El pueblo que realizó ofrenda con flores en el río para conjurar un pasado trágico por causa de los paramilitares

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La población de Arenillo, La Ruiza y Los Pinos volvieron al río Flores Amarillas para vestirlo de pétalos de colores. Atrás, quedó ese pasado lúgubre por causa de grupos de autodefensas, donde los asesinatos, las amenazas y violaciones marcaron esta tierra del sur del Valle del Cauca que hoy busca sanación. 

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Fue así que en ese río Flores Amarillas, una ofrenda floral fue depositada en sus aguas para dejar que la corriente hiciera lo suyo, un acto de reparación dentro de ese deseo de superar el miedo vivido en aquellos años entre 1999 y 2004. 

“Esto es algo inolvidable. Lo vivido con el conflicto fue duro, pero nos hemos puesto de pie y este proceso de reparación colectiva nos deja plantada la semilla para seguir adelante”, dijo Francisco Guegia, uno de los líderes de la comunidad. Dijo que estuvo desplazado con su familia durante tres años, luego de la llegada de paramilitares en los años del 2000, cuando la muerte acechaba en cada esquina del corregimiento El Arenillo. El labriego quiere se recupere el turismo, a punta de sembrar café y pescar trucha. Esta región vive también de la yuca y de la arracacha, así como de las artesanías. "Hay familias que sufrieron bastante y siempre van a quedar secuelas, pero como emprendedores, como líderes, nos gusta hacer gestión", dijo el campesino. "Hago la invitación para que nos visiten, tenemos mucho para mostrar, tenemos agua, tenemos aves, tenemos un paquete armado, tenemos una chiva (un bus escalera). 

Comunidad de El Arenillo, en Pradera.

Comunidad de El Arenillo, en Pradera.

Foto:Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO

El labriego sintió tristeza por lo sucedido, pero a la vez, como muchos otros de los campesinos de esta región, mira el futuro con esperanza y así lo manifestó este 17 de septiembre, durante el cierre al proceso integral de reparación colectiva de esta población, cuyo plan de reparación con la Unidad para las Víctimas empezó a ejecutarse en el 2017, poniendo en marcha una serie de acciones que contaron con el decidido empuje de la comunidad y el apoyo institucional.

Muchos de los moradores debieron incluso desplazarse a otros lugares y la soledad fue una constante por mucho tiempo en estas tierras.

Comunidad de El Arenillo, en Pradera.

Comunidad de El Arenillo, en Pradera.

Foto:Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO

Según la directora de la Unidad para las Víctimas, Lilia Solano, la reconstrucción del tejido social y de la vida misma del pueblo no fueron sencillas. Creer en que esto era posible y en que podían levantarse de los golpes causados por la guerra era el primer gran reto. 

El presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) de Arenillo, Carlos Ceballos, recuerda esas primeras reuniones, largas discusiones y lluvias de ideas intentando pegar los pedazos de una comunidad que busca remendarse, en medio del dolor por esa guerra ajena. El líder recalcó que la gente le apostó al renacimiento.

“Reparar es un derecho de los pueblos y se repara para algo, para seguir adelante, para seguir soñando. No se sostiene la vida de los pueblos arrasados por guerra sino por el liderazgo y la fuerza de su gente”, dijo la directora de la Unidad para las Víctimas.

Dentro del proceso de reparación se dieron acciones determinantes, como la construcción y recuperación de infraestructura social y comunitaria, con salón comunal y espacio para brigadas de salud, y la realización conjunta de proyectos productivos con un énfasis especial en el cultivo de la trucha y el turismo ambiental y ecológico.

Esto significó el fortalecimiento de la capacidad de organización, de los liderazgos, capacitaciones, un intenso trabajo psicosocial con la comunidad para la reconstrucción de sus lazos sociales e incontables mingas de trabajo comunitario.

Comunidad de El Arenillo, en Pradera.

Comunidad de El Arenillo, en Pradera.

Foto:Juan Pablo Rueda / EL TIEMPO

La entrega de un bus tipo chiva a la comunidad se convirtió también en un hito que apuntaló aún más el sueño del proyecto turístico, pues con este medio de transporte se hacen hoy en día paseos y rutas por diversas regiones del país.

También se cuenta entre las iniciativas el desarrollo de un sendero ecológico que lleva a la parte alta de Arenillo, donde se llega a un espacio de memoria creado por la comunidad, con fotos de su historia, justo al lado de jardines diseñados para atraer mariposas.

Esta tierra también deleita hoy en día con la suavidad de su Café Pinor, marca propia también producto del renacimiento de este territorio, lo que se suma a la producción de miel pura, la venta de plantas, los paseos a caballo, espacios para paracaidismo y los restaurantes locales que reciben con sus mejores viandas a los deportistas que suelen trepar en bicicleta por estas montañas.

No puede dejarse de lado la creación del Festival de la Trucha, que desde hace seis todos los noviembres atrae a cientos de visitantes, como signo de una comunidad que aunque no olvida lo vivido, ha dado pasos agigantados para contarle al mundo lo que verdaderamente es: “Un pueblo hermoso, espectacular”, como lo dice Jaime Jiménez, líder de esta tierra.

La historia de Arenillo y sus 60 familias aún tiene muchos capítulos pendientes por escribirse. Y en eso están sus habitantes, siendo artífices de sus propios cambios y constituyéndose cada vez más en un pueblo de puertas abiertas a la esperanza.

Esta es otra de las tierras que quiere ver germinar las semillas del optimismo, a su regreso en sus hogares para llenar de pétalos ese río llamado Flores Amarillas, conjurando un pasado de tragedia por los paramilitares. Miran hacia el horizonte, más allá de ese río, con el empuje de levantarse y de construir un porvenir colmado de buenos augurios.

CAROLINA BOHÓRQUEZ 

Corresponsal de EL TIEMPO

Cali

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