La muerte de Umberto de Valverde es el fin de toda una era dorada en Cali; fue el autor de dos libros imprescindibles en la literatura colombiana y en la historia de la salsa: Celia Cruz Reina Rumba y Bomba Camará. El primero, la biografía novelada de Celia Cruz, no solo fue recibida con jolgorio por la propia Celia (que lo quiso tanto que hasta hizo un saque de honor con él en el estadio Pascual Guerrero), sino que recibió la admiración total del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante que –en una carta para enmarcar– dijo:
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“Es un reportaje, una entrevista, una biografía, una confesión y a la vez un poema. No había visto nunca antes una apropiación tan total de la música cubana –excepto, claro, en ciertos músicos de salsa–. Pero no como música vivida, como literatura. A pesar de mi larga frecuentación con el jazz yo no he podido hacer remotamente siquiera lo que tú has hecho”. Palabra de honor del autor de Tres tristes tigres.
Valverde fue uno de mis mejores amigos; fue mi maestro en La Palabra, el periódico de la Universidad del Valle donde se daba el lujo de publicar textos de William Styron y reportajes en los que sus jóvenes periodistas se dedicaban a explorar la ciudad o a entrevistar cineastas como Arturo Ripstein o Guillermo del Toro en el Festival de Cine de Cartagena; Umberto nos enamoró más del cine y del periodismo tanto como cinco años de universidad. Su método era el de los viejos tiempos: sabía si un texto era bueno o malo solo con pasar sus ojos por encima. Y sus gruñidos de desaprobación, o sus sonrisas, siempre con una mueca que le levantaba una comisura de la boca, eran todo lo que se necesitaba para saber qué venía a continuación. Un: “esto está bueno”, o: “¡esto no sirve pa’ nada!”. Francisco Escobar, ex director de Esquire Colombia, con el que pasamos tanto tiempo juntos, lo imitaba a la perfección, el viejo simplemente decía: “¡Muchacho!, ¡edto eds una miedda!”.
Fuimos varios periodistas los que lo quisimos, lo sufrimos y lo gozamos; por La Palabra pasó el director de EL TIEMPO, Andrés Mompotes; la directora de City TV, Marta Beltrán, que recuerda que "aunque nunca aprendí a bailar, a pesar de sus esfuerzos como profesor, a Valverde le debo mis amores. Mi amor por el cine, por los libros, por el América de Cali, por la escritura...; con Umberto también estuvo la directora de televisión Liliana Bocanegra; los directores de cine Jorge Navas y Carlos Moreno; la productora de Los Informantes Elsa Henao. Fue un colaborador permanente de EL TIEMPO y cada vez que fallecía un salsero famoso, Umberto sacaba de la nada una historia fabulosa en la que contaba su vida, obra y milagros y toda una banda sonora de canciones que retumbaba hasta en el papel. Sus motores esenciales fueron la salsa y el fútbol. Tenía un sitio de honor en Zapareco, era un bailarín de lujo y hasta fue director artístico de una Feria de Cali.
Además de Bomba Camará y Reina Rumba escribió los cuentos de En busca de tu nombre y la novela Quítate de la vía perico; fue autor de la historia original del filme Amores peligrosos, de Antonio Dorado. Fue director de la revista del América durante varios años y sus historias del equipo en tiempos de Falcioni, Gareca y compañía, daban para una novela que nunca escribió. Uno de sus grandes amigos fue Jairo Varela, el fundador y director de Niche. Alguna vez le pedí que lo entrevistara para BOCAS, pero en esos tiempos habían peleado y me contó que solo se miraban con cara de bravos en la barra de Zaperoco, pero cuando Jairo murió, Valverde –en compañía de Cristina Varela, la hija de Jairo– sacó adelante el Museo de la salsa, escribió Jairo Varela, que todo el mundo te cante, la completa biografía del músico chocoano, y hasta el último día de su vida estuvo pendiente del legado del autor de Cali Pachanguero.
Umberto y yo tuvimos una amistad de 30 años. Fue mi compañero de cervezas y de libros, de tantos libros que no puedo enumerarlos. Umberto me presentó a Charles Bukowski el día que me regaló una edición del Círculo de Lectores de La senda del perdedor y mi amor por la literatura quedó sellado. Hablábamos de Hemingway y de John Dos Passos; hablábamos de lo que se publicaba y no se publicaba. Hablábamos de la vida y de las fotos de las orquestas de salsa caleña que hizo con Fernell Franco. Hablábamos de los años dorados del América y de mi equipo, el Deportivo Cali, que también parece estar condenado a sufrir el infierno de la B. Umberto, por supuesto, escribió un libro sobre la resurrección de 'la mechita': América, el regreso de un grande.
Valverde nació y se crió en el Barrio Obrero de Cali. Y de la vida de sus calles sacó una de sus grandes obras: Bomba Camará –y el título sale de un bogaloo de Richie Ray–. Alguna vez –para una de las tantas reediciones del libro– me pidió que escribiera el prólogo y una vez más gocé y viví la frescura y el recuerdo de amigos e historias que solo tejen en la calle. El libro es una colección de cuentos que arman una novela. Y es –como escribí en su momento– “una suma de voces rítmica, atronadora y aterradora. En cada página se oyen las voces de las viejas chismosas que declaran puta a su vecina, las voces de los muchachos que se prostituyen por unos jeans; las voces de unos niños que aprenden a robar chatarra y juegan con monedas en una esquina; las voces que recuerdan a un futbolista que pudo ser un crack y terminó convertido en un desecho humano por una patada en la cabeza; es la voz de un estudiante que logra seducir a su profesora y pasar un verano con ella. Es la voz de un barrio”.
Andrés Caicedo escribió la Cali burguesa, ácida, roquera y salsera de los años setenta en ¡Que viva la música”; Umberto, por su lado, escribió la Cali de las verbenas y del barrio puro y duro. Y en el fondo siempre escribió de la amistad, porque él solo supo ser eso, un buen amigo que siempre tenía lista una cerveza helada en su apartamento cerca de la Avenida Sexta, ¡cómo se te quiso, Umberto! ¡Buen viaje!