Fue un proyecto audaz emprendido hace una década por un desarrollador chino: una ciudad de 100 mil millones de dólares en Malasia construida sobre arena y manglares y ofrecida como un lujoso “paraíso de ensueño” para la clase media china.
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Muchos de los residentes de Forest City hoy son transitorios —los cuidadores que barren las calles vacías, podan los arbustos y riegan las plantas.
“Veo tantas caras nuevas”, dijo Thana Selvi, quien trabaja en KK Supermart, una tienda de conveniencia bien iluminada que se destaca entre los espacios vacíos y en su mayoría tapiados al nivel de calle.
A la distancia, los rascacielos de Forest City dominan el Estrecho de Johor entre Singapur y Malasia como un monumento a los triunfos económicos de China. De cerca, las calles están tranquilas; la mayoría de los departamentos está a oscuras.
El enorme desarrollador inmobiliario chino Country Garden concibió a Forest City como una “ciudad futurista verde”, que abarca 31 kilómetros cuadrados y cuatro islas artificiales. Se suponía que habría 700 mil departamentos, pero sólo se construyó una isla con 26 mil departamentos en varias docenas de torres.
Desde que Country Garden incumplió el pago de su deuda el año pasado, se ha convertido en un emblema de los excesos del auge inmobiliario de China, incapaz de pagar sus cuentas o construir los departamentos que prometió. Cientos de miles de proyectos y compradores de casa están en el limbo.
No obstante, Country Garden se aferra a sus ambiciones. “El plano para Forest City no cambiará”, dijo en una declaración a The New York Times.
Durante años, Country Garden se atiborró de dinero barato para sostener una estrategia de “constrúyelo y vendrán” que caracterizó el frenesí inmobiliario de China. Cuando intentó llevar ese modelo al extranjero, se topó con problemas.
En el 2014, casi tan pronto como camiones comenzaron a arrojar arena sobre la hierba marina para preparar el terreno, se descarriló el proyecto. La construcción se detuvo durante meses para evaluar el impacto ambiental de Forest City luego de que funcionarios en Singapur —a unos cuantos kilómetros al otro lado del estrecho— expresaran inquietudes a Malasia.
Dos años después, China, temiendo el colapso de su moneda porque el dinero salía a raudales del País, prohibió que sus ciudadanos adquirieran propiedades en Malasia.
Autoridades locales malayas, que tienen una participación del 40 por ciento en Forest City, han tratado de revivir el proyecto. Prometieron convertirlo en una zona financiera especial y eliminaron todos los impuestos a las así llamadas oficinas familiares de inversionistas ultrarricos.
En un viaje a Forest City a inicios de septiembre, la torre de oficinas en el corazón del complejo, donde funcionarios locales ahora esperan que administradores de fondos abran oficinas, estaba cerrada con llave. En los edificios de departamentos cercanos, pisos enteros estaban a oscuras. Algunos locales del centro comercial, alguna vez destinados a tiendas minoristas de lujo y artículos libres de impuestos, estaban cerradas con cadenas.
Alguna vez uno de los desarrolladores más prolíficos de China, Country Garden hacía alarde de su “rápido desarrollo y ventas”. Para Forest City, colocó publicidad en Beijing, Shanghai, Guangzhou y otras ciudades. Pagó los vuelos de compradores interesados en ver departamentos modelo. Agentes inmobiliarios resaltaron la posibilidad de visas especiales y una senda a la ciudadanía malaya.
En China, donde hay pocos lugares para invertir ahorros además de los bienes raíces, Forest City fue pintado como una oportunidad imperdible. Su Mu vivía en Shanghai en el 2016 cuando Country Garden le ofreció un viaje gratis a Forest City. Le pareció que el aire era limpio y el paisaje, agradable. Compró un departamento por unos 151 mil dólares.
“Los precios aquí no eran caros comparados con los de China”, declaró Mu, quien recientemente decidió mudarse a Forest City de tiempo completo.
“Ahora tengo 40 años y quiero cambiar de aires y empezar de nuevo”.