El emblemático edificio Chrysler de Nueva York, toda una joya de la arquitectura, pierde su brillo en el horizonte de la Ciudad

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El gran vestíbulo estilo Art Deco del Edificio Chrysler —con su mármol rojo marroquí y su enorme mural en el techo de Edward Trumbull— evoca nostalgia y glamour. Desde su inauguración en 1930, el edificio ha seguido siendo una maravilla arquitectónica reconocible incluso para personas que nunca han estado en Nueva York, con su corona en terrazas e innumerables referencias a la cultura pop.

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Pero en años más recientes —entre cambios de propiedad, el surgimiento de oficinas luminosas y contemporáneas de planta abierta y la llegada de una nueva clase de rascacielos amigables para los turistas— el Chrysler, la joya del horizonte de la Ciudad, ha perdido gran parte de su resplandor.

En entrevistas, empleados que han trabajado en el edificio se quejaron de mala recepción celular, la falta de luz solar natural, problemas con los elevadores, agua turbia que salía de los bebederos e infestaciones de plagas.

En el 2019, el edificio de 77 pisos fue vendido por alrededor de 150 millones de dólares a los copropietarios de Signa, una empresa inmobiliaria austriaca, y RFR, una empresa promotora con sede en Nueva York. En comparación, aproximadamente una década antes, una participación del 90 por ciento en el edificio se vendió al Gobierno de Abu Dhabi en 800 millones de dólares. A fines del año pasado, después de que Signa se declaró en quiebra, un tribunal austriaco dictaminó que tendría que vender su parte del edificio, poniendo en duda el futuro del Chrysler.

El Edificio Chrysler se levantó de manera gloriosa y llamativa, como parte del auge en los rascacielos de Nueva York en la década de 1920. Walter P. Chrysler, fundador de la empresa automotriz Chrysler, se refirió a él como un “monumento a mí”.

En 1940, Chrysler murió y su monumento comenzó a desmoronarse. Los nuevos propietarios no mantuvieron el interior, los inquilinos lo abandonaron y en la década de 1970 enfrentó un embargo.

A finales de los años 90, Tishman Speyer Properties adquirió el edificio y restauró muchas de sus características Art Deco. Los inquilinos de las oficinas regresaron y su tasa de ocupación aumentó al 95 por ciento. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que nuevos propietarios entraran una vez más por las puertas giratorias del vestíbulo.

Hoy esas puertas suelen atascarse. Partes del techo del vestíbulo se han deteriorado; algunas de sus grietas están cubiertas con lo que parece ser cinta plateada. Una tienda Amazon Go cerrada se encuentra en la planta baja, y los turistas están restringidos a ese nivel —el Chrysler carece de una plataforma de observación, a diferencia del Edificio Empire State o el recién construido One Vanderbilt.

Para algunos neoyorquinos, tener una oficina en el Edificio Chrysler sigue siendo una aspiración muy arraigada. Mo Elyas, de 52 años, fundador de una empresa de enmarcado llamada Big Apple Art Gallery and Framing, se mudó al edificio durante la pandemia.

“Es genial decir: ‘Oye, nos vemos en el Edificio Chrysler’”, dijo Elyas.

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