Rafael Palacio Callejas no solo baila. Habita su cuerpo como si fuera un territorio ancestral, un espacio político y una herramienta para la resistencia.
En sus movimientos, pausados o intensos, hay una declaración constante de que existir desde la negritud es también una forma de reclamar dignidad.
Fundador de la Corporación Sankofa Danza Afro hace 28 años, hijo de Tito Ángel Palacios, un migrante chocoano, y de María Teresa Callejas, una mujer antioqueña, ha convertido su vida en un acto de arte y memoria.
En Medellín, ciudad donde nació y que también ha sido terreno de silencios impuestos sobre lo negro, ha sembrado una revolución desde la danza.
Desde pequeño, Rafael descubrió que la danza podía ser juego, pero también refugio. Su padre, profesor y su primer maestro, lo inscribió en su clase extracurricular de danza cuando apenas tenía cinco años.
Aquel primer contacto lúdico con el movimiento se convirtió pronto en propósito. “Quería ser bailarín”, recuerda. Y aunque en su infancia eso no era una profesión reconocida, su empeño terminó moldeando una técnica y un legado.
Para cumplir sus sueños se tituló como Licenciado en Educación Básica en Danza de la Universidad de Antioquia, luego se hizo Especialista en Epistemologías del Sur, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales-Clacso.
Rafael Palacios 2 Foto:Cortesía del artista.
Sus búsquedas personales lo llevaron hasta Francia, donde estudió con la creadora de la técnica de danza afrocontemporánea, Germena Cogni, y luego con Irene Tzambedo, con quien recorrió 18 países del continente africano.
También es Especialista en Estudios Afrolatinoamericanos del Afro-Latin American Research Institute, Harvard University, y Magister en Educación y Derechos Humanos, de la Universidad Autónoma Latinoamericana.
Esa formación nutre su propuesta escénica y le da profundidad crítica. No baila por impulso, sino por comprensión. Cada gesto está atravesado por una conciencia política clara: el arte, para él, es un espacio sagrado desde donde se construye humanidad.
A su regreso a Colombia, el desafío fue sembrarla en un país donde la danza negra aún era vista bajo estereotipos exóticos y erotizados. Desde entonces, se ha propuesto resignificarla: “Bailamos más que para ser vistos, para ser escuchados”.
Esa escucha que exige Rafael es la de una sociedad que ha callado históricamente a los pueblos afrodescendientes. Para él, la danza es una forma de justicia cognitiva, una manera de decir que los cuerpos racializados no solo entretienen, también narran, luchan, reclaman.
Sankofa (nombre africano que significa “volver a la raíz”) es entonces mucho más que una compañía artística. Es una comunidad, una familia extendida, una reivindicación.
Integrantes de Sankofa interpretan Detrás del Sur: danzas para Manuel. Foto:STEVEN PISANO
Camilo Perlaza lo dice sin rodeos: “El maestro Rafael es como un papá para mí”. Camilo, oriundo de Tumaco, llegó a Medellín a los 14 años invitado por Rafael.
Hoy es bailarín y músico, y reconoce que la guía de Palacio fue decisiva en su camino: “Me abrió los ojos para ver el arte como forma de vida. Lo que hace el maestro es decirnos: ‘Sí vales, tu arte vale, tu historia importa y merece ser contada’”.
Esa visión también ha impactado a Yndira Pérez, una de las primeras integrantes de Sankofa y hoy directora de su propia compañía, Wangari.
Para ella, Rafael es más que un artista integral, es un líder espiritual. “Me enseñó a creer en lo que soy y en lo que sé, sobre todo en una sociedad que nos dice dónde podemos estar y qué podemos saber”.
Destaca, además, la capacidad del maestro de tejer comunidad, de formar no solo bailarines, sino personas conscientes, críticas, generosas. “Nos ha sembrado una semilla que ha crecido. Ya somos más de cien, una familia que se expande”.
Sankofa ha recorrido escenarios nacionales e internacionales, desde el Teatro Colón hasta festivales en África y Europa. Pero el reto mayor no ha sido artístico, sino político. Romper los imaginarios racistas que han reducido a los cuerpos negros a la caricatura.
Otra escena de la obra Detrás del Sur: danzas para Manuel. En el centro Eleguá, deidad Yoruba. Foto:STEVEN PISANO
“Queremos que nos escuchen, que nos reconozcan como sujetos de conocimiento, no como objetos de estudio”, dice Rafael. Por eso, su danza no solo entretiene: interrumpe, incomoda, transforma.
Juan Mosquera, escritor y amigo de Rafael, resume con sensatez su impacto: “Rafa ilumina desde la negritud. ¿Quién dijo que la luz tenía que ser blanca?”.
Para él, Palacio representa un liderazgo escaso en Colombia, uno que inspira desde la sinceridad, el conocimiento y el ejemplo. “Tiene un discurso político, pero no amañado. Es un hombre bueno, generoso, un maestro al que la gente llama así con el corazón”.
Rafael también ha sabido usar su cuerpo como metáfora. En una pieza creada durante la pandemia, se presentó solo en el Teatro Metropolitano de Medellín, con una taza de té en la mano que, al romperse, representó la fragilidad de ese tiempo.
Seguido caminó descalzo sobre los fragmentos. “Fue como ver, de frente, cómo nos rompimos todos”, recuerda Mosquera.
Ese gesto resume mucho de lo que es Rafael, un hombre que baila con la historia en los pies, que se para sobre las ruinas para construir algo nuevo. Su mirada no se agota en la nostalgia, sino que se proyecta al futuro.
Hoy Sankofa trabaja para crear una residencia artística en Arboletes, un espacio propio en Medellín, más programas de formación y más puentes con territorios afrocolombianos. Porque para Rafael, lo importante es que otros también bailen su historia.
Él desea que la juventud se vea como presente (no solo futuro), que sus saberes sean reconocidos, que las nuevas generaciones no tengan que justificar su humanidad. “Nosotros bailamos para ser escuchados”, repite, con la convicción de quien sabe que el movimiento puede ser más poderoso que mil discursos.
Además de los escenarios, Sankofa ha tejido redes vivas en los territorios. Rafael ha insistido en llevar procesos pedagógicos a los rincones más olvidados del Pacífico colombiano, donde jóvenes afrodescendientes encuentran en la danza una posibilidad de expresión y futuro.
El lema de Rafael es: Bailamos, más que para ser vistos, ¡para ser escuchados! Foto:Cortesía del artista
“Nuestra propuesta es estética y política”, afirma. Por eso, no se limita a mostrar lo bello del cuerpo en movimiento, sino a cargarlo de sentido, historia y espiritualidad.
Esa labor de siembra ha dado frutos que ya florecen por cuenta propia. Exintegrantes de Sankofa hoy lideran sus propios proyectos, como el músico Juan José de Luna en Arboletes con su grupo Canteo Música, o Feliciano Blandón en Urabá con Chucunate.
Rafael no solo forma artistas, sino comunidades enteras que reivindican la negritud como una fuente de conocimiento, resistencia y creación colectiva.
Debido a su trayectoria Palacios ha recibido reconocimientos como el Premio Nacional de Danza del Ministerio de Cultura en 2008, y también el Premio Nacional de las Artes en 2017, otorgado por la Universidad de Antioquia y Mincultura.
Y su cuerpo ha hablado y quiere seguir hablando. Con cada coreografía, Rafael recuerda que la danza es un acto de resistencia, una forma de existencia, un camino para reclamar lo que por siglos fue negado a las personas negras: la dignidad.
ÁNGELA MARÍA PÁEZ RODRÍGUEZ - ESCUELA DE PERIODISMO MULTIMEDIA EL TIEMPO.