La política en su peor versión / Análisis de Juan Manuel Galán

hace 2 semanas 23

La política mundial, y en particular la colombiana, llegó al punto más alto de descomposición. ¿Cuáles podrían ser las causas? Una probable, el deterioro de la salud mental y emocional, consecuencia de la pandemia de covid-19.

Otra, la crisis de confianza generalizada en la democracia, como sistema que interpreta las demandas ciudadanas insatisfechas, judicializa a los corruptos e interviene la vulgar inequidad en la distribución del ingreso.

Los jóvenes viven, como nadie, en la incertidumbre y son presa fácil de la rabia y del miedo a perderlo todo, porque, a diferencia de las generaciones anteriores, tienen una conciencia colectiva medioambiental. Probablemente también porque esos mismos jóvenes sienten una profunda desafección hacia un sistema educativo que, en la era de la inteligencia artificial, la robótica y la computación cuántica, sigue enseñando en todos los niveles de la misma forma y las mismas cosas de hace ¡40 años!

Muchos son conscientes de estar embarcados en un costoso proceso educativo de varios años que no les va a servir ni a ellos ni al mundo productivo que enfrentarán. Una causa adicional de la degradación en la política es seguramente la desinformación y la normalización de la violencia digital que casi siempre termina traducida en violencia presencial; cuando las controversias ya no se centran en el intercambio de ideas, sino en la destrucción de bienes públicos y monumentos.

Foto:EL TIEMPO

¿Quieres saber del futuro? Conoce la historia. Cien años de soledad, de Gabo, nos cuenta lo que ha sido la violencia política en Colombia, una historia que se repite porque decidimos ignorarla. Como también hemos querido ignorar la historia de la guerra por el contrabando y el narcotráfico que hoy, como hace cinco décadas, financia campañas presidenciales. ¿Es entonces también la ignorancia de la historia causa de la descomposición política? ¿No lo es acaso poner la ideología, la propia, por encima de la razón o el dogma por encima del dato?

El fenómeno es mundial, vivimos una especie de déjà vu del periodo histórico entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En ese momento el mundo salía de una pandemia, la “gripa española” (1918-1920), que mató entre 50 y 100 millones de personas. Había un fenómeno de creciente insatisfacción con un sistema democrático incapaz de renovarse, una crisis inflacionaria y la caída del mercado bursátil de Wall Street (1929) que dio paso a la Gran Depresión.

Al mismo tiempo llegaban, a través de la democracia, líderes populistas, autoritarios y autócratas para, desde el poder, dedicarse a destruirla: Hitler en Alemania y Mussolini en Italia. La Liga de las Naciones o Sociedad de Naciones, creada en 1920 con el objetivo de promover la paz y la cooperación entre los países para evitar conflictos, nació muerta, pues su promotor, Estados Unidos (14 puntos del presidente demócrata Woodrow Wilson) nunca hizo parte de la organización, optó por el aislacionismo. ¿Cómo terminó aquella época? En la Segunda Guerra Mundial, que mató 75 millones de personas.

Lo que enseña la historia

La historia nos dice cómo terminarán los regímenes autoritarios, antidemocráticos y violentos en gestación, que están llegando al poder en el mundo por la vía democrática. Usan la violencia como herramienta política, promueven la polarización extrema y la radicalización de las ideologías. En lugar de fomentar el diálogo, el consenso y la búsqueda de soluciones comunes, promueven la confrontación, el caos y el enfrentamiento.

El discurso político tiene, para bien o para mal, una influencia determinante en la conducta ciudadana. Los líderes políticos, con su retórica, sus mensajes y publicaciones en redes, pueden incitar a la violencia o, por el contrario, promover unidad y entendimiento.

En el caso de Colombia, líderes en los extremos, en particular el Presidente de la República, usan un lenguaje incendiario que exacerba las divisiones y fomenta la confrontación. La política del odio y la división encuentra terreno fértil en una sociedad polarizada, donde la desconfianza y el miedo son prevalentes. En lugar de usar su poder para unir y sanar, prefieren avivar las llamas del conflicto, ven en el discurso violento una oportunidad para distraer la atención, ganar adeptos y consolidar su poder. Esto se traduce en un aumento de los actos vandálicos y de la violencia en las calles, donde los ciudadanos, influenciados por el discurso de sus líderes, ven en la destrucción una forma legítima de expresar su descontento.

Las protestas y movilizaciones del 8M tienen en el fondo toda la razón porque las cifras son aterradoras. En 2024 fueron perpetrados 885 feminicidios, según la Defensoría del Pueblo, 69 de ellos contra niñas. El 87 por ciento de las víctimas de delitos sexuales son mujeres y niñas, y el 86 por ciento de las víctimas de violencia de pareja son mujeres. 21 lideresas sociales fueron asesinadas cada año en promedio desde 2017. Las mujeres trabajan en promedio 7 horas y 44 minutos diarios en labores domésticas y de cuidado sin remuneración. El 85,7 por ciento de las personas cuidadoras no remuneradas en Colombia son mujeres.

Marchas del 8 de marzo en Bogotá.  Foto:EL TIEMPO

En participación política también nos rajamos con un porcentaje del 29 por ciento de mujeres en el Congreso, debajo del promedio latinoamericano (35,8 por ciento). El 81 por ciento de las víctimas de explotación sexual infantil fueron niñas. 184 niñas y adolescentes fueron reclutadas en 2023 por organizaciones criminales. Las mujeres migrantes siempre corren más riesgos en la recepción y están más expuestas en el tránsito fronterizo.

La mayoría de las manifestaciones fueron pacíficas en la conmemoración de la lucha por los derechos de las mujeres. Sin embargo, los incidentes de vandalismo contra estaciones de TransMilenio en Bogotá, el monumento a Luis Carlos Galán y la escultura La gorda, de Botero, en Bucaramanga, no solo empañaron la jornada, sino que desviaron la atención sobre la extrema gravedad de la problemática estructural que enfrentan las mujeres colombianas, en medio de una evidente inoperancia del Gobierno Nacional y la indolencia de la sociedad en su conjunto.

Los medios de comunicación tienen una responsabilidad social muy importante en la forma en que se percibe y se responde a la violencia política. En muchos casos, los medios amplifican los mensajes de odio y polarización, lo que contribuye a la espiral de violencia. Los actos de vandalismo son cubiertos, con frecuencia, de manera sensacionalista. La probable consecuencia es una normalización de la violencia como parte del discurso político. Los medios deben informar, rendir culto a la verdad, ofrecer una cobertura equilibrada y estimular un debate constructivo.

Sin embargo, en la búsqueda de audiencias, likes y clics, muchos medios optan por destacar los aspectos más violentos de la política, dejando de lado las voces sensatas, moderadas y demócratas.

Recuperar la majestad de la política comienza por desarmar el discurso, conocer la historia, sustituir el dogma por el dato, recuperar la confianza, e interpretar la legítima protesta de las mujeres y los jóvenes.

JUAN MANUEL GALÁN

Especial para EL TIEMPO

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