Hace una década, María Fernanda Losada dejó su hogar con una sola maleta y el deseo de construir su futuro en la danza. Su primer destino fue Leiria, Portugal, una ciudad que contrastaba completamente con Mendoza, su tierra natal, en Argentina.
El cambio fue evidente desde el primer día, tanto en las calles adoquinadas y la arquitectura medieval como en las costumbres cotidianas.
El impacto inicial no fue solo cultural, sino también práctico. Luego de un viaje agotador, al llegar se encontró con la necesidad de comprar comida y otros productos básicos. Sin embargo, sus horarios en la escuela de baile dificultaban esa tarea, ya que cuando terminaban las clases, la mayoría de las tiendas ya estaban cerradas. Con el tiempo logró organizarse y, en el proceso, descubrió la particularidad de la ciudad con sus estrechas calles y su plaza central rodeada de bares y cafés. “Lo que más me sorprendió a mi llegada fue que te dan el paso al cruzar la calle. Suena raro, pero me sorprendió por varios meses eso, hasta que me acostumbré”, recuerda.
La exigencia de la formación profesional le impidió sentir el impacto de la distancia de inmediato. “Durante el primer año no tuve mucho tiempo de extrañar, porque la escuela de danza en la que estaba era tan exigente que llegaba a casa para comer e irme a dormir. Estaba muerta. Y los domingos era el único día para hacer compras y limpieza de la casa”, expresó.
Sin embargo, las festividades fueron momentos difíciles. “Los momentos difíciles fueron sobre todo en las fechas especiales. Cuando veía fotos todos reunidos o hacíamos videollamadas, se me partía el alma. Poco a poco uno se va acostumbrando a todo eso. Tuve suerte de rodearme de gente de gran corazón, que me recibieron con brazos abiertos y me dieron mucho calor. Pero tardé en hacer amigos fuera de mi círculo de la escuela, ya que no son tan abiertos como lo somos nosotros”, añadió.
“Estar lejos del país natal te saca mucho, pero también te da”, reflexiona sobre su experiencia.
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Un sueño que la llevó a Portugal
Fernanda fue la primera de su familia en mudarse lejos, lo que generó sentimientos encontrados entre sus seres queridos. Aunque la tristeza era inevitable, siempre contó con su apoyo. Antes de cruzar el océano, se formó en Buenos Aires con Alba Serra y reconocidos maestros como Maximiliano Guerra. Más adelante, recibió una beca de verano en Nueva York, donde tuvo a Paloma Herrera como guía.
Fue en ese período cuando surgió una nueva oportunidad: la prestigiosa Academia Annarella en Portugal le otorgó una beca. Ante la noticia, sus allegados le hicieron preguntas sobre su futuro. “¿Dónde vas a vivir? ¿Cómo vas a hacer con el idioma? ¿Te vas a ir sola?”. Sin haber planeado nunca vivir en otro país, aceptó la propuesta sin certezas. “Yo respondía que no sabía, que lo iba a ver una vez que llegara. Que había gente de la escuela de allá que me iba a ayudar. El resto lo aprendería con el tiempo”.
Su paso por Ginebra: 'El lugar donde más me gustó vivir'
Si bien en Portugal encontró una comunidad en la escuela de danza, la vida social fuera de ese ámbito era limitada. En Leiria, la actividad en las calles disminuía al caer la tarde, pero aún así, guarda buenos recuerdos de la ciudad por haber sido su primer hogar lejos de Argentina.
Más adelante, se trasladó a Ginebra, Suiza, donde tuvo nuevas experiencias tanto personales como profesionales. En paralelo a su formación, trabajó como niñera, lo que le permitió viajar y disfrutar de la ciudad. “Ginebra fue el lugar en el que más me gustó vivir. Ahí me sentí bien, tenía amigas que son como hermanas, un trabajo que me permitió viajar mucho y darme lujitos ya que la vida allá es muy cara. Tenía excelentes clases y un alto entrenamiento. Bailábamos mucho y hacíamos tours con la compañía juvenil. También Ginebra, al ser más internacional y abierta de mente, es más divertida, ya que podés salir y ver gente de noche. Allí, en una ciudad cercana, también tengo a un tío mío del corazón, Marc, que estuvo muy presente para mis cumpleaños y navidades, y que me apoyó muchísimo mi primer año ahí”.
En Suiza encontró su lugar favorito, con amigas cercanas y un trabajo que le permitió viajar. Foto:Redes Sociales
Un giro inesperado en su vida: de Hungría a Bélgica
En Ginebra encontró un entorno donde se sentía cómoda, pero su carrera la llevó a aceptar una oferta en Hungría. Se unió a la compañía de danza Székesfehérvári Balett Színház, donde estuvo dos años como parte del cuerpo de baile y un año más como demi-solista. En medio de ese proceso, su vida personal también tomó un nuevo rumbo: conoció a su pareja, un belga de madre argentina que residía en Bruselas. Tras tres años de relación a distancia, tomó la decisión de mudarse allí.
Se mudó a Bruselas por amor tras años de relación a distancia con su pareja belga. Foto:Redes Sociales
El cambio a Bélgica trajo consigo una nueva adaptación. “Acá, en Bélgica, la mayor parte del tiempo llueve mucho y sin parar, y aun así la vida continúa como si nada, andan en bicicleta, salen a correr... Por las mañanas puedes ver gente vestida de traje (incluso mujeres en tacones) que van a trabajar en bicicleta o monopatín eléctrico. Se come muy bien, y son muy famosas sus papas fritas y chocolates, aunque lo más sorprendente es la cantidad de cervezas que puedes encontrar en bares. Bélgica tiene más de seiscientas variedades”.
La forma en que los jóvenes comparten vivienda también la sorprendió. “Primero nos instalamos en una coloc, una casa muy grande compartida con otras cinco personas más (cada uno con su habitación). Esto es muy usual en gente joven estudiante o trabajadora que desea vivir sola, pero con gastos compartidos de alquiler. Se suelen hacer entrevistas para elegir al nuevo integrante en el caso de que haya una habitación libre”.
También notó diferencias en la higiene y en los hábitos diarios. “En lo personal, me sorprende lo temprano que se come y que algunos no cuidan mucho su higiene… la misma fama que tienen los franceses. Aunque no son todos”. Además, resaltó otro aspecto que le llamó la atención: “No es barato vivir acá, pero te impacta ver las inmensas casas que hay apartadas del centro y la cantidad de autos lujosos para nuestros estándares. No existen autos viejos”.
Trabajó y estudió danza en Europa, logrando estabilidad en Bruselas con el Brussels City Ballet. Foto:Redes Sociales
Reflexiones sobre su viaje
Han pasado varios años desde su llegada a Bruselas. Hoy, sigue enfocada en la danza, tomando clases, entrenando y asistiendo a seminarios. También forma parte del Brussels City Ballet. Cada etapa de su camino la llevó a valorar su origen y analizar cómo la distancia la transformó.
Cada dos años regresa a Mendoza para visitar a sus seres queridos, aunque reconoce que las visitas son intensas. “Siempre es una emoción. Es gracioso porque los primeros días me siento rara al estar viviendo de nuevo con mis padres, pero después me acostumbro y al momento de irme es lo que más extraño”. También siente que el tiempo no es suficiente para reencontrarse con todos. “Volver también es un poco cansador, porque tengo muchos amigos y gente que visitar en poco tiempo. Siento que no los puedo disfrutar como debería. A veces me da tristeza ver como amistades o relaciones se debilitan, pero, en compensación, otras se refuerzan aún más”.
El aprendizaje de vivir lejos ha sido profundo. “En este camino he aprendido mucho y seguiré haciéndolo. Viajar te abre la cabeza, te da la capacidad de adaptarte a cualquier cosa. Te llena y nutre. Estar lejos del país natal te saca mucho pero también te da. Pero la verdad es que, si yo tuviera la oportunidad de vivir en Argentina trabajando de lo que hago, volvería”.
Finalmente, concluye con una reflexión sobre cómo su experiencia ha cambiado su percepción de su país y de la vida. “El vivir afuera me ha enseñado a valorar muchísimas cosas de mi vida. También me ha mostrado a la Argentina desde afuera, me ha mostrado lo bonita que es”.
CARINA DURN
La Nación (Argentina) / GDA
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*Este contenido fue reescrito con la asistencia de una inteligencia artificial, basado en información de La Nación, y contó con la revisión de un periodista y un editor.