Steven Pinker es uno de esos pensadores que no necesitan mucha presentación. Autor de libros y conferencista, el experto nacido en Canadá es también profesor de la Universidad de Harvard, en el Departamento de Psicología. EL TIEMPO lo entrevistó en Davos.
Usted tiene una visión relativamente positiva sobre cómo están las cosas en el mundo de hoy...
No me considero un optimista en el sentido de tratar de ver el lado bueno de las cosas o decir que el vaso está medio lleno y no medio vacío.
Simplemente me apoyo en los datos que llevan a una conclusión diferente a la que surge cuando se ven, oyen o leen las noticias y que permiten tener una mirada distinta de la realidad. En resumen, hemos progresado mucho.
No se trata de minimizar los problemas que tenemos, ni de embellecer la fotografía. Lo que hago es observar las tendencias. Por eso afirmo que la gente está mal informada y por ello puede caracterizarse como irracionalmente pesimista.
¿Influyen en esa situación las redes sociales?
Sí, pero no es la única causa. Pienso que el periodismo convencional tiene un sesgo en favor de lo negativo porque reporta hechos que ocurren de manera repentina y rompen con la normalidad.
En cambio, referirse a los progresos que son graduales o a las cosas que no pasan es algo que no tiene mucha cabida. No hay titular que diga que el día transcurrió en paz o que hoy no hubo un desastre natural.
Además, los seres humanos también tenemos sesgos cognitivos, entre otros motivos porque aprendemos más de los errores. Por eso la impresión generalizada es que todo está peor.
¿Cómo define usted el progreso?
Como el florecimiento del ser humano. Me refiero a conceptos como calidad de vida, salud, sustento, prosperidad, paz, libertad, seguridad, conocimiento. Lo que hago es observar si estos se han hecho más presentes a lo largo del tiempo.
¿Y qué le dicen los datos?
Tengo un par de libros al respecto. El primer corte lo hice en 2015, y la conclusión a la que llegué es que los que vivimos en este planeta nunca habíamos sido más saludables, prósperos, felices o educados.
Pero eso fue entonces...
Volví a hacer el ejercicio. Por ejemplo, en términos de esperanza de vida al nacer no solo más que duplicamos la que tenía la humanidad al comienzo del siglo XX, sino que, aparte del bache de la pandemia, seguimos avanzando. Es como si tuviéramos dos vidas y no una, en comparación con nuestros ancestros.
Nos estamos envejeciendo...
Claro. Como dice la expresión, el problema de vivir más largo es que los años extra llegan es al final, cuando ya no somos jóvenes. Pero también estamos envejeciendo de mejor manera y eso también lo dicen las cifras.
¿Qué más encuentra?
El hambre es uno de los cuatro jinetes del apocalipsis, y la disponibilidad de alimentos es clave en un mundo cuya población se ha multiplicado por siete en los últimos 200 años. Ninguna de las predicciones inquietantes que se llegaron a hacer sobre esto se cumplieron, con lo cual no desconozco que haya todavía desnutrición o inseguridad alimentaria.
¿Y el progreso individual?
El ingreso per cápita en el mundo es hoy el más alto de la historia. Contra lo que se afirma, los grandes ganadores no son los del uno por ciento más rico. Dos siglos atrás, el 90 por ciento de los individuos vivían en condición de miseria y ahora esa proporción es cercana al 9 por ciento, así seamos muchos más.
Vamos mejor, entonces...
La lista de logros es larga y va desde libertades políticas hasta seguridad ciudadana, pasando por conocimiento. Respecto a la felicidad, en la mayoría de los países en donde aumenta el ingreso, la gente se siente más contenta. En contraste, las tasas de suicidio han bajado de manera notoria.
¿Cuál es su conclusión?
De los 14 parámetros que analizo a fondo, hasta 2015 vimos una indudable mejoría. En los últimos años, lo que muestran las cifras es que el progreso ha continuado en diez.
Con respecto a cuatro tendencias, hemos tenido cierto retroceso: en derechos de las mujeres, estamos de vuelta a 2010, en desnutrición volvimos a 2005; en democracia, a 2000, y en relación con la paz, a 1990.
Entonces no se puede afirmar, en ningún caso, que estemos peor que nunca. Eso vale la pena tenerlo en cuenta cuando miremos a la coyuntura.