El primero de octubre, un joven de 15 años, cuyo nombre las autoridades mantienen bajo reserva, fue contratado desde la cárcel por un líder de la banda ‘DZ Mafia’ para que, a cambio de 2.000 euros, incendiara el apartamento de otro preso, líder de ‘los Blacks’, un clan rival.
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El joven llegó al barrio donde debía cumplir su misión criminal, con un amigo de la misma edad. Pero antes de ubicar el apartamento, vigilantes de ‘los Blacks’, varios de ellos menores, los descubrieron y atacaron. El primero recibió 50 puñaladas y fue incinerado, y su compañero alcanzó a huir y está en manos de la Policía.
La tragedia no se detuvo ahí. Dos días más tarde, para vengarse, el jefe de ‘DZ Mafia’ contrató a otro joven, de 14 años, por 50.000 euros, para que, armado de una Magnum .357, asesinara a uno de los jefes de ‘los Blacks’. El niño-sicario no llegó a cumplir la misión: para acercarse al lugar donde debía ejecutar el crimen contrató un vehículo de una plataforma en línea y, en el camino, se enredó en una discusión con el conductor, padre de familia sin vínculo con los grupos delictivos, y lo mató de un disparo a la cabeza.
Muchos pequeños delincuentes
bajo la influencia de estos raperos, viven condicionados y con el fantasma del gran gansterismo
Fue detenido y recluido en una cárcel de menores, al tiempo que su contratante, el líder de ‘DZ Mafia’, de 23 años, fue trasladado de prisión. Los hechos no ocurrieron en una ciudad del tercer mundo, sino en el puerto de Marsella, segunda ciudad de Francia, sacudida desde hace años por sanguinarias guerras entre bandas dedicadas al narcotráfico, la extorsión a comerciantes y la prostitución.
Los ajustes de cuentas entre clanes mafiosos de la ciudad portuaria dejaron de ser noticia hace tiempos: desde mediados de los años setenta, Marsella se convirtió en capital del tráfico de cocaína y heroína, a tal punto que hoy muchos medios franceses la califican de “narcociudad”. El presidente Emmanuel Macron, obligado en varias ocasiones a visitar la ciudad a causa de la violencia, lanzó hace tres años un plan de acción, una vez que la Policía dio por sentado que las bandas criminales le habían vedado el ingreso a una amplia zona del norte de la urbe.
El plan de acción de Macron sirvió para bajar los “narcohomicidios”, como los denominan las autoridades, que pasaron de cerca de 100 en 2023 a 19 en los primeros nueve meses del año, según AFP. Pero el que los protagonistas de la actual cadena de violencia tengan tan cortas edades ha sacudido de manera particular a la opinión pública francesa.
“Asistimos a un salvajismo inédito y a una ‘ultrajuvenilización’ (del crimen)”, declaró el fiscal Nicolas Bessone al diario parisino Le Monde, este domingo. “Dos muchachos respondieron a convocatorias (por redes sociales) para acabar con la vida de otro, sin remordimiento alguno, sin reflexión alguna”, agregó.
Las referencias a lo visto por los franceses en las series de TV sobre los capos colombianos han hecho inevitable la comparación con los años más duros de la violencia en Medellín, y lo que ocurre en México.
Rudy Manna, vocero del sindicato de policías Alliance, expresó su estupefacción: “Estamos ante la ‘mexicanización’ de la sociedad, con asesinos a sueldo cada vez más jóvenes, para quienes la noción de vida o muerte no existe (...), dejó de haber límites y estamos ante el horror absoluto”.
No es solo Marsella
Como lo demostró en una detallada investigación hace unos meses la periodista Angelique Negroni, del diario parisino Le Figaro, Marsella está lejos de ser la única ciudad donde los menores aparecen vinculados a la venta de droga, al sicariato y a las bandas criminales. “Banalizada y sin freno, la violencia de estos delincuentes cada vez más jóvenes se impone en todas las ciudades gangrenadas por el tráfico de drogas”, enunciaba la cronista.
Banalizada y sin freno, la violencia de estos delincuentes cada vez más jóvenes se impone en todas las ciudades gangrenadas por el tráfico de drogas
Aparte de Marsella, esta violencia con alta participación de menores se impone en decenas de barrios de Niza, Lille, Saint-Denis (al norte de París), Lyon y otras urbes. El viernes, unos cuantos minutos al sureste de la torre Eiffel, las bandas juveniles de Balard y Beaugrenelle se enfrentaron con cuchillos, catanas de samurái, manoplas metálicas y patas de cabra de hierro, en una explanada frente al río Sena.
Tras la primera confrontación, hubo una secuencia de refriegas que terminó en un centro comercial cercano. Uno de los heridos, adolescente como todos los involucrados, fue hospitalizado con graves lesiones en la nariz y el cráneo.
En Saint-Denis, al norte de París, en cercanías de la legendaria catedral donde están enterrados la mayoría de los monarcas franceses, la sangre corrió a inicios de año en medio de otra guerra entre pandillas. Un estudiante de 14 años fue apuñalado en una estación de metro, y otro, que acababa de cumplir 18 años, fue asesinado a golpes con un bate de béisbol. Más de veinte menores fueron detenidos entonces: llevaban cuchillos o armas contundentes.
“Ante todo necesitamos a los padres”, clamó entonces Mathieu Hanotin, alcalde de Saint-Denis. “Comprométanse, hablen con sus hijos y manténganlos en casa lo más posible”, explicó luego, en un discurso que se hacía eco de declaraciones del presidente Macron sobre la violencia juvenil, cuando el mandatario sostuvo: “Nuestro país necesita un retorno de la autoridad a todos los niveles, empezando por la familia”.
“En los colegios el porte de cuchillos y navajas retráctiles se ha normalizado”, explica la comisaria de Policía Naima Makri, quien lidera una célula especializada en delincuencia juvenil. La magistrada Emilie Petrovski, responsable de criminalidad de menores en la fiscalía de Meaux, una pequeña ciudad al oeste de París, habla de la participación cada vez mayor de adolescentes en robos, extorsiones, microtráfico y cobro de cuentas, en un ambiente donde cuchillos y navajas salen a relucir con facilidad, y –como dice la cronista Negroni– “una mirada percibida como agresiva puede desencadenar una batalla sangrienta a la salida de clases”.
“Lo que desconcierta es que, frente a la autoridad, algunos jóvenes se burlan –agrega la funcionaria judicial–, no se dan cuenta de la gravedad de los hechos que cometen, y por eso uno se pregunta cómo recuperarlos, pues la empatía se aprende, pero ellos no tienen bases, ya que sufren graves deficiencias emocionales”.
Las redes sociales reproducen y retroalimentan el ciclo de violencia, pues con frecuencia los ataques y las peleas son grabados en video, y circulan a velocidad de vértigo en cadenas de WhatsApp, Telegram y otras plataformas. “Eso estimula el pulso (entre pandillas) porque la humillación (de los atacados) perdura” y eso alimenta la sed de venganza, explica a Le Figaro la comisaria Makri.
Yann Sourisseau, jefe de la Oficina Central contra el crimen organizado, de la Policía Judicial, se alarma: “Menores con perfil de pequeños delincuentes de vía pública por robos, posesión de estupefacientes y actos de violencia callejera se han convertido en asesinos a sueldo”. Explica a Le Figaro que incluso los contratan por las redes sociales, y les ofrecen entre 15.000 y 20.000 euros por matar, en una especie de “uberización del crimen”.
Una vez detenidos, muchos de estos adolescentes “lucen desconectados de la realidad y sin sentimiento alguno hacia las víctimas”, agrega Sourisseau. Los que siguen en la calle actúan dentro de pequeños grupos, con alta movilidad para huir y esconderse, y quienes los contratan les suministran carros robados para desplazarse, un apartamento donde alojarse cerca de donde deben cometer el asesinato, y una fotografía de la víctima.}
Drogas, armas y rap
El tema ha trascendido el nivel de jueces y policías, hoy inquieta a los sociólogos. Uno de ellos es Thomas Sauvadet, autor del libro El capital guerrero: competencia y solidaridad entre jóvenes de ciudad y frecuente invitado de las tertulias de radio y televisión. Para él, muchos de estos menores están obnubilados por la glorificación del ‘gansterismo’ que hacen ciertos raperos muy escuchados, cuyos videos ensalzan las drogas ilegales, las armas, la violencia y las bandas criminales.
Menciona al productor de rap El Mehdi Zouhairi, alias Malsain (Malsano), jefe de una red de distribución de cocaína y otras drogas en Seine-Saint-Denis, fugitivo desde abril, cuando fue condenado a diez años de cárcel por el tribunal de Bobigny. Según le dijo Sauvadet a Le Figaro, muchos pequeños delincuentes bajo la influencia de estos raperos “viven condicionados y con el fantasma del gran ‘gansterismo’, lo que favorece que pasen a cometer actos de mayor violencia”.
Un diplomático francés que por varios años estuvo en servicio en Centro y Suramérica le dijo hace pocos días a EL TIEMPO que “en los años 80 y 90, cuando veía este fenómeno de los niños sicarios en México, El Salvador y Colombia, les contaba de ello a mis compatriotas en París, y no lo podían creer, y resulta que ahora eso ocurre cada vez más en Francia y no tenemos idea de qué hacer”.
El resultado de una encuesta en línea de la página web de Le Figaro ilustra la inquietud de los franceses. La excepción de minoría de edad, una norma legal que ordena un tratamiento especial, en ocasiones no penal, de niños y adolescentes que delinquen si se demuestra que no son conscientes de sus actos, ha sido desde hace décadas un principio sagrado. Pero en el sondeo del diario, el 87 por ciento dijo que dicha excepción debía ser revisada. Y en Francia, el país de los derechos humanos, eso es una novedad.