Orwell y los bancos centrales / Análisis del expresidente Iván Duque Márquez

hace 2 semanas 13

En 1949, George Orwell publicó su célebre novela 1984, en la cual mostraba cómo una sociedad estaba controlada por un Estado omnipresente y con vigilancia excesiva sobre el comportamiento de los individuos, hasta el punto que el concepto de totalitarismo se consumió bajo la idea de un Gran Hermano que nos observa y sabe todo sobre nuestro comportamiento.

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La influencia de esta obra, reconocida como una de las más importantes del siglo XX, cobra cada vez más interés en la medida en que asistimos a grandes cambios en los cuales la tecnología tiene, gracias a la inteligencia artificial, la capacidad de procesar datos a velocidades inimaginables y unir información para tomar decisiones, predecir comportamientos y hasta desplegar mensajes a la medida de circunstancias y poblaciones.

Iván Duque, expresidente de Colombia

Iván Duque, expresidente de Colombia

Foto:X: @IvanDuque

Tal vez por esas mismas reflexiones, es que el historiador y pensador Yuval Harari en su último libro, titulado Nexus, se dedica a evaluar los beneficios y potenciales riesgos de un mundo donde la inteligencia artificial puede influir masivamente en el control de la sociedad, sobre todo en aquellos lugares dominados por el autoritarismo.

Para Harari, los principios necesarios para una sana convivencia con la IA requieren de benevolencia, es decir, que la información sea utilizada para ayudar a la sociedad y no para manipularla. También demanda la descentralización de la información, dado que una excesiva centralización puede conducir a la tentación autoritaria de control y abuso de poder. Por supuesto, también exige mutualidad, es decir, múltiples contrapesos para que no exista opresión alguna entre administradores de datos e información y, desde luego, cambio constante con miras a progresar y mejorar.

La necesidad de evitar que surja un Gran Hermano orwelliano con nuestra información y los principios de Harari cobran más validez que nunca cuando vemos ejemplos peligrosos en la oferta de bienes y servicios a los ciudadanos por parte de entidades públicas apelando a razones loables.

Para nadie es un misterio que la inclusión financiera es uno de los temas más importantes para cerrar las brechas sociales en el mundo y, en especial, en el sur global. Bajo esa premisa, necesitamos que masivamente los ciudadanos puedan contar con servicios de pago y crédito que reduzcan la dependencia en el efectivo y permitan mayor seguridad para la interacción comercial de la sociedad. Por eso, desde el punto de vista regulatorio, los Estados promueven políticas y regulación que incentiven la presencia constante de proveedores de bienes y servicios que aceleren la inclusión financiera, mediante un sistema transparente de precios que garantice la sana competencia económica y la mejora de las condiciones sociales.

Lo curioso es que en los últimos años ha estado pasando todo lo contrario. Muchos bancos centrales, apelando al ideal de la inclusión financiera, han creado sus propios sistemas masivos de pagos y han pasado de ser reguladores a ser proveedores de un servicio “gratuito” que permite a los ciudadanos pagar digitalmente sus consumos, usurpando funciones que corresponden a los privados y lo que es más grave, utilizando prácticas depredadoras como operar con un sistema sin transparencia en sus costos y fidelizando a la población bajo la idea de un “servicio gratis”.

Estas modalidades ya están en funcionamiento en India y también en Brasil, por citar algunos ejemplos, pero también está tomando fuerza dentro de los Brics y en muchos países de ingreso medio está llegando como una moda incuestionable. Lo grave es que rompe con los principios que le preocupan a Harari y puede terminar consolidando un peligroso sistema de captura de información sobre los ciudadanos.

El servicio de pagos digitales desde los bancos centrales se presenta bajo el paraguas de Infraestructura Digital Pública, pero tiene delicadas connotaciones. Por un lado, los bancos centrales no deben ser proveedores de servicios financieros al detal, pues pierden su condición de reguladores y se convierten en actores del mercado que ellos mismos supervisan. De otro lado, al promover los “servicios de pagos” como un bien público gratuito, están destruyendo mercados, ocultando costos y centralizando información de los ciudadanos y sus hábitos.

Por supuesto, al masificar su servicio, pasan a crear una especie de nacionalización de mercados de pagos, dado que adquieren una condición monopólica que les permite transformarse en creadores de precios. Y lo que es aún más riesgoso es que abre la puerta a la politización de los bancos centrales, porque se convierten en un mecanismo de influencia e impacto social más allá de las funciones de controlar la inflación y ser autoridad monetaria, cambiaria y crediticia.

No hay duda alguna de que la inclusión financiera, los sistemas de pagos y la digitalización de servicios son fundamentales en la sociedad que vivimos, pero estos deben operar bajo sistemas de competencia, mercados, costos y precios transparentes y controles eficaces sobre el habeas data de los ciudadanos. Esto implica que los bancos centrales y otras instituciones pueden y deben dar lineamientos regulatorios para que los privados apliquen los principios de Harari y garanticen inclusión con seguridad, transparencia y capacidad de elegir.

La tentación de controlar a los ciudadanos por parte de regímenes autoritarios mediante el control de datos se vio en su máximo esplendor cuando el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, utilizó VeneApp para perseguir a los electores de Edmundo González. La tentación autoritaria de conocer los comportamientos sociales para enviar mensajes dirigidos puede ser una amenaza a la democracia misma en países donde los bancos centrales quieren ser controlados por los gobiernos de turno, poniendo en riesgo su independencia.

La tecnología disponible, el uso de la inteligencia artificial y la necesidad de profundizar los servicios financieros para dinamizar la inclusión de la sociedad deben ir de la mano para cerrar las brechas, pero no afectando las libertades, la economía de mercado, la independencia de los bancos centrales y dándole vida al Gran Hermano de Orwell. 

IVÁN DUQUE MÁRQUEZ

Expresidente de Colombia

Especial para EL TIEMPO

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