No hay duda, desde el punto de vista de comercio, que el mundo cambió. Eran grandes las dudas sobre el futuro de la globalización antes de la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE. UU., por lo que decir que sus decisiones precipitaron una ruptura en el paradigma de apertura y comercio abierto sería una gran imprecisión.
Sin embargo, hay cosas que sí están cambiando. EE. UU. le está pidiendo al mundo correlación entre las ventas en su mercado y la generación de empleo y riqueza para su economía. Ha decidido exigir alineación de intereses políticos y económicos. Esto no es nuevo, por siglos el comercio internacional ha sido uno de los principales ejes de la diplomacia y de la ausencia de ella.
En el caso de Colombia, el error diplomático del 26 de enero no solo levantó muchas alarmas, sino que despertó la conciencia de la importancia que tiene para nosotros la relación comercial con EE. UU. Más de 14.337 millones de dólares en exportaciones, importaciones de 16.465 millones de dólares, la gran mayoría de ellas son materias primas para productos de la canasta familiar, inversión extranjera directa de 4.163 millones de dólares, una deuda externa de más de 200.000 millones de dólares, de la cual 113.000 millones de dólares son del sector público y 87.000 millones del privado, muchos de los cuales provienen de los mercados internacionales norteamericanos o de entidades multilaterales en las cuales EE. UU. tiene mayoría y poder de veto.
En medio de esta alerta surgió la idea de que Colombia podría reemplazar la actividad con ese país aliándose con otros países. Desde el Gobierno nos hablan de “mirar hacia el este” como una clara insinuación de que eventualmente China pudiera reemplazar a EE. UU. como socio comercial principal. Insinuación acompañada de anuncios que pueden sonar desafiantes para EE. UU., como que Colombia pudiera ser parte de La Ruta de la Seda, contar con una ruta indirecta hacia Shanghái, a través del puerto de Chancay, en Perú, o profundizar en un acuerdo comercial con China.
Si estamos pensando en ello, repasemos antes cómo son las cifras con ese país. Nuestras exportaciones son de 2.377 millones de dólares (el 16,5 % de las que van a EE. UU.), representadas básicamente en minerales, petróleo, carbón, y, como único producto elaborado, los derivados del café. Las importaciones son realmente grandes, de 15.936 millones de dólares (equivalentes al 96 % de las que vienen de EE. UU.). La inversión extranjera directa del último año fue de 115 millones de dólares (el 2,7 % de la de EE. UU.), las remesas fueron de 1,4 millones de dólares. Adicionalmente, no podemos ignorar que China es el principal origen del contrabando que azota a sectores como confecciones, textiles, calzado, electrodomésticos y teléfonos móviles.
China no ha dado ninguna señal de que nos va a comprar productos industriales, o productos con algún grado de valor agregado. Entonces, ¿podremos desarrollar nuestra industria exportándoles a ellos? ¿Será el aliado para el desarrollo de nuestra manufactura o industria de servicios? ¿Tendríamos la idea de que sean los mercados de valores y financieros de ese país los que financien la deuda externa colombiana, pública y privada?
Es cierto que no solo se trata de la segunda economía del mundo, sino la que mayor crecimiento ha registrado durante los últimos años. Con razón ha concentrado sus esfuerzos en su propio desarrollo, ha aumentando su nivel de influencia y su presencia, especialmente, en temas de infraestructura en otros países, pero con comportamientos desde el punto de vista de lealtad de comercio que dejan mucho que desear. El país con más demandas por dumping, o desviación de comercio, en el mundo es por mucho China, incluyendo los procesos que tiene en EE. UU. y Colombia. Son varios los casos profundamente documentados de productos que ya han llegado a nuestro país en condiciones de dumping, subsidios, resultado de desviación de comercio o con grandes cuestionamientos ambientales o laborales que han afectado letalmente a varias industrias colombianas.
Hoy es claro que Colombia tiene que tomar dos decisiones. La primera de ellas se refiere a la estrategia geoeconómica que queremos jugar en términos de nuestro comercio internacional. Es decir, definir claramente cuáles son los mercados con los cuales queremos trabajar, quiénes son nuestros aliados, a quién le vamos a comprar, dónde pretendemos vender nuestros productos. Esta no puede ser una decisión unilateral, sino el resultado de conversaciones explícitas con esos potenciales aliados.
La segunda es resaltar la necesidad que tenemos de identificar e implementar una política industrial que les permita a distintos sectores desarrollarse y competir con otros países. Requerimos de decisiones de política pública para apoyar sectores estratégicamente definidos. Seguimos patinando como país y no tomamos la decisión de impulsar ningún sector. No hay políticas públicas claras y decididas que permitan crear las condiciones para desarrollar sectores concretos. Esto agravado por el hecho de que el actual gobierno ni siquiera considera que la empresa privada y los emprendimientos son vehículos hacia el desarrollo.
Hace mucho sentido buscar exportar mucho a muchos otros países, diversificar la canasta exportadora y en la medida de lo posible no depender de un pequeño grupo, pero también hay que ser realistas, estratégicos, abandonando la ingenuidad teórica y reconocer que la realidad de la geopolítica en el mundo obliga a tomar posiciones claras sobre cómo vamos a jugar nuestras cartas. ¿Qué posibilidades tenemos con unos y otros? ¿Cuáles son los compromisos que asumiremos y pediremos a nuestros socios? Va siendo hora de que pensemos estratégicamente en el futuro del país.
BRUCE MAC MASTER*
Para EL TIEMPO
(*) Presidente de la Andi