Jamundí, municipio ubicado en la salida sur de Cali y punto de partida hacia la cordillera caucana, ha cargado durante años con un estigma difícil de borrar. Su nombre, aunque lleno de historia y cultura, ha sido empañado una y otra vez por los titulares que anuncian muerte y violencia. Sin embargo, entre la sombra del conflicto, hay jóvenes que han decidido escribir una versión distinta del municipio.
El deporte, y en especial el judo, se ha convertido en la herramienta con la que muchos han empezado a limpiar esa imagen. Allí, al borde de la vía, se levanta un coliseo que lleva el nombre de una de sus más grandes hijas: Yuri Alvear.
Fue en ese escenario, antes conocido como 'Coliseo Alfaguara', donde surgieron algunas de las olímpicas en el judo como Alvear, Érika Lasso y Luz Adiela Álvarez y también otros referentes como los futbolistas John y Jaime Viafara, el patinador Borís Peña y los paralímpicos Fabián Córdoba, Carlos Gómez y John Barona. Todos ellos son figuras que, con sus medallas y trofeos, han buscado que se reconozca a Jamundí por su talento.
Yuri Alvear, doble medallista olímpica en judo. Foto:Coldeportes
EL TIEMPO conversó con Yuri Alvear para escarbar en sus orígenes, en ese rincón olvidado por muchos y que sus protagonistas bautizaron como el “hueco olímpico”: una sala improvisada y sin lujos donde el judo femenino colombiano, día tras día, da nuevos talentos que siguen naciendo bajo la guía del profesor empírico Ruperto Guauña.
Yuri Alvear y las dificultades para alcanzar éxito deportivo: desde Jamundí hasta Londres, Brasil y Japón
El coliseo será uno de los escenarios para los Juegos Departamentales y Paradepartamentales. Foto:Indervalle
En el 2021, Yuri iba por el oro. Llevaba 20 años preparándose, dando más del cien por ciento en sus entrenamientos, pero se lo arrebataron. Una lesión en su pierna derecha lo hizo. “Me había jodido el menisco y ligamento cruzado anterior”, recordó. Lo que nunca supo fue cuándo o cómo.
Para ella, con su metro 74 y sus 70 kilos, era un 'dolorcito'. Solía competir con un dedo dislocado y su pierna solo era una molestia de unos meses. Fue hasta el Master de Doha en Catar, en enero de ese año, cuando la lesión se agudizó.
Este era el primer evento clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Tokio en el que participaron 399 atletas de los cinco continentes, 30 por cada división (215 hombres y 184 mujeres), y lo perdió frente a la británica Gemma Howell, una contrincante a la que había vencido en el pasado. Sin embargo, era diferente, no podía del dolor y tuvo que volver a Colombia. Seis meses después, el 23 de julio de 2021, anunció su retiro en sus redes sociales.
La deportista vallecaucana Yuri Alvear Foto:Comité Olímpico Colombiano
“Para mí, ir a Tokio era una medalla de oro, no era menos, ya tenía una de bronce y una de plata”, sentencia. La judoka colombiana de 39 años, que ya era reconocida mundialmente por sus 3 campeonatos mundiales con 14 medallas de oro, dos de plata y nueve de bronce, pasó meses pensando qué hacer. Se operaba y seguía entrenando, con el riesgo de tener una lesión peor, pero posiblemente ganar; o parar y continuar con otra etapa de su carrera: tener hijos y ser entrenadora.
Eligió lo segundo. Yuri Alvear aprendió a ganarse la vida a pulso, pidiendo dinero de casa en casa en Jamundí desde sus 14 años para ir a las competencias y hacerse un nombre con sus dos mejores amigas, Mayra Viveros y, otra deportista olímpica, Luz Adiela Álvarez. También, forjando su carácter, de pelea en pelea con su hermano y dedicando su vida al deporte.
Sin embargo, así no fue como todo comenzó. Su historia en el deporte es extensa y llega a abarcar disciplinas como el atletismo, waterpolo o hasta balonmano en las que, pese a su práctica, no pudo especializarse, según explica, “por el poco apoyo económico. Solo podía practicar durante 3 meses porque era el tiempo del contrato de los profesores”.
Yuri destacó que uno de sus sueños cuando era niña no era ser olímpica, sino bailarina profesional de salsa o incluso cantante.
“Me crie en un barrio popular y los fines de semana te despertabas escuchando esa música. En el colegio y en el barrio estuve en grupos de salsa, pero dejé de hacerlo, obviamente, por mi carrera deportiva y los trasnochos”, mencionó, pero aceptó que entre las razones para abandonar sus pasiones culturales también tuvo peso el hecho de “hacer algo que me permitiera mejorar y conseguir las cosas que quería para mi vida, ser profesional y mejorar mi condición social, pero el baile y el canto se quedaron en actividades del barrio”.
La deportista vallecaucana Yuri Alvear Foto:Comité Olímpico Colombiano
El judo, por su parte, llegó a su vida de forma accidentada. Una de las peleas habituales con su hermano Harvy por “la plata del descanso” habría demostrado la fuerza de la joven de 14 años ante los ojos de Ruperto Guauña, profesor de educación física del Liceo Técnico Comercial. Era un maestro nuevo, quien es calificado por Yuri como el que “empezó el judo en Jamundí”.
El profesor recuerda haber llegado temprano al instituto una mañana, sobre las 6:30 a. m., cuando gritos de otros estudiantes lo alertaron de una “pelea”. Al parecer, unos muchachos estaban dándose duro en el salón: “Como buen docente, además de que era el primero en llegar, fui a mirar y oh, sorpresa: una mujer tenía sometido a un caballero, dándole pata y puño físico y fuerte”.
Guauña explica que la confrontación se desarrolló por 5 mil pesos que el joven no quería repartir con su hermana para las ‘onces’. Esa fue su primera impresión de Yuri, una alumna que describe en sus inicios como una joven que demostraba su “talento, ‘berraquera’. Cómo decía la mamá de ella: su ‘perrenque’, que estaba para adelante, no cobarde y peleadora callejera”.
De lo último, resaltó que “no se dejaba de nadie” y esa fue la razón de su reclutamiento en el nuevo equipo que estaba creando en el colegio.
“Él me paró y me decía que canalizara todas esas energías practicando judo y no peleando con mi hermano”, destacó Yuri y añadió que el ‘profe’ era diferente, “aunque no le pagaran, él no interrumpía las clases y hasta me llevaba las competencias gratis. Vi que siendo buena y ganando se me iban abriendo puertas”.
Yuri Alvear durante su participación en Londres 2012 Foto:EFE
Alvear precisó que estuvo practicando judo en Jamundí desde el 2000 hasta el 2003, después de eso se fue con sus mejores amigas, las deportistas Luz Adiela Álvarez y Mayra Viveros, a entrenar a Cali a la Liga Vallecaucana: “Al principio, nos fuimos a escondidas del profesor, porque vimos que había esa necesidad de practicar con gente más fuerte”.
Sin embargo, esos primeros tres años y algunos siguientes se desarrollaron en un 'saloncito' 7x8 ubicado en uno de los costados del coliseo de la región. Guauña renombró décadas después a ese cuarto, mal iluminado y que solía inundarse varios centímetros cada llovía “duro”, como ‘el hueco olímpico’, tan pequeño que Alvear solo podía entrar agachada por su altura.
Ese lugar, pese a las precarias condiciones técnicas, logró formar a decenas de estudiantes destacadas en el deporte, entre estas una futura alumna de la joven “peleonera” de 14 años: Erika Lasso, una de las representantes colombianas que fue en busca de una medalla en los pasados Juegos Olímpicos de París 2024.
El camino a la Liga Vallecaucana no fue corto para Alvear y los problemas económicos obstaculizaron gran parte de su carrera. “Mis padres eran de escasos recursos, a pesar de que me apoyaban con las clases, muchas veces viajar para ir a las competencias no alcanzaba y en ese momento el gobierno no ayudaba, entonces nosotras hacíamos muchas actividades. Vendíamos bonos de solidaridad, o sea un papel que decía ‘deme lo que usted considere que me pueda dar’. También íbamos los viernes en la noche a las discotecas y pasar de mesa en mesa recolectando dinero, era super duro hacer eso y además entrenar, no había mucho tiempo”, remarcó.
Entre las anécdotas, Yuri recuerda como si fuera ayer la primera decepción que tuvo: uno de esos viajes por los que tanto trabajaba se cayó. Nunca logró asistir por falta de recursos.
“Era una competencia en Argentina. Fue durísimo. Trabajamos mucho en todas las actividades (vendiendo empanadas, rifas y bingos bailables) y cuando lo fuimos a dividir no alcanzaba para comprar el pasaje de las tres, había una parte que debían poner los papás y los míos no tenían para ponerlo. En ese momento que tenía muy pocas cosas me sentí morir, ya no quería volver al judo, lloraba mucho pero bueno, después de que regresaron volví a entrenar”.
Coliseo de combates Yuri Alvear Foto:Federación Colombiana de Judo
Cuando Yuri y sus amigas empezaron a escapar a Cali, no era por rebeldía. Era necesidad. Habían entrenado durante años en Jamundí, pero sentían que ya no era suficiente. Querían más. Así que salían del colegio al mediodía y tomaban rumbo a la ciudad de Cali, donde podían enfrentarse a oponentes más fuertes, más exigentes. El cuerpo les dolía, sí, pero volvían al segundo entrenamiento en Jamundí con Guauña como si nada.
“No le dijimos al profe al principio”, confesó entre risas. “Nos íbamos a escondidas”. Había algo instintivo, casi animal, en esa necesidad de crecer. Competir era su zona de confort. Y ganar, una especie de necesidad. No quería perder ni en un entrenamiento. Comenzó a destacar en su categoría y las medallas también empezaron a acumularse. Viajó a Japón para continuar con su formación y buscar ser la “mejor”.
De hecho, recuerda que cuando llegaba a Jamundí después de una competencia internacional, el municipio la recibía como a una heroína de ‘epopeya’.
Al principio, eran fiestas enteras: caravanas, carro de bomberos, gente en las calles con banderas, abrazos que duraban más de lo normal. “La primera vez que llegué del Mundial fue una locura”, dijo. Pero con los años, la emoción colectiva menguó. No porque sus logros fueran menores, sino porque, de alguna manera, la gente empezó a acostumbrarse a que ella ganara.
Lo que no se volvió común fue el dolor. En 2010, después de haber alcanzado una de las cimas como campeona mundial de judo en 2009 y de ganar los Juegos Panamericanos en Medellín, su cuerpo dijo ‘basta’. Una rotura del ligamento cruzado anterior la obligó a parar. “Yo ni siquiera sentía un dolor tan fuerte como para decir que era una ruptura”, recordó. Aun así, sabía que algo no estaba bien.
Yuri Alvear, doble medallista olímpica en judo. Foto:EFE
La cirugía llegó y, con ella, los reposos. “Las lesiones son duras porque toma tiempo de recuperarse, no solo de la lesión, sino recuperar el nivel”, explicó. Estuvo ocho meses fuera de competencia, pero no dejó de entrenar. A los tres meses ya empezaba a moverse de nuevo. Como si su cuerpo le rogara por tregua y ella respondiera con terquedad.
Para ella, esa pausa fue quizás un mensaje que el cuerpo le mandó por no haberse detenido a tiempo: “Pienso que esta lesión pudo haberse provocado porque no me tomaba una pausa”.
La segunda lesión, años después, dolió aún más. No solo en su cuerpo, sino en sus planes. Estaba lista para los Juegos Olímpicos de Tokio y sentía que llegaba “muy sólida a pelear por el oro”. Pero en enero empezó a sentir molestias y, tras una revisión, supo que debía operarse de nuevo. Y tomar una decisión.
“Por salud y bienestar tomé la decisión de operarme”, contó. Su carrera no se acababa allí. Iba a seguir en el judo, pero de otra forma. Como entrenadora, como formadora, como referente: “Para eso hay que estar bien y demostrar las técnicas”.
En retrospectiva, no se guarda nada. No hay lamentos. Ni arrepentimientos. “Yo considero que logré más de lo que en algún momento soñé”, dijo. Hoy, como parte de la Federación Internacional de Judo, cuando la presentan en las competencias y mencionan sus logros, es cuando toma dimensión de todo lo que hizo.
“Siempre queremos quedar en primer lugar, pero ser medallista olímpico es toda una hazaña. No tengo ningún remordimiento, por el contrario, me siento muy agradecida. Si pudiese devolver el tiempo lo haría igual, con la misma pasión”, precisó.
Reconocimiento a Yuri Alvear en 2010 Foto:Archivo EL TIEMPO
Cuando se le pregunta por la competencia más difícil, su memoria va a 2013, al Campeonato del Mundo en Río de Janeiro. Venía de los Olímpicos de Londres, con un bronce en su pecho, y de otro campeonato en el que quedó de segunda, un inicio de año que ella considera “malo”: malas competencias, resultados flojos. Pero también venía con fe. “Yo soy una persona muy creyente, y siempre he orado para que todas las cosas me salgan bien”, dijo.
La noche antes del campeonato lloró. No de miedo, sino de certeza. Sabía que le iba a ir bien. “Lloré el día antes porque sabía que me iba a ir muy bien”. Y así fue. Enfrentó a la actual campeona olímpica y a otras medallistas mundiales y ganó todos los combates. En esa mezcla de intuición, convicción y oración, encontró su ritmo y un ritual más íntimo que la acompañaba: las lágrimas.
Me desconectaba, dejaba el celular, me enfocaba y lloraba, pero una vez llegaba al tatami a hacer mi calentamiento, estaba 100 %
“Mi manera de desahogarme y llegar bien a la competencia era llorar antes”, confesó entre risas. No era debilidad, era preparación: “Me desconectaba, dejaba el celular, me enfocaba y lloraba, pero una vez llegaba al tatami a hacer mi calentamiento, estaba 100 % dispuesta a la competencia”.
Desde 2009, cuando compitió por segunda vez en un mundial y vio a la gente luchar por el podio, sintió que ella también quería “sentirse así”. Ese anhelo fue su motor. Y aún lo es. Destacó que tenía otro ritual antes de cada competencia, menos espiritual, pero igual de efectivo: “Siempre utilizaba la camisa y la lycra debajo de mi ropa completamente nueva para competir”.
Yuri Alvear le entregó al país la segunda medalla en Río 2016. Foto:efe
El “hueco olímpico” no solo forjó a una campeona del mundo. A pesar de su piso de tierra, sus paredes desgastadas y su falta de colchonetas adecuadas, aquel galpón improvisado en Jamundí ha sido cuna de sueños. Fue allí, en medio del calor sofocante y los gritos de aliento, donde otra adolescente de mirada empezó a escribir su historia: Erika Lasso.
Con apenas 1.60 de estatura y 48 kilos de peso, Erika se convirtió en una especie de continuación del legado de Yuri Alvear, su mentora y guía, pero también un reflejo de la resistencia. Lasso no vino de una familia adinerada ni entrenó en complejos de alto rendimiento desde niña. Su preparación fue más terrenal. Su camino estuvo lleno de baches, pero encontró en su madre, Jackeline Arias Motato, y en su abuela María Motato, dos pilares que le ayudaron.
Para viajar a competencias, Erika vendía tamales y arroz con leche preparados en el restaurante familiar. Los ingresos eran pocos, pero suficientes. A veces también pedía ayuda económica en su colegio: con una alcancía en la mano, recorría salón por salón del colegio La Rosalía Mafla recolectando monedas que se convertirían en tiquetes, hospedajes o inscripciones a torneos.
El profesor Ruperto Guauña —el mismo que vio el talento en Yuri— también fue quien descubrió a Erika cuando tenía apenas 10 años. No dudó en sumarla al grupo de atletas que entrenaban con disciplina en Jamundí. En ella vio lo que ya había visto antes: una mezcla de garra, humildad y deseo de salir adelante. Erika fue puliéndose con los años y, finalmente, terminó bajo la dirección de Yuri, quien ya se había consolidado como medallista olímpica y empezaba a enseñar.
Erika Lasso. Foto:Prensa COC
“Nos decía que si no íbamos a los torneos internacionales con nuestro dinero, no volvíamos a entrenar, entonces uno de niña se azaraba”, recuerda Erika entre risas al hablar del exigente estilo de Yuri como entrenadora. Y esa formación espartana le sirvió para correr una carrera contra el reloj: en apenas nueve meses logró su clasificación a París 2024, un proceso que a la mayoría de los atletas les toma cuatro años.
Erika Lasso llegó a los Olímpicos con el corazón desbordado de ilusiones. Pero el debut no fue fácil. En su primera pelea en la categoría de los -48 kilos fue derrotada por la judoca de China Taipéi Lin Chen-Hao con un marcador contundente: 10-0. No hubo espacio, su rival fue superior de principio a fin, impidiendo que Erika desplegara su técnica.
Convertida en la heredera natural de Luz Adiela Álvarez —quien hoy preside la Liga Vallecaucana de Judo—, Erika sigue la línea trazada por Yuri. Es la prueba viviente de que ese ‘hueco’, con sus grietas y limitaciones, no es una traba sino una escuela de carácter.
En la actualidad, Yuri Alvear ha canalizado su vasta experiencia y pasión por el judo hacia roles de liderazgo y formación. Tras su retiro de la competencia de élite en 2021, Alvear se ha dedicado a entrenar en su hogar cerca de Cali, Colombia, y fue elegida recientemente como directora de Educación de la Confederación Panamericana de Judo. Además, forma parte de la Comisión Deportiva de la Federación Internacional de Judo (IJF), donde contribuye al desarrollo del deporte a nivel internacional.
LAURA NATHALIA QUINTERO ARIZA
REDACCIÓN ÚLTIMAS NOTICIAS.