Silvestre Dangond: 'No juzguen. A veces la gente no tiene el vicio por placer, se le convierte en enfermedad. Yo salí solo'

hace 4 meses 39

Silvestre Dangond creció entre leyendas vallenatas y con un apellido ilustre, pero en el fondo se hizo solo y antes de ser una estrella tocaba la guitarra en las esquinas del sur de Bogotá; ha estado en el ojo del huracán por más de una polémica, tuvo problemas con las drogas y el alcohol, pero salió adelante y se siente orgulloso de su fuerza de voluntad. Acaba de ganar un Grammy Latino, volvió a grabar con Juancho De la Espriella, vive en Miami, tiene avión privado y, antes de que se convirtiera en su marca y en la marca de los ‘silvestristas’, no le gustaba el rojo.

Silvestre Dangond salió del aeropuerto El Dorado, en Bogotá, y se subió a un taxi. Llevaba unas calles recorridas cuando en la radio comenzó a sonar una canción suya. Era uno de los temas de su primer disco, publicado en el 2002. El locutor anunciaba en la emisora la llegada de una “nueva estrella del vallenato” y Dangond se llenó de alegría. “Ese soy yo”, le dijo eufórico al taxista. Para ese momento nadie —o muy pocos— podrían reconocerlo: entre el público su rostro era todavía muy desconocido. Empezaba la carrera de quien poco después sería considerado uno de los nombres claves del vallenato en el país, y también uno de sus exponentes más polémicos.

Alguna vez él mismo se definió como un salmón: “que nace en el río, va al mar, se da gusto, y regresa al río a morirse”. Silvestre Francisco Dangond Corrales nació en mayo de 1980, en Urumita, sur de La Guajira. De niño era más amigo de pasar los días cantando con sus amigos en el parque principal del pueblo que estudiando en un salón de clases, aunque logró sacar el diploma de bachiller en el Colegio Parroquial El Carmelo. Es verdad que algunas buenas calificaciones las lograba a cambio de cantar en actos cívicos, y que tardó en graduarse más tiempo de lo habitual: no porque perdiera años, sino porque en algún momento tuvo que retirarse por falta de recursos económicos. Su padre, William Dangond Baquero, se conoció en la región como ‘El Palomo’ y soñó con ser cantante. Aunque no llegó a rozar el éxito. Con un apellido reconocido en todo el territorio —del que, sin embargo, no recibió sus privilegios—, ‘El Palomo’ vio frustrada su vocación. Incluso llegó a pensar que lo mejor para su hijo era una carrera universitaria alejada de las tarimas. Tanto su padre, como su madre, Dellys Corrales, querían que Silvestre Francisco —heredó el nombre de su abuelo paterno— fuera un promisorio ingeniero, pero la música ganó la batalla. No podía ser de otra manera, si se tiene en cuenta el entorno en el que Silvestre pasó sus primeros años. La casa de su abuela, en Urumita, era visitada con frecuencia por las grandes figuras del vallenato, como Rafael Orozco o Jorge Oñate, que llegaban a saludar y sobre todo a buscar al esposo de una de sus tías, Hernando Marín, reconocido compositor del género —autor de La creciente, entre otros éxitos—. En cada visita, el niño Silvestre hacía sentir su presencia.

Silvestre Dangond es la nueva portada de la Revista BOCAS.

Silvestre Dangond es la nueva portada de la Revista BOCAS. Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

Pero ni La Guajira ni Valledupar fueron el escenario de los primeros pasos de su carrera musical. Fue en Bogotá, a donde Silvestre Dangond llegó con dieciocho años. Mientras lidiaba con una realidad familiar inesperada —sus padres ya estaban en la capital, pero en una situación personal y laboral difícil de sobrellevar—, empezó a recorrer las calles de la ciudad de esquina a esquina y a darse a conocer en las parrandas que se realizaban en muchas casas bogotanas. “Tengo la sangre dulce pa’ hacer amigos”, dice Silvestre, con su acento guajiro intacto, y eso le sirvió para abrirse un espacio y comenzar a ser conocido entre colegas. Varios de ellos le dieron la mano para que llegara a grabar su primer disco, que tituló Tanto para ti. Pero fue un par de años después, con La colegiala, cuando Silvestre Dangond empezó a ocupar los primeros puestos.

De todos los músicos que conozco, Silvestre es el más apasionado por su arte. Respira música las veinticuatro horas del día. Por eso le ha ido como le ha ido”, me dice el acordeonero Juan Mario de la Espriella, que no solo conoce a Dangond desde hace más de veinte años, sino que ha sido su compañero musical más exitoso. Para los ‘silvestristas’ —como se autodefinen los millones de seguidores del cantante—, la pareja Dangond-Juancho de La Espriella ha sido la mejor en la historia musical del guajiro. “Silvestre es un guerrero. Sabe sobreponerse a las circunstancias difíciles y llevar su carrera más allá de los problemas que se le presenten”, agrega De la Espriella. Porque no todos los momentos han sido de gloria. Con un temperamento explosivo, sin miramientos a la hora de decir lo que piensa —al menos en sus primeros años de carrera—, la trayectoria de Silvestre Dangond ha estado marcada también por controversias que lo han llevado a protagonizar titulares. Basta recordar la polémica que generó cuando, en plena tarima, le tocó los genitales a un niño. “Es algo tradicional en la región”, dijeron sus defensores en esa ocasión. Las críticas también le llegaron cuando se supo que había cantado en el matrimonio del narcotraficante Camilo Torres, alias ‘Fritanga’. “Nos contrataron para una boda y no teníamos más datos”, llegó a decir su mánager en ese momento. O cuando se conoció su presunta cercanía con el contratista Emilio Tapia, involucrado en el ‘carrusel de la contratación’. Incluso las portadas de algunos de sus discos —como en la que apareció vestido de militar y con un arma en sus manos— han sido foco de comentarios en su contra. “Ataques mediáticos”, suele definirlos el círculo cercano del artista.

"Últimamente me puse en la tarea de conectar con los compositores de antes y hacer una especie de banco de canciones que necesito llevar a grabación", dice Dangond.

"Últimamente me puse en la tarea de conectar con los compositores de antes y hacer una especie de banco de canciones que necesito llevar a grabación", dice Dangond. Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

Su música tampoco ha sido “monedita de oro” para todos. Si bien tiene millones que lo siguen —en Colombia y en el exterior— y un nuevo disco suyo es casi garantía de llegar a los primeros lugares en las listas, la opinión de los “puristas” no han estado siempre a su favor. Silvestre Dangond se ha arriesgado a acercar el vallenato a terrenos diferentes y en algunos de sus álbumes ha hecho fusiones, con lo urbano o con el reguetón. Lo que nadie le puede negar es que se ha ganado su lugar a pulso. Con quince producciones discográficas en su haber, además de varias colaboraciones —ahora prepara un nuevo álbum, junto a De La Espriella—, tres Grammy Latinos —el más reciente ganado el pasado 14 de noviembre, por su disco Ta Malo— y otros tantos galardones, Dangond es actualmente una de las figuras más representativas del vallenato. Eso lo han reconocido, incluso, voces clásicas del género. “La esperanza más grande que tiene hoy la música vallenata está en cabeza de Silvestre Dangond”, dice De La Espriella. La voz de Silvestre Dangond —casado, padre de tres hijos— parece hoy más serena y dice que le queda “mucha tela por cortar”.

"La ropa no me hace mejor artista. En cambio, sí me da seguridad ponerme algo que me trae bonitos recuerdos", dice Silvestre.

"La ropa no me hace mejor artista. En cambio, sí me da seguridad ponerme algo que me trae bonitos recuerdos", dice Silvestre. Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

Usted llegó a Bogotá muy joven y aquí comenzó su recorrido musical. ¿Cómo recuerda el primer contacto con esta ciudad?

Tengo una conexión única con Bogotá. Desde que me bajé del bus en la terminal de transporte sentí algo especial. Dije: esto es lo mío. Enseguida me ilusioné y sentí que ahí iba a empezar a cumplir lo que tenía adentro. Así fue. Mi intuición no me mintió. Mis papás me habían dejado en el 96 en Valledupar, al libre albedrío. Yo dije: mientras no tenga cédula, no viajo a buscarlos. Cuando fui me encontré con que no estaban juntos. Mi mamá trabajaba en una casa de familia y mi papá donde consiguiera un trabajo. Llegué a Bogotá con ganas de volver a encontrar otra vez un seno, pero no fue así.

¿Vivía con su papá o con su mamá?

Con mi papá. Mi mamá vivía en la casa de familia donde trabajaba y los domingos nos encontrábamos donde mi papá. Ahí ella preparaba la comida, nos dejaba el arroz hecho, nos dejaba la carne molida hecha, todo lo que se podía guardar, para que entre semana uno pudiera sacar un poquito de cada cosa y comer. Y nos volvíamos a ver el domingo siguiente. Entre semana yo me la pasaba buscando qué hacer. Siempre he sido amiguero. Me iba a donde trabajaba mi papá y ahí hice amigos. Algunos me llevaban los fines de semana a tomar cerveza, a que cantara en una esquina en el sur de Bogotá, por ejemplo. Nos sentábamos con una pola, y con mi guitarra me ponía a cantar canciones. Era todo muy natural.

En esos primeros años era más guitarrista que cantante. ¿Cuál fue la clave para llegar a grabar el primer disco?

Los músicos con los que me relacioné en Bogotá. Lo mío fue de menos a más. Comencé a hacer carrera con grupos muy pequeños. Y como guitarrista, no como cantante. Estaba en un trance de la voz, la tenía ronca y me había decepcionado un poquito. Decía: voy a meterme a guitarrista y a hacer voces porque de cantante, nada. Mi papá me presentó a un acordeonero y comencé a parrandear con él. Así me fui abriendo un espacio. Porque ellos parrandeaban, pero no les metían guitarrista a las parrandas. Me comencé a meter con la guitarra y a veces me daban espacio para cantar. La música que ellos hacían era muy clásica. Yo, como era más joven, me sabía las canciones que estaban pegadas en ese momento en Bogotá. La música de Jean Carlos Centeno, la de Diomedes Díaz —pero la actualizada, como Qué hubo linda o Por qué razón–, la de Miguel Morales. Me ponían a cantar lo más juvenil y me fui robando mi espacio. Tengo una anécdota muy bonita. Hay un tío al que le debo mucho, que se llama Indalecio Dangond. Él trabajaba en el Ministerio de Agricultura. Yo le decía: ‘no joda, tío, invítame a una parranda tuya, quiero comenzar a cantar’. Él no me daba la oportunidad. Hasta que un día me invitó. Pero horas antes me había llamado Alvarito Mesa y me había dicho: he escuchado de ti, el hijo de William Dangond; te llamo para ver si me acompañas a una parranda porque mi cantante se enfermó —que era el desaparecido Toba Zuleta—. Acepté y cuando llegué a la dirección que me había dado Alvarito, ¡era la misma parranda de mi tío! A partir de ahí comencé a conectar con otro público, de un mejor estrato en Bogotá. Empecé a hacer mis tarjeticas de presentación. Fui cogiendo otro rumbo, creando mi independencia. La gente me invitaba de manera diferente. Ya no dependía de ciertos grupos, sino de mi nombre.

¿Y dejó la guitarra?

No, nunca dejé de ser guitarrista. Amo la guitarra. Es mi forma de expresarme. Además, esa era una de mis fortalezas en las parrandas. Cuando se callaba el acordeón, yo cogía la guitarra y empezaba a cantar canciones más íntimas. Lo que me gusta, las baladas de los 80, románticas. Julio Iglesias, Ricardo Arjona, Juan Gabriel. Cantaba una de Demis Roussos —Canción de boda— y la gente quedaba loca. Sé que te amaré siempre, yo sé que te amaré hasta el fin del fin... No sabían de dónde salía esa canción.

El bautizo musical de Silvestre

Yendo un poco atrás, a su infancia: su padrino de bautismo fue Jorge Oñate. ¿Por qué lo bautizaron tan grande, a los 11 años?

¡Porque él nunca cumplía! Siempre que planificábamos el bautizo, él no podía llegar porque tenía algún compromiso. Para la fecha que nosotros queríamos, siempre estaba ocupado. Al final coincidieron las cosas y me bautizaron para el día de la Virgen de Chiquinquirá, en Urumita. Pero ya tenía once años, sí. El bautismo me llegó tarde. Creo que por eso soy retardado en muchas cosas.

Usted dijo alguna vez: “Soy una respuesta de Dios”. Se refería a cómo se hizo realidad en usted la vocación frustrada de su padre, que quiso ser músico. ¿Cómo ha sido vivir con esa sensación?

Hay personas que no saben ni por qué llegan al éxito. Yo sí. Duré un tiempo de mi vida dándole y dándole a la música. Había obtenido muchísimos logros. Pero después de eso, ¿qué viene? Así que de un tiempo para acá, hace unos ocho años, comencé a estudiarme a mí mismo. A entender por qué me tocó lo que me tocó. Vivimos en una siembra constante y al final terminamos recogiendo todo. Lo de mi papá fue así. Un joven súper simpático, con carisma, con talento, que lo sacaron de la música por un simple apellido. Porque no querían que en la familia hubiera un cantante. Y mira la desgracia: la frustración lo llevó a cometer muchos más errores. Yo casi sigo el mismo patrón, por poco lo repito. El universo dijo: el daño que le hicieron a él, lo voy a sanar. Y lo sanó conmigo. Para más piedra llevo el nombre principal de la familia. No me llamo Juan, ni Pedro. Me llamo como el ingeniero Silvestre Dangond, mi abuelo que planificó Valledupar. Es una cosa escalofriante para el que no comprende estos temas universales. No todo el mundo está preparado para escuchar el porqué de las cosas.

"Si hubiera aprendido a hablar inglés no me habría atajado nadie. Si hablo mal el español y he llegado a donde he llegado, no me quiero imaginar hablando inglés".

"Si hubiera aprendido a hablar inglés no me habría atajado nadie. Si hablo mal el español y he llegado a donde he llegado, no me quiero imaginar hablando inglés". Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

¿Cuando era niño le gustaba su nombre? ¿Le gustaba llamarse Silvestre?

Al comienzo no. Después entendí por qué me llamo Silvestre Dangond. En la disquera tampoco les gustaba mi nombre. Estuvieron a punto de cambiármelo. Yo pensaba: ¿cómo les digo a mis papás y a mis amigos que ya no me llamo Silvestre Dangond? ¡Y en mi pueblo! Tú sabes cómo es en esos pueblos, y guajiros además. Eso no lo iban a entender. No iba a caer bien. Había comenzado a tallar mi nombre a punta de esfuerzo, de manera muy justa. Ya me sentía orgulloso y no me lo quería cambiar. Gracias a Dios logré convencerlos cuando les dije que Diomedes no era un nombre muy bonito, que por qué me lo iban a cambiar a mí. Con eso se echaron a reír y dijeron: ‘bueno, ganaste’.

De niño, en Urumita, conoció a muchos de sus ídolos. No solo a Oñate, sino a Rafael Orozco...

Todos ellos me dieron plata. Llegaban al parque principal en Urumita y ahí los veía. A Israel Romero, a Rafael Orozco, a mi padrino Jorge Oñate. Tuve la oportunidad de gozar de eso, además, porque mi familia, de parte de mamá y de papá, era muy folclórica. Todos esos artistas iban también a la casa de mi abuela porque Hernando Marín —uno de los compositores top— era esposo de una tía. Llegaban allá a pedirle canciones. Es más, una vez Juancho Rois me tocó la cabeza y me preguntó: “¿Usted de quién es hijo?”. De William Dangond, le dije. “Ah, yo conozco a tu papá”. Me movió la cabeza y me dijo: “Sea cantante, que eso da plata”.

Uno de sus temas más exitosos es Materialista, que cantó con Nicky Jam. ¿Cómo le llegó esa canción? Porque ha dicho que muchos los ha presentido en sueños...

Materialista llegó sin buscarla. Me llamó ‘Nacho’ —el cantante venezolano Miguel Ignacio Mendoza— y me dijo que me tenía una canción. La hice y la monté en Instagram, cuando esa red apenas estaba cogiendo fuerza. Esa noche yo tocaba con Nicky Jam en Barranquilla, pero no nos vimos. Al día siguiente nos encontramos en el aeropuerto y cuando me saludó comenzó a cantar la canción. Había visto el post. Me dijo que quería cantarla conmigo. Así fue la historia, yo nunca lo busqué para que se montara en la canción. Es verdad que muchas de mis composiciones las he hecho en sueños. Tengo la prueba en el teléfono. Ahí salen los horarios: 5 a. m... No te puedo explicar cómo logro cerrar los ojos, ponerme el teléfono en el pecho y comenzar a transcribir el sueño. No sé cómo hago para regresar al sueño. Últimamente compongo mucho así.

"Los escándalos pararon cuando comencé a madurar. Todo el mundo gozó de ellos. La prensa, la radio, los mismos enemigos que tienes utilizaban esas cosas".

"Los escándalos pararon cuando comencé a madurar. Todo el mundo gozó de ellos. La prensa, la radio, los mismos enemigos que tienes utilizaban esas cosas". Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

Durante su trayectoria ha recibido la crítica de un sector tradicional que ha dicho que lo suyo no es “vallenato puro”. ¿Siente que tiene alguna cuenta pendiente con la música?

No, yo no tengo cuentas pendientes con la música. Siento que he hecho muchas cosas y las he hecho bien. A veces, cuando uno complace más a la gente, es cuando menos te valoran. Creo que el trabajo que estoy haciendo ahora con Juancho —porque estoy trabajando nuevamente con Juancho De la Espriella— es una cita con la historia. El cuento no es hacer un álbum, sino salir a la calle a sustentar la música. Pero es verdad que hoy existe una desvalorización a nivel musical. En todo sentido, el problema no es solo en el vallenato. Mira mi último álbum, Ta malo: gracias a Dios lo he sabido llevar. Ya cumplió un año y no ha dejado de sonar. Pero porque me propuse que fuera así. Si no, ya se hubiera olvidado.

Lo tituló Ta malo, precisamente, anticipándose a esa crítica que suele caerle encima. ¿Le molesta que esas voces no lo acompañen?

No me acompañan y nunca me van a acompañar. Ni dándole plata voy a conectar con esa gente. Lo entendí después de mucho tiempo. Por más que haga cosas, no voy a conectar con cierto público. Y es normal, aunque es un tema desgastante. Con Ta malo quise evitarme lo que siempre pasaba. Y la verdad es que me lo evité. Tanto que luego me tocó sacar una versión que se llamó Ta bueno. Cada vez que te dicen que algo está buenísimo, las expectativas te crecen y luego te desinflas. Pero cuando te dicen que está malo, vas con la disposición de encontrarte con algo que no cuadra y te llevas la sorpresa de que te estoy sacando una sonrisa.

Tragos,  fiesta, escándalos, drogas y resurrección

A lo largo de su carrera lo han rodeado las controversias. Que cantó en una fiesta de un narcotraficante, que es amigo del contratista Emilio Tapia, quien terminó condenado por corrupción... ¿Los escándalos han marcado su trayectoria?

Los escándalos pararon cuando comencé a madurar. Todo el mundo gozó de ellos. La prensa, la radio, los mismos enemigos que tienes utilizaban esas cosas. Pero hay que saber aguantar. El que sabe aguantar, goza. En cambio, el que tira la toalla se pierde lo que le tenía guardado el universo. Además, he tenido la convicción de que no soy culpable, así que no hay de qué arrepentirme. Conmigo se ensañan. Pero mira dónde estoy. He sido un ejemplo de superación para muchas personas, así no lo vean así. He sido un ejemplo en medio de mi locura, en medio de seguir mi instinto, mi intuición. Yo no he venido al mundo a acabar, he venido a construir.

En una respuesta anterior dijo que casi repite el patrón de su padre. Usted consumió droga, se excedió en el alcohol y logró salir...

Yo le saco el lado positivo a toda esa turbulencia que viví, aunque mucha gente se escandalice. Eso también me llevó a conectar lo mío. A escribir canciones, a sentir, a hablar, a cantar. No todo fue malo. Al final, la parte de madurar fue lenta, y se dio en el momento que tenía que ser. Hay gente que se adelanta a los tiempos y otros van atrasados. Yo no sé si voy adelante o atrás. Pero todo lo que pasó, sirvió. A todo le saco el lado bueno. Incluso a esos momentos difíciles. Y he ayudado a mucha gente, porque le quito el tabú al tema. Lo más fácil es juzgar, sabiendo que muchas veces es una enfermedad que se vuelve incontrolable. Por eso siempre meto la mano por ciertos personajes. Y digo, marica, no juzguen. A veces la gente no tiene el vicio por placer, se le convierte en enfermedad. Yo salí solo, con la ayuda del universo y de Dios. Porque tengo convicción y me conozco. Pero es importante poner límites.

"No hay un ser humano que no arrastre sus cargas. Eso hace parte del equilibrio".

"No hay un ser humano que no arrastre sus cargas. Eso hace parte del equilibrio". Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

Usted llegó a pesar muchos más kilos que ahora y años atrás se hizo una intervención quirúrgica para cambiar eso. ¿Lo hizo por salud o por estética?

Ambas. Mientras mejor te ves, más seguro eres. No hay mejor consejero que el espejo. Tú te miras y dices: mierda, no estoy bien, no me siento bien. No necesitas que otro te lo diga. Pero si te miras y te sientes bien, eso es lo que vas a irradiar en la calle. Si te ves mal, enseguida estás inseguro. Y por ahí es que el demonio entra. El demonio no está afuera, está en tu cabeza. Pero mira que cuando era gordo no me sentía inseguro. En cambio, desde que bajé de peso sí me da como cosita cuando tiendo a engordar. Después de haber gozado de un buen cuerpo, me afano. Ahí le meto más al ejercicio, controlo más la boca. Porque ya sé lo que es verme bien.

También tuvo su tiempo de pelo largo. ¿Es verdad que fue porque quería llevar en algún momento el look de su papá?

De mi papá y de mi padrino Jorge Oñate. Y también para despojarme un poquito de Leandro. Con el pelo largo, ya salí cien por ciento del personaje de Leandro Díaz.

Usted protagonizó esa novela, Leandro Díaz, sobre la vida del gran juglar, y ha contado que personificarlo le impactó mucho. Incluso tiempo después de haber terminado las grabaciones seguía conectado a ese papel. ¿Se quedó en el personaje?

Sí. Los que son profesionales de la actuación no me entienden. He visto actores que dicen que el que se queda en un personaje es porque no es profesional. Claro, es que yo no soy actor. Yo actué bajo mi intuición. Actué porque me enamoré del personaje, pero no porque haya estudiado eso. Esa no es mi carrera. Me costó despojarme del personaje porque sentía que muchos patrones de Leandro se repetían en mí. Yo decía: ¿por qué me tocó a mí esto?, ¿qué tengo que ver con Leandro Díaz? Había conexiones. Cuando hablé con Ivo —su hijo—, me dijo: ‘Leandro te escogió para que tú fueras el que manifestara su vida’. Eso ya no me sorprende. Yo le agradecí al universo que me escogiera a mí. Porque siento que aprendí mucho del personaje. Cuando me ponía en sus zapatos, entendía el porqué de muchas cosas. El rechazo de su papá, por ejemplo. Mucha gente que se sentía rechazada por su padre se vio reflejada en la novela. Encontraron una salida, una catarsis.

En eso no se parecían. Porque usted siempre ha tenido una buena relación con su padre, ¿no?

Mi papá es el bastón, la vela que tengo a nivel universal y que necesito que esté prendida por siempre. El día que mi papá se apague, algo en mí se va a apagar. Eso no me lo quita nadie de la cabeza. Soy una respuesta de él, soy lo que soy por él.

¿Y con su madre? En alguna ocasión se conoció cierto distanciamiento con ella. ¿Siente que a veces el éxito, en lugar de acercar, crea diferencias y aleja?

Con mi mamá también tengo una relación, pero no igual. Creo que no hay culpables. La falta de educación, la falta de estudio, la forma como nos criaron, las creencias, la zona donde vivimos, los comentarios de la calle, cómo piensa la gente, en fin, todo eso hace que nos equivoquemos y que busquemos tener la razón como obligación. Mira cómo son los gringos: allá, a los 17 años, les dicen a los hijos, dale, chao. Mientras que aquí muchas veces piensan: tengo que llevar a mi hijo a que sea médico para que me mantenga. Uno escucha eso. No lo digo en mi caso, sino en general. Porque al final mis padres no estudiaron. Ese fue un impulso que tuve desde niño: sacar a mis papás adelante. Y no porque ellos me lo dijeran, sino porque lo sentía. Lo primero que hice cuando empecé a ganar dinero fue comprarle una casa a mi mamá. Ella no me lo pidió. Ellos nunca me lo manifestaron así. Pero sé que allá pasa mucho: ven a los hijos de esa forma. Y cuando los hijos terminan siendo los papás de los papás, hay una desconexión. Porque a nivel del universo no debe ser así. Tú deberías buscar refugio en los papás, no al revés.

Hay una canción en su repertorio, Mi propia historia, en la que dice: “detrás del triunfo siempre hay dolor”. ¿Es así?

Indiscutiblemente. No hay un ser humano que no arrastre sus cargas. Eso hace parte del equilibrio. Si la carga no existe, estás propenso a que te desvíes. Porque se te va a cansar un lado hasta que lo sueltas. Es importante mantener ese equilibrio. Por eso yo no me quejo. Uno se familiariza con la carga y sabe que es parte del éxito. Lo que pasa es que hay muchas formas de sufrir. Cuando no se sufre por una cosa, se sufre por otra. Además, tú te vuelves un objetivo. En todo sentido. Hay mucha gente que desea lo que tienes. Te desean a la esposa, desean el dinero que tienes, te miran a los hijos diferente, te miran a tu grupo musical diferente. Pero no saben que lo mío está aquí, adentro, no afuera.

"Cuando los hijos terminan siendo los papás de los papás, hay una desconexión. Porque a nivel del universo no debe ser así. Tú deberías buscar refugio en los papás, no al revés".

"Cuando los hijos terminan siendo los papás de los papás, hay una desconexión. Porque a nivel del universo no debe ser así. Tú deberías buscar refugio en los papás, no al revés". Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

Habla del universo, de agradecer a Dios. ¿Alguien lo ha acompañado en el desarrollo del tema espiritual?

La fe se compagina con las buenas acciones. Yo no puedo adquirir algo si no lo alimento. Sí he tenido vínculos con personas que conocen del tema y me han ayudado. Siento que me hace falta seguir conectando con más gente así, que ve la vida de una manera diferente. Hace unos días, precisamente, una amiga, una socia, me propuso un negocio. Yo le dije: ya no me propongas más negocios. No quiero saber de negocios, quiero actuar ahora de forma diferente. El tema del dinero ya no es lo que me saca una sonrisa. Quiero regalarle a la vida una cosa que no sea deme, deme, deme, sino doy, doy, doy. Le dije: ingéniate una cosa que no sea vender. Se quedó asombrada. Porque mi tono de voz sonaba un poquito afanado. No quiero hacer una promoción que sea: paguen, sino: reciban. Aparte de lo que doy a nivel musical, ¿no? Ya no quiero salir a vender más nada. Quiero dar. De pronto hace diez años yo no pensaba así.

¿Años atrás había mucha más vanidad? Ha contado, por ejemplo, que Alfredo Gutiérrez le escribió una canción y usted dejó pasar mucho tiempo antes de agradecerle...

Sí. Lo de Alfredo Gutiérrez fue cuando yo estaba pegado con Me gusta, me gusta. Esa canción fue una locura. Él me sacó una canción, Homenaje a Silvestre. ¿Tú crees que tuve en ese momento la idea de llamarlo, de darle las gracias? No. Tuvieron que pasar muchísimos años para que me diera cuenta de que un fenómeno, una estrella, un juglar, de lo más grande que tenemos en el vallenato, me había sacado una canción a mí. Yo lloré con él y le pedí disculpas. Porque no actué bien. A veces creía que me merecía las cosas. ¡No me merecía nada! ¡Qué me voy a merecer! Qué bonito hubiera sido que, en su momento, yo hubiera tenido un gesto con él y no tanto tiempo después. Pero, bueno, ahí está la enseñanza.

Vive en Miami desde hace más de diez años. ¿Se fue de Colombia por las extorsiones que empezaron a llegarle?

Sí, fue por eso. Pero el universo me mandó para Miami y acá estoy bien. Estar aquí hace parte de mi desconexión natural, de poder estar un poquito más compenetrado en casa, comer bien, descansar mejor, no llevar tanto agite. Pero nunca he dejado de ir a Colombia. Todos los fines de semana voy. Allá tengo mis amistades más que acá. En Miami todo el mundo vive en su rollo.

¿Ya habla bien inglés? Porque en el colegio siempre era la materia en la que le iba mal...

Si hubiera aprendido a hablar inglés no me habría atajado nadie. Si hablo mal el español y he llegado a donde he llegado, no me quiero imaginar hablando inglés.

"Mi papá es el bastón, la vela que tengo a nivel universal y que necesito que esté prendida por siempre. El día que mi papá se apague, algo en mí se va a apagar".

"Mi papá es el bastón, la vela que tengo a nivel universal y que necesito que esté prendida por siempre. El día que mi papá se apague, algo en mí se va a apagar". Foto:Giorgio del Vecchio / Revista BOCAS

¿Estos viajes tan frecuentes los hace en avión propio o en comercial?

Tengo avión propio, pero el comercial lo utilizo según la necesidad. Yo soy como dice el dicho: “Cuando no hay perro se montea con gato”. Con eso soy pa’ lo que sea. Nada exigente.

Su público, que se define ‘silvestrista’ y lo sigue con devoción, va siempre vestido de rojo. Tiene ese color como bandera. ¿De dónde salió el rojo?

No lo escogí yo. Lo escogió un empresario. Eso me lo asignó el último mánager de Omar Geles, que se llama Erick Gerónimo. Estábamos en un mano a mano con Peter Manjarrés y Fabián Corrales, en Valledupar, y el tipo dijo: el azul para Fabián, el blanco para Peter, y Silvestre el rojo. A mí me dio una rabia. Me dieron el color más difícil, pensé. Después comencé a amarlo. Hoy, cuando veo esos escenarios y la cantidad de rojo, me da una emoción inexplicable, que varía de acuerdo a los momentos y a la energía de la gente. Hay noches de noches. Con el tiempo he aprendido a diferenciar el público. Antes yo dependía de cómo iba a encontrar a la gente. Eso cambió. Ahora llego y es: lo que yo les voy a dar, independientemente de lo que ellos me den. Yo me sollo mi concierto, sin depender de que el público esté en tal o cual situación. Siento que es más justo así, más justo conmigo.

¿Tiene alguna cábala a la hora de salir a cantar? Hay un cuento de una chaqueta que no quiso volver a usar porque le traía mala suerte...

No, yo soy muy liberal en ese aspecto. Lo que sí me critican —mi equipo, el público no— es que repito mucho la ropa. Si me va bien con lo que tengo puesto, vuelvo y me lo pongo todos los fines de semana. No me da pena que me vean con la misma ropa. Podría estrenar cada fin de semana, pero no tengo necesidad de hacerlo. La ropa no me hace mejor artista. En cambio, sí me da seguridad ponerme algo que me trae bonitos recuerdos. Tengo historias de cosas que me puse y me iba mal cuando las usaba. Me puse camisas y me quedaba sin voz. O la chaqueta que tenía cuando me caí, que era la misma con la que fui a cantar con Natti Natasha y ella tuvo un problema y no pudo salir al escenario porque se le enredó no sé qué cosa. La usé también en una parranda en la que un amigo casi se ahoga por algo que se comió. O sea: tres veces me la puse y tres veces me pasó algo. Se la di a un amigo y le dije: quédate con ella. El problema era esa chaqueta conmigo, no con él. De pronto el día que la compré energéticamente algo no compaginaba conmigo.

¿Piensa que en algún momento va a poder retirarse?

Eso quisiera, claro que sí. Pero por ahora no. Tengo mucha tela que cortar. Ahora me viene el trabajo con Juancho, al que le voy a sacar jugo. Y hay muchas cosas pendientes. Últimamente me puse en la tarea de conectar con los compositores de antes y hacer una especie de banco de canciones que necesito llevar a grabación. Eso va a demorar un tiempo.

¿Y ve en alguno de sus tres hijos una herencia musical?

A uno le gusta la actuación, al otro le gusta la música urbana, latina. Y del chiquito todavía no te podría decir, apenas tiene doce años. Él es el más apegado a mí, porque es el que he criado, al que le he dedicado más tiempo. En los tres veo talento. Pero necesito que el camino se les ponga más difícil cada día. Para que haya valor. Para que se desprendan de mi nombre y que cada uno coja un camino diferente.

MARÍA PAULINA ORTIZ

REVISTA BOCAS

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