En la tarde del 19 de junio de 1999, después de una larga siesta, Stephen King salió de su casa en el condado de Maine a dar su acostumbrado paseo vespertino. El recorrido era de un kilómetro y medio, unos veinte minutos de caminata que le permitían al escritor tener las ideas más claras. A las cuatro de la tarde, una camioneta Dodge de color azul claro, que venía dando bandazos, lo embistió. Fue un golpe tan brutal que lo hizo volar cuatro metros por los aires.
Cuando despertó no pudo abrir los ojos porque los tenía llenos de sangre. Frente a él estaba Bryan Smith, el hombre que lo atropelló. Cargaba con 14 infracciones de tránsito, pero le permitían conducir impunemente. Lo que recuerda King en Mientras escribo, su biblia para escritores profesionales y aprendices, es que la actitud de Smith era de un solapado cinismo. Se sentó en una piedra y con un palo que le servía de bastón empezó a jugar con la tierra. Cuando el escritor le preguntó si creía que el golpe solo le había dislocado el pie, la respuesta del hombre lo dejó helado. Se sintió atendido por una encarnación de Annie Wilkes, la enfermera psicópata de su novela Misery. El hombre que por poco lo mata, casi con indiferencia, le dijo: “No, qué va, para mí que está roto por cinco o seis partes”.
En Misery un escritor es atropellado y torturado por una lectora descontrolada. Foto:Youtube: MovieClips
Solo dos días después, tras permanecer en el pabellón de cuidados intensivos, se dio cuenta de que, como tantos de sus personajes, había regresado de la muerte, pero, a diferencia de sus vampiros de El misterio de Salem’s Lot, todavía tenía alma. Stephen King narra este episodio como si fuera un chascarrillo más, un pequeño contratiempo en una carrera que lo ha llevado a publicar 65 novelas y a vender 500 millones de ejemplares, una cifra que a la crítica especializada la enerva. ¿Cómo es posible que un autor serio escriba tanto? Él, como el irresponsable conductor Bryan Smith, tan solo se encoge de hombros y les responde: “Qué otra cosa tiene que hacer un escritor que escribir”.
Es difícil que un autor contemporáneo cause ese tipo de devoción. Sus fans recurren a sus libros con la avidez de un heroinómano que busca la aguja hipodérmica. Y tiene la vida que muchos aspiran: ganarse fortunas escribiendo historias y viendo televisión. King –entre otras cosas– se ha convertido en una especie de gran gurú de la crítica de cine y de televisión. Sus recomendaciones en redes sociales son un empujón fundamental para el éxito de una producción. Y aún más si está su firma como creador.
Y había una producción en especial que tanto él como sus fans estaban esperando. La novela favorita de King no es Misery, Carrie o El resplandor, es su segunda novela: El misterio de Salem’s Lot, una particular reinvención del conde Drácula en la que toda una trama vampiresca se desarrolla en un pueblito perdido de los Estados Unidos. King despertó todo un avispero en redes sociales hace un mes cuando publicó una foto en su cocina al lado de un afiche de la nueva adaptación que se lanzó en HBO Max en forma de película.
El misterio de Salem's Lot, de Stephen King, ¿una novela maldita? Foto:Fernando Gómez Echeverri
Y, nuevamente, fracasó (o al menos parcialmente). Es increíble que un autor que ha dividido su tiempo y sus pasiones en dos formas de arte, el cine y la literatura, no haya podido conseguir una adaptación redonda de su novela favorita. Más allá de repetir lo obvio, que adaptaciones como El resplandor, Carrie, Misery, The Green Mile o Cuenta conmigo son obras maestras del cine, hasta sus obras menores, como La niebla, El instituto o The Stand, han podido transformarse en grandes miniseries o largometrajes con un pulso único, gracias al poder de su narración. Y Salem’s Lot es una gran historia y tenía todo para hacer parte de su saga de éxitos.
El continente cinematográfico de Stephen King
El cine y Stephen King tienen una historia de amor correspondido que arrancó en 1976, cuando Brian de Palma, eminente hijo del nuevo Hollywood, adaptó Carrie, con una inolvidable Sissy Spacek. Cuatro años después, el maestro Stanley Kubrick, con El resplandor, logró su más contundente éxito de taquilla. En 1982, George Romero –padre de los zombis– lanzó Creepshow. Ese mismo año se estrenó la mediocre adaptación de Cujo, pero en 1983, David Cronenberg con La zona muerta y John Carpenter con Christine batearon un verdadero jonrón. En 1984 aparecieron las versiones de Los niños del maíz y Ojos de fuego; en 1985, Cat’s Eye y Silver Bullet. Un año después, Rob Reiner logró juntar un casting perfecto para la eternamente juvenil Cuenta conmigo –basada en el cuento The Body–. Ese año, King dirigió su primera película, Maximum Overdrive. En 1987 se sumaron dos adaptaciones, El fugitivo y el Hombre del jardín. Dos años después llegó una versión de Cementerio de mascotas que estuvo lejos de la grandeza de la novela. Las marquesinas en la década del 90 volvieron a poner el nombre del escritor con Tales from the Darkside, del incombustible George Romero, y Rob Reiner consiguió una logradísima versión de Misery que le dio a Kathy Bates su único Óscar por interpretar a la desquiciada enfermera Annie Wilkes.
Bates ganó el Óscar por su papel en Misery y es una de las actrices más respetadas de Hollywood. Foto:20th Century Studios LA / Instagram @ _kathybates
En 1991 se hicieron para la televisión Sometimes They Comeback y el filme Sleepwalkers, basado en una historia de King que nunca terminó. Ese año se hizo la anodina The Lawnmower Man. Un año después, George Romero repitió con su versión de The Dark Half y se estrenó La tienda de los deseos malignos. Frank Darabont consiguió en 1994 que su película Sueños de fuga fuera nominada a siete premios Óscar. Nunca antes un filme basado en un trabajo de King había conseguido tal aceptación por la Academia. En 1995 aparecieron Dolores Claiborne y The Mangler; en 1996, Thiner y El aviador nocturno; en el 97, Quicksilver Highway y Trucks; en el 98, El alumno aventajado, de Bryan Singer, y en el 99, Frank Darabont adapta The Green Mile, con Tom Hanks y consigue cuatro nominaciones al Óscar.
Los primeros años del siglo XXI no son buenos para las adaptaciones de Stephen King ya que pasa poco con Hearts in Atlantis, la nueva versión de Carrie para TV, El cazador de sueños, La ventana secreta, Montando la bala, Desesperación y 1408. Frank Darabont vuelve a enderezar el curso con su versión de La niebla, pero viene una sucesión de desastres como No smoking, Dolan’s Cadillac, Los chicos del maíz: la génesis, Carrie, Un buen matrimonio, Camionero grande, La torre oscura y Cell.
Pero Stephen King es un continente y es difícil que las cartas buenas no vuelvan a aparecer. En el 2017 disfrutamos de la inmejorable versión de It y otro director de valía como Mike Flanagan hizo una digna El juego de Gerald. Ese mismo año, Netflix estrenó la aterradora e infravalorada 1922. Después vinieron In The Tall Grass y la estupenda Doctor Sueño. La parte dos de It –dividieron la novela– para este servidor no fue una buena película, aunque el éxito rotundo en taquilla resana las heridas. Hubo más: El método de la respiración, El teléfono del señor Harrigan. Y ahora, nuevamente, su historia de chupasangres.
Esueco Bill Skarsgård interpreta al terrorífico payaso Pennywise. Foto:Warner Bros
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El misterio de Salem’s Lot es la primera gran novela de vampiros norteamericana, después de Soy leyenda, de Richard Matheson, de 1954. King duró tres años encerrado en busca de las voces correctas de sus personajes y finalmente la publicó en 1975. Tenía 28 años y con Salem’s Lot confirmó todos los buenos presagios que se habían tenido luego de que su debut, Carrie, fuera un clásico inmediato.
King, asiduo lector de Dostoyevski y de las grandes novelas pulp, se inspiró en un supuesto caso real de vampirismo para escribir la caída del pueblo de Jerusalem Lot. Pero hay que ir más atrás para entender el marco de la novela. Entre 1672 y 1756, Europa fue arrinconada por una sucesión de plagas, y uno de los principales rumores que se oían en las calles era que las pestes las provocaban los bebedores de sangre. En su introducción a la antología de cuentos El vampiro, el conde de Siruela recuerda que, en esos años, se hizo popular que a los No-Vivos les daba alergia el ajo, y que la única forma de apagar el fuego que los mantenía con vida es clavándoles una estaca en el corazón.
En el Tratado de las apariciones de los espíritus y de los vampiros o renacidos, del abad Don Agustín Calmet, uno de los libros más consultados en el siglo XVIII sobre el fenómeno de la plaga, está consignada la historia del primer pueblo azotado y devastado por una epidemia de vampirismo. En diciembre de 1731, el emperador ordenó que un médico llamado Johannes Fluckinger investigara. Este empezó a interrogar a los habitantes de esa ciudad serbia. Algunos afirmaban que las muertes que mermaban a sus vecinos tenían una particularidad: al exhumar las tumbas no encontraban un cuerpo. Era común que, a la caída de la noche, los vieran caminar por el bosque llevándose sus víctimas. Al parecer su plato favorito eran los niños.
Stephen King, en sus mejores obras, acude siempre al infanticidio. Foto:Justin Lubin / Cortesía Max HBO
Y King no es inferior a esa responsabilidad histórica: las primeras víctimas de Barrow, el vampiro de Salem’s Lot, son los hermanitos Ralph y Danny Glick, de 8 y 12 años, respectivamente. En un atardecer, mientras regresan a su casa en medio de la espesura de un bosque rojo de otoño, el monstruo va quebrando ramas, sigiloso, acechándolos hasta arroparlos con su oscuridad. No existe pecado más grande que matar a un niño, incluso en la ficción. En una de las conversaciones más célebres de la historia del cine, François Truffaut le reprochaba a Hitchcock porque en una de sus películas, Sabotaje, de 1942, un niño muere mientras lleva una bomba en un tranvía. Hitchcock agachó la cabeza ante su discípulo y reconoció: “Es cierto, nunca lo volví a hacer. Esto es un exceso de poder de un creador sobre su obra”. A Stephen King esta máxima le importa un comino.
En la mayoría de sus libros, al menos en los más vendidos, el arco dramático se inicia con la muerte trágica de un niño: el payaso en la alcantarilla arrancándole de una dentellada el brazo a Georgie en It; el bebé Gage siendo despedazado por un carrotanque mientras su padre corre detrás de él para detener lo innombrable en Cementerio de mascotas; el huérfano de 5 años que recorre las calles de una Nueva York desolada por un virus y que cae en una alcantarilla, agoniza durante tres días y muere con la pierna y el brazo rotos mientras la sed y el hambre lo abrazan en Apocalipsis; las torturas que recibe Danny por parte de su padre, el frustrado y alcohólico escritor de pacotilla Jack Torrance en el aislamiento del hotel Olverlock en El resplandor.
En Salem’s Lot, la primera víctima es sacrificada por el ladino Richard Throckett Straker, que le ofrece la tierna carne del niño a su amo, y la siguiente, Danny, sufre una larga agonía para luego salir de la inmundicia de la tumba convertido en otro servidor del asesino.
En Serbia, según el relato del abate Calmet, “en el espacio de tres meses diecisiete personas de diferente edad y sexo han muerto de vampirismo, algunas sin estar enfermas y otras después de languidecer durante dos o tres días”. Según el escritor Horace Walpole, uno de los grandes del romanticismo en la Inglaterra del siglo XIX, Jorge II, rey de Inglaterra, creía en los vampiros por el libro de Calmet. Y Luis XV, según el conde de Siruela, “se tomó el interés personal de ser informado al respecto”.
Jack Torrance, el personaje de Jack Nicholson en El resplandor, era el espejo de Stephen King. Foto:Warner Bros
La lectura del abate Calmet estuvo entre la bibliografía que repartió King a sus alumnos en su época como profesor en la Academia de Hampden. Si bien no llegó al extremo de una de sus creaciones, el horripilante Jack Torrance de El resplandor, de quebrarle el brazo a su hijo de 3 años por una momentánea “pérdida del control”, Stephen King estuvo azotado por el alcohol en esos años. En más de una entrevista ha afirmado que hasta 1985, cuando dejó de beber todos los días, el personaje que más se parecía a él era ese. La pasión envenenada que siente Torrance en las paredes del hotel es parecida a la que puede sentir cualquier vampiro entre la madera de su ataúd.
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La Ilustración se llevó, como un ventarrón, esas historias de vampiros y las convirtió en cuentos que se leían de noche. Aunque el vampiro ha estado presente en los mitos más oscuros de las grandes culturas de la humanidad –para los hebreos, Lilith, la segunda mujer de Adán, era una empusa, una chupadora de sangre–, en la literatura su aparición es tardía. Según Ricardo Ibarlucía y Valeria Castelló-Joubert, el primer cuento de vampiros se lo tenemos que atribuir al médico de Lord Byron, el extraño John William Polidori, sobre quien Emmanuel Carrère hizo una de sus novelas biográficas, Bravura.
La tesis con la que Polidori se graduó en Medicina de la Universidad de Edimburgo fue una disertación sobre el sonambulismo. Desde ese momento le interesaban los cuerpos que caminan solos en medio de la noche. En marzo de 1816 fue contratado por Byron para que lo acompañara en su viaje por Europa. Unos meses después, en una noche de tormenta en Villa Diodati, la célebre propiedad al lado del lago de Ginebra donde coincidieron el poeta inglés Percy B. Shelley, su esposa Mary y Claire Clairmont, todos concibieron un juego: cada uno escribiría una historia de terror. Ninguno sabía que esa noche arrancaría el terror como género. Mary Shelley escribió el boceto de lo que después sería Frankenstein, y Polidori se basó en el halo más oscuro de su jefe para crear a Lord Ruthven, el protagonista de El vampiro. Polidori, acosado por el láudano y otras hadas, agotó su talento en esa historia, pero le bastó para ser un inmortal. A partir de ese relato arrancó una fiebre de sangre que llegó a la cumbre en 1897, cuando, en plena Revolución Industrial, Bram Stoker desató a su Drácula y ya nada volvió a ser como antes.
"Drácula", de Bram Stoker y su versión cinematográfica de 1931. Foto:Universal Pictures
Stoker logró la inmortalidad con la mezcla de Lord Ruthven y Vlad Tepes, el empalador, el guardián de la fe cristiana en Rumania, el hombre que detuvo la invasión musulmana en los Cárpatos, evitando que Europa adorara el Corán, pero en su fe guerrera decidió crear bosques de empalados. Drácula fue el inicio de una pasión que llegó al paroxismo en 1922, cuando el célebre cineasta alemán F. W. Murnau rodó Nosferatu y para no pagarle los derechos a la viuda de Bram Stoker decidió cambiarles el nombre a Drácula y a los personajes principales.
La película, que tiene cien años, sigue siendo aterradora, entre otras cosas, porque detrás del proyecto estaban dos satanistas de peso que les inocularían, una década después, sus supuestos saberes mágicos –que incluían la alquimia– a los nazis. Se trataba de Hanns Heinz Ewers, amigo íntimo del mago mayor, Aleister Crowley, y su secretario, Henrik Galeen, quien se comprometió a hacer de Nosferatu “un film erótico-oculto-espíritu-metafísico”. Es tal el aura de misterio que destila esta obra cumbre del expresionismo alemán que el 25 de diciembre de 2024 se presentará una nueva versión, un siglo después de su estreno, a cargo del director Robert Eggers, en la que el conde Orlok será Bill Skarsgard, quien interpretó hace unos años al mismísimo It.
Nosferatu: Una sinfonía del horror (1922) Foto:Kino Lorber
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Las historias de Calmet y Drácula fueron el coctel inicial de Salem’s Lot. Antes de conseguir la fama internacional, King era un mortal que tenía que dar clases para sobrevivir. Él, su esposa y sus dos hijos no podrían darse el lujo de tener una casa: vivían en un remolque. Stephen tenía 24 años y grandes ambiciones. A pesar de lo cansado que llegara del trabajo tenía aire para escribir cuentos que eran muy bien pagados en grandes revistas. Poco a poco saldría del fango. En uno de esos cursos estudiaron Drácula. Una noche, en la que conversaba con su esposa, se preguntó: ‘¿Qué pasaría si el conde pasara una temporada por los Estados Unidos de América?’.
En los años cincuenta y sesenta, la productora inglesa Hammer lanzó una serie de películas en las que Drácula era interpretado por Christopher Lee –para las nuevas generaciones es el intimidante y malvado Saruman de El señor de los anillos, de Peter Jackson–, y Van Helsing era encarnado por Peter Cushing, que aparece en la primera película de Star Wars, Una nueva esperanza y, por cuenta de la inteligencia artificial, también en El último jedi. Stephen King estaba encantado con las películas de Hammer y, en particular, por una que sacaría definitivamente el terror de los viejas caserones europeos: El bebé de Rosemary, el filme en el que Roman Polanski ubica a una secta satánica en la Quinta Avenida de Nueva York, con una mujer que, sin saberlo, lleva en sus entrañas al anticristo.
La erudición vampírica de King hace su aparición en Salem’s Lot cuando el profesor Matthew Burke se da cuenta de que el pueblo está empezando a sufrir una epidemia, y logra encontrar las pistas correctas en el tratado de Calmet; Varney el vampiro, de James Malcolm Rymer; Carmilla, de Le Fanu, y, por supuesto, Drácula.
Cuatro años después de haberse publicado Salem’s Lot y mientras Stanley Kubrick preparaba su exigente rodaje de El resplandor, la cadena CBS estrenó una miniserie de cuatro capítulos inspirada en la novela. Cuarenta y cinco años después, aún la recuerdan en los Estados Unidos como un acontecimiento traumático. Los hermanitos Glick eran despedazados por vampiros en el primer capítulo. ¿Cómo se superaría este horror? La dirección estuvo a cargo del siempre eficiente Tobe Hooper, quien a comienzos de los setenta rodó la inmortal Masacre de Texas. Dos clásicos de los ochenta, Fright Night y The Lost Boys, bebieron de esa vena.
Después vendría una adaptación al cine, francamente horrible, de 1987, y otra miniserie del 2004 completamente intrascendente. Mientras tanto, King seguía limpiándose las lágrimas que le causaban las críticas con fajos de dólares. Nunca antes en la historia de la literatura –¿tal vez Alejandro Dumas?– un escritor ha conocido esa racha de éxitos. El autor de El misterio de Salem’s Lot ha pasado varios infiernos en vida, llegó al extremo de emborracharse con Listerine cuando desocupaba hasta la última botella de whisky que había en su casa, pero lo de su novela favorita parece una maldición.
Salem's Lot parece una novela maldita; todavía no hay nadie que logre una película a su altura. Foto:Justin Lubin / Cortesía Max HBO
Después de varios percances –entre ellos el paro de guionistas de Hollywood–, Salem’s Lot vio la luz. Y quedó absolutamente carbonizada por la crítica. Está lejos de ser una obra maestra y es evidente que fue hecha para la televisión, tiene una iluminación mediocre, actuaciones del montón y solo un par de instantes memorables, pero su épico final en un autocine –distinto al de la novela– es una prueba de que las grandes obras también están para irrespetarlas y por lo menos añadirle un apéndice al mito. Vean la película, pero sobre todo salgan en busca de la novela.
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