El sabor de las palabras / El Condimentario

hace 4 días 10

Imaginemos un mundo donde las palabras no solo se dicen, escuchan o escriben, sino que se transforman en sensaciones que se mezclan: colores que suenan, sonidos que se saborean, formas que se huelen. Este es el universo de quienes viven con sinestesia, una condición neurológica donde los sentidos se mezclan y los límites entre ellos se desdibujan.

Es sin duda una vivencia fascinante y compleja que cuenta Aemilia en el podcast El sabor de las palabras de Radio Ambulante. Cada vez que escucha una palabra, siente un sabor y/o un olor. Eligió el nombre Aemilia porque le sabe a vainilla, mientras que Cecilia, el de su bautizo, le sabía a saliva seca sobre tela.

Es, en términos poéticos, un puente entre mundos de percepciones. La interconexión de los sentidos es un desafío constante, una mezcla caótica que a veces resulta desconcertante, no siempre es bella ni apetecible.

A lo largo de la historia, el arte, la literatura, la poesía y la música han revelado nuestra capacidad de percibir más allá de lo habitual. La sinestesia de sabores (léxico-gustativa), como recurso literario, entrelaza sensaciones gustativas con otros sentidos, invocando imágenes, con la magia de las palabras, que despiertan la creatividad y la imaginación del lector. “Tu nombre me sabe a hierba”, dice la canción de Joan Manuel Serrat. “Tristeza dulce del campo”, en el poema de Juan Ramón Jimenez”. Neruda en su oda al vino: “Vino color de día, vino color de noche, vino con pies de púrpura”.

Esto me ha hecho pensar en mi oficio de columnista y cocinera, donde el lenguaje y los sabores se entrelazan y se conectan de maneras que no consigo descifrar completamente. La cocina, como la escritura, involucra los sentidos en su totalidad; es una experiencia sensorial profunda, una mezcla de texturas, colores, olores y, por supuesto, sabores, que evocan emociones y recuerdos y que te hacen volar la imaginación a lugares desconocidos o cercanos. El aroma amargo del chocolate oscuro envuelve como la sombra de la noche.

Cada ingrediente, cada receta, es un lenguaje en sí mismo, una forma de contar algo sin necesidad de hablar directamente. Es como si las palabras pudieran entrar al paladar y transformarse allí. El café recién hecho sabe a amistad, amargo como un pensamiento no pronunciado, pero reconfortante y dulce como un beso matutino.

Si pudiera saborear mi nombre, como Aemilia, ¿a qué sabría Margarita? A papel mojado que susurra historias, a agua fresca que se desliza entre raíces de cilantro y al insomnio que se acurruca en la madrugada. A limón chispeante, aceitunas verdes que hablan en silencio y a la luna llena que observa todo. Sería un rectángulo improbable, con la textura de madera crujiente, la seducción de las feijoas, el rojo de un atardecer rebelde y el temperamento del café. Y olería a música distante, a viento que desafía, a esmeralda líquida, a ascensor que sube sin rumbo y al jengibre que pica como una risa traviesa.

Y ahora es tu turno: ¿Cuál es el sabor y el aroma de tu nombre?

Buen provecho.

MARGARITA BERNAL

Para EL TIEMPO

X: @MargaritaBernal

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