De Winamp para acá, pasando por los MP3 de calidad reprochable hasta iTunes y luego Spotify, oír música con el computador o el celular fue siempre más o menos sencillo. A menos que quisiera todo. Es un problema quererlo todo. Hay una suerte de justicia poética, de principio universal que nos impide, no importa cuán todopoderosos seamos, tenerlo todo.
Pero no me pondré filosófico, porque con esto de escuchar música nuestros deseos eran más o menos inofensivos. Por ejemplo, si quería oír el álbum en el orden que el compositor había pensado para esa obra, tenía que recurrir a algún atajo o buscar una aplicación que entendiera este dato. Raro, porque si algo no falta en los computadores, son datos.
Lo mismo pasaba con las transiciones, tan típicas del rock progresivo. Eso se llama reproducción gapless y ahora es un estándar, pero pasaron años hasta que más o menos le encontraron la vuelta. Tanto, que muchos de mis discos compactos estaban ripeados (extraídos) como un solo archivo gigante, para que conservara las transiciones. Digo, sin transiciones, los discos The Wall o Dark Side of the Moon de Pink Floyd pierden toda su gracia.
Las listas de reproducción, que muchos creen que son algo nuevo, en realidad vienen de la época del casete, y los que hoy ya somos señores serios teníamos en nuestra adolescencia diferentes listas de reproducción, para diversas circunstancias, en casetes, obvio. Spotify, sin embargo, lo simplificó tanto que una lista que vengo construyendo desde hace varios años en Tidal (una plataforma de streaming que ofrece más de 100 millones de canciones con calidad de sonido HiFi) tiene 602 canciones, o 58 horas de música. Serían unos 40 casetes.
Todo en uno
Así que avanzamos un montón en esto de oír música, y como ocurre siempre que se avanza, dan ganas de más. Tampoco me pondré filosófico con esto, pero, por ejemplo, ¿podríamos centralizar toda nuestra música, desde las listas de reproducción de Spotify, la cuenta en Tidal o Deezer y los discos compactos o vinilos que tenemos guardados en un computador? Y, de paso, ¿podríamos usar el celular como control remoto?
Por supuesto que sí. Esos programas se llaman servidores de música, hay un número de opciones y no una menos vasta oferta de equipos que contienen todo en un solo aparato. También se los conoce como streamers, porque transmiten los datos (es decir, la música) de una fuente (un archivo en una computadora, un servicio como Spotify, un disco compacto) a un reproductor.
Uno de los que se han ganado un nombre y que es mi favorito se llama Lyrion Music Server (LMS), que nació del riñón de Logitech en 2005 y después quedó en manos de una comunidad de desarrolladores que lo mantienen saludable y acaba de lanzar la muy esperada versión 9, que es gratis, por supuesto.
LMS está disponible para Windows, Mac, Linux, Raspberry y varias plataformas más. ¿Cómo funciona? Esa es la cuestión.
LMS no es un reproductor. Es un servidor. Como tal, se ocupa de organizar su música y sus cuentas de streaming y detecta, en la red, los reproductores disponibles, que se usan para pasar la música que tiene en su biblioteca. De este modo, puede simplemente tener sus discos compactos en un disco de red (un dispositivo de almacenamiento) y, mediante LMS, un reproductor en otro equipo podrá hacerlos sonar. Así es posible musicalizar cualquier cuarto de la casa usando una única biblioteca de audio.
Los reproductores pueden ser de hardware o de software. Es posible comprarlos como un equipo aparte, usualmente asociados a un DAC (un aparato que convierte señales de audio digitales en analógicas), o armarlos (por relativamente poco dinero). En mi caso, uso una Raspberry básica (un ordenador del tamaño de una tarjeta), un DAC y el reproductor Squeezelite (que es un software que funciona para LMS). En esa Raspberry corre un PiCorePlayer, un software que emula un reproductor de música.
El servidor, en cambio, lo corro sobre el computador que uso con más frecuencia, un Windows 11 con 16 gigabytes de RAM. Ahí, LMS accede a la biblioteca de música y usa la Raspberry con ese DAC para reproducir la música.
Ahora bien, la biblioteca de música está en un tercer equipo, en este caso con el sistema operativo Linux, ubicada en mi estudio. Como todo está conectado a la misma red local, alcanza con instalar un Squeezebox (reproductor de música digital a través de una red) en cualquier Windows, Linux o incluso en un celular para pasar esos mismos discos. LMS también les da soporte a las plataformas de streaming (Tidal, Deezer, Spotify, radios), así que donde tenga el servidor, tendrá su música lista para sonar, ya ordenada, clasificada, con buscador, tapas y todo lo demás.
Para aclarar algo que me costó cierto esfuerzo entender al principio, simplemente porque nadie se había ocupado de aclararlo: LMS busca automáticamente los reproductores disponibles conectados a la red. Cuando los encuentra, los añade a su lista de salidas. Para oír música, es cuestión de elegir cualquiera de esos reproductores y darle play. Por ese motivo, también es posible usar el celular para controlar su música, mediante la app de Squeezer.
¿Cómo se instala?
LMS se instala como cualquier otro programa y luego se accede desde el navegador. La nueva versión simplifica bastante la configuración, pero, de todos modos, al final tendrá que acceder al servidor usando la dirección http://localhost:9000/. No es https, porque así no funcionará. Localhost es, simplemente, el computador y 9000 es el número del puerto que LMS usa para comunicarse.
La configuración va a variar mucho dependiendo de cómo sean sus fuentes de música, pero en general es bastante sencillo. Lo que más trabajo le puede dar es poner una unidad de red. Una vez que le coge el tiro, sale enseguida. El formato va a tener esta estructura: \\{dirección IP del equipo donde tiene sus discos}\{ruta a la carpeta de música}.
Por ejemplo: \\192.168.1.100\media\musica
Si tiene todo en un mismo computador, será una ruta convencional;
Por ejemplo: c:\usuarios\miusuario\documentos\musica
Una vez configurado esto y sus cuentas de plataformas de streaming, el servidor escanea todo, lo ordena, clasifica y organiza (le lleva unos minutos si son muchas pistas). El resultado es que al ejecutar el servidor (o sea, LMS) va a tener en un solo lugar toda su discoteca, para usar una palabra antigua, desde aquellos viejos compactos hasta los últimos lanzamientos de Spotify y las listas de reproducción. Ah, además puede crear sus propias listas de reproducción al vuelo (y salvarlas).
Otra cosa que puede resultar confusa al principio: no solo puede tener varios reproductores en la red, sino también varios servers (y, además, varias bibliotecas de medios). LMS es un servicio que corre en segundo plano (lo he probado en Windows, Raspberry y Linux; con media giga de RAM en una Raspberry Pi 3 A+ no funciona bien), así que hay dos modos de implementarlo, según sus necesidades.
Puede tener un solo servidor corriendo en una máquina y acceder mediante su número IP.
Por ejemplo: http://192.169.1.99:9000
O bien puede usar varios LMS y acceder mediante http://localhost:9000
Por si todo esto, que es mucho, no fuera suficiente, LMS admite extensiones (plugins), y hay docenas, desde radios hasta ecualizadores. Y, además, la nueva versión tiene una interfaz linda y el software es sumamente estable.