Fue como entrar al Louvre o al Prado y emocionarse con La Gioconda o Las Meninas… Como aquel concierto de Freddie Mercury en Wembley… Como Ennio Morricone interpretando Cinema paradiso en Venecia… Como E. T. cuando levanta vuelo con la bicicleta y escapa de los malos… Como “Tengo un sueño”, el discurso de Martin Luther King… Como Marlon Brando y Al Pacino conversando solos en El Padrino… Como una película de Darín o Francella que te hace reír o pensar… Fue Gardel entonando Volver en la cubierta del vapor… Fue Frazier y Ali celebrando el combate de la historia en el Madison Square Garden… Fue Piazzolla mirando fijo el bandoneón y arrancándole Adiós Nonino… Fue el Barcelona de Xavi, Iniesta y Messi…
Fue similar a todo eso. Un espectáculo maravilloso, la sublimación del “tómala vos, dámela a mí”, del Tiki Taka, una obra maestra de esos pibes que la rompían en el campito de su barrio, ya convertidos en hombres, en profesionales que cobran millones, pero que no han perdido la esencia lúdica del potrero.
Cada tanto refrescamos el concepto: somos peregrinos de una fe redonda, irrenunciable, la de la pelota. Podemos pasar diez años de partidos malos y soportarlo. Nos inspira el espíritu del garimpeiro, que malvive años escarbando las entrañas del Amazonas buscando la veta de oro que lo justifique todo, que reivindique su miseria, su obstinación. Somos garimpeiros del fútbol. Atravesamos copas, cruzamos torneos, penetramos eliminatorias, escalamos Mundiales, casi perecemos en supercopas y recopas, en ligas holandesas o belgas, sobrevivimos a días, semanas, meses de hastío futbolero, todo por descubrir un filón que nos haga felices. De pronto, advertimos un brillo bajo la capa de barro. Lavamos la piedra con ansiedad y aparece este Argentina 4-Brasil 1 del martes, el lingote por el que esperamos tanto, la maravilla que compensa tanta ilusión.
Un triunfo que vale oro, por puntos y por juego
Cuando se unen la clase, el carácter, la contundencia y el deseo, pasan cosas como estas de Argentina la otra noche. Eso fue lo que durante décadas conocimos como “la nuestra”. Desde infantes nos martillaban con eso: “Hay que volver a la nuestra”. La nuestra es el toque, la circulación, mover la bola, jugarla para acá, para allá, como estrategia de desorientación del rival. Pero jugarla al pie, con maestría y exactitud. Y con el pase fuerte, como pregona Bielsa: “El pase, fuerte, luego la técnica de control”. Fue un festival que vale el doble porque enfrente estaba Brasil, un Brasil chamuscado ahora, pero dueño de una historia única y de una cultura de saber jugar, la patria de Pelé y Garrincha que nunca pierde el rótulo de superpotencia. De haberlo logrado ante cualquier otro también valía, pero la Verdeamarilla le pone marco de oro.
Hace menos de un mes le dedicamos una columna a Alisson, el portentoso arquero brasileño del Liverpool. Cuando un futbolista tiene una actuación tan fabulosa como la suya ante el Paris Saint-Germain, merece nota aparte. No es algo frecuente en el fútbol. El mundo se asombró. "Creo que es una de las mejores actuaciones de un portero que he visto en mi vida”, dijo, admirado, Peter Schmeichel, el sensacional portero danés del Manchester United en los 90. Lo propio acontece con esta goleada de Argentina sobre Brasil. El guarismo de 4 a 1 es anecdótico, trascienden las formas. Fue un espectáculo para recordar toda la vida. Seguramente, es la función más brillante de la Selección Argentina en sus 123 años de existencia, por juego, mentalidad y espíritu colectivo. Es imposible jugar mejor.
“No es una exageración sugerir que el fútbol de Argentina contra Brasil fue el mejor que el escenario internacional de este deporte ha presenciado en años”, escribió Michael Fox, prestigioso analista de The Athletic. “Argentina arrancó y mantuvo el balón durante dos minutos antes de que los visitantes lograran su primer toque. Esos 42 pases ininterrumpidos desde el inicio fueron toda una declaración de intenciones. Como referencia, ha habido 289 partidos de la Premier League esta temporada, y ningún club ha completado más de 11 pases seguidos desde el saque inicial… Esto fue algo extraordinario. Argentina estaba dejando clara su estrategia y preparándonos para una de las mejores exhibiciones de fútbol de selecciones que se puedan ver”, continuó.
Ya había dado una demostración soberbia ganándole a Uruguay en Montevideo cuatro días antes, aunque no tan lujosa. Sin Messi y Lautaro Martínez, evidenció otra vez el temple de un plantel fantástico, que no se relaja, no se desmotiva y quiere seguir ganando. Si el Mundial fuera en junio sería realmente difícil quitarle el título, pero 2026 es diferente, en un año y tres meses pasan muchas cosas en el fútbol. No obstante, la tremenda personalidad de todos sus integrantes permite situarlo otra vez como favorito. De Paul, Mac Allister, Cuti Romero, Otamendi, Dibu Martínez, Tagliafico, Julián Álvarez, Enzo Fernández, Paredes, Thiago Almada… cracs de pierna fuerte y templada. De pecho caliente.
Argentina vs. Brasil Foto:EFE
Es un equipo terrible que le impide al rival hacerse de la pelota, sabe golpear en la red y maneja excepcionalmente los momentos anímicos de los partidos. Tiene la astucia del cazador de campo. Ya conquistaron todo, pero quieren más. Y presidiendo el pensamiento, Scaloni emula al rey Salomón por sabiduría, prudencia y justicia. Así como esta selección superó a las de 1978 y 1986, el técnico santafesino dejó atrás a Menotti, Bilardo, Labruna, Bianchi, Bielsa, Pekerman, Juan Carlos Lorenzo, Basile, Pastoriza, Gallardo, Simeone…
Horas antes del clásico, en el pódcast de Romario, Raphinha, un poco empujado por el exgoleador, declaró: “Les vamos a dar una paliza, dentro del campo y, si es necesario, afuera también”. Lo marcará para siempre, fue carne de memes. Como dijo un tuitero español: “Scaloni no tiene que decirles nada, el trabajo de motivación ya lo hizo Raphinha”. Tal cual. Los albicelestes salieron con el cuchillo entre los dientes y los atropellaron, los arrollaron. “Fue un vejamen”, la palabra con la que coincidió toda la prensa brasileña. “Vergüenza”, “baile”, “desastre”, otras.
Raphinha, jugador de la Selección de Brasil. Foto:AFP
Muchos exfutbolistas brasileños estaban indignados tras la derrota: “Hubo una diferencia increíble entre los dos equipos. Fue 4 a 1, pero podía ser más. Un equipo muy bien entrenado, de jugadores que se conocen, que quieren jugar, que pelearon cada centímetro del campo, y otro que… es difícil hablar”, expresó lacónicamente Felipe Melo. El ahora comentarista de TV, Denilson, opinó con pesadumbre: “Me siento avergonzado. Desde el minuto 3, los hinchas ya estaban gritando ‘Ole’. Brasil estuvo mucho tiempo sin tocar la pelota. No recuerdo un partido de la Selección Brasileña tan malo técnica y tácticamente”. Neto, aquel número 10 del Corinthians, fue rotundo: “El 4-1 no es un reflejo del 7-1, es reflejo de jugadores que solo piensan en la Champions League. Si les preguntan a los jugadores argentinos si quieren la Champions League o la Copa América, ellos quieren la Copa América. Si les preguntan a ellos si están cansados de jugar en la selección, ellos vienen con la pierna quebrada”. Y Marcelinho Carioca estaba furioso: “¿Paliza a ellos…? ¿(Raphinha), un mocoso que no hizo nada, que no tiene historia, sale a hablar contra los argentinos en una parada de estas…? ¿Usted sabe contra quién jugó hoy...? Contra el campeón del mundo. Un equipo organizado, lleno de calidad, que trabaja la bola. De Paul, Mac Allister, todos... Está loco… Una vergüenza”.
Último tango...
Jorge Barraza
Para EL TIEMPO
@JorgeBarrazaOK