La noche en Mompox tenía el aire tibio y cargado de alegría, mientras el Festival del Jazz 2024, bajo el cielo amplio del Caribe, vibraba con la música.
Conforme a los criterios de
El Parque del Jazz, un recinto bañado de estrellas y sueños, había alcanzado su clímax. La muchedumbre se arremolinaba como los ríos que Carlos Vives tantas veces ha evocado en sus canciones, como ese mismo Río Magdalena que en Mompox lleva siglos contando historias venidas de otros mundos.
Carlos Vives estaba en el escenario, como un hechicero de la música, un trovador caribeño que con una sonrisa bastaba para encender los corazones de los momposinos que llevaban años esperandolo para verle cantar a este pueblo de artesanos y joyeros. Desde el primer acorde, la magia momposina se desató como un torrente.
Con 'Déjame entrar' abrió la puerta a un viaje emocional que abarcaría desde la nostalgia de 'La tierra del olvido' hasta la euforia de 'La bicicleta'.
Las letras de sus canciones no eran simples palabras, sino un homenaje a los pueblos ribereños, a los que Vives, con su voz y su guitarra, convirtió en protagonistas de una velada inolvidable.
Las almas allí presentes, bajo el embrujo de su música, hicieron del festival de Jazz de Mompox, un himno a la alegría, a la paz y a la convivencia.
Se respiraba el olor a Caribe, se sentía el peso de las historias del Río Magdalena, y se celebraba la vida misma en cada acorde. Vives, sin apenas moverse del centro del escenario, conectaba con cada rincón del parque, como si conociera a cada uno de los asistentes por su nombre, como si el río, eternLo o confidente, le hubiera contado sus secretos de Mompox, también llamada la Ciudad de Dios.
Y en medio de esta noche de jazz y cumbia, de vallenato y tambores, el gobernador de Bolívar, Yamil Arana, se levantó con orgullo para recordar a los presentes que este festival no era solo música, sino un reflejo de lo que Bolívar estaba construyendo: educación, cultura y comunidad.
Pero el momento más emotivo fue cuando Martín Madera, compositor de Magangué, recibió un reconocimiento por su vida y obra. Sus ojos, húmedos por la gratitud, parecían contener la misma corriente del río Magdalena que tanto había inspirado su música. "Estos reconocimientos le dan a uno un empujoncito en el corazón", dijo, y en ese instante todos supieron que no solo la música, sino el alma de un pueblo estaba siendo celebrada.
Cartagena