En el marco de la COP16, la Asociación de Estados del Caribe (AEC) y la Worldview International Foundation (WIF) firmaron un acuerdo para la restauración de manglares en la región. Este memorando de interés tiene como objetivo proteger y restaurar los ecosistemas de manglar, esenciales tanto para la biodiversidad marina como para las comunidades costeras.
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“Estamos dando un paso importante para involucrar a los países del Gran Caribe en un proyecto que traerá beneficios no solo ambientales, sino también para las comunidades locales que dependen de los manglares,” afirmó Kim Noguera Gabrielli, CEO de WIF, en una entrevista exclusiva para EL TIEMPO.
Según Gabrielli, el acuerdo permitirá movilizar recursos mediante inversores interesados en la reforestación de tierras degradadas. Aunque Colombia solo firmó como testigo en esta ocasión, se espera que pronto se sume formalmente al proyecto.
El canciller Luis Gilberto Murillo, quien lidera los esfuerzos de Colombia en la AEC, celebró el acuerdo como una muestra de la diplomacia por la vida y la naturaleza: “Hoy reafirmamos que estamos pasando de las palabras a la acción para proteger la biodiversidad del Gran Caribe".
Este acuerdo cobra especial relevancia en Colombia, donde se encuentra una de las áreas de mayor concentración de manglar: Tumaco, en el departamento de Nariño. En esta región, más de 120.000 hectáreas de manglar muestran un gran potencial de restauración, según Gabrielli.
Sin embargo, no solo se trata de restaurar el ecosistema; también es esencial incluir a las comunidades que dependen de estos territorios, como la Asociación de Mujeres Concheras Raíces del Manglar, quienes desde hace años defienden su territorio en Tumaco.
El mandato del manglar y la lucha de las piangüeras
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La noche anterior habían acordado encontrarse en la orilla, donde suelen aparcar la canoa. Pero como era costumbre, no todas llegaron a tiempo. Cermira fue la primera en quejarse.
—Siempre es lo mismo. Quedamos a una hora y llegan cuando se les da la gana.
—Calmáte, Cermira, que allá vienen —anunció Daniela.
A lo lejos se veían las siluetas de dos mujeres. Eran las que faltaban, y solo cuando estuvieron todas a bordo partió la canoa. Al frente las esperaba Raizal: 10 hectáreas de un espeso manglar que se eleva sobre la espumosa marea tumaqueña, y al que el viento del alba balancea de lado a lado.
El sol de la mañana se cuela entre los árboles y con cálidos destellos les besa la cara haciendo que parezcan guerreras fuertes e imbatibles, pero no lo son. Lo cierto es que, aunque intrépidas y audaces, siguen siendo las mismas ocho mujeres negras que cada semana, sobre un potrillo, van a visitar a su viejo amigo envueltas en un aro de recelo y superstición.
En Colombia, las regiones del Pacífico y el Caribe concentran la mayor cantidad de manglares, lo que hace indispensable revisar qué se hace desde estas zonas para preservarlos. Los manglares, además de ser sistemas socio-ecológicos que resguardan peces, moluscos y crustáceos, también actúan como barreras naturales contra tsunamis y tormentas.
Se estima que una línea de manglar de 500 metros puede reducir la altura de las olas hasta un 90%, amortiguando significativamente el impacto de estas fuerzas naturales que amenazan las costas y a sus comunidades.
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Algunas de las mujeres se han coronado con discretas capuchas para que su cabello no sufra mientras hacen piruetas y se escabullen entre el mangle. Otras, las más refinadas, se han puesto negros guantes de plástico para escudriñar entre el barro el tesoro que oculta el manglar sin tener que pagar, con las uñas, su precio. La piangua, siempre esquiva y celosa, se maquilla con el lodo para pasar desapercibida. Ellas lo saben y van preparadas, pero primero deben pedir permiso.
Magnolia Quiñones toma el liderato cuando la canoa por fin toca tierra firme. Las otras mujeres la siguen en silencio. Ella se dirige a la derecha y pone su mano sobre un áspero mangle blanco y la desliza de arriba abajo mientras tararea una canción. Ahora lo besa y lo abraza. Ha comenzado a caminar a su alrededor, bordeando las raíces con el filo de su bota. Sus compañeras observan la escena con absoluta impavidez.
—¿Cómo fue, Magnolia? —pregunta Cermira, ansiosa.
Ella da media vuelta con un gesto de desaprobación.
—¡Retirada! —dice— Hoy no podemos conchar. Él no quiere.
Así como llegaron, se van. Nadie se atreve a desafiar su presagio. Ese será un día perdido, pues su amigo el mangle acaba de negarles la entrada a su casa.
Las principales amenazas climáticas que están afectando el manglar en Colombia incluyen el aumento del nivel del mar, cambios en la línea de costa, alteraciones en la oferta hídrica y la transformación de la temperatura y precipitación debido a fenómenos como El Niño y La Niña. Estas alteraciones no solo ponen en riesgo los ecosistemas sino también las formas de vida que dependen de ellos.
Cuenta Magnolia que en una ocasión una de sus compañeras desobedeció el mandato del manglar. Dice que, al escuchar su diagnóstico negativo, esta respondió: “no, compañera, deje esos agüeros y póngase seria. Ya llegamos hasta acá, ¿cómo nos vamos a devolver sin nada?”, y pensó que prendiéndole sahumerio al manglar este se iba a poner contento.
—Yo le dije “ah, bueno...” pero no estaba muy convencida —relata Magnolia—. Al rato escuchamos un grito y era ella. Se había puesto a picar un palo que derramaba sangre con cada machetazo. Descubrimos que en realidad era una señora culebra cuya cabeza no sabemos dónde está. El rabo sí está dentro de ese manglar, pero la cabeza, y la mitad de su cuerpo, no sabemos en qué lugar esté haciendo devoración.
Doña Segovia Quiñones, la abuela de Magnolia, empezó a llevarla a Raizal cuando ella tenía siete años.
—A mí siempre me gustó sentarme en el suelo —dice—. Mientras mi abuela conchaba, yo me sentaba en el manglar y me ponía a mirar para arribar y les cantaba. Recuerdo que hubo un momento que identifiqué un reflejo a lo lejos. Luego el mangle empezó a sacudirse.
Era una cosa sorprendente ver cómo el manglar se doblaba por el viento. Cuando reaccioné tenía un tigrillo en frente. Fue una cosa tremenda. Desde ahí descubrí que el manglar habla, solamente hay que ponerle mucho cuidado a lo que quiere decir.
Pero en Tumaco ya son pocos los que quieren escuchar al manglar; por el contrario, buscan silenciarlo o sustituir su voz con el ruido de las motosierras. Así como hace presencia la Asociación de Mujeres Concheras Raíces del Manglar, que preside Magnolia, y que se preocupa por la conservación de 10 de las más de 4.800 hectáreas de manglar que rodean a Tumaco.
Pero también existen varias asociaciones de carboneros, que son quienes talan el mangle sin piedad para hacer casas, o para convertirlo en carbón y vendérselo a los más de 400 restaurantes registrados ante la Cámara de Comercio del municipio.
Algunos de los taladores son vecinos de Magnolia en el barrio El Porvenir en Tumaco. Tiempo atrás, taladores y concheras tenían fuertes discusiones que terminaban en profundas enemistades por el uso del manglar.
Los primeros reclaman su derecho al trabajo, alegando que ellos siempre han vivido del carbón; las concheras, por su parte, insisten en que los carboneros cambiaron su método de recolección del mangle, que ya no recogen el mangle caído, sino que cortan el mangle joven. Y que no les gusta sembrar.
Hace un par de años hicieron un pacto. Los taladores acordaron que no cortarían en Raizal —las 10 hectáreas de manglar que protegen las concheras—, y que, en su lugar, irían al ‘Tigre’, donde además de mangle hay un sembrado de nato del que ahora muy poco queda.
—Ahora ellos se van más lejos —cuenta Magnolia.
Los manglares cumplen un rol fundamental para los ecosistemas marítimos. Funcionan como una especie de guardería para animales y son capaces de capturar hasta 1.000 toneladas de carbono por hectárea. Sin embargo, el deterioro por prácticas humanas sigue amenazando su supervivencia.
En un estudio realizado por la Universidad Nacional y la Universidad del Valle, se advierte sobre la alarmante disminución de los bosques de manglar en el Pacífico colombiano, que entre 2006 y 2019 experimentó una reducción del 6,88 % de su cobertura.
El trabajo por la recuperación de los manglares que desde hace 15 años viene adelantando la Asociación de Mujeres Concheras Raíces del Manglar ha sido posible, principalmente, gracias al apoyo y la colaboración de entidades de cooperación internacional, quienes han facilitado recursos para el funcionamiento de varias asociaciones de concheras en Tumaco, y han coordinado su participación en espacios importantes donde se debaten temas de biodiversidad, como por ejemplo, este espacio de la COP16.
DEYNER CAICEDO CAMACHO
Enviado especial de EL TIEMPO a la COP16