Julio Triana estaba en el aeropuerto de Berlín a la espera de un vuelo de regreso a Tokio cuando sonó su celular. Era su jefe, Bill Anderson, CEO de Bayer, la multinacional química y farmacéutica alemana. Un saludo rápido y al grano: Anderson le dijo que había un lugar vacante en la junta directiva de la empresa y pensaba que él era el mejor candidato para ocuparlo. En ese momento Triana —que ha estado vinculado a Bayer desde 2002 y ocupado allí diferentes cargos de alta responsabilidad— se desempeñaba como director de operaciones comerciales de la región internacional de Pharma, división farmacéutica de la firma, y presidente de la marca en Japón. Anderson le dio más detalles sobre el posible nombramiento:
—Hemos estudiado opciones y ninguna nos convence. El Consejo de Supervisión quiere una persona que venga de afuera de la empresa, que sea mujer y que tenga mucha experiencia en bienes de consumo de rápido movimiento.
Triana oyó las condiciones y pensó: strike three. No cumplía con ninguna de ellas.
—¿Y por qué estamos hablando? —le preguntó a Anderson, y le sugirió algunos candidatos.
—No son lo que queremos. Buscamos sobre todo un estilo de liderazgo distinto. Y eso usted lo tiene.
Julio Triana, bogotano nacido en 1965, fue el elegido. En abril va a cumplir un año como miembro de la junta directiva y es, además, el actual presidente de Consumer Health, una de las divisiones claves de la empresa. En sus manos está la posibilidad de incidir en el destino de una de las farmacéuticas de mayor historia, con presencia en más de cien países y noventa mil empleados en el mundo. Su forma de liderar, la característica que pesó para ser seleccionado, es algo que viene con él desde antes.
La ruta hacia el colegio
Todos los días, en el bus que lo llevaba al colegio, Julio Triana veía la sede de Bayer, en Bogotá. El recorrido —desde el barrio Las Américas, donde vivía, hasta el Agustiniano del centro— pasaba por las oficinas de la multinacional en Puente Aranda. Triana ya estaba acostumbrado a ver allí la bandera de Colombia, la bandera de Alemania y, entre ellas, la de Bayer. Para él eran solo parte del paisaje urbano. No había manera de imaginar lo que vendría después. En ese momento era un estudiante juicioso al que su bisabuela —la que le enseñó a escribir— había bautizado “mi doctorcito”. Así lo llamaba desde niño. Quizás por su disciplina, por su gusto por los libros o por esa curiosidad que lo llevaba a preguntar sobre cualquier cosa. Una costumbre que todavía mantiene viva.
Iba a empezar el último año de bachillerato cuando le llegó un cambio de rumbo inesperado: sus padres decidieron separarse. La situación económica en casa se puso difícil y su madre, ante el nuevo panorama, pensó que lo mejor era que su hijo se fuera a Estados Unidos, donde residían unos tíos, para terminar sus estudios allá. “Fue un shock —recuerda Triana—. Porque no fue algo consensuado. Mi madre me dijo ‘haces allá high school y vemos a ver qué pasa’. Y ese vemos a ver fue que no volví”. Mejoró su inglés, niveló los estudios, terminó el colegio y a la hora de elegir carrera optó por la biología. Sus padres eran contadores. Él escogió, primero, la ciencia.
Desde 2002, Triana ha ocupado cargos de alta responsabilidad en Bayer. Foto:César Melgarejo. ELTIEMPO
Se graduó de biólogo e hizo una especialización en Química en la Universidad de Houston. Desde el inicio de su vida laboral Triana ya mostraba ese talante particular que lo ha acompañado a la hora de decidir su camino. “He sido medio nerd toda la vida —dice—. Así que en ese momento hice un cálculo chistosísimo para ver si me iba por la medicina o por la investigación. ¿Cuántas horas voy a trabajar al día y cuántos pacientes voy a atender de aquí a que deje de ejercer a los 60 o 65 años? Eso me dio un número X. Al final pesó más mi gusto por tratar de entender el funcionamiento del cerebro humano”. Y se fue por el mundo científico.
Junto a un equipo de profesores expertos se dedicó a estudiar los mecanismos que conducen a la enfermedad de Alzheimer. Un año y medio de trabajo riguroso hasta el día en que uno de los líderes de la investigación anunció que algo había fallado y debían empezar de cero. Triana no entendía cómo había pasado eso. “No puede ser. Si me estoy aplicando al 200 por ciento y algo falló, eso quiere decir que las cosas no estaban completamente bajo mi control”, pensó. Y lo de no poder controlar al menos parte de lo que hace es algo que nunca le ha gustado.
Ante esa nueva situación, uno de sus mentores le planteó una idea: hacer una maestría en Administración de Negocios y pensar en trabajar en la industria farmacéutica. “Allá hay más gente como usted. Las farmacéuticas invierten mucho dinero en investigación”, le dijo. A Triana le pareció una buena opción. Se inscribió en la Universidad Nebrija, en Madrid, para hacer un MBA. Al finalizar los estudios —el último año de la maestría lo cursó en Harvard— vio que muchos de sus compañeros decidían ser banqueros de inversión y otros se inclinaban por entrar en el negocio digital. Él eligió las consultorías. Empezó a enviar hojas de vida y varias empresas se interesaron en su trayectoria.
'Personas como usted necesitamos en Bayer'
Triana estaba en Colombia cuando le llegó la primera oferta de trabajo en el mundo de las consultorías. Era 1998. No había regresado por buenas noticias: su madre acababa de morir. En medio de asuntos familiares por resolver, lo llamaron de Pricewaterhouse, una de las firmas de consultoría de mayor prestigio en el mundo. La hoja de vida de un joven de poco más de treinta años, biólogo, especializado en química, con maestría en Administración, les sonaba interesante. La llamada venía de Nueva York. Él les explicó que en ese momento se encontraba en Colombia. No había problema, le dijeron. Podía comenzar el proceso de entrevistas con el equipo en Bogotá y, si todo iba bien, seguirían conversando después en Estados Unidos.
“¡Pero a usted qué se le perdió por allá! Quédese y haga patria”, le insistieron los jefes de la firma en Colombia. Lo convencieron. “Me interesaba trabajar en mi país. Me formé en Estados Unidos, tengo nacionalidad allá, me conecté mucho con la cultura americana, pero nunca he dejado de ser colombiano”. Es una herencia de su madre, que siempre le recalcó su origen y que lo regañaba si hablaba con ella en spanglish. “Conmigo se habla español”, le decía.
Triana es biólogo, con una especialización en Química y un MBA.
Foto:César Melgarejo. ELTIEMPO
En Pricewaterhouse comenzó a destacarse muy rápido, no solo en la oficina colombiana, sino a nivel mundial. La casa matriz de la firma en América Latina estaba en Brasil y sus jefes pensaron que él debía estar allá. Triana duró un año y medio en Bogotá y luego fue trasladado a São Paulo. Su formación científica lo hacía ideal para encargarse de las consultorías a compañías químicas o farmacéuticas. Entre sus clientes, de hecho, estaba Bayer.
Fue precisamente en Brasil donde se empezaron a abrir las puertas para llegar a la multinacional alemana. Sucedió en un evento de negocios al que asistieron altos representantes de compañías mundiales. Werner Wenning, entonces CEO de Bayer, se acercó a Triana. Conversaron durante algunos minutos. Wenning creía que el colombiano trabajaba con ellos, hasta que uno de sus empleados le aclaró: “No, él no es de nuestro equipo”.
—Personas como usted necesitamos en Bayer —dijo Wenning.
Luego le indicó a su gente: “Traten de traérselo, háganle una oferta”. A partir de ese momento los jefes de Bayer en América Latina empezaron a decirle que se fuera a trabajar con ellos. Triana no tenía razones para dejar Pricewaterhouse, pero en su carácter no estaba quedarse quieto. En 2002 entró a la multinacional alemana. La primera etapa con Bayer la vivió en Bogotá. Su oficina quedaba en ese edificio con banderas que él veía cuando pasaba en el bus del colegio.
Su particular método de liderazgo
Atento siempre a cómo desarrollar y potenciar su vida profesional, una de las primeras cosas que Julio Triana hizo al llegar a la gigante farmacéutica fue pedirle a su jefe que le mostrara la lista de los CFO, los directores financieros en cada una de las oficinas del mundo. Miró los nombres. Todos eran alemanes.
—¡Cometí el peor error de mi vida! —pensó—. ¿Uno tiene que ser alemán para conseguir aquí un cargo de financiero?
Había llegado a una empresa conservadora en ese sentido, sí. Pero eso no lo iba a detener. De hecho su carrera en Bayer ha sido de un ascenso constante. El primer año trabajó en Colombia en estrategia y planeación de negocios. A partir de ahí comenzó a ocupar cargos de más y más responsabilidad. En Brasil, en Estados Unidos, en Suiza. Y en Alemania: de su oficina en Bogotá llegó al corazón de la empresa. En 2011, Triana logró lo que antes le parecía imposible: fue nombrado director financiero de la división farmacéutica. El primer profesional no alemán (y que no hablaba alemán, todavía no lo hace perfectamente) en llegar al cargo.
—El día que me senté en ese escritorio enorme como CFO mundial de una operación de 19 billones de euros pensé: tranquilo, yo sé lo que estoy haciendo. Estoy preparado. Y así fue. Las cosas me fueron saliendo bien —dice.
Este mes Triana ha visitado las sedes de Bayer en Colombia, México y Argentina. Foto:César Melgarejo. ELTIEMPO
Cuando ya llevaba diez años en ese puesto sintió que era momento de probar algo nuevo en la empresa. Le llegó la oportunidad soñada —que en realidad siempre aparece cuando se le ha abierto antes el camino— y en una región que él tenía en mente: Asia. En 2021, plena pandemia, Triana fue nombrado director de operaciones comerciales en Asia Pacífico y presidente de Bayer en Japón. Viajó a Tokio solo porque ni su esposa —Ángela, odontóloga caleña con quien está casado hace veinte años— ni su hijo Juan Sebastián recibieron la visa por cuenta de las restricciones que se sufrían en ese momento en el planeta. Vivió tres años en Japón. Fue un tiempo en el que conoció una manera de ver la vida que fortaleció —y le reconfirmó— su método de liderazgo.
Un domingo, cuando ya empezaban a poder salir a la calle, Triana visitó una librería en busca de alimentar una de sus mayores aficiones: la lectura. Revisó algunos estantes y un libro cayó a sus pies. Lo recogió y vio su título: Ikigai, el término japonés que habla de la motivación, de la razón de ser y de vivir. A partir de ese momento se le volvió un tema fundamental. Lo unió a dos conceptos más que conoció en ese periodo japonés: Ichigo Ichie, “que habla de estar en el presente, de aprovechar al máximo cada momento”, y Wabi sabi, “sobre la belleza que hay en las imperfecciones. Algo muy importante para un ejecutivo”. Adoptó esas ideas como filosofía de vida. Aunque, de alguna manera, ya estaban con él.
Triana habla de tres cosas que guían su día a día. La primera: todo tiene que tener un propósito claro, una motivación intrínseca. La segunda: la curiosidad constante. La tercera: la pasión por lo que se hace. Esos tres ingredientes son su fórmula personal, sumados a otro sello que también explica el porqué de su recorrido: la ciencia, que sigue estando a su lado.
“El método científico es fundamental en la forma como opera mi cabeza. Es mi sistema operacional. Tengo un dicho que suelo repetirle a la gente: Yo creo en Dios, todos los demás me tienen que mostrar la evidencia. Necesito que me traigan datos. Eso funciona en todas las áreas de negocio”. Y algo más que para él es una suerte de mantra: “Cada persona es el CEO de su propia vida. Los que están alrededor nos pueden asesorar, nos pueden ayudar a lograr los sueños. Pero la responsabilidad está en cada uno”.
Hoy en Bayer están implementando un nuevo modo de hacer las cosas que los ha llevado a cambiar un reglamento que tenía más de mil páginas y reducirlo a unas pocas pautas basadas en la confianza en sus trabajadores. “Estamos empoderando a nuestra gente. Les damos la autonomía que todos se merecen —dice Triana—. Esa forma de liderar que nos enseñaron de ‘yo soy el jefe y usted me obedece’, de ‘ yo tengo todas las respuestas y aquí se hace lo que yo diga’, está mandado a recoger”.
Detrás de eso hay un argumento poderoso: si las personas se sienten motivadas, van a desarrollar mejor su potencial y van a ser más innovadores. “Los objetivos no pueden estar enfocados en los números. Si uno hace las cosas bien, los resultados vendrán. Esa es la premisa de nuestra gestión”. Julio Triana se entusiasma cuando habla del tema. Por estos días está recorriendo algunas de las sedes de Bayer en América Latina. Ya llegará el momento de volver a sus oficinas habituales en Zúrich y Berlín. Por ahora se encarga de dejar sembrada la semilla de su liderazgo tan particular. El mismo que lo llevó a estar donde está.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO