Como película de terror, un padre asesinó a sus hijos con dulces envenenados

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Una de las historias más escalofriantes de Estados Unidos sucedió en el  Halloween de 1974 en Texas.

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Ronald Clark O’Bryan era el diácono de la Iglesia en Deer Park, Texas y fue acusado de envenenar a sus dos hijos pequeños, Timothy y Elizabeth, al haberles dado unos dulces, cumpliendo con la tradición de Halloween, de cumplir el conocido 'dulce o truco'. 

Ese día, una lluvia en la región de Houston, hizo que los planes de muchas personas de salir a recolectar dulces, quedaran aplazados, sin embargo, O' Bryan decidió llevar a sus hijos en busca de golosinas y, al llegar a casa, les permitió que escogieran los de su preferencia. 

Los niños, confiando plenamiente en su padre, decidieron escoger los más provocativos: Timothy eligió un Pixy Stix, pero al probarlo señaló que el sabor era amargo y de acuerdo con el diario 'Toronto Sun', O’Bryan le contó a los detectives que después de que el niño consumiera este dulce lo gritó desde la habitación manifestándole que le dolía mucho el estómago. 

O'Bryan le proporcionó un poco de 'Kool Aid' para suavizar un poco el sabor amargo, del dulce, sin embargo, el menor vomitó, convulsionó y murió una hora después. 

Ante el hecho, los detectives decidieron investigar más a fondo, puesto que O'Brian manifestaba que el menor había sido envenenado por los dulces que había recogido esa noche, no obstante, estas autoridades decidieron confiscar los dulces que los niños no habían consumido, para darse cuenta de que estaban envenenados. 

El clérigo había envenenado varias golosinas, por lo que el hombre fue detenido yu llevado a juicio. 

Durante la audiencia, se pudo comprobar que O'Brian estaba detrás de una gran suma de dinero, al asesinar a sus hijos, pues hace algún tiempo había contratado un seguro  de vida por 31.000 dólares para ellos. 

De acuerdo con el condado de Harris: el diácono “tenía una mala reputación” y lo describieron como alguien que “usó a su hijo y lo sacrificó en el altar de la avaricia”.

La versión que presentó el acusado tenía inconsistencias, por lo que de inmediato fue condenado a pena de muerte en 1975 y en el momento de se ejecución en 1984 señaló que era inocente, pero se pudo constatar que él mismo envenenó a sus hijos y trató de desviar la atención a una leyenda urbana que relataba que alguien entregaba dulces envenenados a los niños que tocaban a su puerta. 

LUZ ANGELA DOMÍNGUEZ CORAL

Redacción Alcance Digital

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