Se acaba de conmemorar el 30 aniversario de un descubrimiento que tuvo un enorme impacto en la industria del vino chileno. Y si bien en un primer momento el hallazgo fue como un terremoto, pues generó auténtico pánico, este es un cuento con ‘final feliz’.
El 24 de noviembre de 1994, el ampelógrafo francés Jean Michel Boursiquot, de visita en Chile por un congreso de viticultura y enología, es invitado a recorrer los viñedos de Viña Carmen, en Alto Jahuel, muy cerca de Santiago. En el marco de esa visita le muestran un cuartel de merlot y Boursiquot suelta la siguiente bomba: “esto no es merlot, es carménère”. Todos los presentes quedaron estupefactos. Uno de ellos, Philippo Pszczólkowski, ingeniero agrónomo, enólogo y profesor de la Universidad Católica de Chile, cuenta que tuvieron que pedirle al francés que deletreara la variedad.
La carménère es una de las variedades europeas más antiguas y su origen más conocido es la región de Médoc, en Burdeos. A Chile llegó desde allí a mediados del siglo XIX, antes de que la filoxera la golpeara severamente. Y luego de ello, por lo exigente que resultó su manejo tras su injerto en pies resistentes a esa plaga (rendimientos cada vez más bajos y vides poco saludables), terminó siendo desplazada por otras variedades más ‘fáciles’ como el merlot, al punto que durante años se creyó que había desaparecido. (Hoy sabemos que aún hay algo en Francia y también en Italia).
Uno imaginaría que el hallazgo de una ‘cepa perdida’ y además con muy buena reputación en la historia vitivinícola de Francia, habría desatado de inmediato un ruidoso festejo. Pero la primera reacción de los productores chilenos fue de profundo temor. Para la época, Chile brillaba con sus merlot en el mercado internacional, y si se descubría que buena parte de esos merlot no eran merlot sino otra cosa, el daño a la reputación del merlot chileno –y del vino chileno en general– se visualizó como algo potencialmente catastrófico. Pero tras intensas –y a menudo duras discusiones– al interior de la industria del país austral, afortunadamente todo se decantó como correspondía. Luego de las confirmaciones de rigor, la carménère fue identificada, separada y empezó a construir su camino como una de las variedades que hoy distinguen a Chile en el mundo. Hoy el país de Neruda es el mayor productor de carménère a nivel global, con cerca de 10 mil hectáreas: el 8 por ciento de su producción vinícola.
La primera bodega en hacer vino con carménère a conciencia fue precisamente Viña Carmen, de la mano de su enólogo Álvaro Espinoza, quien en 1996 la embotelló bajo el nombre de Grande Vidure. Un año más tarde, y de la mano de la enóloga Adriana Cerda, la Viña Santa Inés (hoy De Martino) se convirtió en la primera bodega en etiquetar una botella con la palabra carménère. Cosa que, por cierto, los metió en gran lío con las autoridades competentes pues esa era una cepa no registrada en el Catastro Vitivinícola Nacional.
Tormentas atrás, hoy el carménère distingue a Chile en el escenario vinícola mundial. Y a pesar de lo exigente que es el manejo de esta variedad (hay un buen articulo al respecto en el portal www.wip.cl, de Mariana Martínez), hoy hay etiquetas que demuestran porque la carménère es una gran vitis vinifera. Algunos nombres que lo certifican son: Carmín de Peumo (Concha y Toro), Kai (Errázuriz), Pewën (Santa Rita) y Purple Angel (Montes).
Termino brindando por el documental 'The Lost Grape', de Válvula Films, que se estrenará en el 2025 y que cuenta esta maravillosa historia de una gran variedad que vino a resucitar mágicamente a miles de kilómetros de Francia, en el extremo sur del mundo. ¡Salud por eso!
VÍCTOR MANUEL VARGAS SILVA
Editor Jefe de la Edición Domingo de EL TIEMPO
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