Cada vez que llegaba al barrio veía a un chico parado en una esquina con un arma”, recuerda Margarita Cuero, fundadora de la Escuela Popular Kilele. Su proyecto, una apuesta por transformar estas realidades desde la educación, fue uno de los ganadores del premio anual que otorga Compromiso Valle, una iniciativa que apoya y reconoce los programas y liderazgos que generan impacto social en el Valle del Cauca.
Cuero, quien se autorreconoce como negra campesina, llegó desde Nariño a Cali en busca de mejores oportunidades universitarias. En el asentamiento Haití, donde vive y donde hoy la escuela tiene una sede, invitó a ese ‘chico’ a su casa y le dijo que ella le enseñaba lo que sabía sobre el Icfes. La sorpresa fue que el joven no vino solo. “Yo estaba asustada porque venían con armas”, comenta. En esa primera clase se dio cuenta de que no podía dictar el pre-Icfes pues los jóvenes eran analfabetas y tuvo que replantear su enfoque. Hoy, cinco de esos ‘pelaos’ –como les dice a veces– ya están en la universidad.
La historia de Cuero es solo una de las más de 73.000 que se escuchan gracias a Compromiso Valle, un vehículo de impacto colectivo que nació en Cali en medio del estallido social, en junio de 2021, y que hoy busca replicarse en Bogotá e incluso en el Magdalena.
Lo que comenzó hace tres años y medio como una protesta convocada por las centrales obreras en contra de las políticas económicas del gobierno de turno se había transformado en un descontento social que se prolongó y que convirtió a Cali en un caos. “No sabíamos cómo proceder ante esa situación, pues era sin precedentes: una ciudad totalmente paralizada; casi que no teníamos movilidad, las empresas no podían operar. Teníamos una situación muy angustiosa por no entender qué era lo que estaba pasando”, cuenta María del Rosario Carvajal, representante de la Fundación Carvajal, una de las organizaciones aliadas de Compromiso Valle.
“Nos cuestionábamos por qué tanta rabia y fuimos a escucharlos”, dice Carvajal. El encuentro fue el 21 de mayo y fue como abrir una ventana en una habitación llena de humo. Al principio había una atmósfera de timidez, pero poco a poco, cada gesto y cada silencio despejaron el ambiente. La reunión fue difícil porque juntó a políticos, empresarios y líderes llenos de rabia y descontento, algunos incluso no querían asistir, pues creían que solo se buscaba desbloquear la ciudad.
Lo cierto fue que predominó la escucha y con la llegada del cantante Yuri Buenaventura, quien fue invitado por Carvajal, se bajó la tensión. “Cuando Yuri dijo: ‘Yo nací en un basurero’, esos muchachos reaccionaron. Ellos (los líderes de las comunidades) nos daban la espalda, pero cuando él dijo eso, ellos nos hablaron y nos dijeron: ‘Nosotros hemos tenido toda nuestra vida bloqueada y ustedes por 20 días están en esta angustia diciendo que no hay empatía’”. Con el pasar de los días, los empresarios también fueron a Siloe, un barrio marcado por la pobreza y el abandono.
Este fue solo el comienzo de lo que, desde ProPacífico, fundación que dirige Compromiso Valle, denominan diálogos improbables. Según María Virginia Vergara, coordinadora de Compromiso Valle, “estos diálogos son exitosos cuando todos llegan con la disposición de escuchar y se ponen en el lugar del otro”. A través de estos encuentros, los empresarios comprendieron que muchos jóvenes provienen de contextos vulnerables y, por ende, carecen de oportunidades. "Hay jóvenes que vienen de unos contextos muy vulnerables y no vieron, en su momento, un futuro en la educación. Entonces no tenían muchas oportunidades. ¿Por qué? Porque desde la otra esquina, la empresa, buscando el mejor capital humano posible, tenía unos parámetros en los que para cualquier cargo, por muy básico que fuera, se requería que el joven fuera bachiller y que tuviera un año de experiencia laboral”, señala Vergara.
Sin embargo, se sumó un problema mayor: el hambre. Según cuenta Carvajal, al menos un 40 por ciento de las personas de la ciudad no tenían sus tres comidas diarias. Entonces, como una solución en principio pensada a corto plazo, se arrancó con comedores comunitarios, que hoy han entregado más de 2’817.840 raciones de comida. “En ese momento se sabía que ese proyecto tendría un principio y un fin, y la idea detrás era casi que se pudieran generar unos emprendimientos sociales, en algunos casos eso se dio, en otros no. Pero hoy hay huertas comunitarias, huertas caseras (véase historia anexa)”, afirma María Isabel Alvarado, directora de la Unidad de Acción Vallecaucana.
Desde ese primer impulso se empezaron a gestar los primeros cambios. El resultado fueron los seis ejes que prioriza hoy Compromiso Valle: seguridad alimentaria, transformación de proyectos de vida, emprendimiento, empleabilidad, liderazgo sólido y educación. Aspectos que, aunque en un principio sí respondieron al contexto del estallido, se convirtieron en un enfoque de cambio real sostenible para el departamento.
Estereotipos y prejuicios
Yorlyn Torres, enlace territorial de la Fundación Sidoc, que ejerce su liderazgo en la comuna 14, en el barrio Alfonso Bonilla Aragón, y que también recibió reconocimiento en el 2024, dice que aunque los estereotipos con los empresarios eran varios, ha conocido muchos de ellos “con un corazón muy bonito. Siento mucha gratitud porque gente que ni siquiera nos conoce personalmente está apostando por nosotros”
En la actualidad, gracias al trabajo conjunto de más de 700 empresas, cientos de ciudadanos y cooperación internacional, Compromiso Valle ha logrado sostenerse en el tiempo y, como dice su coordinadora, “después de tres años y medio de ejecución y luego de unos resultados contundentes y de volvernos referente a nivel nacional y en Latinoamérica, el compromiso de todos sigue intacto”.
El modelo en Bogotá y Magdalena aún está en conversaciones y, aunque no se ha ejecutado un piloto, el interés creciente sugiere que esta iniciativa tiene el potencial de replicarse en otros territorios con desafíos iguales o superiores a los del Valle. No como una alternativa que sustituya al Estado ni sus funciones –algo que los empresarios y gremios tienen claro–, sino como una estrategia capaz de movilizar recursos, generar alianzas y acelerar soluciones concretas en contextos de alta necesidad. Por ello afirma Vergara que “Compromiso Valle llegó para quedarse”.
De otro lado, la Unidad de Acción Vallecaucana, una iniciativa que desde antes del estallido social ya estaba vigente en Cali, también se vinculó a Compromiso Valle como una de las instituciones aliadas. Desde la Unidad trabajan en el fortalecimiento de los liderazgos como los de Cuervo y Torres, y con el trabajo conjunto con Compromiso Valle el alcance del proyecto ha crecido exponencialmente.
“Compromiso Valle sobre todo ha sido capaz de tejer confianza para poder crear oportunidades reales. Uno de los principios es hacer que las cosas sucedan, y eso es hoy el capital que nos ha permitido humanizar la relación: que les pusiéramos nombre y cara a muchas de las estadísticas que manejamos, y que también los líderes de los territorios pudieran humanizar y ponerle cara e historia al empresario”, comenta Alvarado.
Adicional a ello, debido a la colaboración con Compromiso Valle, el diplomado en gobernanza estratégica, que antes ofrecía 40 becas anuales, ahora cuenta con dos cohortes al año y 120 becas para líderes comunitarios. Muchos de ellos, autodidactas y con liderazgos orgánicos, obtienen con este programa su primer diploma universitario, una formación equivalente a nivel de maestría en gestión pública. El interés ha sido notable: durante el 2023, un total de 392 personas se postularon para las primeras 60 becas. El impacto de la unión empresarial en Cali y en todo el Valle ha sido profundo y transformador. Esta iniciativa privada ha logrado crear y fortalecer miles de historias de cambio social. A continuación, algunas de las historias que fueron reconocidas a finales del año pasado en el premio otorgado por Compromiso Valle.
Las inspiradoras historias que hay detrás del cambio
‘Nosotros rescatamos lugares’
Yoleimi Rentería Gamboa tiene 34 años, es de Buenaventura, y vive en el barrio Alberto Lleras Camargo de Cali.
Dice que viene de un lugar humilde: su papá es pescador y su mamá piangüera (se dedica a la recolección de la piangüa). Con una actitud determinada, se describe como una joven soñadora y resiliente. “He logrado salir un poco de las dinámicas de violencia y vulneración. Soy lideresa comunitaria”, asegura.
Rentería es un enlace territorial de la Fundación Sidoc, una organización aliada de Compromiso Valle. Su trabajo no es fácil, pero lo asume con pasión. Como enlace territorial, Yoleimi se convierte en el puente entre las comunidades vulnerables y las iniciativas de transformación social que traen las fundaciones. “Este trabajo para mí ha sido extraordinario. Soy esa persona que sabe escuchar, comunicarse, apoyar y dar consejos. Ser un enlace significa ser una mano amiga, alguien en quien confiar", afirma.
El impacto de su labor se refleja en historias que han cambiado vidas. Uno de los momentos que más la marcó fue el proceso de transformación de un joven conflictivo, atrapado en las dinámicas de consumo de drogas y la violencia. “En lugar de juzgarlo, le di confianza y una amistad. A través de los talleres, él cambió su forma de ver la vida. Verlo hoy buscando alternativas y construyendo un futuro diferente no tiene precio”, relata.
‘Aunque perdimos a muchos de nosotros, logramos hacer algo grandísimo’
“Todo nace en ese estallido social, en el que no había otra solución sino salir a la calle y decir que no estábamos de acuerdo”, cuenta Jerson Fernández Bedoya, un bailarín caleño que, como muchos en el 2021, hizo parte del paro. “Yo me uní al grupo porque mi hijo se me fue para el estallido social y en ese momento se empezó a hablar de muertos y heridos, entonces decidí irme a proteger a mi hijo, a apoyarlo”, agrega.
Un día, cuando asesinaron a una persona cerca, Fernández se dio cuenta de que no quería seguir la ruta de la violencia. “No quiero tirar piedra, ni correr ante los gases, ni ser escudo”, reflexionó. Su decisión fue clara: su resistencia sería pacífica. Como bailarín de danza andina indígena, fue invitado por una organización en Puerto Madera a unirse a una olla comunitaria en medio de un ambiente tenso y amenazante. Allí, Jhon comenzó a dar clases de danza a las ‘primeras líneas’, y transformó el espacio de lucha en un círculo de resistencia pacífica.
“Le empezamos a bajar la temperatura, a los momentos que estábamos viviendo y se tejieron procesos hermosos. Aunque perdimos a muchos de nosotros -porque fueron varios- logramos hacer algo grandísimo”, dice. Hoy Fernández es un enlace territorial de la Fundación Sidoc en su barrio y afirma que el cambio sí se está dando. “Somos paramédicos sociales. Estas iniciativas le dan una segunda oportunidad a las
personas”, afirma.
En relación a los estereotipos que Fernández tenía sobre los empresarios, recuerda: “Pensaba que eran arrogantes, malas personas, picados”. Sin embargo, todo cambió en el premio cuando tuvo la oportunidad de sentarse y conversar con miembros de las familias Carvajal y Escobar. “Al hablar con ellos, esos estereotipos empezaron a desmoronarse”, concluye.
‘Cali será la ciudad de las huertas’
En el corazón de la comuna 18, Jhon Anderson Grijalba se ha convertido en un referente de transformación y resiliencia a través de las huertas comunitarias. Tiene 39 años, su propia huerta casera y también dirige una comunitaria: ‘El bosque comestible Yarumal’. Grijalba dice que luego del estallido social, y ya que siempre se ha interesado por los temas sociales y ambientales, ha logrado consolidar su liderazgo. “Me encontré a mí mismo dentro de mi territorio. (...) Las huertas son algo muy especial e interesante. La huerta comunitaria tiene un ejercicio muy bello y es que te encuentras con otras personas que tienen las mismas motivaciones que tú. Las huertas permiten juntar gente porque hay algo que nos une: el amor y querer sembrar, conectarnos con la tierra, poner una semilla”, afirma.
Su huerta se une a las 35 huertas sostenibles que tiene Compromiso Valle y a los 85.000 metros cuadrados de espacio público protegido por estas iniciativas en Cali. Con el proyecto también hacen compostajes, e incluso se producen sustratos biopreparados que en algunos casos ya se sacan a la venta. Además, hay huertas que ofrecen recorridos, asisten a festivales agroecológicos o se unen a rutas ecoturísticas de la ciudad. En su huerta, entre hortalizas y plantas aromáticas, Grijalba ofrece talleres de cómo conectarse con la tierra y sembrar una semilla, entre otros. “Las huertas se han convertido en un espacio de sanación y reconexión. Están pasando cosas bellas aquí”, dice, y añade sin titubea: “En algún momento Cali será la ciudad de las huertas, de los ecobarrios, de las ecoescuelas. Queremos ser inspiración para otros”.
Ana María Mena Lobo
Redacción Impreso