'Hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones'. El Contralor General de la Nación se confiesa con la Revista BOCAS

hace 2 horas 22

Carlos Hernán Rodríguez viene de una familia campesina de Santa Elena, Valle del Cauca. Creció en Palmira y se salvó de estar entre los diputados asesinados por las Farc en el 2007 después de cinco años de cautiverio. El día que sus compañeros fueron engañados y secuestrados por los guerrilleros, él atendía una emergencia médica de su hijo recién nacido y eso lo salvó. Hoy es el contralor general de la Nación, lo conocen poco, es hincha de ‘la mechita’, dice que tiene buen sentido del humor, pero no puede permitirse un solo chiste en un país azotado por la corrupción. Esta es su historia.

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Un vigilante uniformado custodia la entrada de su oficina, cuando el contralor dice que puedo pasar, el hombre me da paso y quita con un control remoto los seguros de la puerta para habilitar el ingreso. Carlos Hernán Rodríguez es un hombre alto y de contextura gruesa. Está vestido impecablemente de traje y corbata. Es lo habitual en su cargo, pero ese día –además–, es el entierro de uno de sus grandes amigos.

Rodríguez tiene un particular récord histórico. En menos de dos años sacó 525 votos en el Congreso, 260 en su primera elección como contralor y 265 en la segunda, que lo ratificó en el puesto luego de que lo tumbara el Consejo de Estado por vicios de trámite. Un lujo que no han conseguido ni siquiera los gobiernos con sus maquinarias más aceitadas. Hoy es el hombre que lleva las cuentas de la Nación. Una tarea que sabe que no es grata, pero que ejerce con una convicción de acero y a rajatabla; su objetivo final es que no se roben la plata de los servicios básicos y de las obras públicas de los colombianos o –como él mismo dice– “que no se la roben tanto”.

La entrevista con el contralor está en la nueva edición de Revista BOCAS.

La entrevista con el contralor está en la nueva edición de Revista BOCAS.

Foto:Camilo Rozo / Revista BOCAS

Llegó al cargo ‘dando la guerra’, pero absolutamente convencido de que era su destino y de que estaba escrito. Desde que entró a la Universidad Santiago de Cali se puso la meta de ser contralor, fiscal o procurador. Llegaba media hora antes a clase a pesar de tener que viajar desde Palmira a Cali todos los días en colectivo, en Trejos o en Expreso Palmira y luego en un bus Blanco y Negro ejecutivo, en un Papagayo o en un Azul Crema. Fue el mejor estudiante de la carrera y para sus compañeros fue un lambón porque solo se relacionaba con los profesores. Su objetivo era claro, quería demostrar que un hijo de campesinos podía codearse el poder con los que tenían apellido. Su despegue en la política fue en cargos de elección popular. Fue concejal de Palmira en dos periodos, entre 1995 y 2000. Y al año siguiente llegó a la Asamblea del Valle apadrinado por Carlos Holmes Trujillo. Hacer campaña era para lo que creía que había nacido hasta que ocurrió el secuestro de los diputados del Valle por parte de las Farc y se salvó de milagro.

El jueves 11 de abril del 2002, un pelotón de las antiguas Farc, disfrazados de militares, irrumpieron en el edificio de la Asamblea, ubicado en el centro de Cali. Los guerrilleros les dijeron a los 12 diputados que estaban sesionando que había una amenaza de bomba, algo creíble dadas las circunstancias del conflicto en esa época. Los evacuaron en un bus en el que supuestamente los iban a poner a salvo, pero terminaron internándolos en la selva donde los tuvieron cautivos durante cinco años. Rodríguez era el segundo vicepresidente de la Asamblea. El día del secuestro, su hijo Carlos, de apenas seis meses, no quería comer. Pensaron que estaba enfermo y corrió con su esposa a la clínica. Llegaron y Carlos recuperó el apetito, y en ese momento sus compañeros de trabajo estaban empezando un viaje del que solo regresaría vivo Sigifredo López. El contralor está convencido de que fue una intervención divina.

"Yo estudié toda la carrera becado, nunca le pagué un peso a la Santiago (de Cali). Lo que pagó mi papá en el primer semestre me lo abonaron para los derechos de grado y la toga, porque los diez semestres fui matrícula de honor".

"Yo estudié toda la carrera becado, nunca le pagué un peso a la Santiago (de Cali). Lo que pagó mi papá en el primer semestre me lo abonaron para los derechos de grado y la toga, porque los diez semestres fui matrícula de honor".

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

El secuestro de los diputados estuvo todo el tiempo ligado a su vida, no solo por la cercanía con ellos, sino por las coincidencias. El nacimiento de Manuela, su segunda hija, coincidió con la noticia del asesinato a sangre fría de Rufino Varela, Carlos Barragán, Jairo Javier Hoyos Salcedo, Alberto Quintero Herrera, Juan Carlos Narváez, Edinson Pérez, Nacianceno Orozco, Carlos Charry, Francisco Giraldo, Ramiro Echeverry y Héctor Arismendy, por parte de las Farc. El 27 de junio del 2007, en ese momento, Carlos Hernán Rodríguez corría desesperado de la sala de neonatos a cuidados intermedios por una complicación en el parto de su hija cuando recibió la llamada de Fabiola Perdomo: los mataron, le dijo. Aún hoy, después de 17 años, traga saliva para no llorar. Se sigue hablando con Sigifredo López y con los hijos de sus excompañeros, que hoy tienen las edades de sus padres cuando fueron asesinados.

Este episodio le generó un daño irreparable y lo sacó de las canchas del juego electoral. No volvió a aspirar a ningún cargo de votación popular, pero tampoco se desligó de lo público. En el 2022, ad portas de su designación como contralor, el periodista Gonzalo Guillén lo relacionó con el cartel del Norte del Valle, pero no pudo mantener sus acusaciones y tuvo que retractarse públicamente. Rodríguez dice que su único nexo con esa parte de la región es su esposa, Lina María Guevara, porque nació en Cartago.

El contralor, aparentemente, es un hombre gris, serio, templado. Pero en la informalidad es sarcástico y divertido. Se jacta de tener un buen sentido del humor, pero le resulta imposible demostrarlo en su faceta de fiscalizador y en un cargo que no da pie a la desfachatez.

Es un fiel hincha del América de Cali, tanto que los que lo reconocen en la calle le preguntan más por el equipo del diablo que por la plata recuperada por la Contraloría. Rodríguez asegura que la corrupción está tan enquistada en el sistema político que ha llegado a unos niveles de descaro que cree imposible erradicar. Y, en medio de todo, le apuesta más a la polémica frase del expresidente Julio César Turbay Ayala, “reducir la corrupción a sus justas proporciones”.

Usted logró un hito alcanzando una mayoría casi absoluta en el Congreso en pleno, el sueño de cualquier presidente… ¿cómo lo hizo?

Pienso que obedece a un recorrido histórico que he tenido en el ejercicio de la actividad pública y política, el cual inicia en el Valle del Cauca. Influyó haber sido concejal, diputado, tener un recorrido importante a nivel departamental como secretario de Planeación, secretario de Desarrollo Institucional, contralor del departamento, defensor del Pueblo. Desde el plano regional, no solamente la opinión pública sino la clase política lo va conociendo a uno. Luego llegué a Bogotá, donde fui director nacional de Defensa Pública y posteriormente auditor general. Yo diría que es un reconocimiento –me siento muy honrado de ello– a una labor y a una tarea que se ha venido haciendo durante mucho tiempo.

Hay quienes dicen que tener ese consenso tiene un costo…

Yo pienso que un grave error es que se ha estigmatizado la palabra “política”. Cada vez que aquí a la gente le hablan de política es sinónimo de corrupción, de malo, de bandidaje, ¡uy, no, a mí no me hable de eso! Pero la política en el contexto histórico obedece a una necesidad. Platón fue político, Sócrates fue político. Hay que reivindicar ese ejercicio de la política y no avergonzarse de ello. En los partidos políticos hay gente mala, pero también hay gente muy buena. En mi elección, por lo menos en la segunda, influyó también el cambio de Gobierno. Querían tener en la Contraloría a una persona que tuviera un carácter de independencia. No es fácil lograrlo. Yo, debo admitirlo, hablo con el expresidente Uribe, con el expresidente Gaviria, con Germán Vargas, con el expresidente Duque… como hablo también con el presidente de la República. Ser garante no implica ser amanuense o ser cómplice, no, ser garante es no permitir que se instrumentalice el ejercicio del control como un arma política para atacar a quien piensa diferente.

¿Y usted bajo qué ideología se enmarca?

Yo siempre he dicho que soy de una ideología profundamente liberal, sin que ello implique militar en el partido. Yo soy un socialdemócrata por convicción. Sin embargo, hay unas posiciones en las que soy muy conservador, soy chapado a la antigua en muchas cosas.

Como en qué…

Por ejemplo, mi hijo de 23 años, que vive en el exterior, me pide permiso para ir al cine cuando viene aquí y punto. De igual manera con las otras dos, con las niñas… me tienen que estar reportando, no notificando. Tengo una relación muy fluida con ellos, pero también dicen que soy demasiado rígido en muchas de las reglas que les impongo. Pero yo pienso que debe ser así, eso es la formación. Lo aprendí de mis padres, quienes fueron dos campesinos, no formados, sin educación superior, pero personas profundamente cultas.

"Yo siempre me he jactado de tener buen humor. Me cuenta Sigifredo (el único sobreviviente del secuestro), que una vez dijeron ‘hombre, qué pesar que Carlos Hernán no está porque hubiese sido chévere’. Quién sabe cómo lo hubiera enfrentado yo".

"Yo siempre me he jactado de tener buen humor. Me cuenta Sigifredo (el único sobreviviente del secuestro), que una vez dijeron ‘hombre, qué pesar que Carlos Hernán no está porque hubiese sido chévere’. Quién sabe cómo lo hubiera enfrentado yo".

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

¿De ellos sacó la vena política?

No, no. Ellos son de un origen profundamente humilde. Éramos una familia pequeña: mi mamá, mi papá, mi hermano y yo. Ellos eran totalmente ajenos a la política, es más, no les gusta. Pero mi abuela paterna, me contaba mi papá –quien ya falleció–, era una señora de convicciones muy liberales. Me decían, la vena política la heredó Carlos de la abuela. Ellos, con mi abuelo, fundaron un pueblo, Santa Elena, en el Cerrito, Valle, donde se escribió la novela María. Allá mis papás se conocieron. Mi mamá era la menor de una familia que nunca conocimos, porque mi abuela materna falleció en el parto de mi mamá y a la bebé la tuvieron que regalar. Ella llegó a la casa de mi papá a cuidar a la abuela paterna y mi papá terminó enamorándose de ella. En esa época no era bien visto que el señor de la casa se fuera con la persona que ayudaba en las labores domésticas, pero mi papá lo hizo y no le importó. De ahí en adelante, se esforzaron mucho para darnos educación. No me olvido que decían: “esta tierra hay que venderla para que Carlos Hernán estudie”. Yo pensaba, ¡uy, venderla para que estudie, que apuesta tan riesgosa esa! Una frase muy célebre que siempre me dijo mi papá fue “mire, no haga política para que lo quieran, que en la política no quieren a nadie, haga política para que lo respeten. El día que usted se gane el respeto de la gente, ese día usted llegará a ser un buen político”. Fue una máxima de mi padre y siempre la aplico. Que me quieran o no me quieran no es trascendental, sí me parece importante ser una persona que genere respeto.

"Yo creo que el contralor tiene que ser como los árbitros en los partidos de fútbol, cuando usted no habla del árbitro, el partido estuvo bueno".

"Yo creo que el contralor tiene que ser como los árbitros en los partidos de fútbol, cuando usted no habla del árbitro, el partido estuvo bueno".

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

¿A quién considera usted su padrino político?

Yo recuerdo mucho, cuando voy a los orígenes del porqué, a un exalcalde de Palmira, Luis Eduardo Mendoza. Él todavía vive. Fue el segundo alcalde por votación popular y yo lo acompañé desde la primera vez que se lanzó. Yo tenía 16 años y me encantaba el tema. Mi papá me llevaba a votar cuando era con papeleta y yo le pedía que me dejara mojar el dedo en la tinta. Él decía, “no, a este pelao le va a gustar esa vaina, qué pereza”, y procuraron desanimarme por todos los lados, pero no dio frutos. Cuando inició la campaña Mendoza, recuerdo yo, aún no podía votar, pero lo acompañaba en el carro y comencé a ver la cercanía con la gente, el discurso, el mensaje. Perdió esa elección, pero cuando todo mundo estaba desanimado en esa sede, di mi primera intervención en público. Me paré al frente del director y dije: “pero qué pasa, son dos años, al otro día que se posesione este alcalde, ya falta un año y pico para que salga. Aquí lo que tenemos que hacer es iniciar la reconquista del poder, vamos con todo, esto se puede”. Y arrancamos a hacer un trabajo en el que la frase de campaña era ‘Ahora sí’, y efectivamente se ganó esa elección. Mendoza me ofreció entonces ser el secretario privado de la Alcaldía, tenía 18 años, ya estaba estudiando derecho, pero mi papá me dijo que no. Recuerdo que me preguntó: “¿usted quiere ser secretario privado del alcalde o quiere ser el alcalde?” Y yo, papá… es una oportunidad, pero me dijo no, “siga estudiando y siga en la universidad… mientras usted viva aquí, coma aquí, usted tiene que rendir cuentas y hacer lo que yo le diga”. Entonces no me dejó aceptar esa secretaría, pero Mendoza fue un buen alcalde. Hasta hoy se reconoce como un extraordinario alcalde.

¿Y cómo le fue cuando decidió lanzarse al agua en la elección popular?

Muy bien. Yo fui concejal de Palmira en dos periodos y diputado en la Asamblea Departamental. Me encantaba hacer campaña, esa es mi vida. Los paseos míos de fin de semana eran ir a Alcalá, Cartago, Obando, Versalles, entrar donde el señor de la tienda, la farmacia, hablar con la gente era muy sabroso. Yo vengo a interrumpir la elección popular por el secuestro de los diputados. Eso terminó afectándonos a todos. A mí me afectó mucho. Tenía muchas intenciones de volver a la política, pero no, me entregué a la docencia. Yo en Cali y en el Valle soy más reconocido por la docencia que por la parte política. Arranqué muy joven –y no es que ahora me considere viejo–, pero la gran mayoría de profesores de Derecho Público, congresistas y concejales del Valle del Cauca fueron alumnos míos. Es una gran satisfacción. Yo a ellos les decía siempre en clase: “yo alguna vez voy a aspirar a ser procurador, contralor, fiscal; les quiero mostrar que esa es una pelea que se puede dar”. “Voy a dar una pelea histórica –les decía–, se los certifico”. Y aquí estoy.

¿En qué consistía esa pelea?

Es muy difícil que una persona –aquí ya me van a calcular la edad– que monte en Cali en los buses Coomoepal, en el Papagayo, en el Azul Crema, en el Verde y Rojo o en el San Fernando, un hombre que anda a pie, que sus padres no tienen origen político, que saca su carro a cuotas, diga que va a aspirar a ser contralor general de la República o fiscal general. Eso es imposible para los muchachos. Entonces, más allá de haber llegado a donde estoy, de verdad, no por ego ni vanidad personal, sí me gusta mostrarles a ellos que se puede. Uno no puede estarse condoliendo todo el tiempo. Yo la guerrié. Fui líder estudiantil, representante a los consejos y también profesoral. Si la clase era a las 6:30 de la mañana, yo llegaba a las 6. Toda la vida. Llegar media hora antes me daba la oportunidad de poder compartir con los profesores. Nunca fui muy relacionado con mis compañeros, no, yo apuntaba al profesor. Y los demás decían: ese Carlos Hernán es muy sapo, muy lambón. Bueno, ese lambón o sapo logró entablar relaciones a los 21 años que le permitieron ocupar los principales cargos en la Universidad. Yo estudié toda la carrera becado, nunca le pagué un peso a la Santiago (de Cali). Lo que pagó mi papá en el primer semestre me lo abonaron para los derechos de grado y la toga, porque los diez semestres fui matrícula de honor. Ahora, yo digo que en la vida uno sí tiene que esforzarse, pero también tener suerte y la bendición de Dios. Hay mucha gente que también trabaja y se esfuerza, pero no tienen tantas bendiciones.

El secuestro y la masacre de los diputados

¿Esa bendición lo acompañó también el día en que las Farc secuestraron a los 12 diputados, en el que se salvó de milagro?

Sí, claro. Pero entonces mi padre me dice que yo qué voy a hacer por la liberación de los diputados, porque quedé de presidente de la Asamblea. Y fíjate que quedé como presidente también por una circunstancia coyuntural. El día de la elección me dijeron mis compañeros que ya se habían cerrado los acuerdos y me pasaron la lista de la gente por la que había que votar. Entonces pedí la palabra para dejar una constancia y dije, entre chiste y chanza, “cuando uno va a aspirar a una vaina de estas, a mí mis padres me enseñaron que uno por educación llama y pide el voto, a mí nadie me ha llamado y yo a ustedes no los conozco, entonces voy a votar en blanco porque hay que tener elegancia para las cosas, yo así no funciono”. Ese episodio generó simpatías en mis compañeros, quienes me propusieron como candidato a segundo vicepresidente. Yo siempre he dicho que no he tenido votos, pero tampoco vetos; por esa razón fui elegido. Luego, con el presidente y el vicepresidente secuestrados, me tocó asumir la dirección de la Asamblea en el momento más difícil de la historia institucional de la política del Valle.

El contralor vivió una serie de casualidades familiares con el secuestro y la muerte de los diputados del Valle, entre ellos, el nacimiento de su segunda hija.

El contralor vivió una serie de casualidades familiares con el secuestro y la muerte de los diputados del Valle, entre ellos, el nacimiento de su segunda hija.

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

¿Y qué medidas tomó?

Fue muy duro porque primero, la guerrilla quería dejar al Valle sin Asamblea, y yo les di esa pelea. En ese entonces recuerdo que mandé a sacar unos pasacalles que decían “el Valle tiene Asamblea”, y convoqué a la sesión y seguí sesionando con los 13 diputados que estábamos, éramos 25, y no quise posesionar a los segundos renglones para no dejar a las familias de los diputados sin salario. Yo sostuve eso, siempre les pagué a los familiares sin que existiera jurisprudencia alguna. Eso me valió una denuncia ante la Corte, otra penal por prevaricato, pero yo pensaba, ¿qué hubiese querido que hiciera el que hubiera quedado si yo estuviera secuestrado? Lo mínimo que hubiera querido es que se diera la pelea por el bienestar de mis hijos y mi señora; entonces yo tengo ahora una extraordinaria relación con todas las familias de los secuestrados. Soy muy cercano a esos niños que hoy en día ya son unos grandes profesionales.

¿Recuerda el momento en el que se enteró que fueron asesinados?

Sí, claro; ese día nació mi hija. El día que llegó la noticia fue el 27 de junio, no se me olvida. Yo estaba en la clínica, mi hija estaba por nacer, la niña se enredó en el cordón umbilical y la madre hizo una preeclampsia severa y eso fue durísimo. A Lina la llevaron para cuidados intermedios porque había que estabilizarla, y a la bebé también para la unidad de neonatos. Estaba en eso, no se me olvida, cuando recibí la llamada de Fabiola Perdomo: 'mataron a los diputados', me dijo. Tengo muy marcado ese episodio con mi familia. Con mi hijo Carlos, porque no voy a la sesión en la que los secuestran porque él estaba enfermo. Nunca supimos qué le dio, solo no quería comer, lo llevamos donde el médico, le ofrecieron y ahí mismo comió, no tenía nada; una vaina rara eso. Y su asesinato con el nacimiento de mi hija. A ellos los mataron el 18 de junio, pero la noticia llegó el 27.

Ha pensado en el escenario hipotético en que hubiera tenido que afrontar el secuestro igual que sus compañeros, ¿cómo habría sido?

Sí, claro. Yo siempre me he jactado de tener buen humor. Me cuenta Sigifredo (el único sobreviviente del secuestro), que una vez dijeron “hombre, qué pesar que Carlos Hernán no está porque hubiese sido chévere”. Quién sabe cómo lo hubiera enfrentado yo. Ellos se reunían y decían, “hace falta el hombre como para que anime esto”. Pero Carlos Charry dijo, “no, a ese lo necesitábamos abajo defendiendo lo del salario para los familiares”. Dios tiene sus cosas destinadas. Por ejemplo, mi hijo era uno de los que me decían: “tú vas a ser contralor porque eso está escrito, y si sales es porque te protegen de algo, y si vuelves piénsalo mucho porque eso nunca pasa”.

Pero ese sentido del humor no se ve tanto hacia la opinión pública, supongo que por el cargo. ¿Con qué carácter ha asumido el rol de contralor?

Con el mismo carácter que le pongo a la docencia. O sea, si el estudiante hace bien la tarea, pasa la materia, y si es un estudiante que no presta atención, la pierde. Desde luego, no he visto al primero que le aperturemos un proceso de responsabilidad fiscal o condenemos y diga que fue justo. No. Por eso considero que no es una labor muy grata, la verdad; yo soy consciente de eso, pero no importa. Labor grata la del defensor, eso es una cosa espectacular. Y aquí debo confesarlo, el cargo que me encantaría a mí es la Defensoría, y lo digo no por ego, sino porque primero, soy malo para encorbatarme y en la Defensoría uno puede mantener todos los días en jeans, en cambio el cargo de contralor sí, como usted dice, tiene una faceta que es diferente, dado el componente técnico.

¿Se ha ganado enemigos por esta labor?

Yo no creo. Yo no tengo enemigos, de pronto contradictores… pero le debo confesar algo, yo sentí, más allá de intereses, una gran alegría en la gente cuando volví. Nadie dijo nada, todo el mundo lo vio bien, y eso me deja muy satisfecho, pero me compromete más.

 el piloto David Alonso y Silvestre Dangond.

La nueva edición de BOCAS tiene dos personajes de portada: el piloto David Alonso y Silvestre Dangond.

Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

¿Tiene amigos en la política?

Justamente de aquí voy a salir ahora para el sepelio de Julio César Cárdenas, uno de los hombres que más sabían de control fiscal en el país. Hablábamos mucho, pero nos cruzábamos también. Yo llegaba a una clase o a un conversatorio y Cárdenas ahí; me presentaba para un concurso de control fiscal, Cárdenas también. Me acompañó hasta el último día aquí como funcionario de la Contraloría. Él me decía que nosotros éramos como Diomedes Díaz y Rafael Orozco, porque a Diomedes se le amargaba el rato siempre que iba Rafael Orozco, pero en el fondo se querían. Cárdenas fue un tipo que le aportó mucho a la Contraloría y hoy tengo la tristeza de despedirlo.

¿Cuál ha sido el peor chicharrón que ha tenido que enfrentar en estos dos periodos al frente de la Contraloría?

Salud.

¿Qué, específicamente?

Los informes que hemos sacado frente a los temas de salud, del concepto de las reservas técnicas que debían o que deben establecerse para cubrir enfermedades y que no se hicieron. El sistema de salud nuestro es bueno, pero ha habido unos manejos que no son éticamente viables.

¿Cuál ha sido el caso que más lo ha tocado a usted humanamente?

El tema de los desayunos escolares me indigna, el tema de los medicamentos o que no se atienda a una persona, eso me indigna, que se metan con salud, con educación u obras… Parecido a la canción (A quién engañas abuelo), “puentes donde no hay ríos”, me causan indignación porque hay mucha necesidad y, hombre, no se trata sino de que inviertan y hagan las cosas como tienen que hacerlas, punto.

"La corrupción es el germen que desencadena falta de equidad, desigualdad, violencia. Yo pienso que el problema del Estado no es falta de recursos, el problema del Estado es la incapacidad para direccionarlos en la debida forma".

"La corrupción es el germen que desencadena falta de equidad, desigualdad, violencia. Yo pienso que el problema del Estado no es falta de recursos, el problema del Estado es la incapacidad para direccionarlos en la debida forma".

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

¿Cree que la corrupción es el principal problema del país?

Sí, sin lugar a dudas. La corrupción es el germen que desencadena falta de equidad, desigualdad, violencia. Yo pienso que el problema del Estado no es falta de recursos, el problema del Estado es la incapacidad para direccionarlos en la debida forma. Voy a decir algo que seguramente me lo cobrarán, pero dentro de la informalidad lo hago: Turbay Ayala dijo una de las frases que se tildaron como la burrada más grande, pero en el transcurso del tiempo la sigo valorando. Él decía “hay que pretender bajar la corrupción a sus justas proporciones”. Yo no digo que la corrupción sea justa, no, pero sí me parece que cuando uno ve las prácticas de hoy, las de antes se quedan en pañales. Es que antes decían que se pagaba más por una obra, pero la obra se hacía. Pero es que ahora no las hacen. Actualmente hay una relación clientelar en el sistema político en la que para poder aspirar a cargos de elección popular hay que tener una gran cantidad de plata. La última vez que aspiré, que fue a la Asamblea, me dijeron: ‘ojo, porque usted se quedó en otra foto, cuando todavía la gente era grata’. Y uno iba y le decían, ‘doctor, ayúdeme a fulanita para que trabaje en tal parte’. Es que eso siempre lo ha habido; yo no sé por qué existe ahora una bendita doble moral. Y eso es lo que mata. En esa doble moral se amparan para delinquir, digo yo, de una manera infame. Entonces pienso que ese germen va en cada quien, en cada individuo. Aquí lo que hay es una ausencia de valores y de principios.

"La Contraloría ha recuperado una cifra histórica en plata en efectivo, pero histórica, aunque yo siento que eso a la gente no le dice nada"

"La Contraloría ha recuperado una cifra histórica en plata en efectivo, pero histórica, aunque yo siento que eso a la gente no le dice nada"

Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS

¿Cree posible acabarla?

No, en las circunstancias actuales, no. Yo no veo la posibilidad. Pero sí veo el chance de disminuirla, de que al menos haya temor.

¿Qué espera una vez termine su periodo?

Mirá, yo quiero salir de aquí bien, salir bien librado de la Contraloría y tomarme mi tiempo. Quiero volver a mis clases, hacer una asesoría, porque uno necesita lógicamente el salario, pero cada vez estoy más cerca de mi jubilación. Uno tiene que saber retirarse a tiempo, y la retirada a tiempo es cuando le están diciendo quédese. Hay momentos en los cuales uno debe dar un paso al costado. La vida pública me ha dado todas las oportunidades del mundo, pero no tengo nada en mente dirigido al tema público después de esto; no lo tengo, no tengo un norte diferente a que esto salga bien.

¿Cómo se lleva con el presidente Gustavo Petro?

No me gusta expresar opiniones porque cuando yo expreso opiniones pierdo el carácter técnico y termina generándose una valoración subjetiva en la que termino en la mitad de una polarización. Yo no lo oculto, lo digo abiertamente y no solamente por el presidente, sino por los alcaldes y los gobernadores… yo quiero que les vaya bien a todos, y en lo que la Contraloría pueda servir como un punto de apoyo para que su tarea salga bien, yo estoy dispuesto a hacerlo. La Contraloría ha recuperado una cifra histórica en plata en efectivo, pero histórica, aunque yo siento que eso a la gente no le dice nada. El ciudadano del común lo que dice es, ‘si recuperó tanto, ¿cuánto habrán robado?’. En mi cabeza estamos haciendo una tarea impresionante, pero eso no le dice nada a la gente. El ciudadano, en últimas, qué es lo que quiere: ver su hospital funcionando, tener una mejor calidad y cobertura en la prestación de servicios públicos, punto. Si la gente se siente satisfecha en el servicio público, hay satisfacción general. Por eso, cuando salen esas encuestas que subió, que bajó la imagen del contralor, a mí no me preocupa. Yo creo que el contralor tiene que ser como los árbitros en los partidos de fútbol, cuando usted no habla del árbitro, el partido estuvo bueno.

Sara Quevedo

Revista BOCAS

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