Un hombre que bordea en promedio los 60 años, con rasgos orientales y una falda a cuadros, trata de dialogar, en un inglés fragmentado y acompañado de señas y ademanes, con un hombre indígena, que porta una corona de plumas, una camiseta polo y parte de su rostro bordeado con líneas rojas y negras.
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Pese a lo difícil de la comunicación, ambos terminaron en el mismo lugar: una pequeña terminal de transportes acondicionada en el parqueadero del Centro de Eventos Valle del Pacífico, donde se ubica la Zona Azul de la COP16, donde los participantes acreditados en esta cumbre de biodiversidad pueden abordar los buses que se encargan de transportarlos a los diferentes puntos de actividad del evento.
Este lugar, que parecería una estación rumbo a la Torre de Babel, por la cantidad de idiomas que las personas que allí se encuentran, tratan de expresar, comprende cinco rutas que van desde la Zona Verde hasta hoteles y sitios estratégicos. Para utilizar este servicio, solamente se debe tener el carné o acreditación del evento. Además, cada bus tiene un policía en su interior y otro motorizado que acompaña su recorrido.
Abordamos la ruta COP 03, la que va hacia la Zona Verde, epicentro de la cultura y academia. En su interior hay miradas tímidas de personas que quieren interactuar con otras, pero se desvían hacia los paisajes iniciales del recorrido, que son lotes baldíos e industriales.
Lo llamativo se presenta en cada una de sus sillas, donde se pueden sentar personas de culturas muy diferentes.
En la parte trasera, un señor con traje impecablemente planchado, y con un acento muy europeo, vocifera por su teléfono. A su lado, una mujer con un vestido largo y un velo característico de la cultura del Medio Oriente, cuyo rostro dibuja una sonrisa de asombro y complacencia mientras empieza a mirar por su ventana, pero parece más emocionada cuando pasa por monumentos, mientras suena como música de fondo, las pequeñas discusiones de su compañero de silla.
Ricardo Borja, periodista ecuatoriano que por primera vez visita Cali, y que se ubicó al final del bus, no salía de su asombro por la cantidad de árboles que hay en la capital del Valle del Cauca y la seguridad: “Vengo de un país donde los índices de inseguridad son altísimos. Acá no he tenido ningún tipo de problema, me he sentido cómodo, seguro.
Durante su recorrido, el bus se fue llenando de personas que se dirigían a la Zona Verde. El recorrido terminó con muchas personas en el interior del automotor, donde casi todos hablan, pero pocos se entienden, y al final de cuentas todos sonríen y tratan de hacerse entender con señas o aplicaciones de traducción… nadie se vara.
El bus termina siendo un momento de desconexión para muchas personas alrededor de lo que está en juego en esta cita con la biodiversidad; un pequeño momento para tratar de conocer el mundo a través de otras personas y disfrutar.
Fin del recorrido, el bus para contiguo a la plazoleta Jairo Varela, donde se erige la escultura de una trompeta gigante, símbolo de la cultura musical caleña que atrae a muchos turistas.