Y el carbón sigue ahí… / Análisis de Ricardo Ávila

hace 1 mes 26

Cuando el miércoles pasado Gustavo Petro asistió a las instalaciones de Corferias en Bogotá, con el fin de inaugurar la versión más reciente de la Vitrina Turística de Anato, no escondió su entusiasmo. El motivo fue el buen desempeño de un sector que forma parte de las prioridades de su gobierno, pues tanto el número de visitantes al país como los ingresos provenientes de la llamada “industria sin chimeneas” siguen al alza.

LEA TAMBIÉN

Diego Guevara y Alexander López tras el archivo de la tributaria

Quizás por ello, a la hora de hablarles a los presentes, insistió en que el cambio de modelo económico que pregona desde la época de la campaña comienza a ser realidad. “Salir de la extracción y pasar a la producción”, resumió el mandatario, quien no dudó en afirmar que “estamos teniendo un éxito” en la materia.

El carbón se encuentra en acumulaciones, en forma de capas o yacimientos, bajo la superficie terrestre.

El carbón se encuentra en acumulaciones, en forma de capas o yacimientos. Foto:iStock

Como prueba, citó la caída en las ventas del mineral que representa el segundo renglón de las exportaciones nacionales, según los datos más recientes del Dane. “Es que el mundo ya no compra carbón”, sostuvo con firmeza y en más de una oportunidad a lo largo de su discurso.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que semejante aseveración fuera controvertida en las redes sociales y los medios de comunicación. La razón es que, de acuerdo con las propias estadísticas oficiales, el panorama es distinto.

Para comenzar, en 2024 el carbón exportado por Colombia aumentó, en lugar de disminuir, al sumar 64,6 millones de toneladas, un alza del 7 por ciento con respecto al calendario previo. Es verdad que lo facturado cayó en 22 por ciento, a 7.106 millones de dólares, pero esto tiene que ver con un escenario de precios internacionales distinto, tras los picos que se observaron a comienzos de la década actual.

Y cuando el foco se amplía, lo que queda en claro es que el panorama es diferente a lo que plantea la Casa de Nariño. Tal como lo reportó en diciembre la Agencia Internacional de Energía, el año pasado la demanda de carbón alcanzó un nuevo máximo histórico de 8.771 millones de toneladas.

Mirado en retrospectiva, el consumo global se ha duplicado en las últimas tres décadas, especialmente por cuenta de Asia. Si bien el desarrollo de fuentes alternativas -como los paneles solares y los molinos de viento- es responsable de una importante expansión de la capacidad actual, los combustibles fósiles no han desaparecido del panorama ni lo harán en el futuro previsible.

La mina de tierras raras ligeras más grande del mundo es Baiyun Obo, al norte de Baotou, en la Mongolia Interior del norte de China.

Foto:China Network/Reuters

Por ejemplo, un informe recién publicado sostiene que la construcción de plantas de generación de energía movidas por carbón en China alcanzó en 2024 su nivel más alto desde 2015. El reporte señala que la expansión agregará 94,5 gigavatios en nuevas instalaciones y que se reactivaron proyectos que estaban suspendidos por 3,3 gigavatios más. Para ponerlo en contexto, ese incremento equivale a unas cinco veces la capacidad instalada de Colombia en todas las modalidades disponibles.

El dilema

Así las cosas, resulta evidente que expedirle la partida de defunción al mineral es, por decir lo menos, equivocado. Numerosas proyecciones señalan que el carbón será una fuente de energía importante a lo largo de las próximas décadas y que su consumo rondará los 9.000 millones de toneladas anuales.

Para quienes se preocupan por el cambio climático, lo que pasa es una mala noticia, pues las emisiones de dióxido de carbono que resultan de la quema del elemento son consideradas como las grandes responsables del calentamiento global. Tal señalamiento fue cuestionado hace poco por Robert Howarth, un profesor de la Universidad de Cornell en Estados Unidos, autor de un estudio que sigue ocasionando controversia.

En su trabajo, el académico señala que la huella que deja el carbón es menor que la del gas natural licuado, porque en la obtención de este último se producen grandes emisiones de metano. Debido a esa afirmación, en su momento, el gobierno de Joe Biden le puso pausa al avance de varias iniciativas, lo cual fue revertido por Donald Trump.

Sea como sea, la ciencia ha tratado de solucionar el problema de la contaminación atmosférica. Filtros más poderosos y sistemas de captura de carbono que posteriormente se almacenan han sido desarrollados, aunque el uso de estos últimos es limitado debido a que eleva los costos de operación de una planta.

Todo lo anterior le interesa a Colombia, que es, de lejos, el principal productor de carbón de América Latina -con más de la mitad de los depósitos identificados en la región- y el quinto exportador mundial. Según la Agencia Nacional de Minería, las reservas probadas superan los 1.500 millones de toneladas, aunque el potencial es mucho mayor y llegaría a más de 16.500 millones de toneladas.

Tal abundancia está relacionada con formaciones geológicas que dan lugar a yacimientos de distintas características. El mineral que se extrae en La Guajira y Cesar es apreciado por sus propiedades térmicas, aparte de contar con una menor proporción de impurezas y bajo contenido de azufre. Su uso principal es en grandes calderas de agua, cuyo vapor mueve las turbinas que generan electricidad.

Por otra parte, en diferentes áreas de los Andes colombianos hay carbón metalúrgico, que sirve de reductor químico en varios oficios fabriles. Este, a su vez, se puede transformar en coque tras un proceso de calentamiento y acaba siendo usado por la industria siderúrgica.

Aunque el térmico ha tenido un peso mayoritario en las ventas externas del país, el metalúrgico no solo comanda un valor mucho mayor, sino que da muestras de más resiliencia en el mercado internacional. En 2017 se alcanzó un récord de exportaciones al superar los 100 millones de toneladas, pero el cierre de un par de minas importantes trajo un declive que se ha podido revertir de manera parcial.

Carlos Cante, presidente de Fenalcarbon, señala que en 2024 se extrajeron unos 74,5 millones de toneladas, de las cuales 67 fueron de la categoría térmica. En números gruesos, el consumo interno asciende a diez millones de toneladas y la mitad se dedica a las plantas de generación térmica ubicadas en diferentes puntos de la geografía colombiana.

Adicionalmente, el directivo subraya que de algo menos de un millar de títulos mineros adjudicados, cerca de 30 pertenecen a lo que se conoce como “la gran minería”, a cargo de empresas multinacionales. El resto corresponde a firmas de tamaño pequeño y mediano que operan unas 3.000 instalaciones, muchas ubicadas en el altiplano cundiboyacense, los santanderes o zonas de Antioquia, para solo mencionar las más relevantes.

Fuera de las divisas, la actividad genera 130.000 empleos, según el ministerio del ramo. Por cuenta de la bonanza de los precios que se dispararon en la parte final de la pandemia y tras la invasión de Rusia a Ucrania, los aportes a las arcas públicas -entre impuestos de renta, regalías y otras contribuciones- sumaron, en 2022 y 2023, más de 29 billones de pesos.

Cuentas para hacer

Así las cosas, y más allá de lo que piense el presidente de la República, el país está obligado a examinar los pasos que debería dar en materia carbonífera. Ese ejercicio debe partir de reconocer que el uso del mineral va a continuar, debido a una razón esencial: el ritmo del consumo de energía seguirá avanzando de manera más rápida que la propia economía mundial.

Factores como los mega centros de datos que tendrán que construirse para respaldar el auge de la inteligencia artificial, junto con la expansión de la movilidad eléctrica, se combinan con una demanda residencial más elevada. La necesidad de más kilovatios es una de las pocas certezas que hay con respecto al futuro, lo cual exige más plantas de generación que garanticen la disponibilidad a cualquier hora o circunstancia.

Frente a ese panorama, Colombia no tiene por qué hacer sacrificios. Desaparecer paulatinamente del circuito de los exportadores no serviría en absoluto para contener el calentamiento global, sino que probablemente les abriría la puerta a productores de carbón de peor calidad.

Tampoco se pueden olvidar las vulnerabilidades internas, tanto en lo económico como en lo social. Acabar con el segundo renglón de las ventas externas traería muchos traumatismos, lo cual no desconoce que es indispensable abrir el abanico para que áreas como el turismo o la agroindustria puedan expandirse.

Puesto de otra forma, no se trata de sustituir, sino de agregar fuentes de crecimiento que permitan construir una sociedad más justa y próspera. Ello es posible hacerlo de manera más incluyente y con el máximo respeto al medioambiente, lo cual incluye la recuperación de las zonas explotadas.

LEA TAMBIÉN

Transporte de carga

También hay que tener en cuenta la irrupción tecnológica en campos tales como el hidrógeno verde. Gracias a la ciencia, los depósitos carboníferos de ahora le abrirían la puerta a combustibles no contaminantes en un escenario no muy lejano.

Y en esa lista, hay que agregar las urgencias. Es conocido que las probabilidades de un racionamiento eléctrico a partir de 2026 vienen al alza por cuenta de que los proyectos que debían entrar a operar no lo hicieron.

Ante la inminencia de un apagón, el Gobierno que viene tendrá que definir cómo suple los faltantes en el menor tiempo posible. En dicho escenario, construir plantas de generación térmicas movidas por carbón, en boca de mina, no suena nada descabellado, aun si se hacen exigencias estrictas en lo que corresponde a la contaminación. Basta recordar que, si no fuera por las ya existentes, el país se habría apagado.

Reconocer dichas realidades obliga a identificar los cuellos de botella, que son muchos. Estos van desde los bloqueos, como los que afectan en forma repetida al tren que lleva el mineral del Cerrejón hasta Puerto Bolívar, en La Guajira, hasta una carga tributaria superior a la de otras actividades. Por ejemplo, tras la declaratoria de conmoción interior en el Catatumbo se creó un gravamen que afecta con nombre propio a las exportaciones de carbón.

Actuar es aconsejable, a la luz de los nuevos escenarios en el plano internacional. En caso de que la apertura estadounidense hacia Rusia derive en la eliminación de las sanciones aplicadas a Moscú, es más factible que la oferta crezca y los precios del mineral se desplomen.

De ser así, el panorama para Colombia se volvería retador. Uno de los motivos es que varios de nuestros compradores importantes se ubican en Asia, como pasa con Corea del Sur, India o Japón. Aparte de lo anterior, habría que recuperar a Israel, cuyas puertas hoy están cerradas por cuenta de la situación en Gaza y las sanciones aplicadas por Bogotá, además de explorar otras latitudes.

No obstante, lo más crucial es acabar con la incertidumbre actual que nace no solo de las posturas ideológicas, sino de las verdades a medias o de la promulgación de datos falsos. Cualquier camino que se defina requiere partir de un análisis franco que busque corregir los errores del pasado y, al mismo, tiempo atraer el interés de los inversionistas que podrían interesarse incluso en encadenamientos industriales dentro del territorio nacional, por cuenta de las ventajas comparativas del carbón colombiano.

Nada de eso será posible sin una política pública estable y comprensiva. Sin desconocer sus compromisos con la sostenibilidad ambiental, el país tiene cómo seguir vigente en un área que sería equivocado eliminar y más si se intenta hacerlo por la puerta de atrás.

En último término, el reto es que, en lugar de cambiar unos problemas por otros, haya espacio para las soluciones. Como señala Juan Camilo Nariño, presidente de la Asociación Colombiana de Minería, “no se trata de borrar lo que hemos hecho en el pasado, sino de construir un futuro mejor en el cual el carbón tiene un importante papel por jugar”.

RICARDO ÁVILA PINTO

Especial para EL TIEMPO

En X: @ravilapinto

Leer Todo el Artículo