Para entender por qué el golpe devastador de Israel a Hezbolá es una amenaza tan trascendental para Irán, Rusia, Corea del Norte e incluso China, hay que ponerlo en el contexto de la lucha más amplia que ha reemplazado a la Guerra Fría.
Conforme a los criterios de
Después de la invasión de Israel por parte de Hamas el 7 de octubre pasado, sostuve que estábamos en la post post Guerra Fría: una lucha entre una “coalición de inclusión” ad hoc —países decentes, no todos democracias, que consideran que su futuro se logrará mejor mediante una alianza liderada por Estados Unidos que impulse al mundo a una mayor integración para enfrentar retos globales, como el cambio climático— contra una “coalición de resistencia”, encabezada por Rusia, Irán y Corea del Norte: regímenes que utilizan su oposición al mundo de inclusión liderado por Estados Unidos para justificar el mantener un control férreo del poder.
China ha estado con un pie en ambos bandos: su economía depende del acceso a la coalición de inclusión, mientras que su liderazgo comparte los intereses de la coalición de resistencia.
Ucrania estaba intentando unirse al mundo de la inclusión en Europa —buscando liberarse de la órbita de Rusia y unirse a la Unión Europea— e Israel y Arabia Saudita estaban tratando de expandir el mundo de la inclusión normalizando sus relaciones.
Rusia intentó impedir que Ucrania se uniera a Occidente (la UE y la OTAN), e Irán, Hamas y Hezbolá intentaron impedir que Israel se uniera a Oriente (lazos con Arabia Saudita). Si Ucrania se unía a la UE, la cleptocracia de Vladimir Putin en Rusia quedaría aislada del resto de Europa. Y si a Israel se le permitiera normalizar las relaciones con Arabia Saudita, eso expandiría enormemente la coalición de inclusión en esa región —una coalición ampliada por los Acuerdos de Abraham que crearon vínculos entre Israel y otras naciones árabes— y aislaría a Irán y sus apoderados de Hezbolá en el Líbano, los hutíes en Yemen y las milicias chiitas proiraníes en Irak.
Hezbolá y su líder, Hassan Nasrallah, que fue asesinado en un ataque israelí el 27 de septiembre, eran detestados en el Líbano y en el mundo árabe sunita y cristiano por la forma en que convirtieron al Líbano en una base para el imperialismo iraní.
Hablé con Orit Perlov, que rastrea las redes sociales árabes para el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel. Los libaneses no quieren que Beirut sea destruida como Gaza, y realmente temen que regrese la guerra civil, me explicó Perlov. Nasrallah había arrastrado a los libaneses a una guerra con Israel que nunca quisieron, pero que Irán ordenó.
Sin embargo, resta mucho trabajo diplomático por hacer para traducir el fin de Nasrallah en un futuro sostenible y mejor para los libaneses, israelíes y palestinos.
La Administración Biden-Harris ha estado construyendo una red de alianzas para dar peso estratégico a la coalición ad hoc de inclusión —desde Japón, Corea, Filipinas y Australia en el Lejano Oriente, pasando por India y hasta Arabia Saudita, Egipto, Jordania y luego a través de la Unión Europea y la OTAN. La piedra angular de todo el proyecto fue la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita propuesta por el equipo de Biden, algo que los sauditas están dispuestos a hacer, siempre que Israel acepte iniciar negociaciones con la Autoridad Palestina en Cisjordania sobre una solución de dos Estados.
Pero si uno hubiera prestado atención al discurso del Primer Ministro Benjamin Netanyahu de Israel ante la Asamblea General de la ONU el 27 de septiembre, él comprende muy bien la lucha entre las coaliciones de “resistencia” e “inclusión”. De hecho, fue el meollo de su discurso ante la ONU.
Durante el mismo, levantó dos mapas, uno titulado “La Bendición” y el otro “La Maldición”. “La Maldición” mostraba a Siria, Irak e Irán en negro como una coalición de bloqueo entre Medio Oriente y Europa. El segundo mapa, “La Bendición”, mostraba el Medio Oriente con Israel, Arabia Saudita, Egipto y Sudán en verde y una flecha roja de doble dirección atravesándolos, como un puente que conecta el mundo de la inclusión en Asia con el mundo de la inclusión en Europa.
Sin embargo, si se miraba de cerca el mapa de la “Maldición”, mostraba a Israel, pero nada de fronteras con Gaza y la Cisjordania ocupada por Israel (como si ya hubiera sido anexada —el objetivo de este Gobierno israelí).
La historia que Netanyahu quiere contar al mundo es que Irán y sus apoderados son el principal obstáculo para un mundo de inclusión que se extiende desde Europa, pasando por Medio Oriente y hasta la región de Asia y el Pacífico.
Sin embargo, la piedra angular de esta alianza es una normalización saudita-israelí basada en la reconciliación entre Israel y los palestinos moderados.
Si Israel ahora avanzara y abriera un diálogo sobre dos Estados para dos pueblos con una Autoridad Palestina reformada, que ya aceptó el tratado de paz de Oslo, sería el golpe de gracia diplomático que acompañaría y solidificaría el golpe de gracia militar que Israel acaba de propinar a Hezbolá y Hamas.
Aislaría totalmente a las fuerzas de “resistencia” en la región y les quitaría su falso escudo —que son los defensores de la causa palestina. Nada sacudiría más a Irán, Hamas, Hezbolá y Rusia, e incluso a China.
Pero para lograrlo, Netanyahu tendría que correr un riesgo político incluso mayor que el riesgo militar que acaba de correr al matar a los dirigentes de Hezbolá, también conocido como “el Partido de Dios”.
Netanyahu tendría que romper con el “Partido de Dios” israelí —la coalición de judíos de extrema derecha que quieren que Israel controle todo el territorio desde el río Jordán hasta el Mediterráneo. Esos partidos lo mantienen en el poder, por lo que necesitaría reemplazarlos con partidos centristas israelíes, que sé que colaborarían con él en una acción así.
La lucha entre el mundo de la inclusión y el mundo de la resistencia se reduce a muchas cosas, pero ninguna más hoy que la voluntad de Netanyahu de seguir su golpe al “Partido de Dios” en el Líbano asestando un golpe político similar al “Partido de Dios” en Israel.