El cierre de tres plantas de producción de la emblemática marca de automóviles Volskwagen, el despido de entre 30.000 y 60.000 trabajadores, de los 300.000 de la compañía en toda Alemania, y una baja de salarios del 10 por ciento para luego congelarlos por dos años a la mayoría de quienes conserven su puesto, es un ilustrativo ejemplo de la grave crisis económica que atraviesa la tercera economía del mundo.
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El primer cierre de plantas en su país, en 87 años de historia de Volkswagen, es apenas una muestra del derrumbe de una industria símbolo del milagro alemán. Las ventas de Porsche cayeron un 19 por ciento en el tercer trimestre de 2024, las de Mercedes un 13 por ciento y las de BMW un 30 por ciento. El sector opera bajo el umbral de rentabilidad. El uso de la capacidad instalada se encuentra en el 61 por ciento en Wolfsburgo, el 44 por ciento en Sindelfingen y el 30 por ciento en Dresde. El rezago alemán es evidente. “Entre los 10 coches eléctricos más vendidos en el mundo no hay ninguno alemán”, escribía este fin de semana desde Berlín la analista Elena Sevillano, del diario español El País.
El problema aqueja al conjunto de la economía. Tras caer 0,3 por ciento en 2023, el crecimiento del PIB alemán se ha mantenido en 2024 en torno al 0 por ciento, y decrecerá 0,2 por ciento al cierre del año, para volver al alza en 2025, pero apenas un 0,8 por ciento, según proyecciones del Fondo Monetario Internacional.
Con solo 16 por ciento de satisfacción con su gestión en los sondeos, el canciller alemán, Olaf Scholz, no tuvo más remedio que adelantar las elecciones generales para el 23 de febrero tras la disolución de su inestable coalición de Gobierno, integrada por su partido -el socialdemócrata-, los liberales del saliente ministro de Finanzas, Christian Lindner, y los ecologistas. Conocida como la “coalición del semáforo” por los colores rojo del SPD de Scholz, amarillo de los liberales del FDP, y verde de los ambientalistas del ‘Grune’, la coalición saltó en pedazos el 6 de noviembre.
Ante la amenaza de recesión, Scholz y los verdes querían hacer una excepción a las estrictas reglas presupuestales de Alemania, de apuntar siempre a un déficit fiscal cero, para inyectarle a la economía recursos públicos que la saquen del coma. Pero el liberal Lindner se opuso con firmeza, lo que sacó de quicio al imperturbable Scholz, quien lo acusó de “egoísmo” y de usar “tácticas mezquinas”, y le pidió la renuncia.
Sin el FDP, Scholz perdió las mayorías en el Bundestag (parlamento) y se vio obligado a convocar elecciones. Aunque faltan tres meses para la votación y la campaña aún no comienza, las encuestas no dan para el optimismo socialdemócrata: mientras Friedrich Merz, el líder de la oposición democristiana del CDU, supera el 30 por ciento de la intención de voto, el SPD de Scholz apenas alcanza el 16 por ciento, por debajo de la extrema derecha de Alianza por Alemania (AfD) con 19 por ciento. Verdes (10 por ciento) y liberales (5 por ciento) marchan mucho más abajo.
“La pandemia y la invasión de las tropas rusas a Ucrania terminaron por mostrar que el emperador alemán estaba, en realidad, desnudo”, le dijo el lunes a EL TIEMPO una fuente diplomática europea en París. Por cuenta del efecto retardado del covid-19 en China, el gigante asiático, uno de los tres grandes compradores de bienes alemanes, frenó el ritmo de crecimiento de sus adquisiciones Made in Germany. La consecuencia fue una caída de las exportaciones alemanas totales, que pasaron de significar 40 por ciento del PIB en 2022 a 37 por ciento en 2023.
De manera paralela, la invasión rusa a Ucrania trajo consigo un severo paquete de sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea contra el régimen de Vladimir Putin, y la suspensión de buena parte del suministro de gas natural ruso a Alemania. Antes de la guerra, los hogares, la industria y las generadoras de electricidad del país consumían 42.600 millones de metros cúbicos de gas ruso al año, casi un 60 por ciento de sus necesidades de ese hidrocarburo.
En cuestión de semanas tras el estallido del conflicto, Alemania debió cambiar el origen de ese gas, en una operación exitosa pero costosa, que incluyó la construcción de puertos de regasificación para recibir gas licuado de otros países distintos a Rusia. Aparte de invertir más de 6.000 millones de euros en esas instalaciones, los precios del hidrocarburo se dispararon, lo que llevó en 2022 y 2023 a Alemania a pagar entre 40 por ciento y 80 por ciento más por cada metro cúbico, según la fluctuación diaria del precio.
Bien lo sentenció la analista Sevillano, de El País: “Atrapada (Alemania) en un modelo obsoleto, se ha hecho evidente que el antaño motor de Europa dependía del gas ruso barato y de las exportaciones a China”. Por cuenta de la factura de energía, cientos de industrias alemanas volcadas a la exportación tuvieron que revisar sus estructuras de costos, y por cuenta del freno en el mercado chino, tuvieron que revisar sus proyecciones de ventas. Menos ventas a más costo es una receta venenosa para cualquier empresa.
A la cabeza de la influyente Federación Industrial Alemana, Siegfried Russwurm lleva meses haciendo sonar las alarmas, al igual que varios centros de pensamiento y consultoría, en Europa y Estados Unidos, que concluyen que entre una sexta y una quinta parte de la producción industrial alemana puede esfumarse de aquí a 2030.
Y no se trata solo de la fabricación de vehículos. A fines de 2022, Basf –firma emblema del sector químico– alertaba sobre los malos resultados de sus ventas en Alemania y el resto de Europa, y anunciaba un programa de recortes cercano a los 1.000 millones de euros entre 2023 y 2024. “La desindustrialización (de Alemania) es un peligro real”, declaró hace pocos días Russwurm. Y eso que cuando lo dijo, aún Donald Trump no había ganado las elecciones en Estados Unidos. El republicano prometió en campaña subir 10 por ciento los aranceles a las importaciones, y Estados Unidos es el principal destino de las exportaciones alemanas.
El desempleo, que se había estabilizado en el 5 por ciento (un nivel que los expertos consideran casi como “pleno empleo”), trepó a 6,5 por ciento por cuenta de la pandemia, para volver a caer a 5 por ciento a mediados de 2022. Pero entre 2023 y lo que va corrido de 2024, esa recuperación se esfumó: para fines de octubre de este año, había vuelto a superar el 6 por ciento, y varias proyecciones dicen que para 2025, estará por encima de 7 por ciento, la peor cifra en 15 años.
La producción industrial tuvo un rápido repunte tras la pandemia, que se reflejó en un crecimiento de más del 29 por ciento para mediados de 2021. Pero la recuperación fue flor de un día: la producción de la industria se desplomó luego, está en terreno negativo desde el año pasado y cerró septiembre con una caída de 4,6 por ciento.
La batalla electoral
La crisis económica no deja un escenario prometedor para el más probable futuro Canciller, el hasta ahora líder de la oposición, Friedrich Merz, un conservador de 69 años, que aparece como favorito en todas las encuestas para ganar, al frente de CDU, las elecciones generales del 23 de febrero. Si lo logra, marcará el regreso inesperado de un dirigente que, a lo largo de 16 años de mandato de su copartidaria Ángela Merkel (Canciller entre 2005 y 2021), vivió una larga travesía del desierto como oponente suyo dentro del partido.
Alejado de la poderosa Canciller, Merz se refugió en el sector privado, primero en un bufete de abogados y luego en Black Rock, el conglomerado de gestión de activos e inversiones más grande del mundo. Con el retiro de Merkel y la derrota de CDU en las elecciones de 2021, Merz –que había vuelto al Bundestag tras 12 años de ausencia– se presentó a las internas del partido, las ganó con 62,1 % de los votos y se convirtió así en el líder de la bancada opositora a Scholz y su coalición del semáforo.
Una encuesta de la firma Insa, aparecida la semana pasada, le daba a Merz y a CDU 32,5 % de las intenciones de voto que, de confirmarse, se sumarían a los votos de CSU de Baviera y, en principio, le permitirían formar Gobierno. Es un europeísta convencido desde sus años juveniles cuando llegó al parlamento de la entonces Comunidad Europea con solo 34 años, y también un defensor de la Otan. Amigo declarado de la economía social de mercado, considera eso sí que requiere ajustes importantes en medio de la crisis que vive Alemania.
En el segundo lugar de los sondeos aparece la Alianza por Alemania (AfD), de extrema derecha e inclinaciones neonazis, que ha subido mucho en los tres años recientes, gracias a un discurso populista que culpa a inmigrantes de todos los males del país, cuando está claro que la recesión que planea sobre la economía se debe antes que nada al efecto combinado del encarecimiento del gas ruso y al freno del gasto de los consumidores chinos.
Los miembros de la coalición que acaba de explotar sumarían –de nuevo según los sondeos- más del 30 %, pero al estar esa votación dividida en tres listas distintas en cada circunscripción electoral, conseguirían muchas menos curules. Además, por la forma en que la coalición del semáforo se rompió, resulta casi imposible reeditarla.
Merz y el CDU necesitan conseguir las mayorías con su socio bávaro del CSU, y eventualmente apoyarse en el puñado de curules que podrían obtener los liberales que acaban de romper con Scholz. No hay más opciones porque Merz ha dejado en claro que “nunca pactaremos con la ultraderecha”.
Para él, hay una sola forma de frenar a la AfD: “Nuestra tarea es solventar los problemas, y entonces la ultraderecha dejará de crecer”, aseguró hace algunas semanas. Pero solventar los problemas, aunque solo sea administrarlos para frenar su agravamiento, no parece sencillo. Una cosa es ganarle la elección a un desprestigiado Scholz, y otra muy diferente sacar a Alemania de la peor crisis económica desde el final de la II Guerra Mundial en 1945.