Juan Fernando Cristo se ‘reencarnó’, una vez más, en la figura de un todopoderoso ministro del Interior. Ha logrado poner de acuerdo al Pacto Histórico y al Centro Democrático; su familia todavía no le perdona su ingreso al Gobierno, pero desde su llegada al cargo el presidente Petro no volvió a usar la palabra ‘constituyente’. Ya no juega tenis con Armando Benedetti. Los expresidentes César Gaviria y Álvaro Uribe todavía no le pasan al teléfono, pero él está pendiente de cuidar y empollar ‘tres huevitos’ esenciales para la Casa de Nariño. Esta es la nueva vida del ex ministro del Interior de Juan Manuel Santos. Esta es su entrevista con Revista BOCAS.
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“Cristo cruza la calle y comienza a padecer. Al otro lado de la acera está el Palacio de Nariño, y un poco más al norte, pero sin cambiar de acera, el Congreso: extremos de la cancha en la que rebota todos los días un ministro del Interior, excepto cuando viaja a la provincia a apagar incendios”. La escena es del 2014, cuando Gustavo Gómez entrevistó para BOCAS a Juan Fernando Cristo, ministro del Interior del gobierno de Juan Manuel Santos. Diez años después el exministro otra vez es ministro y repite la escena a diario en una especie de déjà vu bíblico y político. Cristo (Cúcuta, 11 de julio de 1964, D. C.) resucitó en el mismo cargo en la Presidencia de Gustavo Petro.
Es un martes lluvioso de noviembre y el ministro terminó sus tareas temprano en el Congreso, donde en los próximos meses espera que se aprueben al menos siete reformas del Ejecutivo. Está en su oficina en La Giralda, una preciosa casona en el centro, sede del Ministerio del Interior, con su secretaria de toda la vida. Atendió a una senadora de Cambio Radical, que fue reina de belleza, y luego a un representante liberal, hermano de un poderoso contratista señalado de financiar la campaña del presidente Gustavo Petro. Y ahora tiene tiempo para hablar. No tiene nada personal en su oficina, más allá de los cuadros oficiales. Está acompañado de uno de sus nuevos asesores, el veterano periodista Carlos Ruiz. Habla sin pausas y con su típico grrr. Está de saco, con su inconfundible copete al lado derecho, siempre fresco, y buscando algo de picar, en medio de risas.
Juan Fernando Cristo Burgos es lo que en la política se conoce como un componedor. Hace unas semanas logró algo que no se había visto en los casi dos años y medio de este gobierno: puso a votar a favor de una reforma al Pacto Histórico y al Centro Democrático en el Senado.
El milagro lo logró durante la discusión del acto legislativo que modifica el Sistema General de Participaciones (SGP), con el cual se busca transferirles más recursos del presupuesto de la Nación a las regiones, una iniciativa que impulsó desde antes de su ingreso al Gobierno y que terminó siendo apoyado por el propio presidente Gustavo Petro, a pesar de que algunos de los miembros más radicales del gabinete se oponían. ¿Cómo logró esas victorias? “Escuchando y hablando mucho”, dice.
Cristo es descendiente de libaneses e hijo de Jorge Cristo Sahium, un cacique liberal asesinado por el Eln, y se ha consolidado como una de las principales figuras de la política colombiana de los últimos 20 años. Ingresó a la actividad tras el asesinato de su padre en 1997 –todavía no conoce la verdad de su muerte, aunque se ha sentado a negociar con los asesinos–. Desde el Congreso le hizo oposición a Álvaro Uribe Vélez. Se convirtió en una de las principales caras del Partido Liberal, desertó de las toldas rojas y hoy tiene su propio movimiento, En Marcha, que mantiene una lucha por recuperar su personería jurídica en los estrados judiciales.
Este abogado de la Universidad de Los Andes es recordado por haber sido el impulsor de la Ley de Víctimas y sacar adelante el paquete legislativo que daba vida a los acuerdos de paz que firmó el gobierno de Juan Manuel Santos con la extinta guerrilla de las Farc.
Desde comienzos de año se hablaba de las constantes llamadas que recibía Cristo desde la Casa de Nariño para que se convirtiera en el ministro del Interior. Él insistía en que no volvería a ocupar ese cargo, pero finalmente cedió y en julio ingresó al gabinete ministerial en medio de la polémica por la constituyente de la que hablaba el presidente Petro por esos días. Desde entonces, esa palabra desapareció de los discursos del jefe de Estado. ¿Coincidencia?
Además de apagar incendios en el Congreso, le ha tocado solucionar algunos paros y los fines de semana los dedica principalmente a viajar a territorios donde todavía hay mucho por hacer en cuanto a la implementación del acuerdo de paz, una de las cosas que lo motivaron a regresar al Ministerio.
Su familia todavía no le perdona haber ingresado al Gobierno. Desde entonces, duerme poco, está menos con la familia, juega menos tenis (hace diez años su partner era Armando Bedenetti, pero como en la política todo se renueva, su derecha y su revés en el Club América, “el mejor club del mundo”, tienen otros oponentes). Está seguro de que está aportando al país, principalmente en la construcción de un acuerdo nacional. Eso sí, saca tiempo para ver las obras de teatro de su hija Daniela, quien hace 10 años estaba entre la política y el teatro, que, según el ministro Cristo, “a veces parecen lo mismo”.
Por lo pronto no dice qué papel cree que jugará en las elecciones del 2026. Dice que lo dejen pasar la Navidad, pero con su resurrección –como tituló el periódico de la Casa de Nariño con su nombramiento– será uno de los actores fundamentales en la siempre prematura contienda electoral.
¿Qué tan cierto es que el expresidente Santos tuvo que ver con su regreso al Gobierno?
Aquí inventan tanta teoría. Hablo con Santos, y mucho, eso no es un secreto para nadie. Me encanta hablar con él porque siempre tiene una visión distinta de las cosas, siempre es reflexivo, escucha, que es una condición de cualquier líder político. Él no participó en nada, como trataron de plantear. Él dijo un día que yo no representaba el santismo y ahí se armó una cosa, que qué declaración. Pero tiene toda la razón, no lo represento ni esa es la pretensión. Ni así lo planteó el presidente Petro, nunca. Soy un liberal-reformista, a secas, que soy muy orgulloso de haber participado en un gobierno que hizo la paz.
Pero, ¿qué le dijo él?
Él me dijo: “Si usted logra en este tiempo que falta de gobierno acelerar la implementación del acuerdo, que en los territorios se pueda consolidar el acuerdo y avanzar, creo que vale la pena que haya entrado al Gobierno. Le recomiendo que se dedique mucho a eso”. Y en esa tarea hemos estado.
¿Usted cree que existe el santismo?
El santismo, más que una corriente política, es una manera de ver la realidad del país y de afrontar la solución de problemas. Pero como corriente política es un talante asociado al respeto democrático y a la moderación. Pero como corriente política creo que el propio expresidente Santos se ha dedicado a descartar que exista. Tal vez hoy existe más a nivel internacional que aquí en el país (risas).
¿El presidente Petro lo resucitó?
(Risas) No, siempre he estado ahí. No estaba en los cuarteles de invierno. Mucha gente me decía que cómo me metí a este chicharrón si estaba tan tranquilo. Alguna vez unos empresarios, no propiamente muy gobiernistas, me pidieron que les explicara, antes de iniciar la conversación del acuerdo nacional, por qué me metí a este gobierno. Y yo les decía: si les cuento la verdad no me van a creer, porque cuando un político dice que lo hizo pensando en servirle al país, nadie le cree.
¿A qué se dedicó durante los últimos años?
Tampoco me desaparecí tanto. Estuve muy entretenido y comprometido construyendo una opción socialdemócrata, reformista de pensamiento liberal por fuera de la estructura del Partido Liberal, después de que tomamos la decisión con un grupo de dirigentes y de base liberal de salirnos del partido. También me dediqué a ganarme el sueldo con el sudor de la frente, a la consultoría, asesoría en algunos temas con el sector privado, organizaciones internacionales. Combinaba esas dos actividades, siempre con más tiempo para la familia, para jugar tenis, para leer y escribir mi libro Cartas a mi padre.
Usted insistía en que no iba a ingresar a este Gobierno, que ya había sido ministro del Interior y salió con una buena calificación. Pero acá estamos nuevamente en La Giralda. ¿Cuál es el verdadero detrás de cámaras de su ingreso al Gobierno?
En el año 2018 acompañé a Humberto de la Calle en su candidatura en la primera vuelta. En la segunda, cuando se enfrentaron Iván Duque y Gustavo Petro, voté en blanco. En el 2022 acompañé a Sergio Fajardo en la primera vuelta. En la segunda vuelta me moví entre el voto en blanco o votar por Gustavo Petro. Finalmente, pensando en la democracia colombiana, llegué a la firme convicción de que era, y es bueno, que llegara el primer gobierno de izquierda democrática a Colombia, que llegaran nuevos liderazgos, nuevas caras, nuevas ideas, que se plantearan temas que parecían impensables en Colombia. Más allá del balance que se haga sobre lo bueno, lo regular o lo malo de este gobierno, como pasa con todos, el saldo democrático es bueno.
Pero no pensaba hacer parte de este...
Nunca tuve esa idea, pero de alguna manera el momento, la coyuntura, una primera conversación que tuve con el presidente y la coincidencia que tuvimos en la necesidad de avanzar en las reformas, de acelerar la implementación del acuerdo de paz, de trabajar con un acuerdo nacional y, al contrario de lo que mucha gente decía con respecto al presidente, de garantizar estabilidad institucional en el país, en un momento en que había mucha controversia alrededor de la reelección, de la constituyente. A la gente se le van olvidando los momentos. Hace tres meses todo el mundo estaba al borde de un ataque de nervios en Colombia, que el presidente se va a reelegir por decreto. Una cantidad de barbaridades, y yo dije: pues uno tiene unas responsabilidades con el país, y si uno puede contribuir tanto al Gobierno como a Colombia a generar un espacio de diálogo institucional, a garantizar una estabilidad en el 2026 y ayudarle al Gobierno en sus distintos temas, pues vale la pena lanzarse. No fue una decisión fácil.
¿Qué le dijo su familia?
¿Para qué le digo? Todavía me reclaman hoy porque estaban muy contentos con el papá, con el esposo, con los viajes, con los fines de semana tranquilos, viendo series. Felices, felices, no están (risas).
A propósito de la familia, ¿en qué andan sus hijos hoy? Hace 10 años, en entrevista para BOCAS, usted contó que Daniela estaba entre la política y el teatro. ¿Al fin qué pasó?
Aunque a veces parecen lo mismo (risas). Daniela, finalmente, terminó en el teatro. Hace 10 años, precisamente, estaba a punto de irse a estudiar a Londres. Está actuando en teatro y acabamos de acompañarla en la presentación de una obra acá en Bogotá. Ama el teatro, lo vive intensamente y lo disfruta mucho.
¿Y Juan Nicolás?
Hace 10 años estaba en el colegio. Finalmente, se graduó en Ciencia Política en la Universidad de Los Andes. Tampoco le gusta mucho la política electoral, es más bien politólogo de escritorio y de análisis y de academia.
¿Pensó usted alguna vez que Gustavo Petro iba a llegar a la Casa de Nariño y que usted iba a trabajar con él?
Yo no soy de los que van pensando muy a largo plazo, ni planeo mucho mi vida, mucho menos la de los demás. Compartí con Petro muchos escenarios en los cuales coincidimos, siendo distintos, yo en el Partido Liberal y él en la izquierda: la oposición a la reelección de Uribe, las críticas y los cuestionamientos al proceso con los paramilitares. Me acompañó cuando lideramos la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, siempre aportando, dando ideas, en su momento, que mejoraron mucho la ley cuando coincidimos en el Senado. Cuando fui ministro del Interior de Santos y en la Alcaldía de Bogotá. Estuvimos varias veces conversando, apoyó el plebiscito del Acuerdo de Paz y trabajamos juntos en ese momento. Siempre nos encontramos, cada uno en su orilla y cada uno con una visión distinta, pero a veces coincidente también en algunos temas sobre el país. No soy de los que creían que nunca iba a ser presidente, como muchos vaticinaban. Se dio la coyuntura y el momento y ha sido bueno, insisto, para la democracia colombiana. Ahora, que me haya imaginado yo si hacía parte de ese gobierno, la verdad nunca lo contemplé, ni para decir nunca jamás, ni para decir estoy loco por estar ahí.
¿Cómo le ha ido en el Gobierno? ¿Sí es tan desordenado como se piensa desde afuera?
Todos los gobiernos son distintos. Me encanta aprender, me encanta escuchar, me encanta ver. ¿Qué me ha encantado? Ver visiones distintas del país que uno antes no veía, y que también cuando lo escuchen a uno en los debates ven visiones que dicen “nosotros no nos habíamos paseado por ahí”. Esas discusiones a mí me parecen interesantes, ver nuevos liderazgos, hay una gente muy buena en el gabinete, hay una gente muy buena en el Gobierno, con muchas ganas de servir. A veces sin una experiencia grande en cómo se maneja el Estado y cómo se traducen unas buenas ideas en políticas públicas y en ejecutorias. Es parte de todo el aprendizaje. La gente habla de las diferencias, de las disputas, y son las mismas en todos los gobiernos. En todos los gobiernos hay contradicciones internas. Es absolutamente natural. El Gobierno, hoy en día, está mostrando una solidez, una organización. Hay ánimo de trabajar y de reformas. Yo creo que el país no puede perder este espíritu reformista. Hay dificultades serias, como el problema fiscal, que no podemos desconocer, y la seguridad, que no es un problema nuevo.
¿De quién se hizo amigo en el gabinete?
La mayoría son buenos amigos, ninguno es enemigo, ninguno es contradictorio; nos entendemos muy bien con todos. Tal vez, por el trabajo, por ejemplo, con la ministra de Justicia tengo una magnífica relación, por los temas de paz con la ministra de Agricultura, con la ministra de Transporte también nos hemos entendido muy bien. Magnífica relación con el ministro de la Defensa, con el canciller, obviamente; en general, con todos. Y obviamente con Laura también.
A propósito de Laura Sarabia, ¿cómo define a Laura Sarabia en el Gobierno? ¿Qué es Laura Sarabia allá en la Casa de Nariño?
La definiría de manera muy sencilla: es muy importante para el Gobierno.
¿Con quién juega tenis hoy?
Con los muchachos del club, con los profesores. Y con mi partner de hace 25 años, que se llama Gabriel Sánchez, quien fue presidente de la Federación Colombiana de Tenis.
¿Quiénes son hoy los mejores amigos de su vida?
La verdad es que uno en esto va generando tantos amigos en el camino y va construyendo tantas amistades. Mantengo, todavía, una relación muy cercana con los amigos de infancia, del colegio, más allá del tema político. Aunque hace falta tiempo para verlos y para conversar de cosas intrascendentales y recordar historias.
¿Y cuáles son los mejores amigos de la política?
Son muchos. No me atrevo a dar nombres porque, de pronto, cometería injusticias y descalificaciones de amigos que han sido muy cercanos, muy solidarios durante tanto tiempo. Compañeros de gobiernos anteriores, del Congreso, de vida política desde Norte de Santander.
¿Quién es hoy su mano derecha en el Ministerio?
Hay varios. Tengo un cuerpo de asesores muy bueno. Me está acompañando como jefe de gabinete y es, tal vez, la mano derecha, Eduardo Torres Naranjo. Los dos viceministros son muy importantes y muy cercanos, Gustavo García y Gabriel Rondón. Y mi secretaria de hace mucho tiempo, quien es la mano derecha y la izquierda, que es Alba Ruth.
¿Cómo es un día suyo hoy, cuando piensa en el Congreso, en las regiones y en la implementación de la paz?
No se lo desearía a nadie. Es muy agitado. Son más de 18 horas de trabajo, pero depende del día. Martes y miércoles es de una comisión a otra del Congreso y de una plenaria a otra. Si son los días que no son de Congreso, los aprovecho para reuniones con los sectores empresariales, para hablar del acuerdo nacional, atender citas internacionales, reuniones internas del Ministerio sobre temas de conflictividad social, de indígenas y afros, por ejemplo. También unas reuniones internas de Gobierno. Y los fines de semana hicimos un ejercicio muy intenso, pero retomaremos, que es viernes y sábado, visitar una zona PDET (municipios más azotados por el conflicto) para ver cómo avanzan los pactos de transformación territorial.
Una de sus banderas es el federalismo, ya se está avanzando en una reforma al SGP, que es un primer paso para la autonomía territorial. ¿Por qué debemos ir hacia el federalismo?
Si con solo la propuesta de cumplir la Constitución del 91 los tecnócratas centralistas de este país se han puesto con los pelos de punta, hablarles de federalismo ahora, mejor dicho... Este acto legislativo es un paso adelante para avanzar, por lo menos, en autonomía territorial en Colombia. A veces me acuesto y pienso en estas reacciones, en las columnas y en el apocalipsis que pintan del país. Y yo digo, pucha, si lo que estamos planteando es cumplir la Constitución del 91. En estas instancias de la vida reflexiono mucho sobre esas relaciones, me pongo en los zapatos de los demás y digo, bueno, ¿por qué esta reacción? No veo ningún peligro fiscal, la vigencia del acto legislativo va a estar condicionada a una ley de competencia, que esperamos concertar. Si por algún motivo no hay consenso, simplemente el acto legislativo no entra en vigencia y seguimos con el mismo centralismo fallido de ahora. Es muy curiosa la reacción, yo he tratado de entender, pero no lo logro. Creo que en general el ser humano, y aquí en Colombia, hemos demostrado que le tenemos mucho miedo al cambio. Cualquier cosa que signifique un cambio. Y como el país se recentralizó tanto estos 20 años y nos acostumbramos al centralismo como si esto estuviera funcionando. Con esa reforma logramos que votara el Pacto Histórico y el Centro Democrático, ¿qué más acuerdo nacional?
El Congreso ha sido su segundo hogar, ¿cómo le ha ido en este Congreso tan distinto al que usted conoció en el pasado, tan diverso?
Este Congreso se parece mucho más al país y eso es una buena noticia para la democracia colombiana. Me he sentido muy cómodo, con una buena relación con todas las bancadas, incluyendo a la oposición. Hay una agenda muy rica, el Gobierno ha demostrado que ha estado dispuesto a concertar y creo que, así como vamos, vamos bien. Avanzando en los distintos temas.
¿Qué le dicen sus viejos conocidos de la política porque hoy está en el Gobierno?
Han sido muy respetuosos, la mayoría. El Congreso de este periodo ha demostrado ser un factor de estabilidad institucional del país. Un factor de equilibrio, y eso es importante. Ojalá todos los congresos de aquí en adelante ejerzan la función de control, de moderación, de equilibrio que ha tenido este Congreso. Uno como gobierno quiere avanzar mucho más rápido, quiere imponer la visión del Gobierno, pero hay que concertar. Uno puede servir de puente entre lo que significa esa llegada de la izquierda al poder, esos nuevos liderazgos, con lo que ha sido el Congreso anteriormente. Obviamente hay unos radicales que no les gusta nada del Gobierno, y respeto mucho eso. Estamos en democracia.
Usted es considerado como uno de los grandes componedores de la política de esta época, ha puesto a votar al Pacto Histórico y al Centro Democrático en el mismo sentido. ¿Cómo hace para lograrlo?
Hablar mucho y escuchar mucho. Aquí dejamos de hablarnos y dejamos de escucharnos hace tiempo, dedicados a la pelea y a la confrontación, en la descalificación.
¿Usted cree que sí podemos llegar a un acuerdo nacional?
Estamos llegando y no nos hemos dado cuenta; como nos distraemos tanto con los insultos, con el trino, con la descalificación. Le menciono cinco acuerdos a los que hemos llegado: el pacto por el crédito barato, no hubo constituyente ni reelección, la reforma laboral se concertó muchísimo en la plenaria de Cámara, el acuerdo del norte del Cauca sobre tierras y la COP16. Sí podemos ponernos de acuerdo y podemos avanzar en concertación. Es que el acuerdo la gente se lo imaginaba como los de hace 30 años, con 10 prohombres, cinco de ellos expresidentes, en el Palacio de Nariño firmando un documento. No, esto es un acuerdo en construcción permanente.
Con todo este trote, ¿cuántas horas está durmiendo al día?
Yo soy de muy buen dormir y me hacía falta siempre dormir seis, siete horas, y mi señora decía: “a este no le quita el sueño nada”. No sé por qué, pero comparado con hace siete años, estoy durmiendo menos: unas cuatro horas.
Pero energía no le falta. Dicen sus colaboradores que parece que tomara energizante todo el día...
(Risas) El ejercicio, el tenis me ayuda mucho, me mantiene en forma, y me gusta mucho el trabajo y no descanso. Y tengo algo que mi señora dice que es un defecto, algunos amigos dicen que es una virtud, que es que soy incapaz de desconectarme, entonces estoy todo el día conectado.
¿Le queda tiempo para leer? ¿Qué está leyendo?
Siempre tengo dos libros a la mano, algo de literatura y algo de biografía. Estoy leyendo una biografía de Franklin D. Roosevelt, que es uno de mis personajes favoritos. Me he leído toda la saga de Mario Conde, de Leonardo Padura, todas sus novelas policiacas. Ahora estoy leyendo el último de él: Personas decentes.
¿Y cuál fue la última película que vio?
Estoy yendo últimamente mucho a teatro a acompañar a mi hija. En Netflix me vi el documental que me pareció muy impactante de los hermanos Menéndez, los muchachos que asesinaron a sus padres en California.
¿Hay posibilidades de que usted vuelva al Partido Liberal, cuando se renueven las directivas?
Nunca me voy a ir del liberalismo, nunca me he ido. Sigo defendiendo las ideas liberales. Pero esa estructura del partido me parece que, lamentablemente, ha decaído mucho en los últimos años. Respeto mucho al Partido Liberal, la mayoría de la bancada de Senado y Cámara viene acompañando, no podía ser distinto porque las reformas del Gobierno son liberales. Pero nosotros construimos un partido distinto, un movimiento distinto y seguimos en eso. Ahora, que hacia adelante se puedan encontrar coincidencias y acuerdos bajo la premisa de impulsar reformas liberales en este país con lo que es hoy la estructura del Partido Liberal no lo descarto. Pero volver al Partido Liberal es un capítulo concluido.
¿Qué opina del expresidente César Gaviria?
Comencé mi vida pública en el gobierno de César Gaviria siendo muy joven. La Constituyente de 1991 y sus reformas de esa década, que en algunos casos tal vez fueron muy radicales y no se hicieron de manera gradual, creo que fueron positivas para el país. Creo que no le están haciendo bien al expresidente Gaviria aquellos que insisten en mantenerlo en una jefatura cuando hoy tenemos un país que él no interpreta. Le están haciendo daño a su figura en la historia. Le tengo afecto, respeto, en medio de las diferencias que hemos tenido, y ojalá pueda terminar este tránsito en la jefatura liberal de una buena manera.
Con Álvaro Uribe, definitivamente nada...
He intentado hablar con él; Gaviria tampoco quiso hablar conmigo. He intentado acercarme, me gusta dialogar y escuchar todas las opiniones. De varias maneras le envié mensajes al expresidente Gaviria con amigos comunes. Me extraña, porque él es un demócrata, que no haya querido entablar un diálogo. Y con el expresidente Uribe tampoco ha sido posible. Pero vamos a seguir insistiendo.
Estamos en un proceso de paz con el Eln, que mató a su padre. Usted dijo hace poco que pasaron 27 años y esa guerrilla sigue en las mismas. ¿Qué reflexión hace usted hoy?
Creo en la paz, en la negociación; ojalá se reanude la mesa. Ojalá esté equivocado, pero soy pesimista porque el Eln sigue en lo mismo que hace 27 años. Interesado más en la mesa de diálogo que en la paz, sin tomar una decisión clara de abandonar las armas. Si usted no toma esa decisión con claridad, siempre va a encontrar pretextos y excusas para no avanzar en un acuerdo de paz, que tiene que implicar necesariamente su desarme y desmovilización. Ese es el otro sofisma que tiene el Eln, que vamos conversando, pero no hablamos ni de desmovilización ni de desarme. Ningún acuerdo de paz puede concluir sin el desarme, la desmovilización y la reincorporación.
¿Habla usted con su padre?
Mucho, incluso en esos momentos para saber si iba a meterme en esta vorágine de acontecimientos. Hablo mucho con él, lo visito cuando voy a Cúcuta. Cuando viajo y voy a ciudades que a él le encantaban también lo recuerdo mucho y hablo mucho con él. Cuando escucho las canciones que le gustaban, y siempre me imagino qué me hubiera dicho él, qué decisión tomar en cada momento de la vida. Siempre me orienta mucho.
¿Va a ser candidato en el 2026? ¿Qué rol va a jugar?
Déjeme pasar las Navidades tranquilo, hacer las reflexiones navideñas, hacer la tarea que me encomendó el presidente. Yo vivo con un karma de los tres huevitos, como diría Uribe, que son un acuerdo nacional más allá de las reformas legislativas, la implementación del acuerdo de paz y la autonomía territorial. En eso estamos concentrados y dedicados en este momento.
MATEO GARCÍA
REVISTA BOCAS