Ochenta años después de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, unos 40 supervivientes, repartidos por 15 países y cuatro continentes, hablaron con la AFP entre noviembre y enero para recordar sus vidas y su esfuerzo de testimoniar como antídoto al olvido.
Estos supervivientes tenían 15 años, 4 años, siete meses. Algunos incluso nacieron en los campos de concentración y exterminio: Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen, Buchenwald, Ravensbrück.
Evelyn Askolovitch no recuerda la edad exacta en la que llegó a los campos de Vught y Westerbork (Países Bajos) y luego en el de Bergen-Belsen (Alemania). La francesa estima que eso fue entre los 4 y 6 años. Ella, como el resto de los sobrevivientes, insiste en el imperativo de hablar, porque son “la ultimísima generación” que sigue con vida para dar fe de los horrores que vivieron.
“¿Cómo pudo el mundo permitir un Auschwitz? Ese crimen fue con premeditación”, se pregunta desde Santiago de Chile Marta Neuwirth, que tiene ahora 95 años. Nació en Hungría y fue deportada a los 15 al mayor campo de exterminio nazi, en la entonces ocupada Polonia.
Alrededor de 1,1 millones de personas, entre ellas un millón de judíos, fueron asesinadas en Auschwitz entre 1940 y la liberación de ese campo por el ejército soviético el 27 de enero de 1945. La mayoría de los que llegaban allí murieron gaseados al poco tiempo de su arribo. La cifra total de judíos exterminados por la maquinaria de muerte del III Reich fue de seis millones de judíos.
“Hoy me sigo preguntando por qué. Sigo sin saber por qué nos odiaban tanto”, se pregunta a sus 97 años, desde Canadá, Gyorgyi Nemes, natural de Budapest y deportada sucesivamente a Ravensbrück, Flossenbürg (Alemania) y Mauthausen (Austria).
Darle sentido a la vida
Para muchos, el hecho de dar testimonio ha dado un sentido a sus vidas, después de haber perdido a sus padres en las cámaras de gas, de ver a sus hermanos morir de inanición, de agotamiento o de alguna enfermedad. Muchos se enteraron, apenas terminó la guerra, de que su familia había desaparecido.
A Julia Wallach un nazi la hizo bajar in extremis de un camión que se dirigía a una cámara de gas. La francesa de casi 100 años tiene por momentos dificultades para hablar. Entonces se interrumpe, o llora. “Es demasiado duro de contar”, suspira esta mujer que sobrevivió a dos años de infierno en Birkenau. “Mientras pueda hablar, lo haré”, dice. A su lado, su nieta Frankie se pregunta: “Cuando ella ya no esté, y hablemos de esto, ¿quién nos creerá?”.
Naftali Furst, un israelí de 92 años nacido en Bratislava y que estuvo en cuatro campos, entre ellos Auschwitz-Birkenau, viaja desde hace años a Alemania, a Austria, a la República Checa y a otros países para dar charlas, “para que los jóvenes no olviden nunca lo sucedido”.
En diciembre, Esther Senot, una francesa nacida en Polonia de 97 años, no dudó en acompañar a un grupo de estudiantes a Birkenau en medio del rudo invierno polaco. Situado a tres kilómetros del campo principal de Auschwitz, este extenso lugar alberga todavía la rampa de ‘selección’, adonde llegaban los trenes, así como los hornos crematorios y los barracones, rodeados de alambres de espino y de postes de cemento.
Senot mantiene el compromiso que le hizo en 1944 a su hermana Fanny antes de morir: “Si logras sobrevivir, prométeme que contarás todo lo que nos ha ocurrido. Para que no seamos los olvidados de la Historia”.
Pero durante años, a los sobrevivientes de la Shoah (palabra hebrea que significa ‘holocausto’) no les fue fácil hablar. En principio, la gente no quería escuchar lo que había sucedido en los campos de concentración y de exterminio.
Solo 25 años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, el 7 de diciembre de 1970, el canciller alemán Willy Brandt, en un acto de contrición que dio la vuelta al mundo, le pidió perdón al pueblo judío de rodillas, ante el monumento erigido en memoria de las víctimas del alzamiento del gueto judío de Varsovia.
Tratados como objetos
Han pasado 80 años o más, pero los testigos hacen memoria del horror de la selección, efectuada a veces por un simple gesto de cara de un funcionario nazi; la bestialidad de las SS, la muerte planificada a escala industrial. En la multitud de relatos, se repite el recuerdo del interminable viaje a los campos en condiciones insoportables, encerrados como ganado en vagones atiborrados y sin comida.
“Éramos unas 80 personas, mujeres, niños, ancianos, con un cubo para hacer nuestras necesidades, sin agua, sin pan, como animales”, dice Albrecht Weinberg, de 99 años, en Alemania, su país natal. En su cabeza está la imagen de los recién llegados a Auschwitz en tren, que caminaban por encima de los cadáveres.
Nate Leipciger, canadiense de 96 años nacido en Polonia, deportado a los 16, recuerda con espanto la deshumanización a la que de inmediato se veían reducidos al bajar de los trenes. “Pasábamos del estado de hombre libre al de detenido, con un número en el brazo, y sin documento de identidad. Nos quitaban la ropa, el pelo, todo lo personal, y nos convertíamos en un objeto. Perdíamos la capacidad de actuar como seres humanos”, detalla.
Pasábamos del estado de hombre libre al de detenido, con un número en el brazo, y sin documento de identidad. Nos quitaban la ropa, el pelo, todo lo personal, y nos convertíamos en un objeto. Perdíamos la capacidad de actuar como seres humanos
Nate LeipcigerSobreviviente de 96 años.
Al hablar de objetos se refiere a la selección que hacían de los deportados: los más jóvenes, los de más edad, los más frágiles, a la muerte inmediata en las cámaras de gas. Los demás, a sufrir el calvario del trabajo forzado.
“Nos separaban. Las mujeres y los niños de un lado, los hombres del otro. Había una larga rampa, y, al final, una mesa con soldados de las SS. Una vez allí nos miraban y hacían una señal, a la derecha, o a la izquierda. No teníamos idea de lo que eso significaba. Pero luego lo entendimos”, recuerda desde Canadá el centenario Ted Bolgar, nacido en Hungría, y que para recibir a la AFP se puso la kipá en la cabeza.
Marta Neuwirth, que en Auschwitz-Birkenau clasificaba la ropa de las detenidas, recuerda las columnas de mujeres sin ropa, que venían de unos vagones procedentes de todas partes. “Ellas pensaron que se iban a ir a duchar, pero iban camino hacia el horno”, cuenta.
Ese fue el trágico destino de la hermana y la madre de Ted Bolgar. Él, por su parte, logró escapar presentándose como electricista.
Los detenidos eran reducidos a trabajos forzados, sometidos a los verdugos nazis y a sus ayudantes. Albrecht Weinberg instalaba cables subterráneos en Auschwitz-Birkenau. “El trabajo era tan duro, y el ingeniero, tan brutal que a veces tres personas morían de agotamiento en un solo día”, cuenta.
Y a todo ello se añadía el hambre. El polaco Marek Dunin-Wasowicz, de 98 años, deportado al campo de Stutthof, en la actual Polonia, trata de describir su calvario. “En el campo, pasaban semanas enteras en las que no comía nada. Era hambre de verdad. Me desmayaba porque tenía hambre”.
Y la enfermedad, y el desposo, y los experimentos médicos. Como los que padeció el estadounidense Sami Steigmann, de 85 años, cuando era un niño en Mogilev-Podolsky, en Ucrania, frontera con Moldavia. Todavía siente dolores de forma permanente. “Tomé medicamentos muy fuertes que crean dependencia, pero hace unos 45 años decidí aprender a vivir con ese sufrimiento, sin medicamentos”, dice este sobreviviente que vive de las ayudas sociales.
Hirsz Litmanowicz fue deportado con 11 años a Auschwitz-Birkenau junto a su hermano. Lo trasladaron después a Sachsenhausen, en Alemania, donde su cuerpo sirvió como experimento médico de la vacuna contra la hepatitis B. Ese fue el motivo por el que sobrevivió. “A mí me eligieron, pero a mi hermano no. No me pude despedir de él ni darle un abrazo”, recuerda este peruano nacido en Polonia.
Recuerdos que acechan
Ochenta años después, el dolor de haber sobrevivido sigue persiguiéndolos. Por más que ha pasado el tiempo, este no se ha desvanecido. A sus 93 años, Hirsz Litmanowicz dice que el desasosiego no lo ha abandonado. “Siento más que nunca el dolor de lo que he soportado. Hoy no puedo dormir por las noches, tengo pesadillas”, confiesa.
El canadiense Pinchas Gutter, de 92 años, describe algo similar. “Siempre que pienso en el Holocausto, lo primero que me viene a la mente es mi hermana”, de la que lo separaron a sus 11 años, según cuenta este hombre nacido en Polonia y deportado a Majdanek, cuando el país estaba ocupado. “He olvidado todo de ella (...). No tener el más mínimo recuerdo de ella me duele muchísimo”, agrega.
Eva Erben, una israelí de 84 años que nació en Praga, recuerda en cambio a su madre. “Me hablaba de lo que haríamos cuando volviéramos a casa, qué compraríamos, qué zapatos nos pondríamos, qué ropa nos pondríamos para visitar a nuestra familia”, cuenta la mujer, deportada a Theresienstadt y a Auschwitz-Birkenau.
Su mamá, según la describe, era una heroína que murió tras ‘la marcha de la muerte’ cuando, al acercarse los soldados soviéticos, los nazis obligaron a los deportados a recorrer cientos de kilómetros, en harapos, bajo la nieve y el frío glacial, en dirección a Alemania y Austria.
Miedo al olvido
¿Habrán servido sus testimonios ochenta años después? Los últimos supervivientes expresaron a la AFP la angustia que les inspira el mundo actual. “No esperaba que fuera tan importante evocar el Holocausto 80 años después. Pero lo es. Debido al terrible aumento del antisemitismo en todo el mundo”, señaló el canadiense Nate Leipciger.
No esperaba que fuera tan importante evocar el Holocausto 80 años después. Pero lo es. Debido al terrible aumento del antisemitismo en todo el mundo
Nate LeipcigerSobreviviente de 96 años.
La época actual le recuerda los años 30, cuando, ante la amenaza del Tercer Reich, “nadie quería acogernos como refugiados. Salvo el hecho de que hoy tenemos Israel”, dice.
Desde el ataque de Hamás, del 7 de octubre de 2023, en el sur de Israel, y la respuesta de Tel Aviv sobre Gaza, son pocas las veces en las que el antisemitismo resurgió con tanta fuerza tras la Segunda Guerra Mundial.
Además del antisemitismo, el regreso de la derecha radical también les genera espanto. “El presente es muy sombrío”, opina el vienés Erich Richard Finsches, de 97 años. El sobreviviente de Auschwitz-Birkenau vio con temor la histórica victoria del Partido de la Libertad (FPÖ) en Austria, de corte nacionalista y fundado por antiguos nazis, en septiembre de 2024.
También existe un gran miedo al olvido. “A que se ahogue en la memoria de la Historia lo que vivimos”, teme Pinchas Gutter. “Durante décadas se dijo que hablábamos demasiado de ello (...), pero hoy se sabe menos de lo que pasó”, agrega la húngara Judit Varga Hoffmann, de 97 años y deportada a Auschwitz-Birkenau.
Elena Jabina, una rusa de 82 años, cree que tras su muerte y la de los últimos sobrevivientes, “probablemente no quedará ningún recuerdo”. Fue deportada al campo de concentración de Klooga, Estonia, cuando apenas era un bebé de siete meses.
“Hay una frase del Talmud (libro que recoge las creencias judías) que dice: ‘El que olvida su pasado está condenado a revivirlo’ ”, advierte Catherine Chalfine cuando recuerda la historia de su padre, Gabriel Bénichou, nacido en la Argelia francesa hace 98 años y detenido en Marsella para luego ser deportado a Auschwitz-Birkenau.
Resistir
Pese a todo, sigue el mensaje de esperanza. Emociona escuchar a Gyorgyi Nemes desde Montreal, que tras contar ‘el infierno’ de su deportación cierra la entrevista con estas palabras: “Enterré a mi marido hace diez años, pero tengo un hijo, una nuera y mi familia. Como les digo, soy la persona más afortunada del mundo”.
Y qué decir de la sudafricana Ella Blumenthal, de 103 años, que sobrevivió al gueto de Varsovia, a Majdanek, a Auschwitz-Birkenau y a Bergen-Belsen, que habla del “arte de la supervivencia” y del milagro de seguir viva. “A mí me ayudaron a sobrevivir, a seguir en pie para poder decir: ‘Qué mundo tan maravilloso’ ”, exclama esta mujer, que nació en Varsovia y perdió a toda su familia –23 personas en total– a manos del nazismo.
El leitmotiv de todos estos sobrevivientes, a pesar de sus avanzadas edades, es resistir. Todos, a su manera, lanzan un vibrante llamamiento en favor de la libertad, la paz y la tolerancia. “Hay que tener siempre la esperanza de sobrevivir y luchar por ello”, dice la argentina Raquel Lily Soriano Alhadeff, de 97 años, nacida en Rodas, una isla griega que, por entonces, estaba bajo la dominación italiana. Con apenas 17 años, esta mujer logró escapar de Kaufering, un campo satélite de Dachau, en Alemania, poco antes de ser liberado.
“Hay que pasar el testigo a los jóvenes”, insiste Marek Dunin-Wasowicz, que estuvo comprometido con la resistencia polaca desde sus 15 años. Más de siete décadas después, presenció uno de los últimos procesos ante la justicia contra los responsables nazis, en este caso el del exguardián de las SS Bruno Dey.
“Los jóvenes son nuestra única esperanza. Y deben recordar no solo a los que murieron, sino también lo que ocurrió, para que eso no vuelva a suceder”, agrega.
A ellos precisamente se dirige el francés Guy Poirot, cuya vida es un absoluto milagro. Nació a comienzos de 1945 en el campo de concentración de Ravensbrück, donde vivió sus primeros 46 días de existencia. “Escuchen, ustedes los jóvenes, a quienes les han dado una conciencia: trabajen juntos, reflexionen juntos. La vida es un compromiso”, proclama.
Otras víctimas
La maquinaria de exterminio de los nazis también se ensañó contra otros grupos poblaciones, que no eran estrictamente judíos. Aunque este grupo religioso era considerado el enemigo prioritario del Tercer Reich, otras víctimas del Holocausto fueron romaníes (gitanos), homosexuales, personas con discapacidad, testigos de Jehová, prisioneros de guerra soviéticos, afrodescendientes, polacos, musulmanes, asiáticos y comunistas. En general, a las identidades étnicas se las consideraba inferiores a la raza aria y, en el caso de los comunistas y soviéticos, una amenaza para el proyecto nazi.
Según la Enciclopedia del Holocausto, “la ideología nazi era racista, antisemita y ultranacionalista. Se basaba en una serie de conceptos existentes, los cuales incluían el racismo, el nacionalismo, el antisemitismo, el anticomunismo, el antigitanismo y la eugenesia”.
A cada grupo se le identificaba con un símbolo, como a los judíos con la estrella amarilla, que era una distorsión de la estrella de David. A los homosexuales se los etiquetaba con un triángulo invertido rosado; a los presos políticos, con uno rojo; a los testigos de Jehová, con uno morado, y a los romaníes, rebeldes, vagabundos y otros grupos, con uno negro.
Los nazis también persiguieron a quienes se resistían a su modelo social o a aquellas personas que se comportaban de alguna forma que no se acomodaba a las normas alemanas.
Estas poblaciones étnicas y religiosas fueron igualmente sometidas a trabajos forzosos, a detenciones arbitrarias, a la inanición, a discriminación y al exterminio como a los judíos. Se estima que más de 5,9 millones de personas no judías fueron masacradas por los nazis. La cifra es más alta, pues no hay datos sobre afrodescendientes asesinados.
“Los sintis (grupo romaní) están desapareciendo. La mayoría murieron durante la guerra”, dijo a la AFP Rosa Schneeberger, sinti austriaca de 88 años, deportada a los cinco al ‘campo gitano’ de Lackenbach.
YANNICK PASQUET
AFP
ATENAS