Hay conceptos que parecen opuestos, pero a veces coinciden. Como el dolor que se oculta en el deseo y los finales que allanan el camino a nuevos principios. El poeta Pol Guasch (Tarragona, 1997) escribe en torno a esto y su segunda novela, 'En las manos, el paraíso quema' (Anagrama, 2024) recorre la historia de dos amigos, Rita y Líton, que convierten la amistad en una vía para repensar un mundo en el que puedan vivir mejor.
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En esta novela hay oscuridad y luz al mismo tiempo y una defensa de la esperanza y de la capacidad de repensar un universo habitable.
En una época donde las relaciones de pareja están en el centro, es destacable que haya decidido priorizar la amistad.
En mi primera novela el amor romántico tiene un peso muy importante, y cuando terminé de escribirla me pregunté cómo era posible que le dedicase tanto tiempo a escribir sobre un tipo de amor que para mí es importante, pero no tanto como lo es el de mis amigas, que me ha salvado la vida. También escribí sobre la amistad para suplir una falta, para centrarme en cuestiones que no acostumbro a leer. Me interesaba preguntarme cómo se desean los amigos, cómo se piensan, cómo se separan, cómo gastan el tiempo juntos.
En la novela plantea el dolor por la pérdida de una amiga. ¿Por qué cree que no se le da el mismo valor que al duelo por la ruptura de pareja?
En el relato social de lo que es una vida exitosa, la amistad no tiene un papel fundamental. Recordamos a la gente por los trabajos que consiguieron, por los amores que conquistaron, por las familias que crearon, pero no por los amigos que tuvieron. En una sociedad hipermercantilizada, la amistad tiene muy poco valor. Cuando Rita se separa de Lena, no hay palabras para ese duelo porque socialmente no es importante, y eso produce un inmenso dolor. El duelo es una de las experiencias más colectivas que hay, se trata de comunicar tu dolor al otro y que ese otro cuide de él. Cuando no tienes a nadie para acompañar tu dolor, sientes una inmensa soledad.
Da la sensación de que esa soledad es irresoluble para los personajes.
La compañía, como antónimo de la soledad, es un gran engaño. Es algo que deseamos porque tiene algo de consuelo, pero a la vez también de farsa. La amistad puede llegar a ser una mentira para olvidar que estamos muy solos, pero no por eso es algo malo. Mis personajes descubren en sus primeros años de edad, por motivos distintos, que están profundamente solos. A la mayoría de gente ese descubrimiento le llega más tarde, quizá cuando sus padres mueren. Sin embargo, Rita y Líton viven con la soledad desde siempre y para ellos no es una condena, es algo que forma parte de su ser. De este modo pueden acercarse a la amistad sin romantizaciones, porque saben que tiene algo de salvación, pero también algo de necesidad.
Lo que menciona conecta con los límites de la amistad. ¿Romantizamos de más este tipo de relaciones?
La escritura me ha servido para intentar crear nuevas maneras de entender el vínculo amistoso. Hay mitos sobre la amistad que se compran fácilmente, por ejemplo, que dura para siempre y que es libre, desinteresada y escogida. La amistad no es tan escogida como decimos, porque viene marcada con contextos culturales, económicos, de clase, de género… Y no es una esencia que todos compartimos, la vamos construyendo como podemos, implica una negociación. En ella puede haber mucho interés, mucho egoísmo y una necesidad de no sentirse solo en un mundo tan incierto. Y la amistad, como cualquier otra relación, puede romperse, y el duelo puede ser tan doloroso, o más, que con una pareja.
La novela habla de los finales, ¿a nuestra sociedad le cuesta asumir la finitud?
Lo que duele tanto de los finales es que se rompe un mundo compartido de experiencias, recuerdos y lenguaje que deja de existir. Y con ese universo muere una parte de ti que el otro se lleva consigo. Creo que nuestra generación está acostumbrada a que las cosas sean finitas, si abundan los vínculos superficiales y frágiles es porque estamos muy solos y somos conscientes de vivir en una sociedad inestable. Nos da miedo mostrarnos vulnerables y hemos llegado a creernos unos discursos de individualidad salvaje. Cuando repetimos los discursos individualistas que repiten que tenemos que protegernos, escucharnos, conocernos… al final acabamos convirtiéndonos en unos cínicos incapaces de entregarse al otro.
Esto conecta con las redes sociales y el auge de la tecnología, dos temas que no aparecen en la novela. ¿Por qué decidió omitirlos?
Tengo la sensación de que el discurso social que hay sobre la tecnología funciona como una suerte de telón de acero. Cuando se habla tanto de adicción a redes y de estar hiperconectados, acabamos por no saber qué nos está doliendo de verdad. Quitar la tecnología del centro de la novela era una forma de centrarme en la emoción del sujeto, en el dolor que repercute en su cuerpo y cuyos motivos tienen que ver con el deseo, con el trabajo, con el poder. La desazón generacional, la sensación de frustración y la desactivación política que sufre mucha gente joven no se puede reflejar en una persona haciendo scroll con su móvil. Creo que el dolor es mucho más complejo y va más allá de las redes, tiene que ver con una tristeza y un cansancio que no tienen nombre concreto.
La desazón generacional que menciona tiene mucho que ver con un cansancio vital, ¿diría que el agotamiento es el eje de la novela?
Para mí, el antónimo del deseo es el cansancio. Cuando estás cansado, no puedes imaginar, ni desear. Los personajes están obsesionados con crear su propia vida, con cuidar su propio deseo, con construir su propia casa, incluso con defender su propia tristeza. En una edad joven, socialmente vinculada a lo energético, a lo libidinoso, a lo creativo, a lo reivindicativo… estos protagonistas sienten cansancio porque descubren los límites del mundo. Descubren tristemente que a lo mejor no hay tanta posibilidad para cambiar las cosas. Y frente a esos muros que se encuentran para cambiar la realidad, solo tienen dos alternativas: perseverar en el cansancio, o en el deseo.
Sin embargo, hay mucha esperanza, como si el cansancio y el deseo pudiesen convivir.
Los personajes insisten en el deseo, por eso creo que la novela es esperanzadora. Quizá nunca puedan saltar esos muros que tienen para proyectar otra vida, pero lo intentan. No hay que confundir el deseo con la utopía naif y fácil. Se puede ser realista y consciente de los propios límites, y seguir intentando proyectar otros universos habitables.
En esa voluntad por aunar el pensamiento realista con el deseo están los cuidados de las pequeñas cosas.
Lo que duele tanto de los finales es que se rompe un mundo compartido de experiencias, recuerdos y lenguaje que deja de existir. Y con ese universo muere una parte de ti que el otro se lleva consigo.
Sí, la literatura me permite mostrar la épica de la cotidianidad. No me gusta nada esa frase de que el mundo se cambia con pequeños gestos, porque el mundo se cambia con grandes gestas. Para mí, hay épica en una relación amorosa, en una relación de amistad, en el deseo de querer irte de tu casa y crear una casa nueva, en la voluntad por enamorarte. Eso no son pequeños detalles, son grandes relatos. Hace falta mucho valor y mucha voluntad para proyectar otras formas de vivir.
El elemento de la fiesta atraviesa esta novela. ¿Quiso reflejarla como un espacio libre de la productividad?
Es una experiencia que me interesa muchísimo, porque tiene que ver con el futuro que deseo. Relaciono la fiesta con un lugar de no productividad, con un espacio de encuentro y de comunidad vinculado a lo imprevisible. Me gusta distinguir la incertidumbre negativa con la que convivimos los jóvenes y la imprevisibilidad del encuentro con otros desconocidos. En una fiesta te encuentras con gente de muchísimos sitios, de distintos orígenes y clases. La fiesta es, sobre todo, un espacio donde lo importante es el cuerpo y el otro, la música y lo no racional… una serie de cosas que no solemos vivir en nuestro día a día.
La juventud es un tema que sobresale en el libro. ¿Retratar a jóvenes agotados era una forma de exponer el desajuste entre los estereotipos sobre los jóvenes y la realidad?
Quiero desactivar ese discurso social que relaciona juventud con la potencia, la libertad y la creatividad. Me fascina cómo el relato social puede diferir tanto de la experiencia global, porque la mayoría de gente joven no experimenta la juventud desahogada que se proyecta tan a menudo, sencillamente porque no es rica y privilegiada. La juventud como algo potente lo puede experimentar muy poca gente. Vivo en Barcelona, y aquí, por joven que seas, es imposible vivir tranquilo si no tienes unos padres con un piso en propiedad o una familia que te protege de perder el trabajo. A veces me pregunto quién está construyendo los relatos sociales que nada tienen que ver con la experiencia de la mayoría.
Otro concepto que destaca es el del tiempo que no vuelve. ¿Diría que las vidas de los personajes están limitadas por la imposibilidad de volver atrás?
Tienen todos muchísima consciencia del tiempo que ha pasado y va pasando, y de qué forma ese tiempo modula sus experiencias vitales. En un momento dado, la madre del protagonista, que nunca ha comprendido a su hijo, le dice que solo necesitaba más tiempo para entenderle, y él no se lo pudo ofrecer. Ahí ves que todo es cuestión de tiempo. A menudo, poderse entender y llegar a encontrarse solo es cuestión de tiempo.
El desarraigo familiar combina la crudeza de ese distanciamiento con la ternura en el intento por comprender al otro.
Solemos decir que la familia no la escogemos, pero creo que sí lo hacemos. No hablo en un sentido místico, sino en uno literal. Yo escojo quedarme cada día pendiente de mi familia, elijo seguir llamando “madre” a mi madre, elijo no romper ese pacto porque sé que, si lo hago, el desarraigo que sentiré será inmenso. Creo que hay algo de autoengaño y también un consuelo por no sentirte desamparado y solo, pero no deja de ser valioso. Con la familia pasa lo mismo que con la ficción, es un relato de gente que se ha encontrado de casualidad y está performando algo ficticio, pero no por el hecho de que sea ficticio duele o importa menos.
¿La imposibilidad por comunicarse y los límites del lenguaje eran algo clave?
Hay tantas cosas que sentimos para las cuales no encontramos palabras, que a menudo actuamos de forma automática. Poder parar y ver qué es lo que te está pasando y poner palabras a tus emociones es un privilegio. Estos personajes muchas veces no hablan porque no saben qué decir, pero también porque encontrar las palabras que describen lo que te pasa no es nada fácil.
El lenguaje aparece como catalizador de emociones.
Sí, cuando eres capaz de poner en palabras lo que sientes estás dando un primer paso a cierta liberación. A nuestro alrededor tenemos mil distracciones que nos impiden encontrar las palabras adecuadas, y muchas veces terminamos por callar o decir otras que no representan lo que nos pasa. Cuando los personajes pueden empezar a verbalizar lo que les ocurre es cuando empiezan a vivir de cierta forma. No es en vano que la cita que cierra la novela sea la de Tom Spanbauer cuando dice “apenas estamos empezando a vivir”. Es una forma de decir: ahora que empiezo a tener palabras para lo que me sucede, puedo empezar a vivir todo con conciencia y lucidez.
Destaca el tema del colapso climático, una preocupación cada vez más general. ¿Cree que la literatura puede ser política?
Con este tema quería historizar el dolor. El límite de los recursos naturales es evidente, el colapso climático es real y la transformación de la tierra en un espacio inhabitable está cada vez más cerca. La vida como algo que podía ser vivible está dejando de serlo. Hace mucho tiempo que dejó de serlo para mucha gente, pero ahora está pasando a ser una cosa global y compartida. Cuando escribo de esto hay un evidente gesto político, pero eso no significa que la literatura sea un panfleto. Toda escritura es política porque fija una representación sobre el mundo, pero cuando hago literatura no quiero hacer política, quiero hacer literatura.
LUCÍA TOLOSA
Ethic (*)
En X: @luciadeluna
(*) Ethic es un ecosistema de conocimiento para el cambio desde el que analizamos las últimas tendencias globales a través de una apuesta por la calidad informativa y bajo una premisa editorial irrenunciable: el progreso sin humanismo no es realmente progreso.