En el corazón del Catatumbo, nuevamente se han abierto las llagas de una guerra sangrienta que no ha dejado más que desolación, muerte y violencia. Históricamente abandonada por el Estado, esta región de Colombia ha sido un refugio para los grupos ilegales y sus actividades ilícitas.
Ni la tierra ni sus habitantes han tenido una buena fortuna. Desde mediados de enero, el Frente de Guerra Oriental del Eln y el frente 33 de las disidencias de las Farc han querido hacerse con el poder del territorio a punta de ‘plomo’ para disputarse el control del negocio del narcotráfico, los cultivos y laboratorios de coca y las rutas de comercialización transnacional.
Con el nuevo repunte de la violencia, el ambiente en la zona del Catatumbo se ha convertido en un ruido ensordecedor del accionar de los fusiles, las hojas de coca raspadas y los lamentos de las familias que durante años han tenido que aguantar los horrores de la guerra.
Catatumbo, en Norte de Santander. Foto:Andrés Carvajal
“Estamos ante la peor crisis humanitaria desde la firma del acuerdo de paz”, según lo ha declarado la Organización de Naciones Unidas y la Defensoría del Pueblo; quien había reportado el recrudecimiento de la violencia desde el 15 noviembre del año pasado.
Ante la situación de orden público de la zona, el Gobierno decretó el estado de conmoción interior con el fin de generar discusiones y tomar decisiones sobre la zona del Catatumbo.
De acuerdo con el más reciente informe del Ministerio de Defensa, alrededor de 54.000 personas han sido desplazadas, según Acnur, la Agencia de la Onu, hacia Cúcuta, Ocaña, Tibú y Hacarí.
Además, desde el 16 de enero, 56 personas han muerto y 46.000 niños han tenido que abandonar sus colegios por la falta de garantías de seguridad en la región a causa del recrudecimiento de la violencia.
Miles de desplazados en el Catatumbo han buscado refugio mientras huyen de la guerra. Foto:Cámara de Representantes
De esta guerra, los niños son la población que más preocupa, pues entre amenazas y falta de oportunidades, los menores prefieren optar por el camino de las armas o el trabajo en cultivos de coca. Son estas las dos únicas opciones que conocen en su mundo. No hay más: es la guerra o raspar coca.
De ahí que tantos de ellos crezcan marcados por el recelo de la guerra que les ha tocado vivir; porque las injusticias, las muertes, las dificultades e incluso la violencia los ha privado de soñar mucho más allá de una venganza.
Para muchos, el conflicto no les ha dado de otra más que sobrevivir, obligados a transitar un camino que no trae más que tristeza, desolación y desesperanza.
En los cultivos ilegales se ven familias enteras, ancianos y madres solteras con sus hijos. Foto:Raúl Arboleda- AFP
“Entendí que tenía derecho a soñar”: Rito Álvarez cambió la guerra por la fe y la educación
Para el sacerdote colombiano, Rito Álvarez, escuchar las historias de sufrimiento en el Catatumbo siempre lo lleva a un mismo pensamiento: la educación tiene el poder no solo de abrir puertas, sino que también puede cambiar y transformar la vida de los jóvenes y niños.
Su misión, desde que empezó la Fundación de ‘Oasis de Amor y Paz’, ha sido compartir el don de la enseñanza para formar a las nuevas generaciones en el camino de la paz y la conciencia.
Para Rito, la educación es una herramienta vital en el curso del futuro de la paz en el Catatumbo. Foto:Cortesía de rito álvarez
Antes de ordenarse como sacerdote en Italia en la Diócesis de Ventimiglia - San Remo, hace 25 años, Rito comenzó su camino en el Catatumbo, el hogar que lo vio nacer.
El párroco nació en 1972 en el municipio de San Calixto, territorio que limita con Teorama, El Tarra, Ocaña, Tibú, Sardinata y Hacari. Durante su infancia, Rito vivió en un entorno donde la educación era un privilegio de pocos. La falta de maestros y los recursos tan precarios fueron algunos de los limitantes que marcaron su vida.
No obstante, a sus 8 años, Rito aprendió a leer y escribir gracias al esfuerzo de su familia y otros padres de la comunidad que lograron pagar un maestro; pero nada más. Cuando cumplió 15 años, terminó quinto de primaria y no fue sino hasta que cumplió 17 años que logró retomar sus estudios.
Rito viene de una familia numerosa. Durante su infancia, estuvo rodeado de sus hermanos y padres. Foto:Cortesía de rito álvarez
En varias ocasiones, estuvo invitado para hacer parte de la “revolución”; sin embargo, sabía que, en lo más profundo de su ser, el camino de la guerra no era el suyo. “Si a mí me llevan y me obligan, yo no quiero. Yo quiero otra cosa en mi vida, quiero salvarme y cumplir mis sueños”, declaró Rito en charla con EL TIEMPO.
Muchos de sus compañeros y amigos se unieron a la guerrilla (Imagen de referencia). Foto:Eliana Aponte. Archivo EL TIEMPO
A diferencia suya, algunos de sus compañeros optaron por enfilarse a la guerrilla, pero como todos los que se van, ellos jamás regresaron. “Nuestras únicas ilusiones eran las armas y la coca. Cuando regresé mucho tiempo después de haberme ido del Catatumbo, tuve que oficiar las funciones fúnebres de varios familiares y amigos; incluso de guerrilleros”, reflexionó.
Gracias a las Hermanas de La Presentación, Rito continuó con sus estudios en el municipio de Páramo, Santander, donde validó su quinto de primaria en un instituto de liderazgo social. Allí conoció a Ovidio, un amigo que tuvo la oportunidad de viajar a Italia con una beca para estudiar en un seminario con una comunidad religiosa.
Con ayuda de las Hermanas de La Presentación, Rito logró retomar sus estudios. Foto:Dominicas de la Presentación
“Él me escribió para que me fuera, pero yo era menor de edad y no pude. Yo guardé la carta dentro de la Biblia”, dijo el sacerdote. Años después, como parte de un "milagro", Rito encontró la carta, escribió a Roma y tiempo después, fue recibido en el seminario aun sin haber terminado su bachillerato.
A pesar de haber pasado por dificultades económicas y la preocupación de sus padres, para el año de 1993 logró reunir el dinero necesario para su viaje.
“Tenía el tiquete de Bogotá a Roma, pero hice todo tipo de trabajos para poder llegar a Italia. Al salir del Catatumbo, me di cuenta de que había otro mundo. Entendí que tenía derecho a soñar, a ser feliz, a vivir sin miedo ni rabia”, recordó.
El idioma no fue un problema, pues aunque Rito no era el más estudiado, en menos de 3 meses ya sabía hablarlo sin complicaciones. Para el año 2000, el padre logró ordenarse en la Diócesis de Ventimiglia - San Remo, y a día de hoy ya completa 32 años viviendo en Italia.
Allí ha logrado conseguir una nueva vida, sin olvidarse de su pasado ni de sus hermanos en el Catatumbo.
En el 2000, Rito se ordenó como sacerdote en la Diócesis de Ventimiglia - San Remo, en Italia. Foto:Cortesía de rito álvarez
La lucha de Rito Álvarez contra la violencia y la coca
Desde que el Catatumbo tiene memoria, el conflicto y la violencia hacen parte de su esencia. Primero fue la minería, luego las guerrillas y los paramilitares, y más tarde, la coca.
La riqueza de la zona siempre ha sido su mayor atractivo. Con más de 4.800 km² y su frontera con Venezuela, la región es una de las más prolíficas en carbón y petróleo. Además, por su fructífero subsuelo, la cocaína y la minería son de los negocios más rentables.
Incluso, de acuerdo con la Onu, el 20% de la economía de algunos de los municipios del Catatumbo depende la producción y plantación de coca.
Las plantaciones de coca en el país son uno de los negocios más rentables en el Catatumbo. Foto:Raúl Arboleda- AFP
Sus primeros colonos fueron inversionistas extranjeros, seguidos por grupos armados como el Eln y el Epl en los años 70, y posteriormente las Farc en los 80, de acuerdo con la BBC. En la primera mitad del siglo XIX, el Catatumbo se convirtió en la primera provincia petrolera del país.
Las Farc y el Eln han sido las principales guerrillas del Catatumbo. Foto:Archivo particular
Las confrontaciones con otros grupos no ocurrieron hasta los años 80 y 90, cuando las Farc llegaron con el objetivo de expandir su imperio cocalero introduciendo las matas de coca al Catatumbo con variedades que fueron adaptadas a las condiciones del terreno y la poca presencia del Estado en estos territorios; según explicó en una entrevista con El País, María Fernanda Pérez, investigadora del Centro de Memoria Histórica.
De ahí que esta región se haya convertido en el enclave de coca más importante del país. Tras la desmovilización de las Farc y el Epl, quienes quedaron en la zona fueron el Eln y una parte de las disidencias de las Farc.
El Eln y las disidencias de las Farc han peleado por el control de la coca en el Catatumbo. Foto:Daniel Martinez. AFP - Archivo EL TIEMPO
En la actualidad, y de acuerdo al último informe Simci de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Norte de Santander es el tercer departamento con mayor producción de cocaína en Colombia, con más de 40.000 hectáreas cultivadas.
Nariño y Putumayo ocupan los primeros lugares con 64.989 y 50.342 hectáreas, respectivamente.
La trazabilidad del producto de la cocaína en el país tiene detrás una historia de sangre, violencia y muerte. Hoy, miles de niños y jóvenes crecen atrapados en el cultivo de las plantaciones de coca, con sus manos envueltas entre trapos sucios y cinta de enmascarar; sin acceso a educación y con pocas oportunidades de cambiar su destino.
“Las manos de estos niños trabajan entre 2 y 3 semanas para producir una dosis de cocaína”, explicó Rito.
Estas son las manos de los niños que trabajan en las plantaciones de coca. Foto:Cortesía de Rito Álvarez
De acuerdo con el padre, quien ha estado de cerca en el proceso de la producción de la coca, la labor de estos menores apenas produce una dosis de cocaína que en "Europa se vende por 50 a 150 euros el gramo”.
La cocaína es empaquetada por kilos y enviada a los principales puertos de Europa. Foto:Prensa Policía
Rito ha hecho talleres de sensibilización y conciencia sobre la producción y plantación de la coca en las escuelas de Italia.
Allí, el sacerdote utiliza el término “trazabilidad” para referirse a todos los fenómenos que están detrás de la cadena del narcotráfico en el país: explotación infantil, embarazos en menores, violaciones, muertes y las precarias condiciones en las que viven los jóvenes y niños que están en los cultivos.
En las escuelas italianas, Rito da charlas sobre la sensibilización y concientización de la coca. Foto:Cortesía de Rito Álvarez
“Se vive en la miseria: duermen en el piso, no tienen baños, no van a la escuela y las niñas tienen embarazos adolescentes”, mencionó en su diálogo con EL TIEMPO.
Los niños en las plantaciones de coca son explotados laboralmente y viven en condiciones precarias Foto:Cortesía de Rito Álvarez
Según el párroco, el proceso inicia con la deforestación, ya que la planta de coca no requiere sombra, lo que lleva a la tala masiva de bosques. En Colombia, de acuerdo con el padre, las familias campesinas cultivan entre 4 y 5 hectáreas de coca.
Luego de un año o dos, ya las primeras hojas están listas para recolectarse a mano y rasparse. “Una hectárea puede dar hasta 3 kilogramos de base de coca”, dijo el padre.
Algunos municipios del Catatumbo depende económicamente de la coca. Foto:Cortesía de Rito Álvarez
Tras el proceso de raspado, la coca se corta y luego se mezcla con químicos; luego se purifica en el fuego para eliminar toda impureza y posteriormente, se vende en bloques de pasta dura para su refinamiento. Finalmente, el producto es empaquetado en kilos y exportado a los principales puertos de Europa.
Para Rito, lo más importante de la lucha contra el narcotráfico es que los niños y jóvenes puedan encontrar un mundo más allá de la violencia, la guerrilla y las plantaciones; para él lo esencial es que entiendan que afuera existe un mundo de oportunidades y sueños que los esperan para vivir en paz.
Laboratorio de cocaina Foto:Mindefensa
“Mi sueño es que cada familia del Catatumbo pueda permitir que uno de sus integrantes estudie y salga adelante, porque si eso ocurre, esa persona puede ayudar a muchos más”, afirmó con esperanza.
Por ello, en 2007, impulsado por el deseo de darles una alternativa a los jóvenes de la región, Rito creó la Fundación Oasis de Amor y Paz; una organización sin ánimo de lucro que trabaja incansablemente por la educación y formación de cientos de niños y jóvenes que antes solo veían en la coca y las armas su único futuro.
La educación como herramienta de cambio en el Catatumbo
Aunque el sacerdote ha considerado que tuvo la suerte de “ganarse la lotería” para cumplir su sueño más anhelado (el estudio), su misión ahora es compartir esta misma fortuna con otros jóvenes para educarlos y formarlos por el camino de la conciencia y la paz.
En 2007, Rito creó la Fundación de Oasis de Amor y Paz. Foto:Cortesía de Rito Álvarez
La construcción de este sueño comenzó entre los años 2001 y 2002, cuando su familia fue desplazada del municipio de El Tarra, perdiéndolo todo. Desde ese entonces, se establecieron en Ábrego, el municipio de sus abuelos.
Aunque consideró migrar con su familia hacia Ecuador, Rito decidió quedarse y aprovechar un terreno familiar para ayudar a niños que no tenían estudios, trabajan explotados en campos de coca, habían sido afectados por la violencia o que simplemente se habían unido a la guerrilla.
La fundación ayuda a jóvenes y niños que han estado en la guerrilla o en plantaciones de coca. Foto:Fundación Oasis de Amor y Paz
La fundación comenzó ayudando a tan solo 10 niños, con el objetivo de formarlos y educarlos. Según recordó, las condiciones eran limitadas, pues ni siquiera tenían un comedor donde cenar, por lo que optaban por comer debajo de un gran árbol.
“Teníamos una habitación para mi hermana, que era como la madre de ellos, y una cocinita de leña. Pero éramos felices, porque sabíamos que debajo de ese árbol donde comíamos podíamos soñar”, mencionó con cierta satisfacción y alegría.
Un año después, con ayuda de algunas campañas que realizó en Italia, logró conseguir la primera casa en Ábrego para ayudar a más niños.
Lo que inició como algo “temporal y pequeño”, terminó por convertirse en un gran proyecto. Hoy en día, la fundación tiene más de 150 niños y jóvenes en tres sedes distintas.
La fundación empezó con 10 niños. Ahora, son más de 150 los que han sido ayudados. Foto:CORTESÍA DE RITO ÁLVAREZ
La primera es la Casa de Los Ángeles en Ábrego, el hogar principal de la fundación. Luego, en 2013, abrió el Centro Universitario Semillas, dentro de la Universidad Francisco de Paula Santander, para ofrecer educación superior a jóvenes del Catatumbo.
Y finalmente, en 2020, la organización adquirió la finca El Roble, donde se realiza la plantación de diversas variedades de café como alternativa a los cultivos de coca en la zona.
El Centro Semillas está ubicado dentro de la Universidad Francisco Paula Santander. Foto:Cortesía de Rito Álvarez
Finca El Roble (derecha) y Casa de Los Ángeles (izquierda). Foto:fundación oasis de amor y paz
Para obtener recursos extra para la fundación, en el año 2007 el padre Rito y otros socios crearon la asociación Angeli di Pace en Italia, la cual se dedica a realizar campañas de sensibilización y concientización de la problemática de los menores explotados en las plantaciones de coca y el reclutamiento forzado.
Además, según explicó, también tienen participación de voluntarios y promoción de iniciativas educativas y formativas. Por otro lado, la organización de Oasis for Peace, fundada en Mónaco en 2018 por Alessandro Dalmasso y Sylva Cosulich Dalmasso junto a Rito, promueve la siembra del café en la finca El Roble.
Oasi Angieli di Pace y OFP, las otras dos caras de las fundaciones del padre Rito. Foto:Cortesía de Rito Álvarez
Con las ganancias de este negocio, que hasta ahora ha empezado, gran parte de los ingresos se utilizan para invertir en la educación y proyectos de Oasis de Amor y Paz.
En la finca El Roble, la FOAP cultiva variedades de café para reemplazar los cultivos de coca. Foto:Fundación Oasis de Amor y Paz
Según Rito, el núcleo de la fundación es la formación en la paz, la educación y el trabajo. “Yo no quiero que los jóvenes estudien para ganarse el dinero fácil, lo que me gustaría formar es hombres con conciencia”, afirmó el padre.
Lo importante para él, es que los jóvenes entiendan que no solo deben pensar en su propio bien, sino que busquen compartir eso bueno que les pasa con el mundo y con los demás. “Ojalá que en la mentalidad de todos la prioridad fuera el bienestar del otro”, dijo.
La fundación cambia y transforma las condiciones de vida de niños y jóvenes del Catatumbo. Foto:Fundación Oasis de Amor y Paz
Rito Álvarez habla sobre el recrudecimiento de la violencia
Para el sacerdote, el actual conflicto en el Catatumbo surge por la falta de oportunidades que tienen los jóvenes que hoy están en la guerrilla y las plantaciones de coca en el país. “En vez de enviar 10.000 soldados, deberíamos mandar 10.000 profesores”, reflexionó. “Deberíamos preocuparnos por esos 46.000 niños sin escuela y asegurarnos de que terminen la primaria, el bachillerato y la universidad”.
Entre sus denuncias, Rito siempre ha resaltado la famosa acción de “tomar tajada”, pues lleva tiempo cuestionando si realmente la administración local ha destinado los recursos del Estado para invertirlos de manera consciente en el beneficio del Catatumbo.
“El problema está en las manos de quienes han administrado durante los últimos 30 años. El Estado no ha hecho siempre su deber”, dijo. “Hay que trabajar por la formación de la conciencia de los administradores, no se puede dar el dinero para que se malgaste o para que alguien se aproveche de eso”.
Para Rito, la falta de oportunidades y la poca inversión en el territorio hacen parte del conflicto. Foto:Andrés Carvajal
Desde hace años, la región no cuenta con buenas vías de comunicación, de transporte y también son escasas las oportunidades educativas que tienen sus habitantes.
Hasta el momento, son pocos los niños que han logrado acceder a escuelas en otros municipios; mientras que las promesas de nuevas carreteras y centros educativos siguen en espera avanzando lentamente, como es el caso de la Universidad del Catatumbo, que hasta hace muy poco logró que fuera aceptada su construcción.
Para él, invertir en mejores carreteras, desarrollar proyectos de autopistas y fortalecer la educación en el territorio son elementos claves que pueden generar conciencia en la comunidad para combatir la pobreza, la desatención y el abandono de la región.
Bocetos de como será la Universidad del Catatumbo de acuerdo con documentos oficiales. Foto:Fondo Colombia en Paz
Otro de los puntos resaltados por Rito en el recrudecimiento de la violencia en la región, es la falta de humanización del conflicto. “Es una guerra fratricida lo que estamos viviendo. Deberíamos entender que todos somos hermanos”, consideró el padre. “La paz debe sembrarse en el corazón de las personas”.
Para explicar esta frase, el párroco utilizó la destacada filosofía del amor: cuando dos personas se enamoran, buscan conocerse, interesarse el uno por el otro, y con el tiempo, después de un par de citas, deciden si seguir juntas o separarse.
Con esta analogía, analizó la historia del Catatumbo; pues para él es fundamental que se conozcan y comprendan cada una de las historias y realidades que existen en el territorio.
“Cada persona tiene una razón de sentir y de estar allí. Cada historia debe encontrarse y no vivir en los prejuicios de la otra”, dijo.
La guerra en el Catatumbo sigue estando más latente que nuca. Foto:Presidencia/ Christian Escobar Mora / Joaquín Sarmiento
No obstante, la paz y la estabilidad del Catatumbo siguen en jaque. Las negociaciones han sido detenidas, mientras que la violencia se intensifica, dejando a centenares de desplazados y varias víctimas en el camino.
Para muchas personas, la búsqueda de la “paz total” sigue siendo un ideal distante, mientras que para otras, el sueño de este anhelado futuro aún puede ser salvado.
Desde la fundación del padre Rito, los niños y jóvenes aprenden el camino de la conciencia y la paz. Foto:CORTESÍA DE RITO ÁLVAREZ
Sin embargo, mientras que los desafíos que enfrenta el Catatumbo sigan latentes y hasta que no se encuentre un diálogo en doble vía, los prejuicios, las creencias y la dinámica de la guerra seguirán pesando más que los esfuerzos y voluntad de quienes día a día luchan y se esfuerzan por crear y buscar el cambio en la región.
“En la fundación tenemos una frase: ‘Aquí ayudamos a quien se deje ayudar’”, resaltó. Para él, es fundamental generar conciencia en la comunidad sobre los problemas que hay al interior del territorio: la cocaína, los grupos armados ilegales al servicio del narcotráfico, la falta de oportunidades y de recursos.
Solo así, las personas tendrán la voluntad de caminar hacia la paz porque habrán encontrado nuevos caminos para transitar hacia un nuevo futuro.
A quienes habitan en el Catatumbo, el padre les envía un mensaje de esperanza pidiéndoles que no se rindan, que sigan soñando y demostrando que, aunque la suerte pueda parecer ajena de su destino a cuenta de la imborrable huella de violencia que existe hoy por hoy en la historia de nuestro país, nunca es tarde para que esta cambie y les sonría; así como Rito les ha sonreído a cientos de niños. “Compartan la lotería del bien”, concluyó.
REDACCIÓN ÚLTIMAS NOTICIAS
MARÍA JULIANA CRUZ MARROQUÍN