Juan Cárdenas, adiós a un maestro fundamental del arte colombiano

hace 4 meses 25

Juan Cárdenas siempre tuvo la curiosidad en su mirada. La misma que aparecía cuando dibujaba, de niño, con los papeles regados en el piso de su casa familiar en Popayán. La misma que lo envolvió la primera vez que visitó un museo, de la mano de su padre en Nueva York. La misma que le vimos hace pocos meses, cuando nos reveló detalles insospechados en algunos de los cuadros colgados en su casa. Esa curiosidad con la que, día a día, se sentaba en su estudio frente al lienzo pendiente. 

Cárdenas, uno de los nombres fundamentales del arte colombiano, murió el 14 de diciembre. Casi con la misma reserva, la misma discreción, con la que quiso vivir. Autor de una obra inmensa, se movió por diferentes terrenos en los que indagó en lo más profundo de la naturaleza artística y humana. “Toda obra de arte es, en cierta manera, un autorretrato del artista que la creó”, dijo en agosto pasado. 

Cárdenas nació en 1939 y vivió los primeros años de su infancia en la Popayán de sus raíces. El lugar donde había nacido su padre, Jorge Cárdenas Nanetti, y su madre, Margarita Arroyo Arboleda. Allí, “en una inmensa construcción de dos pisos que databa de la colonia” —como la recordaba—, empezó a llenar sus primeros cuadernos con dibujos hechos con lápices de todos los colores. No alcanzó a disfrutar tanto de ese entorno porque, sin cumplir ocho años, viajó junto a su familia para radicarse en Nueva York.

“Durante mucho tiempo soñé y añoré las fincas del Cauca, sus haciendas, sus caballos y ganados. Mi padre nos había regalado a mi hermano Santiago y a mí una potranca negra de la que nunca pude gozar y que extrañé por mucho tiempo hasta que su recuerdo se fue desvaneciendo”. Muy rápido, sin embargo, se acostumbró a la vida estadounidense. Tanto que el inglés llegó a ser por aquella época su idioma principal. Tenía once años cuando su padre los llevó —a él y a Santiago, otro nombre clave en el arte del país— al Museo Metropolitano de Nueva York. Esa visita resultó fundamental porque fue el momento en que Juan Cárdenas Arroyo eligió el camino del arte. 

Así lo recordaba:

—Yo no sabía que existían los museos, nunca había visto uno, mucho menos un museo enciclopédico como el Metropolitano. La pintura europea fue lo que más me conmovió. Eran mundos fascinantes que cada pintor había creado en lienzo. Esos cuadros me sacudieron profundamente y al salir y bajar por aquellas escaleras majestuosas de ese bello edificio, tomé la decisión de ser pintor.

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Cárdenas jugaba con espacios y con perspectivas, casi siempre con su propio taller como escenario. Foto:Archivo Particular

Estudió en Rhode Island School of Design, donde obtuvo el título de “Bachelor of Fine Arts”. Prestó servicio militar durante dos años en el ejército de Estados Unidos —“en la división 101 de paracaidismo, pero no como paracaidista, sino como ingeniero de combate. Mi oficio era construir puentes, baluartes, parapetos y caminos para el ejército que venía atrás”— y se libró por escasos días de ser enviado a Vietnam.

Los tiempos libres que le dejaba su vida de soldado los usaba para irse a la biblioteca del batallón y practicar, diccionario en mano, el español que se le había perdido. Lo hacía con clásicos de la literatura colombiana que su padre le enviaba, como La vorágine. A finales de 1965, decidió volver a Colombia. Soñaba con pisar el país de su recuerdo, aunque al llegar se dio cuenta de que todo había cambiado. Tenía boleto de regreso, pero se quedó.

Ante la necesidad de “ganarse la vida”, comenzó a trabajar como caricaturista. Ese era otro de sus grandes talentos, que también tenía su padre. Empezó a publicar en periódicos como EL TIEMPO, La República, El Espacio. Una de esas primeras caricaturas le causó problemas con “el establecimiento” —incomodó al entonces presidente Guillermo León Valencia— y terminó en los calabozos del DAS.

Fueron tres días de detención durante los cuales, incluso ahí, no dejó de pintar: se dedicó a dibujar los rostros de sus compañeros de celda, que se divertían al ver el resultado. Esa experiencia no lo llevó a abandonar sus caricaturas políticas. Continuó publicándolas por un tiempo —no muy largo, no le daban tanto como para vivir de ello— y hasta sus últimos días las siguió haciendo en la privacidad de su estudio. A veces allí, a solas, lo hacían soltar carcajadas. 

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Su obra era habitada por personajes enigmáticos. Este cuadro se titula ‘Clotho, Lachesis y Atropos’. Foto:Cortesía Galería La Cometa

Cuando el artista Juan Antonio Roda —que en esos años sesenta y setenta dirigía la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes— se enteró de que Juan Cárdenas estaba en el país, lo llamó para invitarlo a ser profesor y dictar el curso de dibujo anatómico. Él aceptó. Y no se le ocurrió mejor forma de enseñar esa materia que mediante la observación directa de cadáveres. Consiguió un permiso de la Universidad Javeriana para llevar a sus alumnos —sobre todo mujeres— a la morgue de su hospital.

No funcionó. Los estudiantes se desmayaban como piezas de dominó. En esos días, él como maestro, ella como alumna, Juan Cárdenas conoció a quien sería su compañera de vida: la artista Mónica Meira. “Mi esposa fue de las pocas que no se desmayaron. Eso me llamó la atención y me casé con ella”, nos dijo Juan en la entrevista de hace pocos meses. Su humor, siempre muy fino, ácido, solía acompañar sus frases. 

Al mismo tiempo Cárdenas comenzaba a darle forma a su obra. En 1973 realizó su primera exhibición individual, en el Museo de Arte de Bogotá, y un año después, con un autorretrato, obtuvo el Premio Nacional de Pintura en el Salón Nacional de Artistas. Poco a poco, sin participar mucho en el círculo artístico que entonces hervía en el país, sobre todo en Bogotá, Cárdenas se concentró en su arte dentro de las paredes de su estudio. Su obra se exponía más en el exterior que en Colombia.

En los años ochenta, y durante un largo tiempo, fue artista exclusivo de la galería francesa Claude Bernard, por medio de la cual sus cuadros llegaron a algunas de las más importantes colecciones del mundo. Seguramente esos reconocimientos los recibía con entusiasmo. Aunque a él los grandes fuegos artificiales —de premios, de titulares, de protagonismos— parecían tenerle sin cuidado. Lo suyo era debatirse con el lienzo.

'Reconozco que nunca llegaré a la perfección'

Su estudio. Su universo Su mundo. Años atrás, Juan Cárdenas hizo la excepción de abrir las puertas de su taller para que le hiciéramos una entrevista en su lugar más personal, ese que no mostraba a ojos extraños. Pudimos ver cómo un mismo espacio reunía muchos de sus intereses esenciales. Porque ahí estaba el Cárdenas pintor, por supuesto. Estaba el Cárdenas dibujante, el caricaturista. Pero también el Cárdenas interesado en la música —tocaba la guitarra todas las noches desde que era joven, obras clásicas, barrocas, renacentistas—, el Cárdenas luthier, restaurador de instrumentos antiguos.

—¿Qué interés tiene el lugar donde trabajo? ¡Todo está muy desordenado! —dijo en esa ocasión. Con el deseo, siempre presente, de mantener un bajo perfil.

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Cárdenas trabajaba cada lienzo de forma meticulosa. Podía durar años frente a una misma obra. Foto:Cortesía Galería La Cometa

Allí, en ese lugar que ha sido protagonista de tantos de sus cuadros, en ese taller lleno de espejos donde pintaba de forma minuciosa, metódica, casi obsesiva, con el pincel en cualquiera de sus manos —con la izquierda y la derecha era igual de hábil desde niño—, Juan Cárdenas hizo sus grandes obras maestras. Sin hacerles reverencias a las tendencias, a las modas o los mandatos externos, creó su arte atendiendo solo el llamado de su voz interior.

Como él mismo dijo en el catálogo de una de sus últimas exposiciones, en la galería La Cometa, su territorio era “el extraño fenómeno de la vida y la existencia”. “Y creo que el artista debería poder decir: ‘yo tuve la suerte de saborear la existencia, y en ese corto lapso, esto fue lo que vi’”.

Y vio mucho. Su arte —figurativo o abstracto, íntimo o histórico, con él como protagonista (el autorretrato fue central en su obra) o con sus personajes enigmáticos e inciertos— daba cuenta de sus intereses y de sus propias búsquedas. Paisajes urbanos o rurales. Espacios y perspectivas que retan al espectador. Orden y caos. Realidad e ilusión. 

Con su estilo, Cárdenas también reconstruyó escenas y personajes de una Colombia del pasado, en particular de una Bogotá antigua que le gustaba revivir. “El pintor puede prestar un gran servicio a la sociedad como arqueólogo con el arte visual. El artista puede recrear lugares y personajes que ya no existen y permitirnos ver cosas que han desaparecido”, nos dijo en la entrevista reciente que publicamos en la revista Bocas. Incluso llevó su talento al papel moneda, con el diseño del billete de 5.000 que tiene la imagen del poeta José Asunción Silva. Es cierto: nada le era ajeno a este artista.

El legado de Juan Cárdenas Arroyo es inmenso en el arte colombiano. Y sin embargo, cada día, en ese taller donde pintaba y borraba y volvía a pintar y volvía a borrar, él solo pretendía ser fiel a su obra. “Reconozco que nunca llegaré a la perfección. ¿Qué tal que lo creyera? Si en el arte se pudiera llegar a la perfección, dudo mucho que yo lo logre”, terminó por decir. Esa mañana de lunes, el maestro se despidió con una frase amable, sus manos en los bolsillos, y una sonrisa.

MARÍA PAULINA ORTIZ

Cronista de EL TIEMPO

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