yezka Garza, coordinadora general del centro con sede en Saltillo, una ciudad industrial enclavada en el desierto de Coahuila. “Lo que buscamos es que esos cuerpos no vuelvan a ser olvidados”.

El centro abrió en el 2020, con el apoyo de fondos del Gobierno estatal, la comisión federal de búsqueda de México y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Tiene alrededor de 50 empleados. Trabajan para encontrar, clasificar, almacenar e identificar restos humanos.

Desde el 2021, los investigadores han recuperado mil 521 restos humanos no reclamados, no identificados o no descubiertos mediante búsquedas a gran escala en morgues estatales, fosas comunes y lugares de entierro clandestinos. Mediante análisis genéticos y forenses, han puesto nombre a 130 de esos cadáveres. Muchos de los muertos probablemente fueron víctimas de la violencia a manos del cartel de Los Zetas y las fuerzas de seguridad que se confabularon con ellos, con los homicidios alcanzando su punto máximo en el 2012.

Aunque el control del cartel sobre Coahuila se ha debilitado desde entonces y el Estado es ahora uno de los más pacíficos de México, más de 3 mil 600 personas siguen desaparecidas.

“Muchos de mis amigos de secundaria se descarriaron y se metieron con el crimen organizado”, dijo Alan Herrera, de 27 años, abogado e investigador del centro. “Duraron un mes y los mataron: niños de 12, 13 años”.

En noviembre, Herrera visitó a Jorge Bretado, de 65 años, en Torreón, una ciudad al oeste de Saltillo. Buscaba a su hijo y a su ex esposa. Policías municipales se los llevaron en el 2010; nunca los volvió a ver.

“Espero de todo corazón que sus familiares no estén con nosotros”, dijo Herrera. Se puso guantes y pinchó el dedo de Bretado para tomar una muestra de sangre, que los investigadores intentarían comparar con el ADN en su base de datos.

No siempre es fácil identificar los restos de las víctimas en Coahuila —los Zetas se aseguraron de ello. A menudo son fragmentos de huesos, oscurecidos por las llamas o devorados por el ácido. Los antropólogos pasan meses intentando ordenarlos como si fueran un rompecabezas. Para un genetista, esos fragmentos, demasiado pequeños o degradados para tener ADN intacto, no son útiles.

Una tarde reciente, Aguirre y su esposa, Blanca Estela Pantaleón, de 61 años, visitaron la cripta de su hijo en Saltillo. “Sí creo que fue un milagro que lo encontráramos”, dijo ella, colocando una mano sobre la piedra con el nombre de su hijo. “Aquí en México casi no encuentran a nadie”.

En Patrocinio, una vasta extensión de desierto aproximadamente a una hora al este de Torreón, hay un área salpicada de agujeros donde los buscadores desenterraron el año pasado los restos de Sandra Yadira Puente Barraza, de 19 años. Ella y una amiga desaparecieron en el 2008 después de que agentes de policía detuvieron el taxi en el que se encontraban.

Cuando pruebas de ADN coincidieron con las de los restos de Puente Barraza, su madre, otra buscadora, dejó una cruz de madera con rosas de plástico rosa en el lugar donde fue encontrada.

“Ese fue un día difícil”, dijo Silvia Ortiz, líder del colectivo de búsqueda, mientras tamizaba tierra a través de una malla en busca de huesos y dientes. “Se siente bien en el sentido de que la encontraste. Pero duele mucho”.

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