Ser mujeres, simplemente; sin capa, antifaz ni superpoderes que, en el fondo, lo único que consiguen es restarles responsabilidades a los hombres. Es una de las consignas del shockeante manifiesto que la actriz María José Martínez escribió en su libro '(R)evolución Pink' (Penguin Random House) y el cual, lejos de la diatriba feminista de turno, busca explicar, mediante un lenguaje sencillo, contemporáneo y divertido, lo que arguyen la biología, las ciencias, la medicina, la psicología y, por supuesto, la experiencia, en torno a las nuevas prisiones en las que el género femenino se ha encerrado como consecuencia de la revolución femenina.
Con prólogo de Juan Lozano y una buena lista de referencias bibliográficas que sostienen los argumentos que la ‘Majo’ de hoy le presenta y dedica a “la valiente Majo del pasado”, este libro aborda “los temas de los que estamos hablando las mujeres a puerta cerrada, entre nosotras; y es hora de hablarlos en voz alta. Que podamos quitarnos los grilletes y ser reconocidas como mujeres en todo nuestro esplendor, ya que, en muchas ocasiones, las mujeres hemos sido consideradas una especie de hombres defectuosos. Y si la supuesta normalidad es ser como los hombres (o al menos, ellos están convencidos de eso), la realidad es muy diferente y nuestra normalidad inicia con muchas más curvas”, asegura la autora.
La hipersexualidad femenina, la prohibición del envejecimiento, el culto a la delgadez y las dicotomías de los movimientos de reivindicación (mayoritariamente dirigidos a las mujeres) como el body positive también son abordados en las páginas de este libro que, inclusive, está rematado con las sutiles puntadas de la moda, lejos de su frivolidad y más ‘a juego’ con su impactante lado sociológico.
Comencemos por el color de su portada (inmerso en el título). ¿Por qué lo eligió?
Es el shocking pink –rosado impactante– y lo inventó la diseñadora italiana Elsa Schiaparelli hacia 1937 (casi treinta años antes de la Revolución Femenina), quien fue una rebelde de su época. De hecho, ese color fue definido por ella como una declaración de que las mujeres podían ser audaces, usar este tipo de colores sin pena, complejos ni remordimientos pero, sobre todo, llevar esos sentimientos más allá del closet. Por eso elegí ese color en mi portada. Mi editorial me presentó la portada en rosa y azul, pero no la acepté porque no se trata de enfatizar la dicotomía entre hombres y mujeres ni tampoco, de hacer un paralelo entre ambos géneros. Quise que mi libro fuese una luz que nos permitiera reconocernos como mujeres, por ello, la combinación del skocking pink con amarillo (que evoca luminosidad) y pues nada más directo que la forma del rayo.
¿A través de ello, y del contenido del libro, usted plantea dejar la competencia entre géneros?
No solo entre hombres y mujeres, sino también entre nosotras mismas. Siento que la ‘sororidad’ es más una palabra de moda que una realidad. De hecho, la rivalidad con los hombres es completamente estéril, pero la más dolorosa es entre nosotras mismas. Y lo más triste es que ahora nosotras competimos ‘porque no me quiten al tipo’, sometiéndonos a pruebas en las que no todas las mujeres nos sentimos cómodas. No obstante, es imposible erradicar la rivalidad entre congéneres, pues se trata de biología pura y, por ejemplo, en nuestra pre y adolescencia competimos por la aceptación y por la validación de la manada; mientras que en la adultez, la competencia es por el puesto laboral (en mi caso, por los papeles en televisión) y por los hombres que son parejas potenciales.
‘(R)evolución Pink’. Foto:Juan Pablo Lozano
¿La idea inicial de este libro se mantuvo o fue otra?
Como sucede en todo proceso creativo, la idea inicial era otra. Cuando germinó en mí la semilla de un tercer libro estaba en su mayor fulgor la polémica de la explantación mamaria; ello incentivó en mí un autodebate sobre por qué las mujeres acudimos a este tipo de transformaciones de nuestro cuerpo y me sumergí en esta investigación sociológica y antropológica y al final, noté que quería seguir ese rumbo más personal, sin soltar la parte científica y así poder decir: ‘¡Oigan! Los estudios sí están, o se están haciendo (algunos)’, refiriéndome a los que demuestran que no estamos locas sino que somos diferentes, porque la maternidad altera nuestras hormonas, nuestro cuerpo y nuestro cerebro y porque ser mamá es una decisión y no, una imposición ni una carga ( nos sobrecargamos por creernos las supermujeres y les quitamos responsabilidades a los hombres y por eso estamos agotadas, solas y desconectadas).
Usted habla de la cool girl (mujer moderna) como un juego ‘peligroso’, ¿por qué?
La cool girl es la fantasía sexual masculina: a la que le gusta ‘lo que le gusta al hombre’ y por ende, lo que está considerado ‘normal’ y cool es decir, la imagen y actitud masculina; entonces, la cool girl o mujer moderna y mal llamada ‘empoderada’ es la descomplicada, la que ignora su intuición y seguridad porque se cree atrevida, pasa las noches corriendo piques en el carro de su novio aun poniendo en peligro su vida, porque es normal y cool; pero nosotras no somos así, desde nuestra fisiología ni estructura cerebral. Por ello querer jugar a ser ‘modernas’ o cool nos somete a presión en diferentes niveles y hay mujeres que se sienten, incluso, presionadas a tener sexo para no perder al tipo. Pero lo que necesitamos es ser outcool, es decir, no modernas.
También aborda ‘el síndrome del mi-mi yo-yo’, como aliado del positivismo tóxico
Sí, pues estamos en la era de la autosuperación y el positivismo tóxico y hemos, llegando a equiparar la espiritualidad con el egoísmo. Me explico: ‘Yo me estoy superando y tengo mi gurú y debo creer en mí misma), sola yo, yo me importo, yo puedo sola, entonces, yo, yo, yo…’ y nos acostumbramos a que todo gira en torno a uno mismo, anulando ese sentimiento primario e instintivo de manada, de comunidad. Como sociedad nunca tuvimos tanto bienestar como ahora (ya no tenemos que salir a cazar ni a buscar nuestra comida, por ejemplo), lo cual anula nuestro cooperativismo y, por ende, nuestra propia emocionalidad llevándonos a asumir que, si tenemos un mal día es porque no estamos siendo suficientemente positivas y caemos en una exageración de las emociones básicas humanas que puede desencadenar una especie de ‘pandemia de depresión’ (o de ansiedad, como le dicen las personas ‘modernas’) debido a ese positivismo tóxico.
La relación con el cuerpo y la comida son planteados por usted como nuestras eternas y contradictorias prisiones ¿por qué contradictorias?
A partir de una conversación que tuve con la nutrióloga Giulia Biondi, doctora en Biología de la Nutrición y entrenadora olímpica de la selección italiana de atletismo entendí el concepto del ‘terrorismo alimentario’ y la cantidad de mitos que giran hoy, más que nunca, en torno a nuestro proceso de conservación más primario, como especie: comer. También apropié mediante mi investigación, que el cuerpo es más que estar flaca tener el liso perfecto y someterlo a vivir toda la vida a dieta y a extenuantes ejercicios. Y aquí viene la contradicción: No queremos que nos valoren por nuestro cuerpo, que dejen de hipersexualizarnos; pero con nuestros hábitos estamos depositando toda nuestra valoración en él. Ahora, en cuanto al body positive, sus promotores te dicen: ‘no importa si estás gorda’, pero por el otro lado, te dicen: ‘cuídate de la obesidad, me preocupo por tu salud y tu cuerpo’. De ahí que sean temas actualmente colmados de contradicción.
Además, es ‘prohibido envejecer’.
Realmente estamos en un mundo gobernado por jovencitos (lo corroboré a través de la película La Sustancia); si bien ellos también derecho a ocupar su lugar en el mundo, les falta experiencia; por ende, su visión es cortoplacista y no piensan ni se proyectan a mediano plazo (mucho menos, a largo plazo) ya que crecieron en una idolatría a la juventud y un desprecio a la vejez, como si ellos fueran inmortales y no fuesen a llegar allí. Pero esta es otra prisión netamente femenina, pues a los hombres no les importa la vejez.
La autora María José Martínez. Foto:Juan Pablo Lozano
¿Por qué le dedica este libro a la María José de hace unos años?
Porque yo hacía lo que estaba ‘de moda’; me creí supermujer, ningún hombre me daba la talla, era una joven que trabajaba y vivía independientemente, etc. Sí, era otra época en la que más que una moda, era el espíritu de la sociedad y casi el legado de la revolución femenina; y aunque es importante reconocer y valorar los momentos que hemos pasado socioculturalmente como mujeres, también es importante superarlos y empezar a madurar nosotras como género para lograr un espacio en la sociedad más genuino, organizado y realista en términos biológicos con el fin de tomar decisiones más acertadas.
¿Cómo tomar decisiones acertadas a partir de la realidad biológica de la mujer? Comencemos por nuestra ventana de fertilidad especifica. Un hombre puede ser papá a los sesenta o a los setenta años; a la edad que quiera. Nosotras, no. Y esa realidad biológica debiera ayudarnos a pensar mejor nuestra vida y a tomar decisiones aterrizadas y menos dispersas o aleatorias en nuestra juventud. A mí me hubiese gustado saber otras cosas que aprendí –y hoy las sé– para haber tomado mi vida de manera más estratégica.
¿Cuál fue el dato que más llamó su atención a través de su investigación?
Los efectos secundarios adversos de la píldora anticonceptiva, no solo a nivel físico sino a nivel social. Los encontré gracias a una autora inglesa, Louise Perry (The Case Against the Sexual Revolution o Contra la Revolución Sexual), quien es periodista y trabajó en centros de mujeres abusadas en Inglaterra; mediante sus argumentos, yo entendí que podría salir de la normalización de la anticoncepción. Sobre este tema también me sirvió mucho la producción investigativa e intelectual de la estadounidense Sarah E. Hill (This is Your Brain on Birth Control o Tu Cerebro Cuando Tomas la Píldora), quien afirma y demuestra que la píldora nos dio libertad hasta cierto punto (para vivir y decidir sobre nuestro cuerpo y nuestras vidas, nos permitió planear nuestras carreras y hoy, hay más mujeres trabajadoras y profesionales que nunca) pero nos recluyó en garantizar la satisfacción masculina pues al ser un método de planificación hormonal, ha alterado químicamente nuestros cerebros y por ello hay tanta propensión, actualmente, de la mujer a la depresión. Asimismo, el número de embarazos no deseados y abortos ha alcanzado los niveles máximos de toda la historia.
Pilar Bolívar
Para EL TIEMPO
@lavidaentenis