Conocí a Quincy Jones en la ceremonia de grados de Berklee College of Music en 1.983, cuando fue homenajeado con el grado Honoris Causa. La ceremonia avanzó con normalidad aunque la expectativa por tener cerca al ídolo de la producción musical del momento se palpaba en todos los asistentes. El álbum Thriller de Michael Jackson estaba causando furor en la música mundial y Jones navegaba en a cresta de la ola como su productor.
Conforme a los criterios de
Fui uno de los primeros en pasar a recibir el cartón y me dijo que estaba a la orden para cualquier cosa, por lo que le estreché con fuerza su mano y salí de la escena. En la recepción posterior fue prácticamente imposible atravesar la muralla de aficionados que lo rodeaban para pedirle un autógrafo, aunque me quedó grabada la ilusión que me produjeron sus palabras.
Justo en ese momento se estaba consolidando una revolución de equipos electrónicos que cambiaron la forma de hacer música y que le abrieron las puertas a muchos marginados de la industria musical. Él venía de la vieja escuela y escribía sus arreglos orquestales a mano, pero con este álbum dio el paso definitivo al fenómeno de los secuenciadores, los sintetizadores y los procesadores de sonido que desde entonces han gobernado la producción de música grabada.
Con cientos de cantantes y de bandas compitiendo por tenerlo como productor, esta fue una etapa prolífica en su carrera. Muchas grabaciones de la época llevan ese sonido de jazz suave que Jones les imprimió para que tuvieran un toque comercial pero sofisticado. A raíz de su fallecimiento, me puse en la tarea de escuchar sus grandes éxitos y noté algunas cosas llamativas, viéndolo en perspectiva.
Su sonido acaramelado y homogéneo para orquestar sin que el acompañamiento le quitara protagonismo a la voz principal fue clave en sus éxitos. Esta técnica se volvió una especie de molde que, de tanto repetirlo, ya no se distinguía entre un cantante del otro.
Siento que esa repetición constante de fórmulas de orquestación saturó la música pop norteamericana y afectó el desarrollo de ideas innovadoras en el mercado. Muchos de esos artistas frenaron su evolución por obedecer la orden de sus disqueras: hay que sonar idéntico a los grandes éxitos. Creo que el legado que Jones nos dejó de su primera etapa con los jazzistas de los años 50 y 60, es el que perdurará en el tiempo.
ÓMAR RINCÓN
Critico de televisión
orincon61@hotmail.com