En todo este debate que se ha armado sobre el corredor verde que se proyecta para la carrera séptima han hablado todos. O casi todos
He escuchado y leído a los urbanistas, con opiniones de todo tipo, las más técnicas, sin duda. Ellos advierten –quiero creer que con buena intención– que el corredor es un riesgo para la movilidad de vehículos de todo tipo, pues habría dos carriles por sentido e, incluso, en un tramo de norte a sur, entre las calles 92 y 28, se reduciría a uno solo. Y también hablan de posibles inconvenientes en otras vías, como la Circunvalar o la carrera 11. Y no deja de llamar la atención que pocas veces se refieren al corredor verde como tal, como está concebido, prefieren aludir a una troncal de TransMilenio.
Luego están los políticos, profesionales en generar discursos para las masas, en este caso, para los vecinos de Chapinero, Usaquén y, en general, para los bogotanos. Ellos, más interesados en congraciarse con los votos que con la precisión, igualmente se limitan a señalar que lo que hay es que “parar TransMilenio por la 7.ª”.
También han hablado importantes organizaciones como Asosandiego, que más que oponerse lanza alertas: un solo carril para vehículos puede traer problemas, faltan zonas de carga y descarga o aconsejan suspender la ciclorruta por la séptima y trasladarla a la carrera 11 para que conecte con la 13, entre otros.
Y por el lado de los vecinos, la Alcaldía asegura que más de 50.000 personas participaron en diálogos sobre el tema, aunque por supuesto persiste el inconformismo de otros tantos que temen por la desvalorización de sus predios o porque les incomodan las obras o porque se limitarán los accesos a viviendas y comercios y, por supuesto, porque consideran que la séptima ha sido históricamente una vía que privilegia el carro particular sobre otros sistemas. De hecho, a la ciclorruta que funciona hoy le llueven críticas permanentemente.
Con todos estos argumentos y más, hay condiciones para que en esta etapa de socialización se puedan hacer mejoras, ajustes y observaciones al corredor verde. Pero para ello es fundamental que las partes se ciñan a los diseños y el debate se erija sobre bases ciertas. Seguir insistiendo en que lo que se construye no es un corredor verde sino una troncal de TransMilenio, aprovechándose de la mala imagen del sistema para generar confusión en la gente, no es leal ni con los vecinos ni con los promotores de la iniciativa ni con el debate mismo. No hablamos de cualquier proyecto.
Como ven, se han pronunciado los expertos, los políticos, los vecinos y hasta colegas de otros medios han salido a criticar el corredor verde, no sé si con conocimiento suficiente.
El punto es que faltan más voces. Muchas más. Para comenzar, las de los trabajadores y trabajadoras que deben usar transporte público por ese corredor diariamente. La señora de Ciudad Bolívar o el Codito o Bosa o Engativá que se levantan a las 4 de la madrugada para poder estar a las 7 u 8 en Chapinero o Usaquén. Gente humilde, sin carro obviamente, sin patinetas, de pronto una bicicleta, pero sobre todo sin voz ni micrófonos, ni padrinos, ni representantes ni periodistas amigos que quieran escucharlos. En la pasada administración, cuando ahí sí se quiso hacer un TransMilenio de verdad, robusto, este tema también salió a flote. Y recuerdo la historia de una madre soltera que se veía a gatas para trasladarse desde el extremo sur de Bogotá hasta Chapinero, todo porque no contaba con un transporte público digno, llámese TransMilenio, llámese La Rolita, llámese SITP, o como quieran.
A estas personas nunca les preguntan nada sobre los megaproyectos de la ciudad. Claro, no son urbanistas, ni políticos, ni periodistas, ni jueces ni empresarios... pero son trabajadores. Y gústenos o no, también tienen derecho a ser escuchados. Quizás cuando les pregunten qué piensan del corredor verde no alabarán los puentes o las plazoletas, pero agradecerán infinitamente que exista un transporte que no los humille a diario.
En una reunión en el Gimnasio Moderno, también durante el pasado gobierno, se oyó este comentario de uno de los vecinos: “Si todo esto sirve para que la empleada llegue más temprano y me saque las mascotas, pues háganle”. ¿No creen que en todo este debate hay 1,6 millones de voces que todavía no han sido escuchadas? Porque esa es la población que día a día llega a ganarse la vida en las localidades mencionadas. ¿Las condenamos?
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
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