Hay un momento en que un partido se rompe, se aloca y entra en un torbellino en el cual el futbolista vuelve a ser niño, se olvida de las tácticas, del técnico que tiene al costado, de la charla técnica, de los millones, de los autos de lujo, de las botineras, de absolutamente todo; su alma, su mente y su vida se concentran en una sola cosa: tomar la pelota, llevarla hacia adelante, hacer gol y ganar ese encuentro que está disputando, que se ha desmadrado de tanto ir y venir, de tanto afán de los dos lados. No piensa, siente. No especula, deja el cuero. Es el costado lúdico y maravilloso del jugador de fútbol, tan discutible en otros aspectos. Es cuando el marco excepcional de una final del mundo o en este caso una semifinal de Champions se desordena para bien y el ansia transforma el juego en una refriega, en un duelo de potrero, de patio de colegio donde nos transpiramos hasta mojarnos y rompernos los botones de la camisa y la corbata del uniforme; en un picado del potrero de la esquina con arcos marcados con piedras o palos, en un desafío de la empresa entre ventas y tesorería, en una topada barrial a mil pesos por cabeza… Ya no hay pizarrones ni flechitas ni mandatos tácticos. Es todo adrenalina.
Inter vs. Barcelona, en la Champions. Foto:EFE
Eso ocurrió, como nunca quizás, en ese ya inmortal Inter 4 - Barcelona 3 que se inscribe entre los espectáculos más notables de la historia y que determinó el pase a la final del estructurado y solidario cuadro italiano. Era tan sensacional lo que estábamos viendo, tan bello, cambiante, emotivo, sorprendente que nos preguntamos seriamente: ¿puede ser este el mejor partido de la historia…? ¿El más brillante de lo que hayamos visto…? Al menos este cronista, que vio algunos. No lo afirmamos, simplemente nos lo preguntamos. Por la emoción, por la instancia, por ser en Champions, por los vaivenes, las actuaciones excepcionales y los goles extraordinarios. Hasta por la injusticia del resultado, otro de los tantos condimentos de este juego-deporte-entretenimiento-negocio.
¿El mejor de todos…? Quién sabe… La memoria nos gambetea. Lo deslizamos en Twitter. Las respuestas son coincidentes: “Puede ser, está entre este y la final del Mundial Argentina 3 - Francia 3”. Pero en esa definición de Catar, épica, sin dudas, Francia durmió la siesta durante 79 minutos. Miró cómo Argentina lo arrollaba. Otros mencionan el llamado “partido del siglo”, Italia 4 - Alemania 3 del Mundial del ’70, que en su momento enamoró, pero aquello era otro fútbol, más lento, con espacios y tiempo para todo. Fue atrapante en su momento. Lo mejor es no volver a verlo y conservar la evocación entrañable así como está.
Pedri y Yamal Foto:EFE
En cambio este martes en Milán fue vértigo puro los 132 minutos que duró entre el tiempo regular, el suplementario y las adiciones. Nadie paró un instante. Ganaba el Inter 2-0 con autoridad, lo dio vuelta el Barça en un segundo tiempo suyo sublime, con Pedri dando una cátedra y Lamine Yamal deslumbrando en cada arranque, en cada gambeta. Cuando iban 93 minutos y Barcelona ya sacaba los pasajes para la final de Múnich sucedió lo insólito: centro bajo de Dumfries por derecha y apareció como 9 Francesco Acerbi, un áspero y heterodoxo zaguero centro de 37 años, que la clavó al estilo Gerd Müller para estampar el 3-3 y llevar la volcánica semifinal a la prórroga. Qué hacía allí Francesco Acerbi solo lo saben Dios y él. Estaba como un oso blanco en el Sahara, totalmente fuera de su hábitat. Pero ese gol lo define como guerrero, como ganador, como hombre de fe. Tanta fe que derrotó dos cánceres y al alcoholismo. Y sigue en la élite. Dominaba el cuadro catalán y Acerbi se quedó arriba esperando el milagro imposible como el náufrago que sigue oteando el horizonte ya con la última esperanza de divisar una vela, una proa. Total, ya el Inter estaba eliminado. Pero le apareció esa bola y estremeció la red. Si el Inter sale campeón, Acerbi entrará en la historia personal de millones de interistas. En su carrera triunfal, completamente enloquecido, Francesco se sacó la camiseta y la tiró, se sacó la malla que tenía debajo y la tiró, quería sacarse los tatuajes, la piel, el corazón y arrojarlos a los tifosi. Ese gol fue el de la resurrección. Estaba muerto y enterrado el Inter. El hincha que de verdad es hincha sabrá valorar ese gol por décadas.
Su frenética carrera, sus gritos, son un homenaje a la honestidad del jugador, una desmentida a esa frase de que “lo único que les importa es la plata”. El jugador sale con todo a ganar. Los 22 titulares y los 12 de cambio que ingresaron la noche del martes en Milán dejaron hasta el último hálito de aliento tratando de ganar, por ellos, por sus familias, por sus hinchas, por su camiseta. Por eso y por la belleza del juego llevaron ese partido a la categoría de cumbre futbolística.
Barcelona vs. Inter, semifinal de la Champions. Foto:EFE
Y llegó el alargue. Y esos treinta y pico de minutos extras fueron el paroxismo. El Inter, un equipo sin estrellas, pero organizado a la italiana por Simone Inzaghi, o sea aprovechando todo al máximo, volvió a agrandarse con el empate y golpeó una cuarta vez por mediación de Fratessi, buen volante derecho que recibió en el área, amagó, se creó el espacio para el remate y la colocó a una punta, ajustada al palo del impronunciable arquero polaco de siete consonantes y una sola vocal, Szczesny. Era el 4 a 3, era llegar a la final.
El Barcelona se fue arriba de nuevo, a quemar naves, con esos dos chicos sensacionales que son Pedri y Lamine. Cada maniobra del zurdo representaba un drama para el Inter, para sus hinchas y para el fútbol italiano todo. Encaró, desbordó, centreó, mando un bombazo al palo y en una más disparó al ángulo y el fabuloso arquero Yann Sommer la echó con las uñas al córner. Que te saquen esa pelota es una injusticia satánica, pero Sommer, un arquero que hace diez años tiene un rendimiento notable t que tiene enamorada a toda Suiza, voló e impidió el gol. En esa acción, Sommer le sacó la final y tal vez el Balón de Oro a Lamine Yamal, que ya puede reclamar el rótulo de mejor del mundo, simbólicamente, de las manos de Messi. No de Mbappé, no de Vinicius ni de ningún otro. Ellos nunca lo fueron. Ahora sí hay un heredero con todas las credenciales que semejante título exige. El testimonio pasa de un genio a otro. Estamos ante un posible monstruo del fútbol, ojalá nada lo desvíe. Disfrutémoslo.
Barcelona vs. Inter, semifinal de la Liga de Campeones. Foto:AFP
Pasarán años y el Barcelona se seguirá preguntando cómo se le escapó la final de Champions que se jugará el 31, incluso cómo se le escurre este título. El Inter había recibido solo 5 goles en los 12 partidos anteriores y en este doble choque lamentó seis. Eso habla de las bondades del cuadro de Hansi Flick. Que marcó, en el torneo, la locura de 43 tantos en 14 partidos. No le alcanzó. Muchos analistas culparon a su defensa por sufrir 7 caídas en esta semifinal, pero el Inter recibió 6. No hay mayor diferencia. No es la causa. Hubo fatalidad y hubo Sommer.
Estamos frente a una Champions fantástica en juego y goles (fabuloso 3,26 de promedio por cotejo). Solo en este cruce semifinal se dieron 13 goles entre dos equipos grandes y muy parejos. Habla maravillas del nivel futbolístico que estamos viendo. Es posible que en un futuro pueda darse una exhibición similar desde lo técnico y estético, aunque difícilmente se superen la velocidad y la intensidad de este Inter-Barça porque lo físico tiene un límite humano. Y si no se ha llegado a esa frontera, estamos muy cerca.
Inter vs. Barcelona, en la Champions. Foto:AFP
Último tango...
Jorge Barraza
Para EL TIEMPO
@JorgeBarrazaOK