Si al mejor de los directores de Hollywood le hubiesen encomendado un guión para las elecciones presidenciales en Estados Unidos 2024 quizá jamás hubiese imaginado el drama que ha acontecido en la actual carrera por la Casa Blanca.
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Un candidato, Donald Trump, con una condena criminal encima por esconder los pagos a una actriz porno e investigado por sus esfuerzos por aferrarse al poder en el 2020 que, contra todos los pronósticos, se alza con la nominación del Partido Republicano y en el camino enfrenta no uno sino dos atentados contra su vida, sobreviviendo un balazo que estuvo a milímetros de impactar su cabeza.
Del otro lado, es decir los demócratas, pegando con saliva las aspiraciones de un envejecido líder –Joe Biden– que de repente terminó renunciando a su campaña de reelección tras un terrible debate en el que quedó expuesta su precaria condición física y cognitiva.
Las cosas están muy, muy reñidas. Literalmente es una cara o sello.
En su reemplazo, a solo 100 días de los comicios, el partido optó por una mujer afroestadounidense hija de inmigrantes –la vicepresidenta Kamala Harris– para que los represente en una carrera que daban por perdida y que les devolvió la esperanza a millones. Y, de telón de fondo, un país polarizado hasta la médula y al borde de un violento estallido.
Sin embargo, esta no es una película. Es la cruda realidad del momento que viven los estadounidenses y cuyo epílogo –o eso esperan los optimistas– será este martes cuando millones de personas acudan a las urnas para tomar la decisión final en una de las elecciones más trascendentales y apretadas de la historia moderna.
Y en la que está en juego no solo el destino de Estados Unidos por los próximos cuatro años sino, en parte, también del mundo.
Hasta el cierre de esta nota, más de 74 millones de personas ya había depositado su voto anticipado y se esperaba aún el sufragio de por lo menos otras 90 millones, posiblemente una participación récord.
Y aunque todos los votos son importantes, los ojos están puesto en solo siete estados, que son los que van a resolver esta contienda: Míchigan, Pensilvania, Wisconsin, Georgia, Arizona, Carolina del Norte y Nevada.
Si Harris gana los tres primeros, el llamado “muro azul” (por el que solían votar por los demócratas en el pasado), es la próxima presidenta. Si Trump le arrebata la victoria en cualquiera de ellos y se impone en los otros cuatro –donde es ligeramente favorito– hay un giro de 180 grados. Así de simple.
El problema es que en los siete las diferencias –de acuerdo con los sondeos más recientes– es mínima o inexistente (dos puntos o menos y dentro del margen de error). No extraña, por eso, que los candidatos estén dedicando los últimos restos de energía y recursos a hacer campaña en ellos.
Trump se ha pasado una década tratado de dividirnos, sembrando el miedo, obsesionado con la venganza. Pero nosotros no somos eso. A diferencia de él, yo no pienso meter en la cárcel a los que discrepan sino darles un asiento en mi mesa
“Las cosas están muy, muy reñidas. Literalmente es una cara o sello”, le decía a EL TIEMPO Jeff Lane, profesor de gobierno en American University.
Lo apretado del mano a mano ha provocado, de paso, que una campaña ya de por sí virulenta haya descendido a un nivel de alcantarilla donde los temas importantes del país son secundarios frente los insultos. “Fascista”, “dictador”, “misógino”, “racista”, “criminal”, para describir a Trump, y “porquería”, “bruta”, “zorra radical”, en el caso de Harris.
En medio de la retórica, no obstante, hay dos apuestas muy divergentes de país. La de Harris, en gran medida, ha sido un referendo sobre Trump y lo que implica volver a caminar por esa senda.
“Trump se ha pasado una década tratado de dividirnos, sembrando el miedo, obsesionado con la venganza. Pero nosotros no somos eso. A diferencia de él, yo no pienso meter en la cárcel a los que discrepan sino darles un asiento en mi mesa”, dijo Harris durante el discurso de cierre de su campaña que pronunció en el mismo punto desde donde salió la marcha de trumpistas que se tomó el Capitolio el 6 de enero del 2021 para tratar de impedir la certificación de la victoria de Biden.
Su énfasis, aparte del tono unificador, se ha centrado en defender los derechos reproductivos de la mujer, la preservación de los valores democráticos y una agenda económica dirigida a la clase media y los más pobres.
En el universo de Trump, por el contrario, Estados Unidos está siendo invadida por hordas de inmigrantes ilegales que se roban los empleos de los estadounidenses, es el hazmerreír del mundo, y enfrenta la peor crisis económica en décadas por las políticas de la administración Biden y que serían emuladas por Harris.
Si bien muchas de los ataques del expresidente están basados en desinformación y falsedades, como el de los haitianos comiéndose a perros y gatos en un pueblo de Ohio, han resonado mucho en sectores de la población.
Y no sin razón. Desde que Biden llegó a la presidencia a la frontera sur ha llegado todo un tsunami de inmigrantes. Más de 10 millones de personas. Y aunque una gran mayoría de ellos fueron deportados, muchos han permanecido en el país.
Si bien las estadísticas del FBI hablan de un descenso en la tasa de criminalidad, la presencia de inmigrantes en las calles de las principales ciudades del país y el agotamiento de los recursos públicos para atenderlos han contribuido a la percepción de crisis que vende Trump.
La economía, tema clave en la campaña
Ahora bien, el plano económico es toda una curiosidad. Actualmente el país atraviesa por uno de sus mejores momentos en años. De acuerdo con los últimos datos del Departamento de Comercio, el producto interno bruto se expandió un 2,8 por ciento en el último trimestre, el desempleo es bajo (4,3 por ciento), la inflación parece controlada (2,1 por ciento) y el mercado bursátil sigue sólido.
“La economía en este momento está marchando a todo taco. Somos la envidia del planeta”, decía Joe Bruselas, jefe de la firma de contabilidad y consultoría, RSM.
Sin embargo, los estadounidenses no lo están sintiendo. En encuesta tras encuesta una clara mayoría indica que las cosas no van por buen camino y ubican el tema como el más importante cuando piensan en por quién votar este martes.
Eso, explica Lane, está relacionado con el proceso inflacionario que siguió a la pandemia del covid-19 y que encareció el costo de vida de manera significativa. “Cuando entras a un supermercado todo está más caro en comparación con hace cuatro años. La inflación es visible e impacta el día a día mientras que los otros indicadores económicos no tanto”, dice este experto.
La economía en este momento está marchando a todo taco. Somos la envidia del planeta
Aunque en Estados Unidos existen divisiones muy profundas y estas elecciones están siendo marcadas por ellas –mujeres contra hombres, votantes rurales contra urbanos– si Trump termina ganando será en gran parte por el estado de la billetera: aunque las diferencias se han acortado, una gran mayoría atribuye los problemas actuales a la administración Harris-Biden y confían más en Trump para enderezar el camino.
O, como lo acuñó célebremente Bill Clinton en su exitosa campaña de 1992 contra George W. Bush, “es la economía, estúpido”.
Pero si bien las elecciones en Estados Unidos probablemente se van a definir por el que gane este pulso y otros temas muy domésticos, como el derecho al aborto, sus implicaciones a nivel mundial son de otro calibre.
Para la mayoría de expertos, Harris continuará una agenda internacionalista basada en alianzas multilaterales con Europa y otras regiones para enfrentar los desafíos mundiales. Entre ellos el cambio climático, oposición a la guerra de Rusia en Ucrania y apoyo a Israel, pero con condiciones.
Pero la versión 2.0 de Trump promete ser mucho más aislacionista que la anterior y de mano dura contra China e Irán. El expresidente no solo amenaza con retirarse de la Otán –lo cual causa gran temor en Europa y los vecinos de Rusia– sino que anticipa un recorte a la ayuda para Kiev, el retiro de acuerdos internacionales –podría volver a salir del pacto climático de París– y desapego de otras instituciones como la ONU.
¿Qué de todo lo que ha dicho realmente hará? Es una incógnita. Pero, aún en su menor expresión, plantea un realineamiento de poderes en el tablero geoestratégico del planeta.
Eso sí, primero, y ante todo, falta el veredicto de los estadounidenses de este martes. El cual también está dejando grandes interrogantes. A medida que se acerca ‘el día D’, las acusaciones sobre un supuesto fraude pululan entre los huestes trumpistas y muchos temen una repetición de la pesadilla del 2020, cuando el entonces presidente intentó impugnar el resultado y llevó al país a una crisis institucional sin precedentes en la historia.
Este viernes el Departamento de Seguridad Interna publicó un boletín en el que advierte que muchos grupos de extremistas preparan actos de violencia para interferir en las elecciones y como retaliación si un fraude se materializa.
Eso en repuesta a la narrativa de Trump de que cualquier resultado que no culmine en su victoria sería un robo.
De acuerdo con las autoridades, son nuevamente historias falsas o desinformación. Pero con los ánimos así de caldeados –y las elecciones tan apretadas– cualquier cosa podría pasar.
Estados Unidos hoy, en todo caso, navega por aguas muy tormentosas. Este martes, o cuando terminen de contarse los votos en ese puñado de estados, sabremos si el barco resiste o va camino a un naufragio.