¿A qué sabe la derrota? Se preguntaría más de una vez Rafael Nadal, en esos tiempos cuando todo era victoria, jugar el mejor tenis del mundo, aplastar rivales, esos tiempos cuando se hizo rey de Roland Garros, cuando hizo suya la pista de arena, cuando puso a temblar a Roger Federer, su rival y amigo, cuando libró batallas con Novak Djokovic, su más temible adversario, cuando la derrota no se sabía a qué sabía porque era eventualidad. Pero un día, el paso del tiempo hizo estragos y a Nadal le llegó la hora de saborear una derrota definitiva. La del retiro.
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40-30 y hubo un silencio atronador. Un nerviosismo general. Nadal iba abajo 6-4 en el primer set y 5-4 en el segundo. Daba unos golpes que ya no despertaban aplausos, sino nostalgia. Nadal se esforzaba para no perder, para no acabar su carrera con una derrota. Fue el pasado martes. Rafa desafiaba a Van de Zandschulp de Países Bajos en la serie de España de cuartos de la Copa Davis. No era un partido cualquiera, podía ser el último de Nadal.
Rafael Nadal se va del tenis, pero deja una huella imborrable por sus triunfos
“Que no pierda, que no pierda”, rezaban sus fanáticos en esa última bola. “No quiero perder, aún no”, seguramente pensaba Rafa, y sin embargo, la presión era de su rival: esa de querer ganar, pero saber que ganar significaba empujar afuera de la cancha a uno de los más grandes deportistas de la historia. Match point.
Nadal se balancea sobre sus rodillas. Viene la bola, la mira, va, responde una, la segunda ya no pudo. La pelota, frágil, muerta, quedó a medio camino. Una pelota triste. Era el fin de una carrera legendaria, una carrera de 22 títulos de Grand Slam, 14 de ellos en su arena especial, en Roland Garros, 2 en Wimbledon, 2 en Australia, 4 en el abierto de EE. UU. 92 títulos ATP. 209 semanas como número uno de la clasificación mundial...
Tras la última derrota, Nadal fue sincero. Había anticipado que esta sería su última competición. Perdió y lo asumió. Entonces, lanzó palabras certeras: “El cuerpo me ha dicho que no quiere jugar más al tenis y hay que aceptarlo. Soy un privilegiado. He podido hacer de mi pasatiempo mi profesión”, dijo, conteniendo no solo las lágrimas sino el alma para que no se le escapara en un suspiro con ganas de seguir jugando. “No, alma, el partido ya terminó”.
Aunque se marcha en derrota, Nadal no deja la imagen de un deportista común, Nadal fue una máquina de ganar. Una máquina que, como tal, solo se apagó con el óxido del tiempo y el acecho de las lesiones. Fue un portento físico, no era un organismo convencional. Era velocidad y aceleración en su raqueta, con un golpe que lo hizo indestructible, casi invencible.
Hay que recordarlo así, en su plenitud, en uno de sus saques con dinamita: los músculos se le contraen, el sudor le resbala por la frente, la respiración le fluye como un ciclón en cada bocanada impulsada por sus pulmones, mientras lanza la pelota al aire y prepara su bazuca izquierda, la mirada arde, desafiante, y luego viene el impacto, el sonido de la raqueta con la bola, el gemido de Nadal que ahoga cualquier murmullo en la cancha.
Todos los testigos contemplan, las cabezas van de derecha a izquierda para captar la velocidad de esa pelota en llamas, y luego Nadal levanta su brazo y ruge como un león cuando gana, como si gritara un gol –pues antes de tenista quiso ser futbolista–, y así fueron pasando los años de ese tenista sobrenatural, que como una estatua en movimiento echó raíces en ese suelo, preferiblemente arenoso. Nadal se preparó con una disciplina formidable y forjó ese físico descomunal.
Es la imagen viva antes de que las lesiones lo devoraran, porque su cuerpo parecía inmune por fuera, pero se agrietaba por dentro. Sebastián Fest, en su libro Gracias, el legado de Rafael Nadal, cuenta que la tendinitis en sus rodillas y el pie izquierdo (afectado por el síndrome Müller-Weissle) le generaron los mayores problemas de su carrera.
Rafael Nadal y las lesiones: una vida de mucho sufrimiento, pero al mismo tiempo de valentía
En 2022, el año de su último título de Roland Garros –relata Fest– le preguntaron si prefería ganar otra vez o tener un pie nuevo: “Tener un pie nuevo”, dijo, sin dudarlo. A todo eso hizo frente Nadal, ganando incluso con dolor, hasta que ya no pudo más y a sus 38 años, dijo que se va.
Fest, en diálogo con EL TIEMPO, resume el legado de Nadal. “El legado es importante en varios sentidos: uno es obvio, el deportivo, prácticamente nadie logró lo que él en cantidad de títulos de Grand Slam, 22, solo 24 de Djokovic. La extensión de su carrera, 21 años, no es normal, y 19 años ganando en un muy alto nivel. Nadie hizo y nadie hará lo que hizo en Roland Garros y en ningún otro Grand Slam. Hará 15 o 20 años que la perspectiva de ganar 14 Grand Slam, que hizo (Pete) Sampras, era ‘wuau’, una marca para todos los tiempos, y resulta que este muchacho gana 14 en el mismo torneo, eso no lo logró nadie ni lo hará nadie”.
Fest revela que llamó a su libro Gracias, porque nunca vio a otro deportista agradecer como él, a sus colaboradores, a la prensa, a los fanáticos, a todos... Y ese es su otro legado. “Es autenticidad, coherencia y humildad para alguien que fue no uno de los más grandes del tenis, sino de los deportistas más grandes de todos los tiempos”, agrega.
Punto final. 6-4 6-4. Nadal cierra su carrera en la derrota, ya sabe a qué sabe, le sabe amarga, pero una derrota después de tanta victoria es apenas un bocado. Su leyenda es lo que le sabe a gloria eterna.
Pedro Romero
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET