Este 4 de marzo, durante su primer discurso ante una sesión conjunta del Congreso, el presidente Donald Trump la emprendió nuevamente contra uno de los conceptos que más dividen a la sociedad estadounidense por estos días: el de la diversidad, la equidad y la inclusión o DEI (por su sigla en inglés).
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“Hemos acabado con la tiranía de las llamadas políticas DEI tanto del gobierno federal como del sector privado y nuestros militares. EE.UU. ya no será un país woke”, dijo Trump haciendo alusión a otro término (woke, o despierto), que ha venido siendo utilizado como epítome de esta especie de guerra cultural –o contracultura– que se libra en el país y que ha sido popularizado recientemente por la derecha conservadora como un contraataque.
Aunque esta cruzada de Trump viene desde su primer gobierno, desde que regresó a la Casa Blanca la ha convertido en uno de los ejes en su naciente administración. El mismo 21 de enero, un día después de la posesión, emitió dos órdenes ejecutivas trascendentales con las que borró los cimientos de una política que viene de los 60 y muy atada al movimiento por los derechos civiles y las leyes, decretos y jurisprudencia que se emitieron para combatir la discriminación.
Con la primera, que bautizó “Acabando con la discriminación ilegal y restaurando las oportunidades basadas en mérito”, eliminó todos los decretos emitidos por anteriores presidentes que promovían la contratación de sectores de la población marginados por su género, color de piel, raza, nacionalidad o religión. Entre ellos uno emitido por el presidente Lyndon B. Johnson en 1965 (Igualdad de Oportunidades Laborales), que le prohibía al gobierno federal trabajar con organizaciones y contratistas que incurrieran en este tipo de discriminación. Según Trump, este tipo de medidas lo que terminaron haciendo fue discriminando a los blancos, y creando un sistema de trabajo basado en la identidad y no en el mérito. “Los trabajadores estadounidenses, que merecen una oportunidad de alcanzar el sueño americano, no deben ser estigmatizados, degradados ni excluidos de oportunidades por su raza o sexo”, dice la orden.
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En la segunda, firmada ese mismo día, pidió eliminar del gobierno federal todo programa y/o cargos asociados con DEI y desestimular la contratación de empresas y nexos con organizaciones que defendieran el concepto.
Casos elocuentes
En las seis semanas que lleva en la Oficina Oval, y liderado por el nuevo Departamento para la Eficiencia Gubernamental (Doge), que encabeza el magnate Elon Musk, lo que se ha dado es toda una campaña para extirpar todo lo que huela a DEI, incluyendo programas, empleados, cursos de capacitación y ayuda internacional.
Elon Musk. Foto:AFP
Aunque la presión se ha sentido a todo nivel, la destitución del comandante de las fuerzas armadas, general Charles Brown –primer afro en ocupar este cargo– y de Lisa Franchetti –primera mujer en liderar la Armada de EE. UU.– fue emblemática del momento que hoy se vive. Y si bien las razones dadas no fueran tan explícitas, el entendido, por declaraciones del propio secretario de Defensa, Pete Hegseth, es que salieron por ser “representantes” del modelo DEI”.
A tal punto ha llegado la antipatía –y politización del tema– que Trump responsabilizó al programa por el reciente accidente aéreo en Washington entre un helicóptero del ejército y un avión comercial (en la tripulación del helicóptero había una mujer) y por los incendios que devastaron a Los Ángeles, ya que la jefa del Departamento de Bomberos, Kristin Crowley, era de sexo femenino. “DEI significa que la gente muere”, dijo Musk en su red social X y celebrando su destitución del cargo tras el desastre natural.
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Las medias anunciadas por Trump y el impacto que el asunto tuvo durante la campaña electoral han provocado un sismo en el mundo empresarial, donde decenas de poderosas compañías han comenzado a abandonar sus programas para promover el DEI y alinearse con el nuevo mandatario republicano.
Algunas, como Instagram, X, McDonald’s y Exxon Mobile, han decidido desmantelar sus programas de entrenamiento y contratación basados en DEI, eliminado el término de su lenguaje corporativo, o adaptado las iniciativas para que reflejen su énfasis en el mérito.
De hecho Alexandr Wang, el creador de Scale AI, empresa de inteligencia artificial, acuñó un nuevo término que ha ido ganando en popularidad: MEI o Mérito, Excelencia e Inteligencia, en contraposición a DEI.
Otras, como Costco, Apple y Uber, han tomado la dirección contraria y defienden el modelo, pues, dicen, es un buen negocio. “Creemos que construir una base laboral que es diversa, que es global, que piensa en todos los aspectos del negocio, es algo positivo y económicamente beneficioso”, opinó Dara Khosrowshahi, el CEO de Uber.
Discurso de Donald Trump el martes, 4 de marzo. Foto:EFE
Si bien hoy el DEI genera polémica, su origen conceptual hace casi 70 años fue visto más como un tema de justicia social en una sociedad marcada por la discriminación racial y donde ciertas minorías como las mujeres, los afros, hispanos y asiáticos –entre otros– tenían menos oportunidades. Con el tiempo eso terminó incluyendo a personas de diversas inclinaciones sexuales.
La idea central era que muchas comunidades llevaban décadas siendo marginalizadas por una discriminación que era estructural y que, por lo tanto, debía ser corregida por el Estado a través de programas que la prohibieran y estimularan una especie de nivelación del sistema y una generación de empleos basada en la equidad
Daniel OppongFundador del Courague Collective
“La idea central era que muchas comunidades llevaban décadas siendo marginalizadas por una discriminación que era estructural y que, por lo tanto, debía ser corregida por el Estado a través de programas que la prohibieran y estimularan una especie de nivelación del sistema y una generación de empleos basada en la equidad”, sostiene Daniel Oppong, fundador del Courague Collective, una organización cuya meta es educar a la población sobre las ventajas y beneficios de este tipo de iniciativas.
Un espíritu que surgió del Movimiento por los Derechos Civiles de los años sesenta y que se tradujo la Ley de los Derechos Civiles de 1964, donde se prohibió la discriminación laboral basada en raza, religión, sexo, color y origen nacional, así como la segregación en lugares públicos, como escuelas públicas y bibliotecas. Así mismo, el título VII de esa misma ley estableció la Comisión de Igualdad de Oportunidades en el Empleo, cuyo fin era eliminar la discriminación laboral.
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De allí también emergió la Acción Afirmativa, otra iniciativa de los años sesenta impulsada por el presidente John F. Kennedy y que condujo a un sistema de cuotas en universidades para que se garantizara acceso a las minorías.
Con los años, la aplicación de esas leyes y órdenes ejecutivas terminó permeando el mundo empresarial, promoviendo el acceso de mujeres, afros y otras minorías a cargos de relevancia.
Punto de quiebre
Pero en la última década el tema alcanzó un nuevo nivel con dos eventos que cambiaron la dinámica. El estallido del movimiento #MeToo en 2017 por casos de acaso y abuso sexual en los puestos de trabajo y la muerte en 2020 del afroamericano George Floyd, que desató violentas protestas raciales en el país y coincidió con la llegada del demócrata Joe Biden al poder.
La causa oficial de la muerte de George Floyd fue paro cardiorrespiratorio, tras el abuso policial. Foto:AFP
Dos factores que impulsaron los temas de diversidad, equidad y diversidad, y que Biden protegió con órdenes ejecutivas que dieron vida oficial a lo que hoy se conoce como DEI. Esas órdenes, radicalmente contrarias a las de Trump, promovieron el entrenamiento y la contratación de minorías y fueron adoptadas por una gran mayoría de empresas en el país.
En oposición surgió todo un movimiento contrario –adoptado por el nuevo presidente republicano– que vio en este una especie de discriminación, pero en reversa, dirigida contra la población blanca y los hombres, en particular.
“DEI lo que postula es que la sociedad estadounidense es sistémicamente racista, opresiva, animada por la supremacía blanca o cualquiera de los muchos otros males atribuidos a Estados Unidos y su cultura. Pero el DEI no promueve la diversidad o la equidad, a lo que pocas personas se opondrían. Lo que busca es desmantelar toda nuestra sociedad y reformularla”, dice Mike González, miembro sénior en The Heritage Foundation.
Un discurso que Trump volvió propio durante la campaña y que ahora impulsa bajo la idea de que en EE. UU. debe prevalecer una sociedad ‘daltónica’ (que no ve color) y donde se premie el mérito.
Temores razonables
Pero los líderes de los derechos civiles advierten que los retrocesos en el DEI podrían borrar logros que tardaron décadas en edificarse y que han hecho de esta una sociedad más justa.
“Corremos el riesgo de volver a entornos donde los prejuicios y la discriminación pasan inadvertidos y se favorece a un grupo bajo el supuesto de que así se elimina la discriminación y se favorece el mérito, cuando el efecto es precisamente el contrario”, afirma Adam Russell Taylor, presidente de la organización cristiana Sojourners.
Corremos el riesgo de volver a entornos donde los prejuicios y la discriminación pasan inadvertidos y se favorece a un grupo bajo el supuesto de que así se elimina la discriminación y se favorece el mérito, cuando el efecto es precisamente el contrario
Adam Russell TaylorPresidente de Sojourners
Adicionalmente, muchos apuntan a que se ha creado un falso dilema entre meritocracia y DEI.
Si bien pocas personas se oponen a la idea de que los más capacitados deben ocupar las posiciones de poder muchas veces, dice el empresario Mitch Kapor, las corporaciones operan bajo una “espejocracia”, y no una “meritocracia”. Es decir, un sistema que se refuerza a sí mismo y concentra el poder, la influencia y la autoridad para tomar decisiones en manos de un grupo demográfico.
Para David Glasgow, director ejecutivo del Centro Meltzer para la Diversidad, la Inclusión y la Pertenencia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York, los programas DEI antes ayudan a garantizar que los sistemas sean meritocráticos, pues derriban barreras y amplían el grupo de talentos para que las empresas puedan contratar y promover a las mejores personas.
“Sabemos por décadas de investigación exhaustiva que, en ausencia de esfuerzos de DEI, los humanos no toman decisiones perfectamente basadas en el mérito. Lejos de oponerse al mérito, la DEI apoya una toma de decisiones basada en el mérito”, afirma Glasgow.
Puede ser. Pero lo que también es claro es que la opinión pública se ha tornado hostil frente al concepto, en gran parte como consecuencia de su politización.
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De acuerdo con un sondeo reciente de PEW Center, hoy solo un 52 por ciento de los estadounidenses favorecen este tipo de programas, comparado con casi un 60 por ciento que opinaba lo mismo hace un año. Como muchas de las cosas actuales, es probable que se trate de un giro transitorio que responde al momento político y social del país. Pero lo que sí es evidente es que el péndulo –empujado por la llegada de Trump a la presidencia– va en la dirección contraria.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO - Washington