Ahora que la moda en Colombia es adoptar a James Robinson, uno de los tres ganadores del último Premio Nobel de Economía, es oportuno rescatar uno de los mensajes más importantes tanto de Robinson como de Daron Acemoglu, con quien comparte semejante galardón. En un artículo de 2013, La economía versus la política, plantean como mensaje principal que “una política económica sólida debe basarse en un análisis cuidadoso de la economía política y debe tener en cuenta su influencia en los equilibrios políticos futuros”. Nunca como ahora este mensaje es tan pertinente para entender el presente y el futuro de Colombia.
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Con razón, muchos compartimos serias preocupaciones sobre el comportamiento actual de la economía colombiana, pero ojo con nuestros análisis porque como decía mi padre, “exagerar es mentir”. Decir que hoy somos un modelo de buen manejo en la región es ignorar la historia económica del país. Sí lo fuimos en parte importante del siglo XX: dos décadas, 60 y 70, con un PIB creciendo en promedio al 5,4 % anual; no perdimos la década del 80 como sí lo hizo gran parte de América Latina y más importante aún, fuimos la reconocida excepción del populismo macroeconómico, el gran pecado de muchos países de esta región, como lo reconocen Dornbush y Edwards en su libro sobre el tema.
Hoy estamos lejos de esos niveles de crecimiento: el promedio de los primeros dos trimestres del 2024 es 1,4 %; un PIB potencial de 2,7 %, un desempleo acerándose nuevamente al 10 % y una inflación alta bajando lentamente, 5,8 %. Con razón prima el pesimismo entre los economistas, pero siguiendo la recomendación de los nuevos premios mobel, no podemos pensar que una cosa es la economía y otra la política, de manera que para entender la realidad debemos ampliar nuestro espacio analítico.
Estamos en el primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia, una situación que exige que el análisis económico parta de aceptar como un hecho esa nueva realidad. Aunque las buenas y malas políticas económicas pueden darse en gobiernos de derecha, de izquierda y de centro, su evaluación siempre debe tener en cuenta los objetivos de cada ideología. Es decir, se pone nuevamente de moda salir de la visión estrictamente economicista para volver a la economía política, aquella que interactúa con la ciencia política, la sociología y la historia.
Reconocer el contexto
El panorama que reflejan algunos de los análisis de la coyuntura económica del país evidencian carencias al no vincularlos al contexto político actual. Sin duda, una de las grandes contribuciones del presidente Petro es haber puesto el tema de la distribución de los beneficios del desarrollo en el centro del debate. Pero la preocupación nace al intuir que al mismo tiempo que se tiene un objetivo loable se estén subestimando factores críticos como los desbalances fiscales, el exceso de gasto en funcionamiento, la poca inversión pública, las restricciones externas y en general su baja ejecución. Como lo prueba la historia latinoamericana, esa población que se quiere favorecer puede ser la más perjudicada. Esta es la esencia de ese mal de esta región que no podemos repetir. Chile en los 70 es el caso paradigmático. Por esa contradicción que puede estarse dando en nuestro país, cabe la pregunta: ¿será que Colombia está escribiendo la fórmula del populismo macroeconómico del siglo XXI?
Para responder a esta pregunta es conveniente volver a leer el famoso trabajo de Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards El populismo macroeconómico (1990). Los autores lo definen como “una aproximación de la economía que hace énfasis en el crecimiento y la distribución del ingreso, pero subestima el riesgo de inflación, el déficit fiscal, restricciones externas y la reacción de agentes económicos a políticas agresivas en contra del mercado”. No todos esos elementos negativos se observan en Colombia, como por ejemplo una inflación desbordada. Pero sí preocupa, como lo plantean analistas económicos, los excesivos crecimientos en la nómina oficial y el gran incremento anunciado de subsidios. Todo lo anterior genera preocupación y permite pensar que se están dando elementos de populismo macroeconómico.
Coinciden, además, otros hechos como “el uso de la movilización política, la retórica recurrente y los símbolos dedicados a inspirar al pueblo”, que Paul Drake en su artículo de 1982 Requiem for Populism señala como prácticas de esta tendencia política. Agrega como otro elemento de este sistema un intento de políticas reformistas que intentan promover el desarrollo. Estos son elementos que también se identifican en el actual gobierno.
Probablemente es el momento de traer a colación que la historia económica de Colombia siempre se ha considerado como conservadora, lo que ha garantizado una estabilidad, y que aún hoy con las dificultades que se enfrentan, muchos de los males latinoamericanos como el no pago de deuda, no han sucedido en este país. Precisamente por ello es fundamental prender alarmas. Los desequilibrios macroeconómicos necesariamente llegan a estrategias muy costosas social y políticamente, independientemente del contexto político en que se den. Como lo analizan documentos de la Cepal, los ajustes estructurales que han sido necesarios en América Latina para corregir las consecuencias del populismo macroeconómico han sido muy elevados: no se recuperaron los salarios reales, se dieron mayores desigualdades en acceso a educación, aumentó la informalidad y no hubo cambios en la tendencia de la distribución del ingreso.
Mejor prevenir que curar
Para demostrar esa realidad, Sebastian Edwards, dedicado a escribir la historia económica del gobierno de Salvador Allende, reconoce con los instrumentos matemáticos que, como él menciona, “usan los economistas modernos”, que ese gobierno es el caso extremo de populismo macroeconómico. Como el presidente Petro menciona con frecuencia a Salvador Allende, para Colombia resulta interesante revisar las características de esa administración. Según Edwards, la esencia de su programa era una estrategia económica con dos componentes: el primero era un programa macroeconómico diseñado para generar recuperación económica y una mejora en la distribución de los ingresos. Sin duda, loables propósitos. El segundo era un plan de reformas estructurales para abrir paso a una transición hacia el socialismo. El círculo virtuoso del plan del gobierno se rompe por grandes déficits fiscales, impresión de moneda, inflación disparada, mercados negros, escasez y violencia política. Por fortuna estamos lejos de eso, pero es mejor prevenir que curar.
Es justo reconocer que el 14 de agosto de 2024 el presidente Petro mostró una distancia relativa frente a ese gobierno. Afirmó: “¿seguimos los pasos de Allende? Sí y no. Espero que no su final. Y pienso que la evolución del capitalismo mundial me lleva a algo diferente en economía. El progresismo latinoamericano debe cambiar la economía de Latinoamérica, no solo en su distribución, sino en las relaciones de producción también, como intentó Allende, pero no hacia el estatismo sino hacia una economía global descarbonizada”.
Economía política
A partir de estas reflexiones, la pregunta planteada “Colombia: ¿hacia una forma de populismo macroeconómico?” tiene varios propósitos. El primero es que nosotros los economistas, a quienes nos cuesta mucho trabajo reconocer la importancia de otras disciplinas, aceptemos que vivimos una etapa política muy distante a la que ha caracterizado a nuestro país. No es que ignoremos que en nuestra historia ha habido gobiernos progresistas, pero este, el del presidente Petro, sí es el primero de izquierda que ha llegado al poder en Colombia. Y este no es un tema menor cuyas características, entre ellas su ideología, debemos integrar a nuestros análisis económicos que no son neutros respecto a la política.
El segundo objeto es señalar que, aunque se han dado algunas muestras en el gobierno actual de mantener equilibrios macro como la regla fiscal, sería irresponsable no reconocer que hay elementos preocupantes que podrían llegar a conformar ese modelo de estrategias económicas cuyos resultados negativos ya se conocen en América Latina. Precisamente por la compleja coyuntura que hoy se vive, muchos economistas deseamos que esos análisis que realizamos por lo menos se consideren en el Gobierno y no que se interpreten como expresiones de mala leche de la oposición.
Pero si lo economistas queremos recuperar ese espacio perdido, es hora de reconocer el valor de lo que afirma Stefan Dercon, profesor de Oxford, en un documento de trabajo titulado La economía política cuando se asesora la política económica (2023).
Palabras más, palabras menos, este autor plantea que para lograr que los análisis económicos lleguen a los niveles altos del poder, es necesario que no se considere que provienen de tecnócratas distantes, y para lograrlo es necesario que estos reconozcan y entiendan la política y sobre todo operen dentro de ella. ¿Entendido el mensaje?
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
Especial para EL TIEMPO
@CeciliaLopezM
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