Turismo de inmersión en Cartagena: La Boquilla, el reino del tambor, puso a bailar a turistas franceses

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En el extremo norte de Cartagena, donde el sol se pone a ritmo de tambora y la brisa huele a mar y coco, está el pueblo pesquero de la Boquilla, el cual no figura en los mapas de los poderosos, pero sí en la memoria del Caribe profundo.

La Boquilla, donde el tiempo parece haberse detenido en una tarde perpetua de domingo, la vida se mueve al compás de los tambores, los cantos de las mujeres y el vaivén incesante del mar.

Allí, por segundo año consecutivo el proyecto de turismo comunitario Ecotours Boquilla invitó a un grupo de turistas franceses a vivir una fiesta tradicional boquillera.

Durante unas horas, los viajeros- venidos de tierras gélidas y donde el trabajo arduo consume las horas y las vidas- bailaron champeta y salsa, degustaron platos típicos, jugaron dominó con la misma pasión con la cual lo hacen los raizales y bebieron cocteles con las más selectas recetas del Caribe.

La Boquilla no nació de fundaciones ni decretos.

Nació de la marea y del canto, del sudor de los hombres que aprendieron a atrapar peces y de las mujeres que amasan el coco y la yuca como quien prepara un rito sagrado.

Los extranjeros visitaron sus casas, pintadas de colores que el Caribe inventó para que el alma no se aburra. Allí no se vive, se sobrevive bailando, pescando, cantando, y bebiendo unas cervezas bien frías a la orilla del mar. 

"Nosotros estamos sufriendo un problema de gentrificación. La Boquilla es un lugar codiciado y en el cual muchas personas quieren venir a quedarse a vivir con nosotros, pero así corre peligro de desaparecer la memoria del pueblo, su cultura y sus tradiciones. Con estos eventos con turistas internacionales las personas locales reciben ingresos dentro de la comunidad, obtienen recursos y no tienen que vender su tierra”, dice Rony Monsalve Pérez, líder del proyecto Ecotour La Boquilla.

Esta organización de turismo comunitario es finalista de la quinta edición de los Premios de Turismo Responsable de WTM Latin America 2025, en la categoría de ‘Mejor iniciativa para turismo indígena y/o comunidades tradicionales’.

Las otras tres propuestas finalistas son de  Argentina, México y Chile. El ganador se conocerá este 16 de abril en Sao Paulo (Brasil), escenario del WTM Latin América.

Don domingo, un viejo y curtido pescador les contó a los visitantes que cada mañana, antes de que el sol despierte del todo, los pescadores salen en sus canoas con las redes al hombro y la fe en el pecho.

“Nadie aquí se hace rico, pero nadie se acuesta sin comer”, les replicó el viejo Domingo.

turistas en La Boquilla

turistas en La Boquilla Foto:John Montaño/ EL TIEMPO

Esos hombres, hijos del agua y nietos de la resistencia africana, lanzan las redes como se lanzan los conjuros, con la esperanza de que el mar les devuelva lo que la tierra les niega.

De regreso, los esperan la olla. Porque si algo distingue a La Boquilla, más allá del tambor y el mar, es su cocina. El arroz con cangrejo, que sabe a sal ya gloria, se sirve con patacones del tamaño de la luna llena. El pescado se fríe en aceite de coco, mientras las abuelas reparten sopa de cabeza de róbalo como si fuera medicina para el alma. El dulce de corozo, espeso y morado, encierra siglos de historias que no caben en los libros.

Y cuando cae la tarde y la brisa se hace mujer y peina las trenzas de las niñas, el pueblo se convierte en una fiesta sin permiso. Los bailes típicos, como el mapalé, no se ensayan, se heredan. Los niños aprenden a mover los pies antes de pronunciar la primera palabra, y las muchachas saben que su cintura es tambor antes de saber que es cintura. En los callejones de arena suelta, las polleras giran como remolinos de flores, y los tambores suenan como el eco de un continente que no se ha ido.

En La Boquilla no se celebran fechas, se celebra la vida. Cualquier día es bueno para armar una verbena, matar un cangrejo y echarlo al arroz, prender la champeta, sacar las maracas y gritarle al cielo que aquí estamos, que aquí seguimos. Porque los boquilleros no necesitan más que una canción para olvidar las penas, ni más que una roja para llenar el plato.

Turistas franceses en La Boquilla

Turistas franceses en La Boquilla Foto:John Montaño/ EL TIEMPO

Pero La Boquilla también resiste. Resiste al turismo que quiere comprarlo todo, al concreto que avanza, al olvido institucional. Resiste como resisten los pueblos que saben que su mayor tesoro no es el oro ni el petróleo, sino la memoria.

Gabriel García Márquez, si la hubiera visitado en una de esas tardes de brisa triste, habría dicho que La Boquilla es un Macondo que aprendió a bailar antes que a llorar. Y no se habría equivocado. Porque allí, donde los tambores no descansan y el pescado no se compra en supermercados, la vida sigue siendo una obra colectiva, un canto de redes, un poema de sal y fuego.

Y así, cada día en La Boquilla comienza como un milagro, con el primer golpe de tambor y la primera ola rompiendo en la orilla. Porque mientras haya mar, música y memoria, este pueblo de pescadores afrodescendientes seguirá existiendo, como un secreto bien guardado por el Caribe.

Además, te invitamos a ver nuestro documental  'Explotación sexual en Cartagena: Voces Silenciadas'

‘Explotación sexual en Cartagena, Voces silenciadas’, es un documental de la periodista Jineth Bedoya que retrata la realidad de centenares de niñas y mujeres, que caen en las redes de las mafias para ser explotadas y vendidas, pero también el esfuerzo indeclinable de organizaciones y autoridades civiles y policiales, para enfrentar a este monstruo de siete cabezas.

Documental de la periodista Jineth Bedoya. Foto:

John Montaño 

Corresponsal de EL TIEMPO

Cartagena

En X: @PilotodeCometas

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