Nació en 1929 en Neira, Caldas, y lo dice con mucho orgullo. De padre libanés y madre antioqueña, David Manzur -artista colombiano- pasó su infancia en la Guinea Ecuatorial, después fue a un internado en España durante la Segunda Guerra Mundial y volvió a Colombia con 18 años para radicarse en Bogotá y estudiar arte, música y actuación.
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Durante la década del 50 hizo parte de la Liga de estudiantes de arte de Nueva York, donde coincidió con muchos de los personajes que establecieron el arte moderno, como Andy Warhol. Manzur exploró en el teatro, el cine y la danza hasta encontrar en la pintura de caballete una visión del arte que evoca al pasado desde el presente.
Sus primeras obras obedecieron a un arte figurativo que se extendió a la producción abstracta en la década del 70. Abordó el constructivismo mientras era asistente del artista ruso Naum Gabo, apostando por el uso de nuevos materiales, volúmenes y sombras, reza una biografía de Manzur escrita por María Cristina Laverde para la Universidad Central.
Durante su segunda etapa, el artista colombiano retomó la corriente figurativa en la que resalta el concepto de la naturaleza muerta, los santos y los caballos. De alguna forma, renovó el diálogo con los antiguos maestros del arte donde encontró su voz a partir del reconocimiento de sus propias limitaciones. Es el último artista vivo de la generación colombiana de referentes como Alejandro Obregón, Fernando Botero, Edgar Negret, Enrique Grau, Carlos Rojas y Luis Caballero.
Manzur ha llevado sus obras a ciudades como Barcelona (España), Córdoba (Argentina), Nueva York, Washington, Miami (Estados Unidos), París (Francia) y Sao Paulo (Brasil), además ha sido galardonado con dos Premios de la Fundación Guggenheim, la Orden de Boyacá (2019) y la Orden de Isabel la Católica (2020).
Barichara (Santander) es el hogar de David -como prefieren que lo llamen- desde hace varios años y cuando trabaja en su taller dice que el mundo se le olvida. A sus 94 años mantiene una estricta rutina creativa: planea los bocetos en mesa a las 10 de la mañana y el almuerzo es su comida principal, porque, según cuenta, no come más durante el día. Luego, a las 6 de la tarde, se sienta en su taller para trabajar hasta la madrugada. “Muchas veces hasta la 1 o 2 de la mañana”, explica Manzur sobre sus jornadas de creatividad.
EL TIEMPO conversó con David Manzur durante la versión XX de la Feria Internacional de Artes de Bogotá (ArtBo) -se inició el 26 de septiembre y termina hoy- en la cual fue homenajeado por sus 70 años de carrera profesional.
¿Cuánto conoce de una obra desde que la piensa hasta que la realiza?
La memoria tiene un papel muy grande en lo que yo hago ahora. Trato de enmendar los errores que he cometido, cosa que es una ilusión porque errores va a haber siempre. Yo nunca pienso en el momento, sino en lo que viene después. Cada cuadro, cada obra, cada pensamiento que termino le da paso al próximo. La esencia del trabajo es aterrizar en el sentido de que el pasado se pueda ligar con el futuro, muchas veces desconfiando del presente. Eso sí, cuando yo doy por terminada una obra creo que no está culminada y he llegado a la conclusión de que quien la termina es quien la ve.
¿Qué sensación le queda cuando termina un trabajo?
El trabajo mental es mucho más efectivo que el trabajo físico. Lo que pienso es superior a lo que hago. Siendo así, siempre creo que lo que viene puede ser mejor.
Usted ha dicho que a los grandes maestros del pasado siempre les faltó terminar algo y que los jóvenes artistas pueden retomar, ¿qué cosas han quedado inconclusas?
Yo pienso que a todo artista siempre le faltó algo porque una vida es muy corta. Esta feria (la de ArtBo) se ha orientado a propuestas muy interesantes. No trabajan con una sola mentalidad, sino con varias posibilidades conceptuales. Esta feria se ha movido en un concepto del arte que es más filosófico que visual, donde las metáforas priman, los pensamientos y los objetos se vuelven símbolos de reflexión.
Ha hablado de la importancia de la memoria en su trabajo actual, ¿sobre qué etapas se inspiró para la creación de ‘El pasado es presente’ que estuvo presente en ArtBo 2024 ?
Las obras que presento son de la última forma en que estoy pintando. Ahí presento cómo me estoy moviendo. Yo creo que el pasado hay que usarlo de alguna forma y siempre pienso en los grandes maestros como Picasso, que recurrieron a cosas que ya habían visto. Él decía que no inventaba sino que encontraba y se basó en Grecia, en Iberia, en las máscaras africanas… Yo me he empeñado en ver el pasado pero en presente.
Convivió con los grandes artistas del modernismo en Nueva York, ¿cómo conoció ese mundo y qué fue lo que más lo deslumbró?
Antes de que yo llegara a Nueva York, Picasso había encargado al Museo de Arte Moderno (MoMa) que le guardara el ‘Guernica’ hasta que muriera Franco. Tuve la oportunidad de verlo por detrás y por delante. En cierta manera, siempre me cuestionó mucho y con el tiempo sigue siendo así porque la mente y el sentido de apreciación cambian. Hoy en día lo encuentro como la clave del cuadro del siglo XX. Ese cuadro que es de denuncia y hecho a blanco y negro dice todo lo que puede decir un artista.
Hizo parte de una época marcada por movimientos y grupos, a pesar de que su trabajo muchas veces pasa por lo íntimo e individual, ¿cómo se vivía en esa generación de artistas?
Yo conocí a Botero, a Obregón, a Negret… Por ejemplo, con Carlos Rojas siempre hubo un diálogo combativo maravilloso. Uno se forma de todo eso. Lo mismo pasaba con Picasso, que como mencioné, no inventaba sino que encontraba.
Usted se ha construido en muchas partes del mundo como autor, ¿siente que su identidad está definida?
Yo soy un retazo de pensamientos y de localidades. Alguna vez me preguntaban en España, cuando tenía nueve años, que quién era yo y respondí que no sabía. Hoy en día en el puesto en que estoy, en el mundo en que estoy, en el arte en que estoy, tengo claridad de lo que hago sin saber quién soy yo.
¿Cómo continúa explorándose y descubriéndose más allá de la conceptualización de su arte?
Yo no me doy por seguro en nada. Cada cosa me la tengo que ganar y cometo muchos errores, de los que soy consciente. Eso me da una vitalidad tremenda. Yo sigo siendo combativo conmigo mismo y siempre estoy inventando un paso adelante. En este momento estoy empezando a pensar en un David Manzur muy distinto para el futuro. Yo pienso como si fuera a vivir cien años más.
¿Qué cosas lo estimulan cuando trabaja en su taller?
Estoy muy interesado en la sinfonía de los grandes compositores. Encuentro una dimensión distinta en cada pasaje musical. En cierta manera es como los pintores que se estimulan con el trago. A mí la música me embriaga y me manda a un mundo fantástico que en alguna manera maneja mi pincel.
¿Cómo ha vivido la irrupción de los formatos digitales en el arte?
En el año 79 hice una grabación de Zurbarán, buscando remedar el siglo XVII desde el siglo XX. Vestíamos a los actores con tenis y cofia renacentista. Pero en los años siguientes llegó el cambio digital que al principio ofreció imágenes muy pobres. Desde ahí empecé a olvidarme del cine porque el químico había muerto y las primeras imágenes digitales eran muy feas. Sin embargo, desde el 89 lo digital mejora y llegan cámaras, algo muy diferente. A mí me encanta captar el mundo. Tengo cámaras que pueden fotografiar a un perro a cien metros de distancia. Eso sí vale la pena.
¿Qué movimientos artísticos le gustan en la actualidad?
Hay unos movimientos en Italia, España, Ucrania, que trabajan de una forma muy cercana a mi concepto del arte. Dentro de la figuración hay una relación con el pasado, pero modificada de tal manera que el presente se vuelve muy importante. Por ejemplo, se me viene a la cabeza un artista como Samori (Nicola), me parece que es un artista que combina el pasado con el presente.
Ha recalcado lo importante que ha sido en su carrera ir en contravía, incluso estuvo cerca de la excomunión por un video en el que bailaba desnudo con el Corazón de Jesús de fondo, ¿a qué se le rebela hoy?
Yo no estoy buscando elementos para dar una impresión, sino que sigo el curso normal de lo que mi mente va dictando. Indudablemente ya no hay tabúes con relación a la moral, incluyendo lo que era el desnudo. Esa idea la abrió Miguel Ángel con su David, pero eso ya nadie lo cuestiona, al contrario, si uno se pone de recatado lo cuestionan.
¿Hacía donde ser dirige el discurso artístico entonces?
Quisiera hablar de la Cámara de Comercio que ha dado este paso, que es indudablemente trascendental. Ellos quieren ver un cambio. Yo diría que ellos quieren, al nombrarme a mí, que me ha dado mucho gusto, decir que hay otras propuestas conceptuales como las que yo venía hablando ahora y son válidas.
¿Cómo piensa su legado más allá del arte colombiano?
No me he puesto a pensar en eso. La verdad es que todavía tengo tantos proyectos y pensamientos en la cabeza que necesito unos 20 o 25 años más para trabajar en todo lo que quiero hacer. El arte es una pregunta constante.
JUAN JOSÉ RÍOS ARBELAEZ - ESCUELA DE PERIODISMO MULTIMEDIA