La historia de Paul Cherry es un claro recordatorio de los peligros ocultos de consumir excesivas bebidas gaseosas. A sus 56 años, experimentó síntomas que lo llevaron a una difícil realidad: el diagnóstico de diabetes tipo 2 y enfermedad del hígado graso no alcohólico (NAFLD, por sus siglas en inglés).
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En diálogo con el medio Daily Mail, el protagonista de esta historia habló sobre los primeros síntomas y cómo comenzaron las señales de advertencia. En principio, comenzó a sentir un cansancio extremo, acompañado de irritabilidad y dolor al orinar. Estos signos son a menudo pasados por alto, pero pueden ser indicativos de problemas más serios. La fatiga y el dolor abdominal son cuestiones que usted no debe ignorar.
Si bien Paul no se consideraba obeso, su dieta rica en azúcares y alimentos procesados contribuyó a su deterioro de salud, según detallan los especialistas de salud en el medio citado. A medida que las enfermedades se desarrollan, es fundamental prestar atención a las señales que el cuerpo le envía.
El consumo excesivo de bebidas azucaradas, como las gaseosas, puede llevar a una acumulación de grasa en el hígado. Aunque el hombre tenía un índice de masa corporal que no lo catalogaba como obeso, los especialistas advierten que el hígado puede dañarse incluso en personas de peso normal.
De hecho, se estima que hasta un 20 por ciento de las personas con un índice de masa corporal saludable pueden padecer NAFLD. Esto se debe a que el exceso de azúcar se convierte en grasa visceral, que se acumula alrededor de los órganos internos, incluyendo el hígado. Como advierte el profesor Jonathan Fallowfield al portal citado: ‘No se necesita beber mucho alcohol o ser obeso para sufrir daño hepático; hasta el 20 por ciento de las personas con un IMC normal pueden tener hígado graso’.
El progreso de la enfermedad y cómo le afectaron las bebidas gaseosas
A pesar de recibir múltiples advertencias de sus médicos sobre la necesidad de realizar cambios en su estilo de vida, Paul no tomó estas recomendaciones con la seriedad que requerían. Durante nueve años, continuó consumiendo hasta tres botellas grandes de refrescos al día, lo que agravó su condición y finalmente le llevó a necesitar un trasplante de hígado. ‘No estaba asustado lo suficiente, pero debería haberlo estado’, sostuvo.
Además, la enfermedad del hígado graso no alcohólico puede evolucionar silenciosamente, por lo que causa daño a largo plazo sin síntomas visibles. En etapas avanzadas, lleva a la cirrosis, una condición grave que implica la cicatrización del hígado y compromete su función vital.
Los síntomas como pérdida de peso, confusión mental y debilidad muscular pueden aparecer de repente y, en algunos casos, resultar mortales. Por este motivo, es de suma importancia reconocer que la salud del hígado no solo afecta su bienestar físico, sino también su calidad de vida en general.
La buena noticia es que, con cambios de estilo de vida adecuados, es posible revertir el daño hepático, afirman los profesionales. Una dieta equilibrada y rica en frutas, verduras y granos enteros, junto con la reducción del azúcar y las bebidas azucaradas, son fundamentales para la salud del hígado. En su caso, Paul modificó su dieta y ahora opta por pan integral, carne magra y agua en lugar de refrescos, lo que mejoró de gran manera su bienestar.